Tierra Adentro
Ilustración realizada por Pamela Medina
Ilustración realizada por Pamela Medina

No vemos ni entendemos el mundo, lo percibimos

destrozándolo a través de las estrechas categorías

que nos habitan.

Paul Preciado, Dysphoria Mundi

Confieso que se me pone la piel de gallina cuando escucho o leo el adjetivo “femenino” acompañando a la palabra “pensamiento”. “Pensamiento femenino”, dicen, o a veces usan al polifacético movimiento también como compañero de fórmula: “pensamiento feminista”. En otras ocasiones incluso se atreven a hablar de “escritura femenina” o de una visión “crítica feminista”. Como si hubiera que aclarar que el tipo de pensamiento o escritura que se produce desde un cuerpo de cierto género es diferente. Como si pensar o escribir, a secas, no fueran actividades físicas y cerebrales que le pudieran corresponder a una persona del género femenino. Como si todo lo que una escribe o piensa estuviera obligado a incluir la aclaración necesaria de que se produjo en una realidad corporal, identitaria y fenomenológica específica. Como si no tuviera permiso de simplemente escribir o pensar sin preocuparme por mi anatomía o mi género. Como si tampoco tuviera el derecho de ser leída sin ese apéndice que establece, lo quiera o no, ciertas expectativas y parámetros.

Esta sensación de renuencia ante el adjetivo “femenino” es una larga reacción aprendida a lo largo de mis años de formación literaria, filosófica y más recientemente psicoanalítica. Me aventuro a decir que viene de la sensación de incomodidad que me ha provocado que, por ejemplo, por el hecho de ser mujer y para cumplir su cuota de género, me hayan invitado a formar parte de paneles enteramente compuestos de hombres; cuando me llamaron para formar parte de un grupo de lectura sobre marxismo donde, entre decenas de otros participantes, estaba yo como la única mujer; o cuando me encuentro en debates en los que a muchos de ellos les interesa discutir competitivamente para ver quién ha leído más autores, quién puede hablar con más jerga teórica, o elaborar la mejor deconstrucción de tu tesis1. Sobra decir que, a pesar de haber a veces entrado en su mismo discurso, en esos paneles y grupos frecuentemente se descontaban mis argumentos y mi pensamiento como segundones o como notas al pie. No puedo sino pensar que algo tiene que ver con mi posición de enunciación, que algo tiene que ver con lo femenino el que en conferencias, reseñas o debates se tilda a mi pensamiento de “muy bien escrito”, “muy bonito”, o como algo que “suena muy lindo”. Como si mi pensar fuera un accesorio y no una lanza punzante que logra insertarse en las heridas del discurso. Como si la cualidad de belleza estética de la escritura fuera una sombra que no permite ver los eslabones de la argumentación. Como si escribir bien estuviera peleado con pensar bien, sobre todo porque estoy mujer.

Sin embargo, no quiero caer en la trampa más grande que está en el trasfondo de lo que llevo diciendo hasta aquí. No estoy proponiendo desgenerizar ni el pensamiento ni la escritura. Si algo nos han enseñado los nuevos feminismos que se han dedicado a deconstruir milenios de una disciplina filosófica que se pretende neutral y totalizadora es la evidencia de que hablar nunca es neutral. No quiero escudarme detrás de la supuesta asexualidad del sujeto filosófico. No quiero formar parte del distinguido grupo de pensadores (al que se me ha vendido la ilusión de pertenencia) que reconcentran su “testosterona categorial” en un discurso filosófico tradicional. No quiero ser cómplice de la política normalizadora del cuerpo en el capitalismo contemporáneo que crea una ilusión de realismo en la percepción. Quiero dejar en claro que no hay pensamiento sin adjetivos, sin geografía, sin historia o sin género. El que supongamos que hay un “pensamiento puro” sin atributos es resultado de una estética dominante que oculta el hecho de que todo pensamiento forma parte de una historia y está localizado. Aquello que parecería ser el estado “natural” de la “realidad” es en realidad la naturalización de la percepción de una serie de formas moldeadas por los saberes y por el poder. Por lo tanto, mi propuesta no consiste simplemente en tachar los adjetivos y asumir una imposible neutralidad en mi lugar de enunciación.

