A propósito de los 50 años de la muerte de Tolkien
Me da la impresión de que la literatura fantástica es un género un poco ninguneado en la escena literaria actual. Varias veces me he encontrado con el prejuicio —incluso entre lectores con experiencia— de que no es literatura “de verdad”, que siempre conlleva un tinte infantil o que este tipo de obras carecen de seriedad y mérito literario. Quizá es porque muchas personas reducen el género al tan famoso young adult, que se ha vuelto sinónimo de los mismos tópicos refriteados una y otra vez, clichés, distopias siempre adolescentes y fanfics mal escritos.
A lo mejor es porque la palabra “fantasía”, que es sinónimo de imaginación, suele asociarse únicamente a narraciones ingenuas, lo cual no tiene sentido porque en la fantasía está la semilla de la literatura y muchísimos clásicos pertenecen a este género. O igual y este rechazo tiene que ver con el hecho de que varias novelas de fórmula sencilla o pensadas para complacer a un público muy amplio se han vuelto best-sellers y franquicias bastante taquilleras. Definitivamente la industria cinematográfica tiene parte de culpa porque Hollywood tiende a “disneyficar” las historias, con toda la cursilería que ello implica.
Creo que a El Señor de los Anillos le ha tocado parte de este prejuicio (reforzado, además, por las recientes y desgraciadas adaptaciones de la historia de la Tierra Media a la pantalla grande), aunque cualquier lector serio de literatura fantástica sabría que la obra de Tolkien se cuece muy aparte de, por ejemplo, Harry Potter. Y ahora que se cumplen los 50 años de la muerte de J.R.R Tolkien, me parece un excelente momento para recordarles lo vasta, sorprendente e influyente que fue y sigue siendo su obra.
John Ronald Reuel Tolkien fue un filólogo, lingüista y profesor universitario de ascendencia británica, pero nacido en Sudáfrica a finales del siglo XIX, y famoso por la autoría de las novelas de fantasía épica El Hobbit, El Señor de los Anillos, El Silmarillion y otros manuscritos relacionados que fueron publicados por sus hijos de forma póstuma. Su biografía es bastante interesante, vivió la Primera Guerra Mundial, recibió varios reconocimientos de universidades como Oxford o Harvard por su labor académica como lingüista, tenía firmes convicciones políticas y fue un católico devoto.
Decir que el legendarium de la Tierra Media es enorme sería una gran subestimación. Los que hayan leído los libros o visto las películas sabrán que los personajes, mitos, genealogías y folclore plasmados en la obras constituyen un mundo inmenso, fascinante y casi palpable. Hay que admitir que no es una lectura fácil porque se siente como leer libros de historia, literalmente, o un archivo gigantesco sobre culturas antiguas, aunque esto no impide que los personajes e historias sean entrañables. Además, J.R.R también fue famoso por haber creado idiomas enteros —más de quince, de los cuales el sindarin y el quenya son los más estudiados— para los pueblos que habitan su unierso. De igual forma, se podrían escribir páginas y páginas sobre los tópicos clásicos de la cosmovisión tolkiana: épica, heroísmo, el bien contra el mal, amor cortés e idealizado, la muerte, la religión, la amistad, entre otros. El trabajo de toda una vida, definitivamente.
Por ello, no es sorpresa que, a casi 70 años de la publicación de El Señor de los Anillos, el famoso imaginario creado por el autor continúe siendo referenciado, estudiado y retomado, o que haya sido una enorme influencia para titanes de la literatura fantástica actual como George R.R. Martin (Canción de Hielo y Fuego) o Patrick Rothfuss (Crónica del Asesino de Reyes). Y no solo eso, desde su publicación, también ha sido inspiración para numerosos ilustradores, animadores, cineastas y músicos.
