Tierra Adentro
Ilustración realizada por Karina Janis
Ilustración realizada por Karina Janis

Escribir un manifiesto, cuya pretensión atemporal es tan potente como la literatura, implica pronunciar que llegó el momento de hacer una declaración. Todo manifiesto conlleva un sentido de urgencia. Y, por lo tanto, no siempre se puede distinguir entre lo que proclama y su momento. Un manifiesto anuncia, programa. Es un acto imperativo que busca dinamitar el presente para impregnarlo con la simiente del futuro, es decir una mezcla entre intervención inmediata con lo que se imagina sobre el porvenir.

Un manifiesto hoy, en pleno siglo XXI, es un gesto anacrónico. Estoy convencida, sin embargo, de la potencia combativa de la literatura. Entre los regímenes estéticos y las formas de representar o pensar la realidad, el discurso literario tiene (aún) un carácter incisivo La literatura incomoda, gusta y disgusta; se publicita, se olvida en estantes o en bodegas; se consume o se vive. Pero su fortaleza no está en su ciclo (re)productivo o comercial, sino en su capacidad de articular verdades.

Sin embargo, más allá de hacer un diagnóstico del empobrecido o virtuoso estado actual de la literatura o de elaborar una crítica sobre el tipo de escritura que hoy está en boga (aunque apenas se lea y muchas veces los lectores sean una aguja en un pajar),lo que busco manifestar son siete principios (número completamente arbitrario y,  ajeno a una confluencia fantástica) sobre lo que concibo como la literatura pensante, la cual implica atravesar los impasses de la razón y analizar realmente; ir en contra de todo lo que creíamos definido y delimitado como “discurso literario”.

1.- La literatura es una forma de pensamiento

Esta afirmación no es inocente, aunque sí elemental. Pone en la misma línea y campo a un régimen estético y a un proceso mental y subjetivo. Esto quiere decir que, a través de las palabras elaboradas de una cierta manera, los sujetos somos capaces de articular (a través de ellas, del lenguaje y el sentido) lo que de otra manera serían pensamientos informes, sin cuerpo. Y, más allá de esto, implica que hay que leer literatura no meramente como una forma de entretenimiento, de comunicación o de registro testimonial sino, más bien, como pensamiento y para crear otras formas de cómo pensar (nunca de qué pensar).

2.- La literatura tiene su propio lenguaje y es capaz de crear conceptos, lógicas, formas, figuras y estructuras

Lo dicen quizás mejor que nadie los lingüistas que estudian las funciones del lenguaje, pero entre las diversas funciones para las que lo utilizamos, hay también una una específicamente poética o estética.

La literatura tiene la peculiaridad de usar como materia prima un material que se usa para muchas otras cosas: el lenguaje. La función poética del idioma tiende a orientarse hacia el mensaje mismo, ya que es un fin y no un medio para otra cosa.

Gracias al lenguaje, la literatura crea conceptos, lógicas, formas, figuras y estructuras propias. Se rehúsa a tener solo una función comunicativa, argumentativa, filosófica, histórica o lingüista-retórica. La literatura es una esfera separada; su especificidad es la de un espacio en el que se estructura una forma particular de pensar y un cierto uso de la palabra.

3.- La literatura está en diálogo o en contradicción con (y no se subsume o se lee a través de la lente de) otras teorías (la historia, la filosofía, la política, etc.)

Si asumimos que la literatura, desde la función poética, crea conceptos, lógicas, formas, figuras y estructuras, entonces no es una pobre indefensa que requiere leerse a través de la lente de [inserte el nombre de su teoría favorita de moda]. Aunque, por otro lado, tampoco se trata de dilucidar, desde el narcisismo literario, cómo funciona la teoría de la literatura, ya que nos llevaría solamente a una suerte de metaliteratura, puramente autorreferencial.

4.- La literatura reflexiona permanentemente acerca de su quehacer, su forma, los procesos y la materialidad de la escritura

El quehacer reflexivo de la literatura es permanente y, a su vez, sus formas siempre están cambiando y están en movimiento. Esto no significa que se cree una teoría para explicar y justificar sus procedimientos. Serán los acontecimientos de cada época, los cambios en las formas sensibles de ver y clasificar los saberes los que dicten sus formas de reflexión.

