Patrimonializar la memoria
Resulta interesante que, desde hace algunos años, uno de los temas que ha acaparado la atención sobre el patrimonio cultural es la intervención de grupos o movimientos que se manifiestan en los espacios públicos y utilizan monumentos, muros y otras estructuras para exponer sus problemáticas.
Como en prácticamente la mayoría los temas, el debate se ha visto polarizada entre conservadores (en las dos acepciones del término) y quienes consideramos que la materialidad no permanece fija, pues su función debe contemplar la reescritura de la memoria que registra. En las siguientes líneas se expondrá un rápido acercamiento a las condiciones que han posibilitado el concepto patrimonial que tenemos ahora, y se recuperará una reflexión respecto a la herencia y la memoria como eje para la estructura simbólica del patrimonio.
Pertenencia y herencia: el eje patrimonial
Aunque los usos y formas de usar una palabra siempre cambian, la raíz en la que se conformó, guarda algo de su significado; es el caso de la palabra patrimonio que, en el mundo latino significa patri (padre) y onium (recibido), aquello que es “recibido por el padre”. Bajo esta idea, el patrimonio es un bien material o simbólico que se transmite para resguardar, lo mismo la propiedad privada, que la memoria y los conocimientos compartidos.
Las relaciones de parentesco en Occidente se han ligado con la idea de preservación de los bienes (materiales y simbólicos). Así, lo considerado como patrimonial comparte esta lógica de correspondencia, lo que conforma las ciudades como ese almacén de estructuras pasadas y presentes que fortalecen la idea de construcción de un futuro mejor, el discurso de cada proyecto de estado, bajo las promesas de la modernidad, iniciado con las colonizaciones.
Es en el periodo moderno que surge la noción de patrimonio cultural, como se entiende en la actualidad. Si se revisan los acervos patrimoniales en países latinoamericanos, se observará una línea que recupera aspectos relacionados a la identidad nacional y sus formas de resguardarla. Esa necesidad de rastrear un pasado que contemple un porvenir más prometedor y que se basa en los principios del progreso prometidos por el capitalismo.
El proyecto de los estados latinoamericanos “se copió y trasladó de un modelo de nación que en Europa había costado cuatro siglos para elaborarse y gestarse” (Barbero, 2012, pág. 80), por lo que el concepto de patrimonio se configura, en la modernidad, a partir de la necesidad de otorgar clasificaciones y registros de una versión histórica que se constituye como el eje simbólico de la construcción de una identidad nacional jerarquizada, y que ve en Europa el “ejemplo a seguir” para una organización política, social, económica y cultural.
En México, la conformación de políticas culturales durante el siglo XX requirió de una serie de adaptaciones para lograr los objetivos de museificar o performar museos, aquellos espacios con usos sociales diferentes. Los recintos con usos cotidianos divergentes continuaron, con modificaciones como su apertura al “público”, como los circuitos poseedores de los elementos a resguardar. Los templos de la religión eran también los templos del arte. La función religiosa pedagógica que había tomado el arte, con la evangelización, persistió bajo la mirada moderna sobre los circuitos de exposición:
la mayoría da por supuesto que los museos están llenos de Sagradas reliquias que se refieren a un misterio que los excluye: el misterio de la riqueza incalculable. En otras palabas, creen que esas obras maestras originales pertenecen a la reserva de una clase social alta privilegiada. (Berger, 1972, pág. 15)
Los espacios de exhibición de distintas representaciones de la memoria: historia y arte, sobre todo, se presentan como democratizadores en tanto su apertura pública, pero inaccesibles para la reapropiación crítica. Esto es, para recuperar un fragmento de lo considerado como memorable e histórico se homogeneiza un argumento lineal que no contempla las relaciones de poder ni la reflexión en torno a cómo se preservan de manera material y simbólica, a partir de la noción de patrimonio y sus dispositivos para la conservación del estado-nación.
