Las listas
Más que erudito, hacer listas es superficial. A mi parecer, hacer listas es la forma más sencilla de ordenar el conocimiento de una disciplina.
Particularmente en la literatura, que de tan vasta parece infinita, se suele recurrir a las listas para suprimir la angustia de los tantos libros. Ante la inmensidad de los títulos, la variedad de las lenguas y la desigual longitud de los siglos, el pontificador quiere despejar un sendero por el cual transitar cómodamente. No es, por lo demás, una mala costumbre, sobre todo porque es sana: ante la inmensidad parece menos desquiciante trazar un camino. El gesto de fondo que se encuentra en el acto de elaborar una lista radica en paliar la desesperación.
Casi resulta innecesario que admita que he practicado gozosamente la manía de hacer listas, no sólo para los libros, sino casi para todo. He hecho casi todos los tipos de listas que existen. Hice una lista de los mejores zapatos que me había comprado. Tengo incluso una Lista de prepotentes, donde anoto a cada persona que me ha gritado por teléfono solicitando algo enfáticamente. Creo que a veces me gustaría tener clara la lista del súper que haré cuando tenga 55 años. Por supuesto, también busqué mantener la cordura haciendo listas de libros que me gustaría leer, o traducir, o editar.
Existen dos tipos de listas: las descriptivas y las volitivas. Debemos sospechar de quienes hacen listas de libros, especialmente debemos presentir que el método de selección fue inverso: no enumerando lo que se ha leído, sino desde lo que se quiere leer. Ahí que el hacedor de listas lo que busca es ordenar prioritariamente su ignorancia.
Lo malo de las listas descriptivas es que suelen ser pedantes. Lo malo de las volitivas es que tienden al capricho propio de quien no tiene idea. La lista de libros favoritos que hizo Borges es del primer tipo; las listas de todos nosotros, torpes lectores, son del tipo segundo. Hay otras listas honestas, y no por honestas menos superficiales, que valdría la pena hacer, como la lista de los mejores libros que no vamos a leer nunca. No una lista de 10, eso sería hipócrita; mejor que sea de todos los números que sean necesarios.
Se antoja que las listas sean formas veladas de la resignación, de tal suerte que toda lista sea a su manera una lista del mandado: ahí se confunde lo que necesitamos con aquello para lo que nos alcanza.