Retratos desde un racimo de mariposas
Cuando leí En la Tierra somos fugazmente grandiosos me dieron ganas de abrazar a Ocean Vuong y decirle que todo va a estar bien. Esta es una novela desgarradora que en sus primeras páginas nos lleva a acompañar a Perro Pequeño (alter-ego del autor) a una sala de espera junto a su madre, quien se horroriza al ver una cabeza de ciervo disecada en la pared, sobre la máquina expendedora, sobre esto Ocean-Perro Pequeño reflexiona: “Lo que te conmocionaba no era el montaje grotesco de un animal decapitado, sino el ver que la taxidermia encarnaba una muerte que no acababa nunca, una muerte que seguía muriendo mientras nosotros pasábamos por delante para ir a hacer nuestras necesidades.”
Tsssss, bombazo. Durante ese momento fugaz, Perro Pequeño, su madre y la cabeza de ciervo pertenecieron a un instante de certeza mortal y mundana. Óleo en palabras sobre Realidad (2019).
¿Qué es pertenecer?, mientras estamos sentadxs en la banca de un parque, somos parte del paisaje, nuestras células son parte de un tejido que a su vez es parte de nosotrxs, y somos nosotrxs porque todas esas células y tejidos se conectan e interactúan entre sí para formar una unidad de unidades; es cuando conectamos con el parque y lo que es parte de éste cuando también nos volvemos parte del parque, le pertenecemos.
Facundo Cabral no era de aquí ni de allá, tampoco Perro Pequeño; poco después de que este compa naciera en Vietnam, su familia tuvo que huir hacia Estados Unidos de la violencia generada por la Guerra en su país natal. Perro Pequeño es un personaje que intenta encajar en un país que lo desprecia, a la par que busca conectar con sus raíces vietnamitas y su familia.
Dicen que para escribir tienes que hacerlo como si ningún conocido fuera a leerte, en ese sentido, Vuong le escribe esta novela a su madre, una mujer violenta y marcada por la guerra, quien además de ser el eje central de muchos de los debrayes emocionales de nuestro protagonista, es analfabeta; “Tengo veintiocho años, mido uno sesenta y tres, peso cincuenta y un kilos. Soy bien parecido desde tres ángulos y horrible desde todos los demás. Te estoy escribiendo desde dentro de un cuerpo que un día fue tuyo. Lo cual quiere decir que te estoy escribiendo como hijo.”
El autor crea retratos hablados al desmenuzar las escenas de esta novela donde el diálogo va construyendo a los personajes, pero es el debraye interno de Perro Pequeño, que ralentiza el tiempo y observa con detenimiento a la gente con la que convive, lo que los convierte en personas.
“La vez en que, mientras cortabas las judías verdes de una cesta en el fregadero, dijiste de pronto, sin venir a cuento:
—No soy un monstruo. Soy una madre.
¿Qué queremos decir cuando decimos «superviviente»? Un superviviente es quizá el último que llega a casa, la monarca final que se posa en una rama ya cargada de fantasmas.”
Y es que las mariposas monarca son parte importante de la historia. Para Ocean, las mariposas son, al igual que él y su familia, seres en la constante fuga que implica buscar dónde pertenecer, aunque no se pertenezca, ni siquiera al aire que nos trae de un lado a otro, como en la pendeja. Creo que en esto último ya estoy proyectándome.
“Las mariposas monarcas hembras ponen los huevos a lo largo de la ruta. Cada historia tiene más de un hilo, cada hilo una historia de división. El trayecto es de siete mil setecientos setenta y tres kilómetros, más largo que la longitud de este país. Las monarcas que vuelan al sur no volarán ya hacia el norte. Cada partida, por tanto, es definitiva. Solo sus hijas vuelven; solo el futuro vuelve a visitar el pasado. ¿Qué es un país sino una frase sin fronteras, una vida?”
Esta también es la tragedia del primer amor, pues mientras trabaja en una plantación de tabaco, nuestro protagonista conoce y se enamora de Trevor, un morro blanco, hijo del dueño del campo donde Perro Pequeño recoge algodón. Trevor y Perro Pequeño se enamoran en un país y época donde la homosexualidad estaba enormemente más condenada que hoy en día. Mientras Perro Pequeño es un superviviente y tiene un carácter más bien dócil, Trevor es autodestructivo, rebelde y tempestuoso; ambos adquiriendo estas actitudes debido a la manera en que fueron criados, el primero por refugiadas de la Guerra de Vietnam y el segundo por un padre ultraconservador, ambas familias cargadas de violencia.
A veces el mundo en su constante fluir nos hiere, las personas heridas suelen herir a otras, a veces sin darse cuenta. En una conferencia, Charlie Kaufman, guionista de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, dice que todxs tenemos una herida en nuestro ser, es la que nos hace débiles y patéticxs, pero también la que nos hace querer bailar.
Vuong no tiene rodeos al mostrarnos mediante la ternura radical que todxs estamos hecxz pedazos; es a través de su propio dolor la manera que tiene de apropiarse del de lxs demás. Como nos muestra su visión del mundo, al escribirle esta novela a su madre, también le recuerda, no reclama, las veces en las que ella lo golpeó, para después ahondar en el dolor de su mamá y las demás personas que lo han lastimado de una forma u otra, como Trevor, quien en su autodestrucción y confusión existencial también lo termina hiriendo. Perro Pequeño no busca quejarse, si no comprender por qué lo han hecho, y para ello recorre los momentos más alegres y dolorosos de su tiempo compartido y los recorre con amor, mientras al mismo tiempo va construyendo un retrato de sí mismo como individuo.
En la Tierra somos fugazmente grandiosos es (o al menos así lo sentí yo) como ese suspiro de alivio final que das después de haber pasado dos horas llorando mientras abrazas tu almohada.