La poesía de mujeres indígenas como acto político de resistencia
Introducción
Escribir estas líneas representa un acto de profundo reconocimiento y homenaje a la labor incansable de mis compañeras poetas indígenas. Mujeres que, al igual que yo, navegan en un mundo marcado por el racismo, la misoginia y el patriarcado, intensificados por su condición de mujeres indígenas y, en particular, por su rol como escritoras.
En este ensayo, pretendo iluminar el trabajo de tres poetas que, a mi juicio, destacan por su escritura politizada. No pretendo afirmar que la obra de otras compañeras no lo sea, sino que me centro en aquellas que, desde mi perspectiva y posicionamiento político enmarcado en los feminismos descoloniales, evidencian una búsqueda de justicia en temas como la violencia hacia las mujeres, las desapariciones forzadas y los derechos sexuales y reproductivos. Las poetas que analizaré son Irma Pineda y Paula Ya, ambas de lengua zapoteca, y Aracely Patlani, con un poema en náhuatl.
Es importante destacar que este análisis no se basa en parámetros literarios o cánones occidentales, anclados en una literatura androcéntrica que se limita a lo estético y gramatical. En cambio, mi enfoque se centra en el contenido, en lo que verdaderamente significa a nivel personal y colectivo.
Asimismo, no pretendo evaluar si los versos cumplen con ciertas reglas, musicalidad o cadencia. Mi intención es analizar la obra desde una perspectiva crítica literaria feminista, distanciándome del modelo tradicional de análisis literario. Esto no significa que la obra poética de mis compañeras carezca de calidad, sino que en este espacio me concentro en la palabra y la escritura como herramientas de resistencia política.
Antes de adentrarme en el análisis del trabajo de mis compañeras, considero crucial mencionar algunas de las dificultades que enfrentamos como mujeres poetas indígenas. Estas dificultades, que se entretejen con las desigualdades de género y raza, que obstaculizan nuestro acceso a espacios de publicación, difusión y reconocimiento de nuestra obra. Sin embargo, a pesar de estos obstáculos, nuestras voces persisten, desafiando las estructuras de poder y abriendo caminos para la transformación social.
Primer nudo
Es necesario iniciar mencionando la escasa formación literaria en nuestras propias lenguas indígenas, lo cual nos impulsa a asistir a talleres en español. Sin embargo, esto no significa que sea un mal del todo. Desde mi experiencia como poeta tsotsil, me muevo en dos mundos: el tsotsil y el español. Este tránsito constante entre ambas culturas y mundos representa una interconexión enriquecedora. Si lo vemos desde una perspectiva positiva, nos permite conocer otra cultura y adentrarnos en otro mundo. El problema surge cuando nos inclinamos excesivamente hacia una cultura, olvidando nuestras raíces.
Un ejemplo de esto lo encontramos en la cultura yoruba. Como señala la autora Oyéwúmí: “el Yorùbá y el inglés han estado en íntimo contacto durante los últimos ciento cincuenta años. Debido a la colonización y a la imposición del inglés como lengua franca en Nigeria, actualmente mucha gente Yorùbá es bilingüe. El impacto del inglés sigue sintiéndose a través de los préstamos, la traducción de la cultura Yorùbá al inglés y la adopción de los valores occidentales” (Oyéwúmí, 2017, p. 261). Desde esta otra perspectiva, observamos que, efectivamente, se adoptan ciertos valores, miradas y aprendizajes provenientes de Occidente.
Mi formación literaria ha estado inmersa en la lengua española, moldeando mi pensamiento con una perspectiva occidental. Sin embargo, como escritora bilingüe, navego entre dos mundos lingüísticos, consciente de que “los lenguajes que están en contacto se afectan mutuamente y, en ese sentido, ningún lenguaje es una isla” (Oyéwúmí, 2017, p. 266). Esta dualidad, lejos de ser enriquecedora, conlleva un “dolor doble”, como lo describe la poeta Irma Pineda: “cuando traduces tus poemas, el dolor se vuelve doble”.