Quisiera, más bien, rastrear y pensar lo que llamo el estar femenino, que se relaciona con una erótica y un modo de habitar el mundo, pero no es una categoría identitaria. En español, a diferencia de otras lenguas, tenemos la fortuna de contar con dos verbos diferenciados para hablar del ser como una identidad y para hablar, por otro lado, de sus circunstancias y cualidades transitorias: ser y estar. “En el verbo estar se da un concepto de inusitada riqueza. Sabemos que estar proviene del stare latino, estar en pie, lo cual implica una inquietud. El ser en cambio, proviene de sedere, estar sentado y connota un punto de apoyo que conduce a la posibilidad de definir. Un mundo definible a su vez es un mundo sin miedo y en cambio un mundo sometido al vaivén de las circunstancias es un mundo temible. La oposición entre estar en pie y estar sentado implica también la oposición entre inquietud y reposo”2. Es, en este preciso sentido, que me gusta decir que yo estoy mujer, y no que soy mujer. Estoy en pie y no sentada. No uso ser para evitar caer en la ontología de lo femenino, en una definición que destrozaría el mundo para categorizarlo. Pero tampoco me gusta pensar el género como algo meramente performativo, como hacen ciertos feminismos. Hay algo al nivel de la fenomenología y de lo simbólico en el estar femenino. Aunque el estar femenino tampoco es necesariamente la radicalidad del sexo, sí es una representación que incluye mi humanidad en uno de los (múltiples) cuerpos posibles. Prefiero la inquietud del estar, que baila siguiendo el vaivén caprichoso de las circunstancias a cualquier ortopedia del ser.

De esta manera, propongo un pensamiento que esté femenino (y no que sea femenino) y un femenino que esté pensado. Quiero resaltar la bidireccionalidad: el pensamiento moldea las circunstancias de lo femenino y el estar femenino modifica al pensamiento. Es un pensamiento localizado y que habita un cuerpo y, simultáneamente, está siendo el mismo cuerpo pensante. Esto es una erótica y no una sexualidad idealizada ni metaforizada. Es “un efecto sexualizante del discurso”, como diría Malabou. El pensamiento no es sin cuerpo: es éxtimamente somático. El pensamiento esculpe una erótica que permite trazar nuevas conexiones entre la energía libidinal y la actividad pensante.

Si en algún lado habría que localizar el estar femenino sería en el clítoris. Es el único órgano cuya función es exclusivamente el goce y, por lo tanto, no tiene ninguna función. En El placer borrado: clítoris y pensamiento, Catherine Malabou3, habla precisamente de la borradura más significativa en la historia del pensamiento filosófico y psicoanalítico: la ausencia de la existencia anatómica, política y simbólica del clítoris. Durante siglos, no se habló del clítoris en los tratados anatómicos, tampoco se le representó artísticamente y la cultura intentó evitar hablar de su existencia. Aunque, como reconoce la autora, las cosas han cambiado y hoy se reivindica el clítoris desde diversas prácticas culturales, gestos militantes y performativos, así como desde la publicación de libros que conjuran su invisibilidad. Hace falta repensar la geografía estética y ética del goce, que es lo que yo llamo su erótica.

El clítoris, dice Malabou, es un símbolo mudo. Desde Simone de Beauvoir hasta los transfeminismos, pasando por la obra de Carla Lonzi y Luce Irigaray, Malabou va apuntando los intentos de reconocer la variación de formas que ha adquirido el clítoris en medio del patriarcado, la cultura de la clitoridectomía. Su conclusión es lo que me parece la parte más interesante de su análisis: “la líbido clitoridiana no está separada del intelecto. La vigilia de mi clítoris es sincrónica con la de mi cerebro y la línea de fuego se extiende de un extremo a otro de mi cuerpo”. De una sola estocada une lo que veíamos como dos factores en tensión: la líbido y el intelecto, el clítoris y el cerebro. Los une esa “línea de fuego” que incendia tanto al goce como al pensamiento, en el mismo cuerpo. Más adelante hablará también de la “zona clitoridiana del logos” lo cual da cuenta de la bidireccionalidad de la ecuación. Habría entonces que localizar el estar femenino precisamente en esta zona del goce sin principio ni meta del logos: un pensamiento gozante e incendiario.

