Tierra Adentro
Ilustración realizada por Hilda Ferrer
Ilustración realizada por Hilda Ferrer

Entrelazando caminos: ¿Destejer el patriarcado o preservar la cultura?

Escribo estas líneas a propósito de la conmemoración del Día Internacional de los Pueblos Indígenas con la intención, en especial, de reflexionar sobre las luchas que están haciendo las mujeres indígenas desde sus mundos: los espacios donde habitan, sus miradas críticas, sus posicionamientos políticos, sus utopías y rebeldías. Y lo hago porque justo las mujeres indígenas cada vez más van abonando a generar espacios de dialogo y reflexión sobre las relaciones de poder que también permean en nuestros pueblos indígenas. Entonces, en esta fecha que busca preservar la cultura de los pueblos indígenas, sus formas de organización, sus formas de vida, me pregunto: ¿por qué preservar una cultura indígena que, en sus prácticas cotidianas, existen relaciones de poder donde nos posicionan a las mujeres en desventaja, pues enfrentamos a múltiples violencias y condiciones de desigualdad? A propósito, nos dicen: “que distamos de la realidad comunitaria, porque en nuestros pueblos caminamos parejo y no es real que los hombres sean más que las mujeres. Ellos aseguran y lo han hecho en eventos públicos que en nuestros pueblos hay armonía, que hay complementariedad” (Sánchez, 2005: 51). Pero es una dualidad y una complementariedad jerárquica y patriarcal (Paredes, 2010) que no deja de configurar violencias y desigualdades que, por lo demás, se consideran propias de nuestras culturas indígenas, naturalizándose y justificándose en el cotidiano, haciendo invisible esa estructura patriarcal que violenta el cuerpo de las niñas y las mujeres solo por ser mujeres… Por el simple hecho de ser mujeres mutilan nuestros sueños y entierran nuestros nombres, transformándonos en cadáveres a la deriva: cuerpos pudriéndose en bolsas de basura, en terrenos baldíos, en fosas clandestinas.

Entonces, ¿será necesario seguir preservando esta cultura, las normas comunitarias, las lenguas indígenas, aunque las niñas sigan siendo violadas por sus propios hermanos, padres y tíos, y las mujeres sean asesinadas por sus hijos o esposos? O quizá sea mejor detenernos un momento para no caer en los esencialismos étnicos que romantizan la existencia y la resistencia de los pueblos indígenas, digna sin lugar a duda, pero muchas veces excluida de las relaciones de poder que determinan la vida de todas las personas y comunidades. Con este esencialismo étnico se sigue reproduciendo una cultura donde los entronques patriarcales (Cabnal,2010) operan violentando los Derechos de las mujeres, encasillándonos en espacios domésticos, como espacio obligatorio de labores del hogar, del cuidado de hijas/os, poniéndonos al servicio de los hombres y nombrándonos guardianas de la identidad, preservadoras de la lengua indígena y de la indumentaria de nuestros pueblos.

Hoy es preciso cuestionar las prácticas machistas, las relaciones de poder, las jerarquías en nuestros pueblos, pese a que algunas feministas blancas nos acusan de estar atrapadas en la lucha étnica o se permiten afirmar que lo mejor para nosotras es que nuestras culturas se extingan y podamos integrarnos de lleno y sin restricción a la cultura nacional que, se afirma, es menos sexista (Okín en Cumes, 2014). Muchas estamos cuestionando nuestra cultura para dejar de romantizar a nuestros pueblos indígenas, esto es, dejar de vernos como personas buenas, con cosmovisión y espiritualidad, porque no es así, porque allí existen relaciones de poder que están oprimiendo a las mujeres.

Entonces, me vuelvo a preguntar, ¿será necesario seguir preservando esta cultura? Esta cultura donde yo solo miro a mi madre bordar la tristeza, donde yo solo miro a mis abuelas caminar hacia la soledad hundiendo sus pasos al vacío, donde yo solo veo sus recuerdos flotando en un charco de lodo y sus cuerpos llagados hundiéndose en mi memoria, donde yo solo veo a las mujeres atadas bajo la sombra de la desesperación, mientras sus ojos se desangran.

