Tierra Adentro
Cuadro tomado del tráiler oficial.

“Nadie se ahoga dos veces en el mismo río”

proverbio entropista

 

 

I

Una ciudad paralizada por el miedo. El toque de queda como un acuerdo tácito. Una vida nocturna a puerta cerrada. La tragedia no conoce edades. Muertes a diario, en ascenso y la curva no parecía aplanarse. Taparse la boca también era un acto de prudencia ante la “enfermedad” de una época. Trayectos que parecían eternos: atravesar la ciudad era ya toda una hazaña. Vivir el día a día sin morir en el intento. Nuestra normalidad siempre estuvo marcada por la muerte.

Me refiero al año 2010, el año que marcó el inicio de uno de los procesos históricos más crudos para Nuevo León; una crisis social, cultural, política y económica en medio de un clima de violencia que no reconocía bandos. Fuimos víctimas de una fallida “guerra contra el narco”: una estrategia de Estado que sólo significó la muerte y desaparición de miles de jóvenes de los barrios más populares, que, cual carne de cañón, protagonizaron la nota roja durante años.

Ahí donde algunos románticos (acaso ingenuos) veían la posibilidad del estallido de una revolución social, aludiendo a los caprichos de la historia (1810-1910-2010), nosotros vimos con más crudeza las consecuencias de una violencia estructural que tarde o temprano nos estallaría en la cara, y lo sigue haciendo.

A diez años de la tragedia, emerge de nuevo una pequeña parte de esta historia, curiosamente en un momento en que gran parte de la población sigue dentro de sus casas, una vez más, a consecuencia del miedo. Mientras los cines se encuentran cerrados a causa de la contingencia, la película “Ya no estoy aquí” (2019) del director mexicano Fernando Frías, se transmite vía streaming, llegando así a cada casa con conexión a internet, una pantalla y una cuenta (propia o prestada) de Netflix.

 

 

Se trata de una película producida y filmada en Monterrey y Nueva York, que retrata un capítulo de esta “guerra”, a través de la historia de uno de los movimientos culturales más genuinos que han surgido en México: “Los Colombias”. Dicho movimiento ya había sido abordado en algunas tesis académicas, pequeños documentales, cortometrajes e incluso un largometraje que llegó a la pantalla grande “Cumbia Callera” (2007) del director René Villareal. También la cultura estética del movimiento de puede apreciar en el libro “Cholombianos” (2014) de la fotógrafa y diseñadora Amanda Watkins, quien abordó el tema desde la perspectiva de la moda, y que incluso lo mostró a través de diversas salas de exposición a nivel internacional.

Sin embargo, estamos ante la primera ocasión en que un producto cinematográfico de estas características es difundido de manera masiva, abriendo así diversos debates entorno a la película, el movimiento “Colombia” en Monterrey, el momento histórico en que se desarrolla, las estrategias militares y políticas de la administración en turno e incluso las implicaciones que una proyección como ésta tiene sobre la concepción de la identidad regiomontana.

 

II

 

La película narra la historia de Ulises “El Terko”, integrante de una pandilla también llamada “Los Terkos”, pertenecientes al “Símbolo STAR”, con el cual se identifican también otras pandillas. El grupo opuesto, también conformado por distintas pandillas, sería el “Símbolo UNO”. Si bien la dinámica de estos jóvenes ya se desarrollaba  en medio de los conflictos propios de una pandilla, se trataba de dinámicas ya muy asimiladas y normalizadas por toda una comunidad.

Cuadro tomado del tráiler oficial.

Cuadro tomado del tráiler oficial.

Las riñas con otros grupos, el consumo de drogas y el robo a estudiantes por intimidación, forman parte del estilo de vida del grupo que se retrata en el filme. Por otro lado, están las dinámicas de fraternidad y camaradería expresada en la convivencia, el cuidado mutuo, la integración, y cierto paternalismo ejercido por Ulises, quien es una clara referencia al héroe de la mitología griega, y al igual que él, debe emprender su propia travesía.

