Los ojos de Dersu: Naturaleza y cultura en Kurosawa
La calidez de los vínculos humanos, que se despliegan en el tiempo y espacio con el estigma de la multiplicidad, suele escapar a las palabras que lo nombran, desbordando los compartimientos en los que pretenden ser coleccionados. Las fronteras en sus distintas formas son nimias ante el poder que nace de lo común, aquel que brota de entre las manos que se funden en sagrada complicidad, constante génesis de alianzas vitales.
El conflicto, aún más vital, vislumbrado como motor, no como freno amenazante, tiene la forma indómita del fuego. Existe como posibilidad de hogar, como ceniza fertilizante para el suelo en el que se camina y se siembra. Las ramificaciones en la historia humana han derivado en un universo de experiencias complejas, en el que a veces no se presagia sino la destrucción de unas a costa de otras; la misión de explicarlas contiene una especie de maldición, pues modifica dichas experiencias cuando no crea nuevas.
Más que huir de aquel laberinto antropológico en el que se ponen en juego los conceptos de dominio, conquista y superioridad, la pretensión es la de reconocer que de forma paralela y en constante contacto con estos fenómenos, donde pareciera haber una contradicción irresoluble, una situación límite, la posibilidad del complemento, la manifestación dialógica de la relación humana y la mutua admiración de lo que humaniza al humano, aún son parte del horizonte.
El conocimiento que el ser humano ha generado sobre su vida, en tanto que su vida convive con otras vidas (incluyendo las no-humanas), ha sido parte de la diversificación de experiencias humanas, y tras un proceso de miles de años, sigue determinando (en muy distintos términos) nuestra experiencia vital, siendo fuente de las llamas1 con las que iluminamos el camino y con las que nos inmolamos junto con los árboles a los que les despojamos de sus maderas.
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En 1971 Akira Kurosawa se cortó las venas del cuello y de las muñecas. El ya envejecido cineasta japonés sobrevivió y un par de años después comenzó a filmar su segunda película a color. Se suele decir que este intento de suicidio tuvo sus causas en el fracaso de su pieza coral Dodes’ka-den (1970) lo cual provocó que los estudios japoneses le negaran financiamiento a sus proyectos cinematográficos.
Sin embargo, en 1972 el productor de Dodes’ka-den, Yoichi Matsue fue contactado por el emblemático estudio soviético Mosfilm, para negociar la adaptación cinematográfica de una obra literaria que dirigiría Kurosawa. El 1 de enero de 1973, Matsue cerró el trato con la condición de que Kurosawa recibiera el control creativo total sobre la pieza. Mosfilm quería que Toshiro Mifune, recurrente colaborador de Kurosawa, protagonizara la película, pero Matsue les convenció de lo contrario, ya que Mifune no se comprometería con una producción que aparentemente sería larga. Finalmente, se eligió al actor tuvano Maxim Munzuk.
A Mosfilm, al igual que al estudio japonés Toho, con el que Kurosawa solía trabajar, le resultó imposible mantener al perfeccionista director dentro de un presupuesto y un calendario ajustados. De cualquier forma Mosfilm, responsable de las más influyentes piezas de directores como Sergei Eisenstein, Andrei Tarkovsky, Mijail Kalatózov y Larissa Shepitko, fue el la aliada insospechada con la que el cineasta japonés pudo reactivar su práctica cinematográfica.
De alguna manera Kurosawa ya había tenido un acercamiento a la cultura rusa, cuando hizo Ikiru (1952), una adaptación de La muerte de Iván Ilich, de Leo Tolstoi. Pero la historia elegida para filmarse en la coproducción soviético-japonesa no pudo haber sido otra.
La película en cuestión, producida entre 1973 y 1975, fue otra adaptación de una obra literaria. Se trata de la novela llamada Dersu Uzala, escrita por Vladimir Arséniev (1872-1930), militar y topógrafo ruso encargado de explorar y cartografiar distintos territorios geográficos de Rusia .
Durante sus expediciones en la cuenca del río Ussuri cerca de la costa oriental rusa entre 1905 y 1910, Arséniev conoció al cazador Dersu Uzala de la etnia hezhen, misma que habita los territorios cercanos a la frontera entre China y Rusia. Dersu acompañó las expediciones científicas de Arseniev, sirviéndose de su aguda manera de percibir el territorio, de leer el paisaje y el clima, y teniendo múltiples aventuras, misiones y problemas.
