El primer libro que leí, con esa conmoción egoísta que a veces sentimos algunos lectores, cuando creemos que un relato fue escrito exclusivamente para nuestros ojos, ya no como un deber, sino por pura adicción a las palabras y en libre complicidad, fue la novela Un hombre, biografía de Oriana Fallaci sobre el revolucionario griego Alekos Panagoulis.