Ulises se nos muestra siempre con una personalidad parca, conviviendo desde la seriedad, pero al mismo tiempo desde la obstinación y rebeldía. Ésta forma de socialización no le permite empatizar con gran parte del entorno al que se enfrentará a lo largo de la película. Como su apodo lo describe, “El Terko” se mantiene firme e inamovible frente a un entorno que no lo acepta, lo rechaza y hasta le exige que deje de lado los rasgos culturales que lo vuelven genuino. Sin embargo, sus creencias y gustos siempre son respaldados por su grupo, donde encuentra aceptación y reconocimiento, no sólo por su forma de vestir, sino también por su manera de bailar la cumbia rebajada, un estilo más agresivo que el tradicional, donde integra un complejo trabajo de pies que recuerda un poco al ‘break dance’. Ulises cumple un papel hasta cierto punto paternal con sus camaradas, guiando y cuidándolos de no desviarse demasiado. Este papel es reconocido por los líderes de otras pandillas, y es reforzado gracias a la integración del camarada más pequeño del grupo “El Sudadera”.

Luego de presentarnos diversos rasgos de la cotidianidad del “Los Terkos”, Frías nos muestra cómo ésta comienza a ser amenazada por otros jóvenes pertenecientes al crimen organizado, quienes primero tratan de incidir y reprobar algunas dinámicas de la pandilla, en este caso el robo por intimidación a algunos estudiantes. El acercamiento se torna cada vez más violento al buscar el reclutamiento de Ulises y Jeremy, a quienes les ofrecen dinero, pero también amenazan con la muerte y hasta les exigen no volver a vestirse como Colombias.

 

Cuadro tomado del tráiler oficial.

Cuadro tomado del tráiler oficial.

 

Tal situación no se aleja mucho de la realidad que se vivió en los barrios populares de Monterrey, donde el reclutamiento a las filas del crimen organizado vio su oportunidad en las diversas pandillas de jóvenes que vivían al margen de las oportunidades de ascenso social y justicia. Y éste proceso no sólo significó una transición cultural drástica, sino también la inyección de armas de fuego a una dinámica social ya de por sí crítica.

Una de las escenas más impactantes es el acribillamiento de la pandilla de “Los Pelones”, quienes operaban abiertamente como ‘dealers’ en una esquina, y quienes son victimados por miembros del crimen organizado. A excepción de esta escena, el filme no vuelve a mostrar una situación de violencia explícita, a pesar de abordar el tema del “narco”, que en muchos otros filmes ha sido un pretexto para vender la violencia como espectáculo. Es en este momento donde Ulises, debido a los diversos roces con el crimen organizado, es confundido con uno de los sicarios, y es amenazado por uno de los heridos. Esta situación obliga al protagonista a huir a Nueva York, mientras que su familia se muda a casa de unos familiares.

En Nueva York, el protagonista intenta integrarse al mundo laboral, junto a un grupo de otros mexicanos migrantes; sin embargo, la socialización se vuelve ríspida debido al ‘bullying’ del que es objeto, siendo señalado siempre por su vestimenta y cabello, al punto que la relación explota y Ulises termina siendo golpeado y exiliado una vez más. Es a través del lente extranjero que éste obtiene de regreso una mirada de asombro por la particularidad de sus rasgos. Primero por un fotógrafo con quien no logra comunicarse por no dominar el idioma, y después por la hija de un tendero chino quien más adelante le dará asilo. Así es como la nostalgia es ligeramente diluida, al intentar explicar su estilo de vida a Lin, quien muestra interés y asombro en cada detalle.

Las nulas habilidades sociales de Ulises y el total desconocimiento del idioma lo colocan en situaciones cada vez más difíciles y, aunque intenta ganarse la vida bailando cumbia en el metro y las calles, no consigue sentir y proyectar aquello que en su barrio lo distinguía, y reconoce: “Así solo, pues al chile, nomás no se hace”. La situación con Lin parece un connato de romance que no llega a tomar forma; es evidente el trato soso que Ulises tiene con ella, y al final, ebrio y nostálgico, decide irse. Una vez más se deja de lado lo que pudo ser un recurso fácil para la película, el romance.

