Raúl Zurita, un melómano desordenado
Nació en Chile, pero su primera lengua fue el italiano. A diferencia de otros niños que crecieron al amparo de literatura infantil, él lo hizo escuchando relatos de la Divina Comedia, en boca de su abuela materna, quien lo cuidaba mientras su madre iba a trabajar.
Quedó huérfano de padre cuando apenas contaba con dos años de edad y, a pesar de pertenecer a una familia ilustrada, padeció la miseria económica. El día en que se dio el golpe de Estado, en 1973, fue hecho prisionero y trasladado al carguero “Maipo”, donde fue torturado y permaneció recluido con ochocientas personas en un espacio para cincuenta.
Estos datos que parecen perfilar un personaje de novela dramática son hechos reales en torno a la vida de Raúl Zurita Canessa, quien este año fue distinguido con el Premio Reina Sofía, en su XXIX edición, y charló en exclusiva para el Fondo de Cultura Económica (FCE).
“Sobreviví años robando libros caros, de arquitectura o medicina, para venderlos. Hasta que fui descubierto. En 1979, cuando salió mi primer libro, Purgatorio, yo podía verlo en las vitrinas de todas las librerías de Santiago. Pero no podía entrar a ninguna. El acuerdo para no mandarme preso me prohibía ingresar a cualquier librería y quedé fichado en todas”, refiere en Verás un mar de piedras (FCE, México, 2017).
“Mi abuela fue un personaje importante en mi niñez porque nos contaba cuentos con personajes de la Divina Comedia. ¡Era terrible! Yo no sabía del amor cuando era pequeño. La nostalgia de mi abuela, que no pudo volver a su país, Italia, nos hablaba permanentemente a mí y a mi hermana de Da Vinci y Miguel Ángel. Ya de adulto me di cuenta de que todo lo que escribiría tenía que ver con ella y su relación con un país al que nunca volvió relación. Cuando años después que muriera yo fui a Italia, me di cuenta de cuenta de que había ido solo cumplir la deuda de su nostalgia”, comentó Zurita.
Al referirse a la trilogía Purgatorio, Anteparaíso y La vida nueva, cuyo diseño está trazado para soportar la estética y la belleza de las palabras, y donde se asoma su lado de ingeniero, el poeta dijo: “Fue una imagen que tuve a propósito de la situación terrible que pasaba Chile, con la dictadura del año 1973, cuando Pinochet derrocó a Allende, del cual yo era un partidario fervoroso, me apresaron en la mañana muy temprano y me di cuenta de que mi situación era muy mala por dos razones, una, porque los marinos siempre han sido golpistas, y dos, porque yo no he comido ni he dormido en dos días, pero salí y no pasó nada grave, comparado con otros que no están para contarlo.
“Tiempo después estuve en una situación más humillante. En Santiago me detuvieron durante horas por reírme. Recuerdo que cuando salí de eso, lo que menos me interesaba en el mundo era la poesía. Lo que necesitaba era conseguirme un trabajo como fuera. La poesía me interesaba nada. No podía interesarme menos. No era lo que se necesitaba. En ese entonces ser fotógrafo no era una acción de arte, sino un gesto desesperado, e hice un performance encerrado solo, en un baño. Al hacer ese performance sentí que algo había pasado. Que se mermaba algo. Que era un comienzo. Si la guagua no chilla es porque está muerta, ese fue mi chillido”.
La de Raúl Zurita es una poesía en la cual se amalgaman el dolor y la rabia. “Estamos inundados de poesía autista, autorreferente. Creo, con toda humildad, que si la poesía comienza a interrogarse sobre sí misma es porque ha desaparecido. Hay una fuerza tan potente que se rencarna en tu cuerpo, en tus órganos, en tu sufrimiento, en tu llorar, en tu dolor, en tus deseos de amor, de muerte. Finalmente no somos sino distintas metáforas de lo mismo. Tenemos la misma necesidad de amor, el mismo temor ante la muerte y, ante esa metáfora, también aparecen las manos monstruosas. Los monstruosos hermanos nuestros que se crearon en las mismas ciudades y caminaron las mismas calles. Sin embargo, son seres monstruosos. Nos amargan, nos linchan… Prometo que nunca he pretendido, nunca, en ningún momento, ni en mi mayor locura, que lo que yo digo pueda ser o servirle a otro para algo, para mí es así”, dijo el creador chileno.
