Tierra Adentro
Ilustración de Maricarmen Zapatero
Ilustración de Maricarmen Zapatero

Barbonas y cabronas: conocer nuestras genealogías

La masculinidad femenina tiene una fuerte presencia histórica a largo del siglo veinte en México. Figuras como la del coronel Amelio Robles demuestran que la disidencia de género no es reciente. Ni mucho menos producto de la mal llamada ‘ideología de género’ que erróneamente rechaza la diversidad sexo-genérica y la simplifica como una influencia externa.  Muchas veces se argumenta que la idea de una identidad que no se apega a las categorías binarias del género es adoptada de contextos hegemónicos con el supuesto propósito de imponer roles de género ‘ajenos’ a naciones etiquetadas de manera despectiva como ‘tercer mundo’. Es cierto que nuestras ideas de género se han alimentado del conocimiento y de la experiencia de otras regiones geográficas. Pero también es cierto que uno puede elegir desde dónde se interpelan estas ideas. Quiero decir, tenemos la opción política de situar nuestrx cuerpx donde queramxs.

Rosario Castellanos, en su libro abiertamente feminista, Mujer que sabe latín (1973), describe y deconstruye lo que es ser mujer en México al mismo tiempo que examina el pensamiento de escritoras europeas y de otras partes del continente americano que terminan por informar su práctica feminista. Esto no equivale a decir que Castellanos es feminista porque leyó a Virginia Woolf. Más bien, la revisión de esta tradición es “un gesto feminista”—como explica Sara Uribe—1 que crea vasos comunicantes entre escritoras. En otras palabras, es una forma de establecer un diálogo con intelectuales extranjeras desde y para la mujer mexicana. Mujer que sabe latín es una colección de ensayos sobre feminismo mexicano, hable o no sobre Betty Friedan, porque Castellanos se pregunta qué impulsa a una mujer en México a salirse de la tradición y perseguir una educación.

No solo el género se ha alimentado de discursos que emergen en lugares diferentes al contexto mexicano. Lo mismo puede decirse de cualquier otro proceso de cambio como la modernidad o las formaciones nacionales que han sido pilares de nuestra producción cultural. Sin embargo, en nuestro presente histórico, se insiste en resaltar las reconfiguraciones de género en el siglo XXI como una ‘moda domesticadora’ que busca, entre otras cosas, el supuesto ‘borramiento de mujeres’. Como mencioné anteriormente, no es la primera vez en la historia que se disrumpen los modelos hegemónicos que determinan cómo deben ser los géneros. Ni la primera que estos cambios producen ansiedad, miedo y visiones excluyentes.

María Galindo argumenta que es necesario hacer una búsqueda y reconstruir una genealogía de la disidencia de género que no caiga en una visión reduccionista de suponer esta disidencia como parte del postmodernismo y de la teoría queer, es decir, una genealogía de “memoria larga”. 2 En el caso de México, durante los años veinte y treinta del siglo XX, se documenta el (re)surgimiento de una masculinidad femenina que problematiza la definición de mujer en la época posrevolucionaria. Esta presencia disidente provoca angustia mientras que también desencadena ciertos momentos de experimentación lúdica como ejemplifica el caso de Concepción Jurado.

La chica moderna, las pelonas o flappers son el residuo más palpable de este periodo. Cabello corto, vestidos sueltos y de escasa longitud, cuerpos atléticos y actitudes ‘modernas’ como fumar un cigarrillo y habitar escandalosamente el espacio público, estas mujeres se convirtieron rápidamente en un chiste en diferentes metrópolis alrededor del mundo. Si bien este arquetipo de la mujer moderna no representa a una mayoría, sí simboliza un nuevo tipo de mujer que se revela contra las normas de género impuestas. Joanne Hershfield y Anne Rubenstein estudian la rebelión de “las pelonas” a través de la cultura visual mexicana para demostrar que éstas eran consideradas una amenaza para la nación que había que detener o se corría el peligro de que la mujer mexicana pereciera. La mayoría de la sociedad temía que “las pelonas” hicieran desaparecer poco a poco a las mujeres que los hombres encontraban atractivas o que incluso las mujeres pasarían a estar sexualmente indisponibles3 porque la revolución de género las convertiría en “feministas marimachos”.4

Este es el tema de la novela México marimacho (1933) de  Salvador Quevedo y Zubieta, quien narra la historia de dos mujeres que además de tener atributos asociados a lo masculino, mantienen una relación erótica e íntima. En esta novela, la masculinidad femenina de los personajes es presentada como evidencia de la urgente necesidad de controlar el cuerpo y la sexualidad femenina antes de que desaparezcan. A través de la novela, Quevedo y Zubieta representa el deseo entre mujeres como perjudicial para el futuro de la nación. Apoyándose en discursos psiquiátricos, ginecológicos y eugenésicos, el autor construye una genealogía de la ‘marimacho’ con la finalidad de provocar miedo y advertir al lector de la amenaza en potencia.

