Un cazador solitario
Lo más fatal que un hombre puede hacer
es tratar de estar solo1.
La primera vez que te encontraste con el libro, tu amiga V te contó que El corazón es un cazador solitario, primera novela de Carson McCullers, se publicó en 1940 cuando su autora tenía 23 años y desde el primer momento fue un éxito tanto comercial como crítico, es más, el New York Times la consideró “la obra literaria del año”.
Estabas en su casa en Iowa City, curioseando en el librero mientras esperabas que terminara de alistarse para salir. Te llamó la atención el título y cuando le preguntaste sobre él, su voz desde el baño te dijo que lo había sacado de la biblioteca porque era uno de sus favoritos. Lo hojeaste, pero antes de que decidieras si el libro te había atrapado o no, V volvió al cuarto y declaró que estaba lista. Si no lo has leído, llévatelo, te dijo. No recuerdas qué excusa diste, tal vez era justo ese momento del semestre donde no había tiempo más que para las cosas que tenías que leer para las clases. Lo leeré cuando sea el momento, le dijiste guardando el título en tu memoria. ¿Cómo olvidar un título tan bueno? Desde esa primera vez sentiste que era uno de esos libros que llegaría a tu vida en el momento justo.
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“En la ciudad había dos mudos, y siempre estaban juntos” (p.17) comienza el libro. Los mudos son John Singer y Spiros Antonapoulos, mejores amigos que viven juntos en una ciudad obrera, sin nombre, en el sur de Estados Unidos hasta el día que internan a Antonapoulos en un manicomio en otra ciudad. Cuando Singer se queda solo, se muda a la casa de huéspedes de la familia Kelly y comienza a frecuentar el café Nueva York. Así conoce a los otros cuatro personajes principales que durante el resto de la novela lo buscarán para hablar con él: Mick Kelly, una niña de trece años que sueña con ser compositora; Jake Blount, un alcohólico comunista que acaba de llegar al pueblo; el doctor Copeland, un médico afroamericano, y Biff Brannon, el dueño del café. El libro narra el año que dura la relación de estos cuatro personajes con Singer, que como sordomudo es capaz de entenderlos, pero no de responderles. Esto no impide que todos vuelvan una y otra vez a verlo en busca de compresión. “La visita contribuyó a disipar la sensación de soledad que le atormentaba, de manera que cuando se despidió se sentía en paz consigo mismo una vez más” (p.166) dice el narrador desde el punto de vista del doctor Copeland después de una de sus visitas.
Te encuentras con esta frase a principios de septiembre, más de seis meses después de que comenzara la pandemia, seis meses de encierro solitario en tu departamento, y te sientes profundamente identificada. De hecho, todo el libro te remueve tanto que varias veces te detienes y prefieres leer sobre la autora que seguir. Leer alrededor de la novela es más fácil que enfrentarte a sus personajes alienados que intentan sobrevivir a la soledad y al rechazo social a través de la única conexión humana que tienen a su alcance. ¿Qué quiere decir, piensas, que el único dispuesto a escucharlos de verdad es un sordomudo? Desde el comienzo la interacción está desbalanceada y, por eso, condenada al desastre.
Lees en My Autobiography of Carson McCullers de Jenn Shapland que McCullers acababa de mudarse a Nueva York y pasó el 14 de junio de 1940, el día que se publicó El corazón es un cazado solitario, en un cuarto de hotel “aislada y sola” como los personajes de su novela. De hecho, lees que en todos sus libros (cuatro novelas y un libro de cuentos) regresa a los mismos temas: amores no correspondidos, alienación social y el intento infructuoso de conectar con otros seres humanos. Su vida, como la de muchos de sus personajes, se encuentra marcada por la tragedia. Se casó con el mismo hombre dos veces en un matrimonio que la hizo infeliz; se enamoró (u obsesionó dependiendo de la interpretación) de Annemarie Schwarzenbach; sufrió depresión y alcoholismo; muy joven tuvo fiebre reumática, enfermedad que la dejó débil y con una condición cardiaca de la que murió a los cincuenta años.
Cuando retomas el libro, en la página 24, subrayas el siguiente fragmento en el que John Singer intenta comunicarse por última vez con su mejor amigo antes de que éste se vaya: “Hablaba y hablaba. Y aunque sus manos jamás se tomaban un descanso, no era capaz de decir todo lo que tenía que decir. Quería contarle a Antonapoulos todos los pensamientos que había albergado su mente y su corazón, pero no había tiempo”. Y sabes que así te has sentido muchas veces en los últimos meses, cuando cuelgas una reunión de Zoom y el silencio de tu departamento te aplasta y te das cuenta que apenas dejaste hablar, que interrumpiste a todos, que no fuiste capaz de preguntarles nada de regreso a tus interlocutores, porque cuando comenzaste a hablar, no podías callarte.
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Lees como nunca lo has hecho antes, consciente de cada página que falta para el siguiente capítulo, pero no es porque el libro te aburra, sino porque el confinamiento te ha dejado la concentración suficiente para escribir, pero te ha despojado de alguna facultad clave para leer. Cuando no puedes evitarlo más y la entrega del artículo está sobre ti, te obligas a leer. Conforme avanzas, surgen frases e ideas en tu cabeza, todas en segunda persona. Sigues el impulso, aunque te incomoda. Dudas porque no sabes si el recurso tiene algún sentido o si, por el contrario, al distanciarte en el punto de vista de tu artículo, estás huyendo de esta novela que tanto te apela. Al final, te aferras a tu segunda persona y te enfocas en los detalles:
Te sorprende que los hechos más violentos, aquellos que cambian la vida de los personajes, duren apenas unas líneas, llegan de improviso, ponen de cabeza la vida del personaje, lo dejan más solo que antes, pero el narrador no se detiene en ellos, sino que los cuenta con sequedad y se concentra en lo que viene después, en las reacciones de los personajes. Pasa una y otra vez. McCullers captura algo con esto; la forma en que los momentos más decisivos de la vida son puntuales. Casi podrías perdértelos si no lees con cuidado, pero las secuelas del cambio permanecen, reverberan en la vida de cada personaje.
