Tierra Adentro

En los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras corren innumerables historias, anécdotas, desatinos y amoríos de quienes durante sus casi cien años han poblado sus generosas aulas; fundada en 1924, entre sus directores figuran nombres ineludibles de la cultura mexicana como Antonio Caso, Julio Jiménez Rueda, Samuel Ramos, Leopoldo Zea o la filósofa Juliana González. Su quehacer humanístico tiene resabios de la Facultad de Artes que tuvo sus primeros alumnos en 1553, y que se iniciaron en los oficios de la cicuta bajo la oración latina de Francisco Cervantes de Salazar, y en la que quizás se comenzó a gestar aquella sentencia de Amado Nervo, en el traje de Rip-Rip, que desde su columna “Fuegos Fatuos”, en El Nacional, escribía que “los mexicanos tenemos una vanidad literaria irritable, vidriosa, quebradiza”.1

Alguna de esas historias nació de las serenas voces de Gonzalo Celorio y de Eliseo Alberto, en alguna clase sobre Literatura de Cuba, y se volvió —hace ya un par de decenas de años, para un entonces veinteañero cursimente febril— dogma de fe. El protagonista era el gigante de Trocadero 162, José Lezama Lima, quien en alguna plática sobre José Martí espetó con sobriedad, desde el comienzo y para terminar su cátedra de manera inesperada: “José Martí es un misterio”.

Los asistentes se quedaron impávidos, excepto uno que quería seguir escuchando al autor de Muerte de Narciso y le preguntó por alguna idea que Lezama había esbozado en algún ensayo reciente. “¿Qué es, maestro, el azar?” “El azar es cuando estás parado en la calle, esperando la guagua, con el cansancio del día y la ves llegar, después de varios minutos y con el sol a cuestas; como siempre, está llena, abarrotada de pasajeros que, como tú, esperan impacientes llegar a casa. Decides dejarla pasar, a sabiendas de que la siguiente tardará todavía más tiempo y, seguramente, con la misma carga. Para tu sorpresa, apenas un par de minutos después aparece otra que llega, milagrosamente, vacía, excepto por una persona, una única persona, quien resulta ser una linda muchacha que se convertirá en el amor de tu vida”. El silencio de la admiración se ciñó sobre los presentes, hasta que alguien pudo preguntar: “y si eso es el azar, entonces, ¿qué es el desazar?”. “El desazar es que el amor de tu vida, aquella linda muchacha, iba en la guagua que dejaste pasar”.

Será la presencia de Lichi, el autor de La eternidad por fin comienza un lunes e hijo de Eliseo Diego, asaz la generosa sapiencia de quien escribiera Y retiemble en sus centros, pero aquel veinteañero sonríe con la sorpresa del milagro descubierto y ahora que escribe estas líneas celebra con la misma agitación aquél afortunado encuentro. Sin embargo, en honor a la verdad, debería decir que años después encontré la anécdota escrita como sólo la prosa de Eliseo Alberto podría delinear, amén de la exactitud de su memoria en aquel encuentro con Lezama puesto que él había sido uno de los presentes. Gracias a Lichi podemos saber que el ensayo del que se hablaba era “El azar concurrente”, y quien le había preguntado sobre él había sido el novelista y ensayista Manuel Pereira, quien escribiera El Comandante Veneno, de 1977.

Eliseo Alberto se detiene en el retrato de Lezama Lima y en su relación, en los pequeños gestos como el asma que contorneaban su cotidianidad y en la memoria privilegiada que se alborozó con los encuentros de su círculo íntimo: Eliseo Diego, Fina y Bella García Marruz, Roberto Fernández Retamar y Cintio Vitier,2 y pese a reconocer la imposibilidad de acercarse en algo a la pluma de Lichi, como el veinteañero de entonces hizo suya la anécdota, ahora, con unos tiros más entre pecho y espalda, éste se imagina la escena y su aroma como si los hubiera vivido él, y por eso, años después, la ofrece a sus desocupados lectores.

Así se construyen los laberínticos recovecos de la memoria y el azar, aquellas otras dos moiras que acompañan a Cloto, Láquesis y Átropos en el hilado de la hebra de la vida. A la manera de la madalena de Proust —citada ad infinitum et nauseam—, la memoria se revuelve entre sensaciones y aromas, caminos andados y el recuerdo del roce de unos labios tenues, pero también de las notas y sonidos que nos han acompañado desde que ésta comenzó a enquistarse en nosotros: quizás en ella convivan los ladridos del perro de la infancia con las sonoras guitarras de boleros de principios de siglo; las estridentes trompetas de una democrática cumbia con la respiración cansina de la abuela enferma y ésta, a su vez, con los primeros acordes de juvenil rebeldía. La música es emotiva, y probablemente su emotividad esté, parafraseando a Mozart y a Wagner, no en sus notas, sino en el silencio que hay entre ellas: en ese breve lapso en donde la melodía descansa y en donde se emplazan nuestros años y vivencias. Así lo reconoce la memoria que, también, se construye azarosamente, y en ocasiones se presenta para configurar un recuerdo obstinado en nuestro micro universo o, en menor número, en nuestra historia de la cultura.