Ahora, al ser una obra tan famosa y diseccionada, no ha escapado de controversias, críticas o lecturas ajenas a las intenciones del autor. Se le ha acusado de racista, eurocentrista, maniqueísta, machista y de alegoría anticomunista o religiosa. Aunque Tolkien desmintió la mayoría de estas acusaciones (repudiaba el regimen nazi, se oponía tajantemente al racismo y negó que su obra fuera un panfleto político o religioso), es verdad que existe una evidente falta de diversidad étnica en su obra, que la mayoría de los personajes buenos son blancos y que existe una eterna lucha entre un bien y un mal muy delimitados. Su amistad con C.S. Lewis —famoso por sus obvias alegorías cristianas plasmadas en su saga Las Crónicas de Narnia— le valió muchas críticas y dudas respecto al rigor literario de sus novelas.
También es cierto que, sobre todo en El Señor de los Anillos, hay MUY pocas mujeres protagonistas (tres) y que las novelas no pasan el test de Bechdel, aunque —si se lee con atención el resto de su obra— es evidente que no es machista y que la mayoría de sus personajes femeninos son interesantes y complejos. Pero sí, efectivamente, existe una clara brecha de género. Por supueto que es importante seguir analizando y criticando obras tan renombradas; en general, y salvo ciertas excepciones, no creo que la crítica o el escrutinio de la vida del autor estén peleados con el reconocer la calidad de una obra.
Por otra parte, en cuanto a las películas, me parece que la trilogía de Peter Jackson de El Señor de los Anillos es brillante y está bastante comprometida con la adaptación verosímil del mundo tolkiano a un formato cinematográfico. La atmósfera oscura, el esfuerzo dedicado a la creación de sets, vestuario y maquillaje, la innovación en los efectos especiales, la intervención de los ilustradores John Howe y Allan Lee, el compromiso del director, las actuaciones y el retrato adulto de este mundo fantástico lograron tres de la mejores películas de la década. Y no es porque yo sea fan, El Retorno del Rey tiene once Premios Óscar y otros muchísimos reconocimientos de la industria del cine. Además, la banda sonora de Howard Shore, uf, obra maestra.
Después todo se fue al traste. La trilogía de El Hobbit, dirigida también por Peter Jackson de 2012 a 2014,no es ni la mitad de buena que El Señor de los Anillos. De un libro de como trescientas páginas hicieron tres películas de tres horas cada una con personajes inventados (y malos) y un CGI horroroso. Eso sí, la banda sonora fue muy buena, pero, en general, fue una decepción. Palomera, pero decepción al fin y al cabo.
La verdadera tragedia llegó en 2022 con el estreno de Los Anillos de Poder, una serie de Amazon basada en algunas partes de El Silmarillion que, al ser una producción multimillonaria, prometía demasiado y, al final, se quedó extremadamente corta. Había mucha expectación de los fans por ver una adaptación mucho más moderna y con tanto presupuesto, pero —para mí y para la mayoría de los entusiastas de Tolkien— fue un fracaso total, aunque Amazon sigue reiterando el ”éxito rotundo” de la serie. De solo acordarme, me vuelvo a enojar (jaja), pero, en resumen, mal guion, mal casting, mala caracterización, mala historia, todo diluido y “disneyficado”. En fin, fatal. En 2024 se va a estrenar El Señor de los Anillos: La Guerra de los Rohirrim, una película animada producida por New Line Cinema y Warner Bros. Todavía no sale el tráiler, pero la verdad ya no espero nada, solo que no terminen de matar el interés de las generaciones más jóvenes por la obra de Tolkien. Ya veremos.
En fin, los cinco libros canónicos, la obra publicada por Christopher Tolkien, hijo del autor, y la trilogía original de Peter Jackson valen muchísimo la pena y ya son prácticamente un ritual de iniciación para los que disfrutan el género fantástico. A propósito de los 50 años de la muerte de J.R.R Tolkien, les recomiendo la edición de pasta dura de Minotauro con ilustraciones de Alan Lee, un maratón de las películas en su versión extendida, y les deseo un buen viaje por la Tierra Media.