Sin embargo, cuando escudriñamos en la memoria de los pueblos y en las apuestas de transformación de sus mujeres en búsqueda de respuestas somos invitadas a retomar con fuerza las luchas de las abuelas y ancestras, pues ellas lucharon contra el colonialismo, epistemicidio, y el olvido de los pueblos. Somos invitadas, en suma, a ir más allá, tocar la llaga, verla sangrar, buscar una cura o, en dado caso, comenzar a suturar con el hilo de la esperanza. De este modo, pese a su aparente paradoja, debemos reconocer que las mujeres indígenas históricamente hemos luchado por nosotras y por nuestras comunidades exigiendo, al mismo tiempo, transformaciones profundas en nuestros pueblos. El ejemplo paradigmático es el de las mujeres indígenas zapatistas, quienes alzaron la voz en medio de una lucha compleja en ese México racista que aún pervive para demandar la autonomía de los pueblos y, también, cambios profundos en la vida comunitaria a través de su Ley Revolucionaria, que le dice no a los matrimonios forzados, y sí a la maternidad elegida, a la participación efectiva en cargos de elección popular, al derecho a la educación, entre otras. Otro ejemplo es el movimiento de las mujeres feministas comunitarias de Bolivia, donde se adscriben muchas mujeres indígenas Aymaras, que viene haciendo un análisis interseccional de la clase, el género y la raza, con el ánimo de construir herramientas políticas que les permita comprender su subordinación específica ante una despatriarcalización (Guzmán, 2021; Galindo, 2021) de sus territorios y rebelarse ante las tramas que lo componen.

Reconocer estas luchas de diversas mujeres indígenas quienes han venido abriendo camino, analizan y reflexionan sus propias historias y la de sus abuelas y sus ancestras, quienes reconocen las múltiples violencias que vivimos por parte de los propios compañeros indígenas, es fundamental en la tarea de no sólo pensar lo otro, lo externo, sino el sí mismo, lo interno: nuestros entornos, nuestras familias, nuestras comunidades, como afirma Galindo (2021), para lograr una despatriarcalización tenemos que transformar, “la comida, la tierra, el trabajo, la salud y el sexo… la lucha que se busca no es solo un proyecto de Derechos para las mujeres, sino un proyecto de transformación social” (p. 53). No obstante, cuestionarnos todo esto, muchas veces implica renunciar a nuestros privilegios y comodidades. Posicionarse políticamente desde el feminismo, y desde la crítica genera tensión al interior de nuestras comunidades y espacios organizados, pues existen narrativas en donde nos posicionan como mujeres blanqueadas, occidentalizadas, amestizadas, lo que provoca una deslegitimación de nuestra voz al interior de los movimientos. Como consecuencia, nos anulan, expulsan y amenazan de muerte. Tal es el caso de Lorena Cabnal, maya xinka feminista de Guatemala, quien fue desterrada de su pueblo por iniciar una lucha para frenar los abusos sexuales en su comunidad. Esta situación parece llegar a su colmo cuando, como en mi caso, nos posicionamos como mujeres indígenas feministas lo cual, para muchas miradas, es un oxímoron porque tu identidad cultural no se puede articular a tu identidad política: o eres indígena o eres feminista (Sibai, 2018). Algo similar acontece en la cultura náhuatl, tal como lo afirma la académica náhuatl feminista Kostik, cuando dice que muchas tenemos miedo a nombrarnos feministas porque para las autoridades podría ser una amenaza, por eso muchas no hablamos del feminismo, porque siempre hay un miedo a ser descalificadas, porque estamos mal, porque en nuestras “epistemología originaria no existen términos como género, feminismo, patriarcado, desigualdad, empoderamiento, entre otros; sin embargo, en el imaginario se encuentra muy bien definidos y normados” (Sebastián, 2019 :96).