Muchas de las relaciones con otros personajes no alcanzan a ser aparentemente significativas, como es el caso de la mesera colombiana que le da asilo una noche y algunos consejos que no parecen incidir en las decisiones del joven, quien cada vez más hundido en la nostalgia termina inhalando solventes, y en un arranque de tristeza se desprende de aquello que lo distinguía, sus patillas rubias y su corona de cabello teñido.

Finalmente, Ulises es deportado, encarcelado y meses después regresa a su barrio, donde, cual si fuera un fantasma, recorre las calles, pasillos y escaleras de un territorio al que ya no pertenece. Desde esa distancia asiste al funeral de Isaí donde ninguno de sus viejos amigos lo toma en cuenta. También atraviesa una estampida de jóvenes que se dirigen a hacer un bloqueo en alguna avenida, pasando desapercibido.  Así, desde el techo de una casa, con una vista panorámica de la escena, escucha las sirenas de las patrullas, los gritos de los jóvenes, el anuncio de una nueva tragedia, y al buscar refugio en una cumbia rebajada, la pila del reproductor se le termina.

 

III

 

Es reconocible la fotografía a cargo de Damián García, quien logra captar los contrastes de la polarización urbana en Monterrey, así como el diseño de vestuario por Malena de la Riva y Gabriela Fernandez, quienes consiguen expresar la estridencia y el carácter genuino de los Colombias de la época. En lo personal, no puedo dejar pasar la importancia del argot, frases y palabras que hace mucho tiempo no escuchaba, y nunca pensé que alguien consideraría para un filme de alcance internacional. Y qué decir de la actuación de “Los Terkos” que lograron plasmar cierto aire de autenticidad al lenguaje cinematográfico.

 

Cuadro tomado del tráiler oficial.

Cuadro tomado del tráiler oficial.

 

Si bien se proyectan algunos hechos verídicos de lo sucedido en la época, no se busa darle a la trama un sentido documental, y esto, hasta cierto punto, pareciera que le exenta de mostrar datos más precisos respecto al momento histórico y político. De igual modo, el discurso parece plantear la extinción de un movimiento cultural a causa de la presión del crimen organizado, pero no menciona la presión y el abuso de la policía y del ejército en un Estado militarizado. Otro factor para pensar la transición de estos grupos sería el sincretismo cultural de los mismos, y una mutación influenciada también por las nuevas modas. Esto se puede observar en las pandillas que aún existen en los barrios de Monterrey; sólo en la zona norponiente se llegaban a contabilizar cerca de 300 pandillas que aún siguen pelando entre sí por las líneas imaginarias que configuran su territorio.

El discurso clasista regiomontano no se hizo esperar ante la proyección de una realidad social que no encaja con el discurso del trabajo duro y el progreso que “caracteriza” al Estado. La cinta despertó molestia entre espectadores más exigentes, ya sea por no haber cumplido con ciertas expectativas técnicas, documentales, narrativas, etc. Algunos incluso hablan de un intento de “exotización” del movimiento cultural Colombiano. Otros, desde la sospecha, lo señalan como un filme tendencioso, que busca resaltar los errores de la administración de Felipe Calderón, apuntando a cierto oportunismo partidistas. Hay quienes incluso señalaron que el filme no representa la identidad e imagen regiomontana. Incluso algunos medios se atrevieron a preguntar a sus lectores si estos creen que la película denigra a Monterrey.

Tal vez escribo esto desde un criterio empañado por un sentimiento de nostalgia y melancolía provocadas al ver estos pequeños fragmentos de una historia que aún resuena. Y creo que esto le pasa a muchas de las personas que vieron el filme y logran identificar e identificarse en aquellos momentos. No sólo por ver reflejadas las calles, monumentos y colonias emblemáticas de Monterrey, sino también por aquellos momentos críticos que dejaron una huella en quienes sentimos haber sobrevivido. Pensar en los amigos que se fueron, los que fueron asesinados y los que desaparecieron. El miedo en las calles, las balaceras, los bloqueos y los demasiados cuerpos. Ese hilo rojo que aún atraviesa las calles. Tal vez nos conmueve la certeza de que esta ciudad ya no es la misma, no volverá a ser la misma, y nosotros tampoco.