Así como una temperatura epocal puede distinguirse en un año en especifico, por ejemplo, en 1969, con las protestas estudiantiles alrededor del orbe y los diversos cambios sociopolíticos que se configuraban por diversas circunstancias, también en la historia del rock and roll puede percibirse gracias a que en ese año vieron la luz discos como Led Zepellin / Led Zepellin II, de la banda del mismo nombre; Let it bleed, de los Rolling Stones; Tommy, de The Who; In the court of Crimson King, de King Crimson y Nashville Sky, de Bob Dylan. Del mismo modo, esa misma temperatura puede observarse un par de años antes, en 1967, con discos como el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, The Velvet Underground & Nico, The Doors, Songs of Leonard Cohen y Are you experienced. Quizás no haya tanta coincidencia respecto a los discos que salieron en esos y otros años, puesto que el movimiento en la música popular se respiraba de un modo similar en distintos parajes, aunque en esa misma década está el lanzamiento, en el mismo día, el 16 de mayo de 1966, del Pet Sounds, de The Beach Boys, y del disco doble Blonde on Blonde, de Bob Dylan.

Todos estos discos son apenas un puñado de los que no sólo se editaron, sino que además se han mantenido a través de varias décadas como referentes. Aunque pudieran encontrarse diversas coincidencias no sólo en el rock o en otro género —por ejemplo, el disco 20 millas, de Flans, y la canción “El apagón”, de Yuri, fueron producidas por la misma persona, el español Mariano Pérez, aunque esto responde más que a coincidencias a una masificación del gusto—, el ejemplo más sonado del azar es un día de 1991, conocido como el mejor día en la historia de la música.

Y quizás esta hipérbole sea descabellada, pero es innegable que, cuando menos para la música popular, y para una juventud que comenzaba a vivir el un nuevo reordenamiento del libre mercado y del mundo después de la caída del Muro de Berlín y de la independencia de las repúblicas de la Unión Soviética, el comienzo de la década de los noventa significaba una oportunidad de ver al concierto mundial reconfigurarse, y con ello, encontrar nuevos modos de expresión. No es difícil recordar el documental 1991: The Year Punk Broke, en donde grupos como Sonic Youth, Dinosaur Jr., o The Ramones son retratados por la cámara del director David Markey.

Un discurso que se había forjado desde la segunda mitad de la década de los ochenta comenzaba, de este modo, a encontrar nuevos derroteros. Así, el 24 de septiembre de 1991 se editaron discos que irrumpirían en la escena con una fuerza inusitada que, desde el primer momento, los hizo dignos de la atención de la mass media. Uno de ellos es conocido por su sonido estridente e impuro, sórdidamente hipnótico y mundialmente conocido: Nevermind, de Nirvana. Más allá de la demanda que Spencer Elden, el que fuera el bebé de la portada, ha interpuesto en semanas recientes en contra de más de quince personas —incluidas Courtney Love, Dave Grohl y Kris Novoselic—, lo cierto es que Nevermind, segundo disco de tres que el grupo originario de Aberdeen editara, contenía canciones que durante varios lustros se quedaron como icónicas muestras de contestataria desfachatez, aunque quizá ahora una nueva generación piense distinto: Polly, Come as you are, Breed y, particularmente, Smell like teen spirt, siguen siendo parte del repertorio de cualquier banda de covers en la actualidad, aunque en su momento fueron verdaderos gritos de un sonido que se había iniciado con grupos como The Pixies, Big Black o los ya mencionados Sonic Youth, y que fueron identificados como los portavoces de la Generación X —aunque las generaciones que se nombran desde el punto de vista anglosajón no correspondan a una realidad, por ejemplo, mexicana—. Como una peculiaridad, el primer disco del grupo Hole, de Courtney Love, salió apenas una semana antes del segundo de Nirvana.