En consecuencia, posicionarse como feminista siendo una mujer indígena es un proceso delicado, que requiere de mucha fuerza, puesto que tiene costos emocionales, familiares y comunitarios. Por ejemplo, mi experiencia al igual que la de otras compañeras se enmarca, hoy por hoy, en una estigmatización del ser feminista, pues hay argumentos en el que apuntan que ser feminista es “no tolerar a los hombres o ser lesbiana” (Sánchez, 2005:47). Y es que es cuestionar tu cultura, las prácticas del pueblo, es ir contra corriente. Cuando vamos contra corriente asumiendo los costos de tal rebeldía, una llega a pensar que es la única en ese camino, pero en el trayecto nos damos cuenta de que no y es cuando reconocemos la importancia de tejer redes con otras mujeres. Es así, que cuando otras compañeras acuerpan tu lucha y tus lutos, el camino se vuelve alentador. En ese sentido, “nosotras vamos retomando todo lo que nutre nuestra lucha, y vamos dando a las otras mujeres todo lo que pudiera nutrir su propia lucha, en algunos momentos nos unimos en voces, eventos y exigencias a quienes corresponde en este país o fuera de él, pero con nuestra propia estrategia para seguir luchando adentro de las comunidades y organizaciones por hacer de nuestra lucha” (Sánchez, 2015:50). Las alianzas se vuelve una estrategia para fortalecer las luchas de nosotras las mujeres indígenas y más cuando es sabido que, muchas veces, nos tachan de radicales al unirnos a los movimientos feministas, al hacer alianzas, al nombrarnos feministas.

Hemos escuchado decir que el machismo en nuestros pueblos no existe, que es un invento de los otros, pero es este sistema que nuevamente no nos suelta, que no nos deja ver más allá, que nosotras mismas normalizamos porque este sistema nos ha hecho creer que esto es así, por eso, será necesario hacer una pausa, cuestionarnos, reflexionar nuestro entorno, reconociendo que las luchas de mujeres indígenas son históricas, se dan por y en la comunidad, y por ello hay costos como la estigmatización o la expulsión, pero también alianzas, todo ello guiado por la fuerza de las abuelas y ancestras. Entonces, en esta fecha que busca preservar la cultura de los pueblos indígenas, sus formas de organización, sus formas de vida, respondo a mi pregunta: para preservar la cultura es preciso romper con las tramas esencialistas y patriarcales que sostienen la verticalidad de las relaciones de poder al interior de nuestras comunidades.


Autores
Poeta, traductora maya tsotsil de San Juan Chamula, Chiapas, 1995. Licenciada en Lengua y Cultura por la Universidad Intercultural de Chiapas 2013-2017. Cursó la Maestría en Estudios E Intervención Feministas en el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, UNICACH-CESMECA, 2019-2021. Asistió al Programa de Escritura Creativa del Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa E.U, en 2021. Premio Estatal de la juventud 2021 en la categoría Fortalecimiento a la Cultura Indígena.

Ilustrador
Hilda Ferrer
Jarocha de nacimiento pero residente en CDMX, diseñadora de profesión, ilustradora de corazón, apasionada por los cómics y las caricaturas. Llevo casi 10 años generando gráfica y conectando con personas a través de ella. Me inspira muchísimo el cómic autobiográfico, me parece maravilloso, gratificante y motivador. Se ha vuelto una forma de terapia ocupacional muy importante en la vida, donde espejeo mi existencia con la de la otredad. El año pasado escribí, ilustré y auto publiqué mi primer comic llamado “Las trampas del ego”, actualmente trabajo en los siguientes tomos. Siempre he pensado que la vida es una aventura donde tú eliges que escenario quieres ver, que sensaciones quieres sentir y que papel quieres protagonizar. Creo firmemente que el viaje es el destino y hay que transitarlo con amor y coraje.