Te sorprende cómo los temas políticos que toca la novela siguen vigentes. Todos los personajes se encuentran insatisfechos con sus circunstancias. Todos son productos de su época. Pero en sus discursos a Singer, encuentras ecos que retumban hacia el presente con las manifestaciones después de la muerte de George Floyd; con las limitaciones que la pobreza pone a los sueños de las personas; con las discusiones sobre la voracidad del capitalismo.
Durante todo el libro esperas el momento en que dos de los personajes, Blount y el doctor Copeland, por fin hablen porque parece que ellos podrían entenderse. Ambos admiran a Karl Marx y quieren cambiar el mundo en el que se encuentran, ¿qué fácil sería hablar y conectar si comparten las mismas ideas? Pero cuando por fin sucede, discuten, no se entienden y terminan peleando. Comparten ideas, pero las estrategias de acción son distintas, mientras más hablan, más parecen incompatibles. No son capaces de escucharse y cada uno se aferra a las conclusiones a las que ya había llegado, decretando que el otro está equivocado. Concluyes que en el mundo del libro las circunstancias de los personajes evitan que puedan comunicarse de verdad y cuando piensas en las discusiones de Twitter que lees a cada rato, piensas lo vigente que sigue siendo esta idea.
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Te preguntas si leer algo que te apela, te afecta, de manera tan directa podrá curarte de la aflicción de la lectura o si es esperar demasiado del libro. Tratas de leer con mente crítica, pero una y otra vez vuelve a subrayar alguna frase como “Sintió deseos de no volver a ver una cara humana. Sin embargo, al mismo tiempo no se veía capaz de permanecer allí sentado, solo, en la vacía habitación” (p. 280) y no puedes evitar pensar en todas las veces que has tenido lo que llamas “ataques de soledad”. Llega la ansiedad y te sientes incómoda en tu propia piel, incapaz de estarte quieta, de concentrarte, de hacer cualquier cosa. La única cura que has encontrado hasta ahora es sentarte en la misma habitación con otra persona y hablar.
¿Será por eso que tus párrafos están en segunda persona? Más de una vez cambias los verbos, vuelves al “yo”, pero cada vez esto te estanca. Casi parece que este libro en el que nadie logra realmente ser escuchado, te ha empujado a hablar contigo misma. En la página 236 Singer le escribe una carta a Antonapoulos, aunque éste no sabe leer. Cierra: “No sirvo para estar solo y sin alguien como tú, que comprende”. Lees esta cita y dejas de lucha con el punto de vista porque, al final, ¿qué es escribir en segunda persona sino pretender que el texto es una conversación y no un monólogo?
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No sabes de dónde salió esa creencia tuya de que los libros llegan a tu vida en el momento correcto, pero hasta ahora habías confiado en ella ciegamente. A ratos parece sólo una buena excusa para explicar por qué no has leído un clásico, pero te ha pasado tantas veces que cuando te encuentras con ciertos libros que casi puedes asegurar que serán para el futuro. Te pasó con Los detectives salvajes que intentaste leer cuatro veces antes de devorarlo en un viaje a Lisboa o con Memorias de Adriano el libro favorito de tu madre que cargaste a varios países hasta que por fin lo leíste al regresar a México.
La segunda vez que intentaste leer El corazón es un cazador solitario estabas de nuevo en la casa de V, pero esta vez en su departamento de Madrid. Te estabas quedando allí unas semanas antes de irte de España y, de nuevo, curioseando el librero te encontraste con su copia, la que leyó en la universidad cuando estaba estudiando letras inglesas y pensaste que tal vez por fin llegó el momento, pero entre las despedidas, las semanas se te fueron y de nuevo lo dejaste de lado.
Por eso, cuando viste el título del libro entre los temas a elegir, pensaste que ahora sí había llegado el momento y que, si no era el correcto, te obligarías a leerlo de todas formas. En la página 47 lees los pensamientos de Biff Brannon sobre el primer encuentro entre Singer y Blount. Se pregunta por qué éste tuvo esa necesidad de entregarle todo lo que llevaba en su interior al sordomudo y concluye: “Porque forma parte de la naturaleza de ciertos hombres entregar en un momento dado todo lo que es personal, antes de que fermente y envenene…, arrojárselo a un ser humano o a alguna idea humana. Tienen que hacerlo. Está en su naturaleza” y una parte de ti se alegra de la obligación, aunque al terminar de leer lo único que quieres es eso mismo, entregarle a otro ser humano todo lo que has sentido. Al final, lo único que haces es mandarle un mensaje a V que dice: “Estoy destrozada”.
¿Fue este confinamiento el momento correcto para el libro? No lo sabes, pero intuyes que esa no es la pregunta más importante. Al pensar en el “momento correcto”, te das cuenta que la experiencia de leer ha quedado marcada por tus propias circunstancias y es imposible disociarlas. El libro te afectó y lo que sacaste de él está unido a este momento vital. Hay muchas más lecturas en él de la que puede contener este artículo, pero a ochenta años de su publicación, El corazón es un cazador solitario te habla del presente tanto como del pasado. No tiene una respuesta para la soledad que estás sintiendo, pero al menos está allí para hablarte de verdad.