De manera contrastante a lo propuesto por Quevedo y Zubieta, otra novela de la época sugiere que la masculinidad femenina puede darnos una pista de cómo se construye la masculinidad hegemónica, es decir, de cómo se perpetúa la naturalización de la posición dominante de lo masculino versus la subordinación femenina. Esto complementa las técnicas de supervivencia y agenciamiento utilizadas por Concepción Jurado. Además, La novia de Nervo (1922) es una de las primeras novelas en documentar el travestismo como una herramienta para sobrevivir. Escrita por María Luisa Garza y publicada por ella misma en Texas, a donde huyó de su marido el poeta nuevoleonés  Adolfo Cantú Jáuregui. En la novela, una mujer francesa-mexicana llamada Madeleine sufre de abuso doméstico. Tras parir a su hijo, el esposo de Madeleine le suministra pequeñas dosis de morfina con la intención de matarla paulatinamente. En lugar de morir, Madeleine se vuelve adicta a los opioides hasta que encuentra la fuerza necesaria para huir a una clínica que pueda ayudarla con su proceso de desintoxicación. Cabe señalar que la fuerza para dejar las drogas viene del amor que siente por Amado Nervo, poeta con el cual mantenía una relación por correspondencia y al que nunca conoció. Cuando la protagonista abandona la clínica, regresa a su casa para enfrentar al marido y éste la encierra en un sanatorio para enfermos mentales.

Madeleine ha perdido toda esperanza hasta que un grupo de enfermos se revela y abren las puertas del sanatorio. Los enfermos intentan huir, Madeleine los sigue, pero recibe un golpe en la cabeza y una paciente le corta las trenzas, orgullo de nuestra protagonista. Cuando despierta, los enfermeros han acorralado a los pacientes, quienes son conducidos de vuelta al sanatorio. Madeleine se esconde y al sentirse el pelo corto, se roba el uniforme de un militar francés y huye. A partir de ese momento, Madeleine se traviste de soldado tanto para que el marido no la mate como para ganar el dinero suficiente para que su nana, su hijo y ella puedan regresar a México.

Juan Carlos Bautista escribe que en México el travestismo siempre ha sido una estrategia de supervivencia.5 Si bien el caso de Madeleine nos recuerda a la Monja Alférez, al coronel Amelio Robles o a la propia Conchita, difiere en la forma en que usa el travestismo como estrategia de supervivencia. Mientras que Conchita se traviste para seducir mujeres y sobrevivir a la heteronorma, en la novela de Garza, la transformación del personaje no resulta en una identidad disidente sino que funciona como una herramienta para deconstruir el patriarcado y huir de la violencia doméstica. La experiencia de vivir bajo la identidad del aviador León Nemour amplía la definición que Madeleine tiene de lo que es ser mujer. Esta reestructuración la lleva a cambiar su vida. La narradora advierte que en La novia de Nervo el final no es el esperado: Madeleine no se casa ni muere de amor sino que funda un hospital dedicado al tratamiento de mujeres que sufren algún tipo de adicción y nunca más habla de su cabello. Tanto para Conchita como para Madeleine la masculinidad hegemónica en estas décadas pende de un hilo y se sostiene a través del rechazo de la disidencia de género.  

Adelantándonos un poco en el tiempo hacia la década de los sesenta y setenta nos encontramos con más disrupciones de género. Sin embargo, esta vez la mujer ya tiene un lugar en la esfera pública, se ha desarrollado profesionalmente y ha ganado independencia: ¡es una ciudadana mexicana! De nuevo, aparecen las mujeres con barba, las feministas marimacho y el deseo entre mujeres es abordado en la literatura siempre con finales trágicos. A manera de ejemplo, el escritor Jorge Ibargüengoitia publica un pequeño texto en la revista S.Nob titulado “Señora: ¿Padece usted de volupsia?” donde reseña el descubrimiento de un tratamiento para una enfermedad ficticia que padecen solo las mujeres. El escritor sugiere que la enfermedad tiene la terrible consecuencia de la masculinización femenina y el relato viene acompañado de una serie de fotografías donde se aprecian mujeres barbonas. Cabe recordar que era la época donde las escritoras ya ocupaban un lugar en la esfera letrada (precario y casi invisible) que amenazaba con desestabilizar la figura masculina del intelectual mexicano. Al igual que la novela de Quevedo y Zubieta, el comentario humorístico de Ibargüengoitia refleja mucho más sobre la ansiedad masculina ante el avance femenino que una representación crítica de la masculinidad femenina.

Hagamos otro salto temporal hacia la llegada de otras barbas. Las mujeres barbonas irrumpen con fuerza en marzo del 2005 cuando se comienza a circular en los blogs de Cristina Rivera Garza, Amaranta Caballero y Sayak Valencia la invitación a participar en un proyecto lúdico e irreverente. Para formar parte del proyecto, uno simplemente tenía que enviar una foto que sería intervenida por Caballero con un bigote o una barba. Con la circulación de las fotos, estas escritoras buscaban promover una reflexión acerca del género en una sociedad que busca controlar hasta los pelos que le salen a una. Conocida como “La inquietante [e internacional] semana de las mujeres barbudas”, el proyecto culmina con un evento en la Casa Refugio Citlatépetl en junio del mismo año.