En una de sus últimas puntualizaciones, Malabou nos dice que le parece importante recuperar el término menos inadecuado para caracterizar la interacción del clítoris y del pensamiento: “lo femenino”. Es “un femenino al margen de la diferencia sexual, al margen de la heteronormatividad. Un femenino de subjetivación”. También tiende un puente y hermana, en su conclusión, al anarquismo con el clítoris. Ambos tienen el destino común de haber permanecido en la clandestinidad y de pervivir secretamente. Pero también comparten un espíritu incendiario que desafía el orden anatómico, político y social con su dinámica que no tiene ningún principio (arché) ni meta. Pero que no tengan un principio no quiere decir que no tengan memoria. Por eso, repite Malabou, “me parece vital no mutilar al feminismo de lo femenino. Lo femenino es ante todo un recordatorio, recordatorio de las violencias ejercidas sobre las mujeres, ayer y hoy, de las mutilaciones, violaciones, acosos, feminicidios. De esta memoria, el clítoris es… el depositario, símbolo y encarnación”.

Comparto con Malabou el deseo de mantener a lo femenino lejos de su uso como adjetivo, como marcador de la diferencia sexual, como cuando suele usarse acoplado con la palabra “pensamiento” o “escritura”. Comparto también la preocupación vital de mantener la potencia histórica de lo femenino como un recordatorio de sus formas de estar que llevan las huellas de la violencia y de la lucha. Por último, comparto su intuición de que no deberíamos de separar la líbido clitoridiana (y su goce, inútil) del intelecto. No deberíamos mutilarle el goce a la actividad intelectual, pese a su falta de utilidad y propósito.

El goce en la escritura está íntimamente ligado tanto con su corporalidad, frecuentemente olvidada, como con la elusión de cualquier meta. Hay un goce que se experimenta en el cuerpo y un goce que está sin cuerpo (el goce-sentido, el goce que encontramos en la escritura y en el pensamiento). El goce es un exceso y un sobrante, es aquello que marca al cuerpo y al habla. Escribir y pensar desde el estar femenino es eludir la contabilidad del goce, el reconocimiento del goce. Para que no sea cooptado por la sociedad capitalista4. El estar femenino considera que el goce y su sentido están unidos por esa línea de fuego que incendia nuestro intelecto y cuerpo, que estimula nuestra curiosidad y abre senderos que todavía no hemos caminado en conjunto, como una comunidad de seres gozantes. Comencemos a imaginar espacios de difusión del pensamiento, la crítica o la escritura femenina que recuperen el goce (que nos han negado, mutilado). Esto implicaría no tener que justificar una vez más nuestra posición de enunciación y pensar un espacio más allá de la segregación, sin aspirar a esa neutralidad imposible en lo que se dice. Escribir y pensar desde el goce, el estar femenino, es estar alerta y ponernos de pie (junto con el clítoris), lejos de las ataduras de las formas que se nos han impuesto, lejos de entendernos a través de identidades y formas de “ser” estáticas y estériles, con poca imaginación. En vez del álgebra de las igualdades, propongo una topología del goce intelectual.

Ya hay algunos intentos de comenzar a pensar desde este espacio femenino del goce intelectual (desde el clítoris). En los últimos años se han fundado diversos espacios y plataformas de crítica literaria y de pensamiento crítico que están escritos desde nuestro estar femenino. Muchos de ellos tienen el mérito de crear nuevas distinciones y lugares de enunciación que no existían y que muestran la potencia viva en la obra de artistas y pensadoras. Un buen ejemplo de ello es el pódcast y enciclopedia de Hablemos, escritoras, que se dedica a la difusión y promoción de literatura, crítica, y traducción escrita por mujeres en español. Hace ya varios años el pódcast difunde reseñas, recomendaciones, entrevistas con autoras, editoras y pensadoras. Es un ambicioso y valioso foro que le da voz a la crítica y creación hecha por mujeres, para todo tipo de público. Hay otros espacios como La Coyol Revista, una publicación independiente que visibiliza la diversidad de voces de las mujeres en el ámbito literario y artístico. En diversos medios ya existentes, como aquí mismo en Tierra Adentro, también se han abierto espacios exclusivos para creadoras y se dedican números enteros a pensar y difundir el arte hecho desde el estar femenino.