Si el Nevermind fue producido por uno de los músicos más destacados de este género, Butch Vig —miembro de Garbage, así como productor de The Smashing Pumpkins—, el siguiente disco de nuestra lista fue hecho por Rick Rubin, conocido por estar detrás de la consola en discos de músicos como The Beastie Boys, Run-DMC, Metallica y Johnny Cash: Blood Sugar Sex Magik, de los Red Hot Chili Peppers.

El quinto disco del grupo californiano se separaba de sus trabajos anteriores por resaltar más los detalles melódicos del guitarrista John Frusciante, así como el bajo virtuosísimo de Flea, y junto al arraigado groove del baterista Chad Smith, resultó en un disco que pese a sus sicalípticas alusiones tenía momentos complacientemente “poperos” como “Under the bridge”. Los matices que Rubin logró en la grabación y en la mezcla comenzaron a definir un sonido más limpio y trabajado en los siguientes discos de RHCP, cuya cima melódica sería Californication, de 1999, y Stadium Arcadium, de 2006. Así, el Blood Sugar Sex Magik tiene canciones que quedaron en el imaginario popular noventero como “Give it away”, que convirtió al disco en su primer gran éxito y aparecen cantándola en un capítulo de la cuarta temporada de The Simpsons.

 De la estridencia de Cobain al funk de los RHCP, el 24 de septiembre también se dio a conocer el disco The Low End Theory, del grupo de hip-hop A Tribe Called Quest, miembros del colectivo The Native Tongues junto a Jungle Brothers y De la Soul.  El segundo disco de este grupo neoyorquino se caracteriza por una inusual “base” que coquetea más con el jazz que con el hip hop puro. Los distintos “sampleos” fueron ideados en su mayoría por el productor y rapero Q-Tip. El disco fue parte de la “época dorada” del hip hop, que terminaría con la llegada de un discurso más agresivo, en contraposición con sus letras más orientadas hacia el gusto por la rima y la exaltación de las raíces africanas. Si la llegada del Nevermind, de Nirvana, significó el declive del glam rock, A Tribe Called Quest se vio ensombrecido por artistas pertenecientes al gangsta rap, como Snoop Dog, o el hardcore rap, como Wu-Tang Clan. La impronta de las inusitadas bases utilizadas en sus canciones son precursoras de diyéis actuales como Sonicko, Zone o Verse, por mencionar sólo algunos. Q-Tip, en este disco, utiliza patrones de tres compases, para dejar el cuarto compás en silencio como una especie de “respiro”, algo que, según diversas entrevistas, aprendió de Miles Davis. Lo desconcertante, por llamarlo de algún modo, es que la misma disquera que abrió las puertas a este grupo, y a muchos otros, también apostó por algo que, a primera vista, luce en franca oposición a los cuatro elementos del hip hop: las boy bands. Como una muestra de que el capitalismo todo lo fagocita, junto a A Tribe Called Quest, en la disquera Jive Records figuraban nombres como Backstreet Boys, NSYNC y Britney Spears.

Aunque se editaron en ese septiembre discos que acaso pudieran ser reconocibles para muchos —Van Morrison, Hymns to silence; Primal Scream, Screamadelica o los reconocidos Use your Illusion I & II, de Guns N’ Roses— el pretexto de la efeméride es seductor. Junto a los tres discos mencionados podría mencionarse también Prove you Wrong, el tercero del grupo Prong, cuya búsqueda incluía elementos del trash metal, sampleos, punk y progresivo.

La historia de este día, sin embargo, apareció muchos años antes del citado 1991. Uno de los primeros discursos que auguraban algo nuevo e insólito, distinto a todo lo escuchado antes, también se daba a conocer un 24 de septiembre, pero de 1957: “Jailhouse Rock”, escrita por Jerry Leiber y Mike Stoller, quienes también habían escrito “Hound dog”, y cantada por el Rey. Tal vez, y sólo tal vez, no sea exagerado decir que el azar se haya presentado en aquel día septembrino del año 1991. Muchos de estos discos y sus canciones están arraigados en la memoria emotiva de una generación; su vida y sus instantes llevan sus acordes impregnados; no importa que las cosas no hayan sucedido como se recuerdan, es la reinterpretación del momento lo que nos hace caminar y sonreír como veinteañero mientras se busca evitar el desazar, se espera una guagua o se piensa en una vieja historia al escuchar una canción casi olvidada.

  1. Amado Nervo, “El gran secreto”, en Obras completas, vol. I, México: Aguilar, 1962, p. 581.
  2. Eliseo Alberto, “Secuencia de Lezama Lima, tres recuerdos”, en Nexos, 1 de julio de 2004. [https://www.nexos.com.mx/?p=11208] Consultado el 9 de septiembre de 2021.
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