En ese sentido, la película Dersu Uzala tiene un lugar particular en la filmografía de Kurosawa. Distanciada de los temas bélicos y del Samurai figura principal, Kurosawa se instaló en el bosque a la vez que abordó la problemática confrontación entre civilización y salvajismo. El marco geográfico en el que se desarrolló la película, obligó a que los ríos, las planicies, los ciervos, los tigres y los astros fueran parte de la composición, no sólo como un telón de fondo sino como agentes de la historia.
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De repente, los caballos levantaron la cabeza y aguzaron las orejas, luego volvieron a calmarse y se adormilaron. Al principio no prestamos especial atención a esto y seguimos hablando. Pasaron unos minutos. Le pregunté algo a Olentev y, al no recibir respuesta, me volví en su dirección. Se quedó en postura de espera y, tamizando con las manos la luz de la hoguera, miró a algún lado.
“¿Qué has oído?” le pregunté.
“Algo baja de la montaña”, respondió en un susurro.
Los dos nos quedamos escuchando, pero todo estaba en silencio a nuestro alrededor, tan en silencio, como sólo ocurre en los bosques en una fría noche de otoño. De repente empezaron a caer pequeñas piedras desde arriba.
“Probablemente sea un oso”, dijo Olentev y empezó a cargar un rifle.
Se oyó una voz desde la oscuridad: “¡No es necesario disparar! Yo gente!” Y al cabo de unos minutos un hombre se acercó a nuestro fuego.
Iba vestido con una chaqueta confeccionada con pieles de ciervo, al igual que sus pantalones. En la cabeza llevaba una especie de pañuelo, en los pies mocasines, en la espalda una gran mochila y en la mano un puntal y un largo y viejo mosquete berdanka.
“Saludos, capitán”, dijo dirigiéndose a mí.
(…)
“¿Cómo te llamas?” le pregunté al desconocido.
“Dersu Uzala”, respondió.
Este hombre me interesaba. Había algo en él especial, original. Hablaba con sencillez, en voz baja, con modestia, sin congraciarse. Hablamos juntos. Me contó muchas cosas de su vida, y cuanto más me contaba, más simpático me hacía. Vi ante mí a un cazador primitivo, que toda su vida había viajado por la taiga y que estaba libre de esos vicios que trae consigo la civilización de las ciudades. Por sus palabras supe que obtenía sus fondos para vivir con su escopeta y que luego cambiaba los objetos de su caza por tabaco, plomo y pólvora. Y que había obtenido su rifle como herencia de su padre. Luego me dijo que ahora tenía cincuenta y tres años, que nunca había tenido una casa, que siempre vivía a cielo abierto y que sólo en invierno levantaba un refugio provisional construido con maleza o con cortezas de abedul. Los primeros recuerdos de su infancia eran: un río, una choza rudimentaria y un fuego, un padre, una madre y una hermana pequeña.2
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El interés que tuvo el militar Arseniev por el cazador Dersu, lo tuvo Kurosawa por el vínculo entre Arseniev y Dersu. La película así lo refleja. Sin embargo, lo que la película demuestra -en su trama perfectamente montada y dirigida-, solo se puede beber directamente de la fuente. De lo contrario, se estarían revolviendo símbolos mientras son encerrados en el calabozo de la mala sinópsis y de los extensos resúmenes.
Por ello, será importante destacar que parte de las grandes virtudes que tiene la película Dersu Uzala, es la de haber retomado la figura de Vladimir Arseniev en el cine. El legado de Arseniev fue el de un pionero, impactando en los campos del conocimiento geográfico y etnográfico.
El joven Arseniev, interesado en el mundo natural, se unió al Ejército Ruso en 1900 y fue destinado a la región de Primorie, en el Lejano Oriente ruso. En esta región, realizó una serie de expediciones de cartografía y exploración, documentando minuciosamente la flora, fauna y geografía de la región. También se dedicó al estudio de las culturas indígenas locales, como los udege, los nanai y los orochi, contribuyendo al campo de la etnografía.
Fue de estos vínculos, que nació su fuerte amistad y colaboración con el cazador nómada Dersu Uzala. A lo largo de su vida, Arsenyev escribió varios libros basados en sus experiencias y observaciones, que se convirtieron en valiosas fuentes de conocimiento sobre la región y sus habitantes. Destaca la llamada trilogía de Dersu Uzala, conformada por los títulos: Por el territorio del Ussuri (По Уссурийскому краю) de 1921; Dersú Uzalá (Дерсу Узала), de 1923 y En las montañas de la Sijoté-Alín (В горах Сихотэ-Алиня), publicado de manera póstuma en 1937.