Sin duda hay una diferencia radical entre aquellos espacios sesgados hacia lo masculino en los que se nos hace el favor de invitarnos para llenar una cuota y estos espacios femeninos. En los primeros, se abren las puertas al pensamiento femenino para cumplir con las demandas de un mundo que ya no se queda callado ante las desigualdades. Es decir, nos dan permiso de existir en sus espacios pero bajo sus términos y prerrogativas, siempre y cuando sigamos las normas de su amable invitación. Todo para satisfacer la aritmética de los supuestos números de la “igualdad” presupuesta(da). Al contrario de esto, los espacios femeninos se imaginan desde la apertura de un espacio exclusivo que no ha sido jamás permitido y con el propósito específico de exhibir y mostrar las voces de mujeres. Tienen la virtud de no tener quizás normas implícitas tan definidas, precisamente por ser espacios jóvenes y de vanguardia. Pero el hecho de hablar de escritura femenina e invitar al pensamiento femenino por el mero hecho de su feminidad también termina por ser otra forma de contabilizar el goce, de intentar balancear la ecuación de la igualdad.

Hay que navegar estas aguas simbólicas con cuidado. Rápidamente los símbolos devienen mercancía en nuestro escenario social capitalista al que le encanta la inclusividad. Ya ha pasado, con el ecologismo, el feminismo y hasta con los movimientos LGBTIQ+, que el mercado ha cooptado para integrar los nuevos mensajes. Si bien, estos espacios de pensamiento son logros que hay que celebrar y difundir, será necesario también ser críticas de ellos. Porque lo que menos quisiera es que estos espacios actúen como un refuerzo de las identidades normalizadoras y operen a favor de la fragmentación de la unidad en la que cada movimiento se centra en su propio sujeto, sin darse cuenta de la interdependencia del sistema de dominación (del poder del capital que, en última instancia, es la contradicción dominante de nuestros tiempos). Me gustaría que estos espacios estuvieran menos teñidos de ínfulas de grandeza por el mero hecho de ser pioneros y que romanticen menos su marginalidad (no por ser el único espacio exclusivo sobre mujeres hay crítica de calidad). Me gustaría que su estilo fuera más sencillo y menos cursi (estoy cansada de la “importancia” de la obra de fulanita, la autobiografización de las lecturas críticas, los calificativos de libros que “tocan muchos miles de almas” y resultan “inolvidables”, o de lecturas que nos invitan “a reflexionar en torno a lo que significa ser mujer en los tiempos en que vivimos”).

Me gustaría que los espacios de crítica fueran realmente críticos y que no den por supuesto las categorías que explotan (¿se pueden criticar las obras y las críticas, escritos por mujeres, llenos de clichés gastados que no funcionan?, ¿alguno de estos espacios cuestiona sus categorizaciones, su ser femenino?). Me gustaría un pensamiento con más imaginación y que abrace la multiplicidad, y menos discursos anclados en la vieja dialéctica del amo y del esclavo, reduplicando la lucha por el “reconocimiento” del otro. Me gustaría que las propuestas no se den por buenas solo por el hecho de que “visibilizan” o “dan voz” a lo que hasta ahora había sido invisible o silenciado. Me gustaría que creáramos comunidades que no pasen por las identidades y las demandas de la producción. Me gustaría más un estar-en-común, más cercano a una erótica compartida que a una definición del esencialismo del ser-otro. Me gustaría poder salir de la victimización incesante y de las excesivas heridas narcisistas, los demasiados pronombres e identidades. Me gustaría seguir pensando el estar femenino y lo que significa hablar desde el clítoris (del pensamiento).

Ilustración de Pamela Medina

Ilustración de Pamela Medina

  1. Debo de aclarar: los hombres como género y construcción social no son lo que cuestiono, sino la posición dentro de la estructura de poder que asumen algunos que, en este caso, eran del género masculino y, en otros, incluyen también a mujeres.
  2. Rodolfo Kusch. Obras completas. Geocultura del hombre americano. Tomo III. Santa Fe: Fundación Ross, 1975, p. 364.
  3. Catherine Malabou, El placer borrado: clítoris y pensamiento. Trad. Horacio Pons. Buenos Aires: Ediciones la Cebra, 2021.
  4. Dice Alenka Zupančič que “el capital hace al desecho algo contable”. En “Surplus Enjoyment as Surplus Jouissance”, J. Clemens y R. Grigg, eds., Jacques Lacan and the Other Side of Psychoanalysis, Durham: Duke University Press. p. 170.