Gotas tóxicas
Cuando escribo en serio me da risa, igual que a los lectores.
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El que un escritor no mencione jamás a otro en sus obras, puede ser indicio de gran independencia, pero también de gran ignorancia.
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¡Qué trabajo le costó a ese poeta lograr que su poema careciera de significado alguno!
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La modestia es la más incómoda de las virtudes, porque no se puede alardear de ella.
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En el oficio de escritor, la más grande de las vanidades —que es la pretensión de asombrar al prójimo— se doblega al más duro de los sacrificios —que es aguantar la opinión del prójimo.
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Apenas un literato despierta nuestra admiración, comenzamos a robarle ideas.
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El verdadero héroe de algunas obras literarias es el lector que las aguanta.
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Esa crítica sobre mi libro era tan elogiosa que parecía estar escrita por mí mismo.
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El placer que producen los propios aciertos sólo puede ser comparado con el que causan los errores ajenos.
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Todos escribimos buscando la aprobación de dos o tres admirables talentos, que no nos leen ni por casualidad.
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La envidiable tranquilidad espiritual de algunos seres se debe exclusivamente a su mala memoria.
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Nuestra más sincera declaración de amor fue la que una vez copiamos descaradamente de nuestro autor favorito.
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A cierta edad se descubre la poesía, más tarde se siente la poesía, y, por fin, se asombra uno de que exista la poesía.
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—Me iré a un pueblecito a escribir un libro…
—No veo la necesidad.
—¿De ir al pueblecito…?
—No; de escribir el libro.
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Hay algo tan inútil como escribir versos: no escribirlos.