Ángel Ortuño emprende un nuevo viaje
Entre tanta poesía que hay en este mundo es muy difícil encontrar poetas. Yo creía que no existían y eran otro de esos cuentos de hadas que se inventa la gente para darle explicación a ciertos fenómenos inexplicables, como la poesía.
Conocí a Ángel Ortuño y a Iván Mata el mismo día, y aunque esta nota hable sobre el primero, menciono también al segundo porque fueron los primeros poetas de al devis que conocí, neta. Aunque ustedes, como yo en su momento, aún piensen que los poetas no existen, si los hubieran visto a ellos dos ese primer día del Seminario para las Letras Guanajuatenses, quizá hubieran pensado, como su nada humilde servidor, “Numaaaaaaa, si existen”.
Ángel, vistiendo camisa ilustrada con una caja de Prozac (fluoxetina, sabrá un tal Dios cuántos miligramos), e Iván, greñudo de a madres y seguramente fluoxetino y marihuano de a más madres, conversando de quien sabe qué, ambos con las palabras girando en torno a la misma conversación y las miradas girando hacia quien sabe qué universos distantes vislumbrados entre las paredes de la biblioteca.
Ese día no tuve oportunidad de conversar mucho con ninguno de los dos, pero, respecto a Ortuño, me maravilló su capacidad de debrayarse lúcida y maravillosamente respecto a casi cualquier cosa, desde técnicas literarias hasta del movimiento de los carruseles.
***
Hoy, la poesía, el punk y la irreverencia mexicanas están de luto. Ángel Ortuño, quien falleció esta mañana a los 52 años, fue un poeta tapatío nacido en 1969, año cuyos dos últimos dígitos seguramente le han de haber caído de variedad al poeta; publicó en vida más de cinco poemarios entre ellos Las bodas químicas y Gas lacrimógeno y otras cosas que no son poemas, donde nos deja entrever los bordes caóticos de una realidad distorsionada por sí misma a través de una lírica que, si bien de entrada pueda parecer chusca, está dotada de una belleza grotesca que rompe con toda la epicidad del canon poético actual.
De Ortuño, quien también fuera colaborador de esta revista, abundan hoy historias en la red, desde gente que lo conoció como bibliotecario o gracias al escritor Luis Alberto Arellano, hasta banda que fumó con él en terrenos baldíos cigarros que no olían a tabaco. Por mi parte, recuerdo mucho la sesión individual que tuve con él durante el Seminario, ya que ese día recordé que me tocaba sesión a última hora, después de haberme tomado dos o tres Fourloko y llegué a la biblioteca hecho madres y medio pedo. Ángel, además de tallerear mi poemario mediocre hasta convertirlo en algo más o menos decente, me dio consejos para pistear con responsabilidad, consejos que a día de hoy sigo, como beber agua a la par que el elixir mágico.
Ángel Ortuño parte hacia “el otro mundo” dejándonos un gran legado poético que va desde sus libros impresos hasta textos en internet traducidos a diversos idiomas.
En Tierra Adentro lamentamos mucho su partida y extendemos nuestro más sentido pésame a sus familiares y seres queridos.