Es decir, las estrategias y herramientas utilizadas para resguardar la narrativa de lo nacional: museos, catálogos, edificios, editoriales, programaciones culturales, conforman un dispositivo, “un conjunto heterogéneo que incluye virtualmente cada cosa, sea discursiva o no: discursos, instituciones, edificios, leyes, medidas policíacas, proposiciones filosóficas” (Agamben, 2011, pág. 1), que, en este caso, busca preservar la memoria, bajo una previa curaduría.
Pasa lo mismo con los bienes como con las palabras, la herencia supone una forma de acceso al pasado; con relación a los patrimonios culturales es la experiencia de una multitud, el acontecimiento compartido al que se aspira y al que Jaques Derrida señalará como “el tiempo que se reconoce inaprensible”, un pasado “al que no se puede acceder”.
En Escoger su herencia (2003), Derrida ofrece una vasta reflexión en torno a las diferentes formas de heredar (sobre todo en cuanto al pensamiento o la forma de elaborar una postura filosófica). En su tesis alude al carácter eurocéntrico de las conformaciones o preguntas tanto filosóficas como del derecho, sin embargo, apunta que una de las tareas de la deconstrucción consiste en “extraer de la memoria de la herencia las herramientas conceptuales que permitan impugnar los límites que esta herencia impuso hasta ahora” (Derrida J. , 2003, pág. 18). Porque las formas de construcción de la memoria apenas ofrecen claves para interpretar el pasado y cómo es que influye en el presente.
Memoria heredada y memoria modificada
Sin el registro, sin posibilidad de manifestarse a través de la memoria, el pasado parecería inexistente. Es la escritura, los monumentos, la muestra y sus reconsideraciones las que permiten su permanencia. El registro, entonces, convoca siempre a un contexto previo que está por cambiar, al tiempo que retorna a la huella.
El acontecimiento y su registro son apenas signo que en su movilidad recobran significado. En el texto “Schibboleth para Paul Celan”, Derrida nos confronta con la noción de la data repetida y revisitada por la memoria:
Este ad absurdum radical, la imposibilidad de lo que, cada vez una sola vez, sólo tiene sentido al no tener sentido, sólo tiene sentido al convocar, para dejarlos al descubierto, al concepto y a la ley y al género, es el poema puro. Ahora bien, el poema puro no existe o, mejor, es lo que “¡no hay!” (das es nicht gibt!) A la pregunta: ¿de qué hablo cuando hablo no de poemas sino del poema, Celan responde: “¡Hablo, pues, del poema que no hay! / El poema absoluto no, esto ciertamente no hay, no puede haberlo.” (Derrida J. , 2003)
En el texto de Derrida problematiza y posibilita las preguntas sobre la fecha, el registro, el testimonio y la memoria; revisitar, para el filósofo, implica no solo el reconocimiento de “lo que pasó”, sino la posibilidad de “traerlo a/en vida”, con una experiencia que insiste recupera y modifica el original.
Lo que caracteriza al testimonio es la subjetividad del recuerdo y la posibilidad de exponer más que una realidad tamizada por la objetividad (como en la falsa pretensión de la disciplina histórica del siglo XIX), la exposición abierta del simbolismo que crea, no la supuesta escena de lo real; sino el ambiente que la rodea.
Y a partir de la idea anterior, me parece relevante recuperar la reflexión sobre el patrimonio, pues, si bien se plantea como una herramienta para resguardar la historia compartida, en algunas visiones se preserva la noción de elementos estáticos que resguardan una verdad basada en textos que nos aproximan a un hecho, pero que omiten el resto de la narrativa.
La patrimonialización corre el riesgo de volverse inventario descriptivo que recupere el proyecto iniciado por Marco Polo, pero que no permita la capacidad crítica de su análisis, en su exceso y deseo por el regreso a un momento que es imposible de aprehender.