Pensando en la idea de que la poesía no sea autorreferencial, el yo poético y el real funcionan de manera similar. “No hay nada más parecido al relato de la vida de un ser humano que la escritura y, al mismo tiempo, no hay nada más diferente en el universo que una vida al relato. Como si estuvieran separados en una distancia muy pequeña, pero insondable, un abismo infinito”. En Zurita aparece una base real, sin embargo, los escenarios son absolutamente fantásticos. El Pacífico se ha secado hace miles de años. Los escenarios son apocalípticos, como si vieras una película de mil años después. “Así lo entiendo, pero sé que un libro nunca va a ser ea vida, ni yo, ni yo tampoco voy a ser ese libro. No hay nada más parecido a un libro que una vida y una vida a un libro al mismo tiempo, es una contradicción irresoluble”, afirmó.
El poeta sudamericano ha sido un fuerte crítico con la poesía contemporánea. En ese sentido, habló de su percepción en torno al rol de la poesía contra la realidad. “Cuando uno es joven, la arrogancia tal vez sirve para autoafirmarse, pero con el tiempo te das cuenta de que perteneces a un río mucho más ancho, en mi caso, al río de la poesía chilena, pero que hay montañas de poesía autista. Si viniera un extraterrestre a la tierra y lo único que leyera fueran los libros de poesía de los últimos 60 años, lo más probable es que llegaría a la conclusión de que, salvo las decepciones sentimentales, problemas de soledad y angustia, acá en la tierra no ha pasado nada”.
Zurita reconoce tener una relación estrecha con la música, misma que se pone de manifiesto en lo que ha dado en llamar performance. En ese sentido, el vate sudamericano confesó: “La música me alucinó siempre. No soy melómano porque soy de gustos desordenados. El segundo movimiento del Sexteto de cuerdas No. 1, de Brahms. es increíble. ¿Cómo alguien puede hacer algo tan increíblemente bello? La música para mí es fundamental. Es parte de mi vida. Sin música me muero y al mismo tiempo no sé nada. Si eso se traspasa a mis libros no lo sé. Uso muy conscientemente letras de canciones bolivianas, de José Alfredo Jiménez y de Cuco Sánchez. Uno descubre imágenes en gran parte de la música popular: ‘Grítenme piedras del campo’. Esa es una invocación cuyas raíces se remontan a dos mil quinientos años: es Isaías”.
En contraparte a la sonoridad de la música, está también el silencio como ingrediente capital en la poesía de Zurita. “El silencio tiene que ver con Dante y el silencio a la entrada del infierno, cuando ve a los poetas que están en el limbo, porque ellos no podían ver a Dios. Habla con Homero, Ovidio, Lucano, y recién allí hablaron de las cosas que en vida es mejor callar. Creo que la poesía es una lucha a muerte con el silencio. Es darse de cabezazos contra lo que tú no podés. Nunca he creído en la autocensura. Son tus propios límites y son reales, y aunque te rompes la cabeza no podés ir más allá. Eso sucede cuando uno escribe poesía. A mí por lo menos me sucede. De repente sentís la impotencia y no podés ver algo que crees que está allí, pero no está”.
¿Un mar de piedras podría ser leído como una biografía? “En ese libro se engarzaron pedazos hasta el punto de construir una biografía literaria. Sin embargo, necesariamente, una biografía deja siempre lo más importante fuera, como dice Hemingway: ‘Lo verdaderamente importante no se dice’”.
Al referirse al Chile contemporáneo, a la encrucijada por la que atraviesa, así como a sus jóvenes, Raúl Zurita reflexionó un momento antes de responder: “No ilusiona. No puede dejar de doler todo el cúmulo de desigualdades, de abuso, de impunidad que había en las calles. Cómo no prever con una mirada que están construyendo casas sobre papel, sobre una fragilidad inmensa, la clase media chilena y su frase famosa ‘es una clase absolutamente endeudada, al borde permanente de la pobreza’. La diferencia en la salud entre los ricos y los pobres es abismal, una educación que no es tan buena ni para los que la pueden pagar, y para los que no lo pueden pagar es terrible, por las condiciones: cursos de 70 niños con problemas familiares tremendos. Eran tan predecibles las cosas que iban a pasar. Lo que me impresiona es que si hubieran leído lo que estaban escribiendo los poetas jóvenes hace diez años, ya estaba escrito todo. Porque claro, la poesía es como el mito de Casandra, una adivina que lo sabe todo sobre el pasado, presente y futuro, pero nadie la escucha, esa es su condena: que nadie la escucha”, concluyó el poeta.
A decir de Luis García, director del Instituto Cervantes, Raúl Zurita es un referente de la poesía iberoamericana desde su primer libro, por su lenguaje “libre, arrebatado y ajustado (…) es emblema de la gran tradición de poesía chilena” y con ella ha demostrado cómo se puede hacer frente al miedo “con la dignidad de la palabra poética”.
El Fondo de Cultura Económica cuenta en su fondo editorial con dos libros de Raúl Zurita: INRI (2003), donde refleja la fuerza poética del autor, y Un mar de piedras, que preparó el editor Héctor Montesinos.