Tierra Adentro

Nací con ojeras. Siempre fui un adulto prematuro. Pasé gran parte de mi infancia buscando la forma de crecer: ir a la escuela antes de tiempo y adelantarme en casi todo. Uno de mis recuerdos más tempranos es el de estar sentada en una carreola azul con puntos blancos mirando a la puerta, deseando ir a la escuela o salir pronto de ahí.

Cuando pasó tuve el firme deseo de retroceder el tiempo y volver a esos días en los que mi única obligación era dormir, comer y llorar. Ese sentimiento me ha acompañado casi el resto de la vida.  Crecer es cada vez es más complicado. El paso del tiempo adquiere dimensiones inconmensurables e intentar detenerlo es inútil. Una vez que el tiempo avanza, es imposible recuperarlo para volver a los días en los que todo era más sencillo. Crecí y conté los años que me faltaban para abandonar los salones de clases. Una parte de mí sentía que después vendría el regreso a la etapa de dormir, comer y llorar. Pasó, pero no exactamente como pensé. Trabajar para comer, dormir como se pueda, llorar porque el mundo es hostil y porque el amor no existe. Mismas acciones en distintos contextos, ahora con la vida entera y el pasado sobre los hombros. La responsabilidad de perfilar un futuro que probablemente sea doloroso.

La cultura pop y la literatura están llena de referencias a la adultez y a lo terrible que será. Peter Pan es el ejemplo clásico del deseo irrealizable de detener el tiempo, rogar por que esos días se retrasen o que jamás lleguen. Cuando Peter se entera de cómo será la vida adulta, decide huir de ella para refugiarse en el país de Nunca Jamás, un lugar donde casi nadie crece, donde el tiempo se detiene y todo es posible.

Un relato atemporal escrito por J. M. Barrie, un adulto que hubiera preferido quedarse en una pausa perpetua. Que reclama al mundo y busca una alternativa ante el paso del tiempo. Desde mucho puntos, cuestiona la idea de aprender a crecer y nunca a decrecer. Abre la posibilidad de repensar lo «infantil», más allá de un adjetivo peyorativo, cargado de sinsentido o caracterizado por la ausencia de reflexión y las respuestas inmediatas. Piensa en la infancia como la posibilidad de la felicidad eterna y no en el sentido contrario que la ve como una etapa que hay que dejar atrás para que las cosas cobren sentido.

La idea de crecer siempre se refleja en el cumplimiento de expectativas propias y ajenas. El triunfo y el fracaso se convierten en la unidad de medida para la vida. Son el resultado del trabajo que, se supone, debe darse a lo largo de los años. El entorno inmediato siempre se encargará de señalar si lo hiciste bien o si perdiste el tiempo y jamás maduraste. El reclamo se agravará con los años y los resultados nunca serán del todo satisfactorios.

Crecer lo complica todo. Las experiencias construyen a la vez que destruyen. El juicio se nubla cuando todo tiene una implicación mayor, cuando cada acción impacta en distintos planos. Las decisiones, a pesar de ser reversibles, adquieren cierta sensación de definitivas. La vida adulta privilegia la estabilidad y condena la incertidumbre. Todo lo no definido se entiende como un problema o un motivo de preocupación. No hay forma de que el proceso se revierta, el tiempo ya está corriendo.

Quisiera volver con mi yo del pasado para recomendarle que durmiera hasta tarde y que no se preocupara por su alrededor, pues llegaría un momento en el que no tendría otra opción. Que esperara porque algún día nadie lo resolvería por ella. El Nunca Jamás no existe, es un Siempre para siempre que no para, toma velocidad y tiende a ir cada vez más aprisa. A finales del siglo XX Peter Pan tomó la forma de un síndrome asociado con la neurosis y el aislamiento. La posibilidad de no crecer que supone un rezago, traducido en una vida problemática. No hay muchas alternativas.