La inmovilidad del pasado vs el dinamismo de hoy
Como se ha mencionado en este texto, una de las problemáticas para la gestión del patrimonio es que requiere la actualización de las nociones de la historia, el tiempo, la memoria e incluso el arte. La conservación de los circuitos materiales se relaciona más con la posibilidad de almacenar el relato de las estructuras de poder, pero se olvida de revisión crítica de su configuración. Para algunxs existe la necesidad de resguardar el pasado bajo el sosiego de una supuesta verdad que alberga apenas detalles, pero que no se relaciona con las desigualdades que hoy habitamos.
Para seguir con la idea anterior, lo que se expone en los relatos patrimoniales no siempre responde a la conformación de una postura crítica sobre el concepto de interpretación histórica, sino que preserva las nociones decimonónicas de identidad nacional, al tiempo que utiliza los dispositivos tecnológicos que lo colocan como elemento simbólico del progreso: desde elementos audiovisuales, módulos interactivos en museos y circuitos patrimoniales, hasta visitas virtuales y todas las maniobras para la digitalización de los acervos patrimoniales.
No obstante, lo que también se preserva son las ideas que sustentan la visión heteropatriarcal del héroe, su herencia y los mejores tiempos tras una lucha por salvaguardar el eje del estado nacional. Un ejemplo es que, para la tercera década del siglo XX y con la configuración de la idea de “nación” moderna, se crean la Secretaría de Educación Pública, el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el Instituto Nacional de Bellas Artes; a través de estas instancias se desarrollaron proyectos y convocatorias que, en principio, tuvieron una fuerte carga de reconocimiento de las expresiones artísticas relacionadas con “hechos” o “personajes” de la etapa Revolucionaria. Muestra de lo anterior, son los murales del Palacio Nacional y de la Secretaría de Educación Pública como un proyecto de Arte Nacional, a través de las propuestas de lo que José Luis Cuevas denominara “la cortina del nopal” y que, en el caso de los edificios mencionados, estuvieron a cargo de Diego Rivera.
La movilidad no radica en la distribución del espacio y el relato disneyificado de la historia, entendiendo este término, por una parte, como el proceso que describe D. Harvey sobre Europa “tratando de rediseñarse siguiendo los estándares de Disney (…) La insulsa homogeneidad que acompaña a la pura comercialización borra las ventajas del monopolio; los productos culturales se diferencian cada vez menos de otras mercancías.” (Harvey, 2012, págs. 140-141). Por otra parte, el término también se aplica a las narrativas que exponen el suceso histórico, pues suelen ser relatos que se resuelven a través de una exposición quimérica de personajes: buenos-heroicos y malos-antagonistas, además de presentarse como fragmentaciones con temporalidades definidas: el episodio colonial termina “alegremente” con la abolición de la esclavitud y el grito de independencia; una supuesta revocación que soslaya la explotación que aún tiene vinculaciones raciales basadas en la colonialidad.
La memoria patrimonializada se configura como inventario de elementos y acontecimientos que disneyfican su potencia política, con propósitos económicos. Y, aunque el patrimonio como concepto tiene la noción de herencia y la capacidad de recuperación de “aquello que se es”, como parte de las narrativas actuales se asume como una posibilidad más para confirmar las promesas del progreso, aunque ya no incluya una reflexión crítica sobre las inequidades en la obtención y distribución de sus beneficios materiales y simbólicos.
Bibliografía
Agamben, G. (2011). ¿Qué es un dispositivo? Obtenido de Revista Sociológica: www.revistasociologica.com.mx/pdf/7310.pdf
Barbero, J. M. (2012). De la comunicación a la cultura: “Perder el objeto para ganar el proceso”. Bogotá: Signo y Pensamiento.
Berger, J. (1972). Modos de ver. Obtenido de https://paralelotrac.files.wordpress.com/2011/05/modos-de-ver-john-berger.pdf
Derrida, J. (2003). Escoger su herencia. Diálogo con Élisabeth Roudinesco. En Y mañana qué. Fondo de Cultura Económica.
Derrida, J. (2003). Schibboleth para Paul Celan . Obtenido de Escuela de Filosofía Universidad ARCIS: www.philosophia.cl
Harvey, D. (2012). Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revolución urbana. Madrid : Ediciones Akal .