Las prácticas explotatorias de Arseniev coincidieron con el paradigma del registro, la colección y el del territorio -y sus habitantes- vía el conocimiento científico como una importante necesidad del Estado. Sus trabajos e informes no sólo describen la taiga y sus bosques, sino la interacción de los humanos con estos elementos. Por ejemplo, dentro de su bibliografía figuran estudios sobre la cacería tradicional de martas cibelinas, el comercio de pieles y aves, las religiones animistas, así como la recolección de ginseng por parte de distintos grupos étnicos en las regiones orientales de Rusia, como Kamchatka, incluyendo zonas en China como la región de Manchuria.
Miembro de múltiples sociedades científicas como la Sociedad Geográfica Rusa fundada en 1845, la Sociedad Pan-Rusa para la Conservación de la Naturaleza (1924) y la Academia de Ciencias de la URSS (1925), Arseniev impulsó distintos proyectos para la conservación de los recursos naturales.
Bajo la lógica imperante, basada en la idea de que la gestión y regulación de los recursos naturales, no sólo se fundaba en la riqueza y belleza del paisaje, sino en la cualidad económica y utilitaria de los recursos albergados en los bosques, tanto de especies vegetales como de especies animales, fuente de la industria pesquera y peletera. Arseniev estuvo detrás de la creación de reservas naturales que siguen existiendo en la actualidad como la Reserva Natural del Sur de Kamchatka, Reserva natural Komandorski y el Parque Nacional del curso superior del río Aniui.
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Los ojos de Dersu y los ojos del capitán Arseniev no eran diferentes pero al observar, miraban cosas distintas. Las fuerzas de la ciencia, con el estandarte de la medición y la precisión se encontraron frente al tumulto de conocimientos empíricos que conviven junto a una cosmovisión animista, en el corazón del nómada. El ojo del cazador se acercó a la mirilla del rifle, observando la naturaleza desde un espacio fruto de la divergencia. La aceptación de la sabiduría del cazador, la confianza en su mirada y su oído por parte del capitán, es sintomático de aquel proceso tan sinuoso: el de asumir las limitaciones de la propia cosmovisión; es abrazar la incertidumbre que implica actuar en el mundo que aparece ante uno como desconocido.
Si Rashomon (1950) es una lección de historiografía y teoría de la historia, que indaga la construcción de relatos sobre el acontecimiento humano reconociendo la importancia de la subjetividad en la construcción de narrativas, Dersu Uzala, podría comprenderse como una introducción a la complejidad -esperanzadora y devastadora- de las relaciones entre cosmovisiones sobre la naturaleza.
Pareciera que en esta pieza Kurosawa reflejó un aspecto fundamental de su contexto cultural: el Japón de la posguerra. La apertura comercial, el vertiginoso desarrollo tecnológico y le explosión demográfica en las grandes ciudades, fueron fenómenos que comenzaron a convivir con elementos tradicionales de la cultura japonesa, evocando de nuevo el binomio que opone tradición-modernidad, complementario al de salvajismo-civilización.
A lo largo de la historia, su vínculo con Dersu -junto con la carga histórica y simbólica que contiene- no sólo fue conmemorado por Kurosawa en el cine. Cerca de Vladivostok, en la ciudad bautizada en honor a Arseniev, se yergue un enorme monumento de piedra dedicado a Dersu Uzala, cerca de la estatua del explorador ruso, su entrañable amigo. Sin embargo, las fotos de la pareja de amigos, tomadas de durante la expedición también tienen una función monumental, no celebrando ya no a los personajes, sino a su vínculo que en sí, pudiera ser un monumento dedicado al complejo amor que puede existir entre los seres humanos, a aquella fuerza que siempre guardará la vida en común.
- Sobre el fuego como el más político de los elementos y un esbozo histórico-filosófico del habitar humano, véase: Alan Heiblum, “Fuimos centauros”, en https://revistacomun.com/blog/fuimos-centauros/
- Fragmento del Capítulo 2 “El encuentro con Dersu” de Dersu Uzala, de Vladimir Arséniev de 1923. Traducción propia del inglés.