Curado por Abril Castro, la exposición incluía las fotos intervenidas por Caballero así como retratos profesionales de las mujeres barbonas tomadas por los fotógrafos Mariano Aparicio e Yvone Vengas. Hubo un estudio fotográfico para los asistentes, video arte, cuentos y hasta una adaptación de Plagio de Palabras (2000) de Elena Guiochins. Además de la exhibición, las mujeres barbonas se pasearon por las calles, dieron clases, conferencias y se tomaron unos tragos en las cantinas de la ciudad. Recibieron miradas y risas: “Barbonas porque rima con cabronas”, se dice que dijo Adriana González Mateos al considerar las respuestas afectivas que las barbas producían al hallarse en el género ‘equivocado’.

Las mujeres barbudas estaban compuestas por una mezcla de artistas, escritoras, profesoras y feministas de lugares como Tijuana, Monterrey, Barcelona, ​​Uruguay y la Ciudad de México. Además de las ya mencionadas, algunas de los participantes fueron miembros del Colectivo La Línea y personas como Cristina Peri Rossi, Mónica Mayer, Myriam Moscona, Ana Clavel, Francesca Gargallo, Eve Gil, Clarissa Malheiros, Carla Faesler, Mónica Nepote, Bárbara Colio, Rocío Cerón, Marta Lamas, Juliana Faesler, Ishtar Cardona, Vizania Amezcua, Patricia Vega, Gabriela Cano, Amelia Suárez, Mónica Zsurmuk y otros colaboradores que contribuyeron con sus retratos como Pedro Ángel Palou, Víctor Lerma y ​​Luis Felipe Lomelí ya que la invitación también se extendió a los pares masculinos.

De manera similar a las acciones de Concepción Jurado, este grupo de alborotadoras utiliza el humor para transgredir las estructuras heteropatriarcales desde un punto de vista transfeminista. Las mujeres barbonas buscaban poner en evidencia el género como performance y revertir la represión a la que el cuerpo ha sido sometido. Atentaban contra la identidad esencialista, el sexo y la norma. De manera efímera, la aparición de las mujeres barbudas simboliza una reflexión lúdica de la disidencia de género a principios del siglo XXI, cuando todavía los discursos transexcluyentes no amenazaban con la restitución de una idea esencialista de la mujer.  

En una columna de opinión, Lia García y Gabriela Jauregui6 reflexionan acerca del resurgimiento de un feminismo anti derechos y totalitario que busca suprimir las voces y los derechos de las personas trans. Las escritoras proponen que hay que expandir la definición de mujer y argumentan que esto tiene precedentes históricos “con las mujeres negras o indígenas que no eran consideras mujeres según la definición europea”. La literatura y la cultura popular mexicana demuestran que la definición de mujer nunca ha sido estable ni predomina un pensamiento esencialista.

“Borrar la identidad es borrar la memoria”7 escriben Lia García y Gabriela Jauregui. Borrar la memoria y olvidar la producción cultural de las Conchitas de la literatura mexicana es desvanecer la presencia de las identidades sexo-genéricas que siempre han estado aquí. Un ejercicio de memoria larga revela que disputar el binarismo de género tiene una historia que está mucho más arraigada que la visión totalitaria que nos amenaza. El presente es una capa superficial que todavía no se sedimenta. Solo hay que desenterrar el pasado para seguir encontrando a las Conchitas que todavía se nos escapan.  

  1. Uribe, Sara. 2023. Rosario Castellanos. Materia que arde. Ilustrado por Verónica Gerber Bicecci. México: Lumen. 195
  2. Galindo, María. 2022. Feminismo Bastardo. México: Canal Press y Mantis.
  3. Rubenstein, Anne. 2006. “Modern Women and Their Enemies, Mexico City, 1924.” In Sex in Revolution. Gender, Politics, and Power in Modern Mexico, edited byJocelyn Alcott, Mary Kay Vaughan, and Gabriela Cano. Durham; London: Duke UP.
  4. Aresti Esteban, Nerea. 2007. “La mujer moderna, el tener sexo y la bohemia en los años veinte”. Dossiers Feministes. 10: 173-85.
  5. Bautista, Juan Carlos. 2010. Aluvión de pensamientos inútiles y sublimes. México: Quimera Ediciones.
  6. García, Lia y Gabriela Jauregui. “¿Feminismo antiderechos? Por un movimiento que incluya a todas las mujeres”. The Washington Post. Marzo 10, 2021. https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2021/03/10/feminismo-antiderechos-mujeres-trans-mexico-marcha-8m-2021/
  7. Ibid.