5.- La literatura que piensa no es ni una teoría dada ni un punto de partida para el pensamiento, sino una práctica en movimiento y, simultáneamente, un pensamiento nómada

No se trata de que la literatura establezca una serie de enunciados fijos o de axiomas que servirían como puntos de partida para toda práctica futura. Al contrario, se trata de que, en su labor, en su movimiento, vaya labrando sus restos en forma de letras y tierras, que bien podríamos llamar “lituratierra”. Por lo que considero que la literatura no es (o no debería ser) identitaria, ni sobre la vida de un autor o sus circunstancias, sino que debería avocarse a pensar su tránsito, la subjetividad, su decir y su pensamiento nómada que siempre se articula con las palabras que tomamos prestadas, en cada iteración.

6.- El tiempo de la literatura es el de lo históricamente atemporal

Toda obra literaria está ubicada tanto en la historia (asumiendo su lugar en la tradición y la línea de continuidad) como en una instancia atemporal (en donde no hay identidad, no hay causas ni efectos). T.S. Eliot concebía a la tradición literaria como un orden total e indivisible; decía que cada nueva obra de arte viene a irrumpir en el orden de toda la tradición literaria y requiere que se reajuste el campo entero para poder incluirla.

Esto quiere decir que, desde el presente, cada nueva obra, acomoda retroactivamente la tradición entera. A su vez, no se puede negar que hay una tradición, una historia, que enriquece a cada obra, pero que no lo predetermina ni dicta una causalidad. La literatura es atemporal en el sentido en el que rechaza cualquier imposición preexistente de la historia u otros discursos.

Además, crea verdades y las verdades son eternas. La literatura sigue su propia tradición en donde la imaginación no está atada a la episteme actual, sino a un afán y deseo de volver a empezar, de modificar y moldear formas de pensamiento, proyectando posibilidades alternativas a las que ya existen.

7.- La literatura no tiene atributos

Como escritores y lectores estamos condicionados por el contexto extraliterario (económico, político, social, psicológico, físico, etc.). Desde que surgió la noción de autoría y los libros se empezaron a comercializar, lo que se vende en muchos libros es el nombre del autor, su nacionalidad, su pertenencia a una minoría (o mayoría), el género literario, la relevancia inmediatista del texto o su discusión sobre el tema de coyuntura.

A pesar de que se proclamó hace años “la muerte del autor”, parece que la publicidad no se ha enterado y sigue siendo la piedra angular de la identidad de la obra literaria. Y más cuando tantos autores están obsesionados con ensayar incansablemente acerca de su propio yo y de su narcisismo que no mira más allá de sus narices.

Lo extraliterario frecuentemente invisibiliza el verdadero pensar literario porque conlleva ciertas expectativas y se adapta a ciertos regímenes de la verdad y del poder. Pero tampoco se trata de deshacerse de él, sino de asumirlo para pensar cómo no funciona, cómo no corresponde y cómo es posible fracturar las condiciones de producción de la literatura.

Las formas literarias de pensamiento no rehúyen simplemente de su geografía, de su espacio de enunciación, de su condición política o de su identidad; pueden atravesar esas categorías para que dejen de asfixiar sus formas. Los llamados orígenes (atributos) deben destejerse, sobre todo, si tomamos en cuenta que, para poder escribir, es necesario crear una forma de escribir.


Autores
(Ciudad de México, 1989), doctora en literatura latinoamericana por Cornell University. Psicoanalista en formación. Ha publicado múltiples textos académicos y crónicas en revistas nacionales e internacionales. Su libro Curaçao: costa de cemento pueblo de prisión (FETA: 2019) fue ganador del Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay 2019.

Ilustrador
Karina Janis
Artista gráfica Tamaulipeca formada en la ciudad de Puebla. Su obra presenta batallas internas entre la dualidad de los seres vivos: Luz y oscuridad. Explora la complejidad de estos opuestos así como la resiliencia y el autoconocimiento. Con un interés marcado en la naturaleza y los elementos que la componen se adentra en cómo los hábitos de consumo del ser humano han repercutido en el entorno, afectando ecosistemas enteros.