El contacto lingüístico entre el español y mi lengua materna no solo implica la adopción de préstamos, sino también la internalización de valores occidentales, una herencia de la colonialidad. Ser poeta bilingüe implica un proceso complejo que ahonda en la reviviscencia del dolor plasmado en la escritura. Cada traducción exige un regreso al momento creativo, una travesía que intensifica el dolor. La colonialidad del lenguaje ha impregnado nuestras vidas, transformando la traducción en un proceso doloroso. Escribir en dos lenguas implica un doble dolor, un constante ir y venir entre dos mundos que amplifica las emociones.
El trabajo literario de las compañeras no solo transforma nuestra realidad, sino que también tiene el potencial de transformar la de otras compañeras. Al alzar la voz a través de sus escritos, se convierten en agentes de cambio, desafiando las estructuras de poder y visibilizando las experiencias silenciadas de las mujeres. En sus textos, hablan de temas que duelen, del dolor que se desborda, convirtiendo la escritura en una necesidad vital. Anhelan un mundo donde ya no sea necesario escribir sobre el dolor, el desprecio, la violencia y la misoginia. Sin embargo, la realidad que las rodea las confronta con la persistencia de estas injusticias, obligándolas a seguir plasmando sus vivencias en tinta. ¿Cómo ya no escribir del dolor cuando el dolor se impregna en nosotras?
Me centraré en algunos poemas de mujeres indígenas, explorando las temáticas que abordan, las motivaciones detrás de su escritura y el mensaje que nos transmiten. A diferencia de un análisis literario tradicional, no nos adentraremos en la estructura formal de los poemas ni los consideraremos como objetos estéticos. En cambio, partiremos de una perspectiva crítica que reconoce la profunda conexión entre lo filosófico y lo literario, tal y como lo señala Cixous (1995):
hay un vínculo intrínseco entre lo filosófico —y lo literario: (en la medida en que significa, la literatura está regida por lo filosófico) y el falocentrismo. Lo filosófico se construye a partir del sometimiento de la mujer. Subordinación de lo femenino al orden masculino que aparece como la condición del funcionamiento de la máquina.
Al tomar distancia de este enfoque falocéntrico, reconocemos que la literatura tradicional ha estado marcada por una visión androcéntrica. Sin embargo, la obra poética de las mujeres indígenas nos invita a posicionarnos como sujetos epistémicos, desafiando las narrativas dominantes y reivindicando nuestra propia voz. De esta manera, nuestra crítica literaria no se limita a lo estético, sino que se convierte en una herramienta para la transformación social.
En tal sentido, nos embarcaremos en un viaje a través de la lírica de Irma Pineda, una poeta zapoteca que ha plasmado en sus versos la crudeza de la violencia, la desolación de la desaparición y la persistente lucha por la justicia. A partir de un poema de su libro Chupa ladxiduá ‘dos es mi corazón’:
En esta estrofa, se plasma el dolor profundo de una hija ante la desaparición de su padre. La ausencia física, la incertidumbre de su paradero y la imposibilidad de ofrecerle un último adiós, se traducen en versos cargados de angustia, desesperación y un profundo cansancio. Cabe destacar que este poemario, publicado en 2018, refleja la vivencia personal de la autora, Irma Pineda. Marcada por la desaparición de su padre a manos de soldados cuando ella tenía apenas cuatro años, Pineda transforma su dolor en un grito poético que denuncia la violencia y la impunidad del Estado mexicano.
Los versos se convierten en un arma de denuncia contra la desaparición forzada, un flagelo que ha dejado miles de víctimas en México. La autora alza su voz para exigir justicia y visibilizar el dolor de las familias que buscan a sus seres queridos sin descanso. La escritura, en este caso, se convierte en un proceso catártico que permite a la poeta sanar sus heridas y compartir su experiencia con el mundo.
Otra obra trascendental de la misma autora es el poemario Azul Anhelo, un libro testimonial que visibiliza con crudeza la violencia de género que enfrentan las mujeres. En él encontramos poemas que narran historias reales de mujeres que han vivido diversos tipos de violencia. Estos poemas sirven como denuncia y un llamado a la reflexión sobre la situación que viven muchas mujeres, no solo en las ciudades, sino también en los pueblos indígenas. La voz poética escribe desde la rabia y el dolor, un dolor compartido con otras mujeres, dando lugar a una obra conmovedora y poderosa.
La lectura de este poemario nos sumerge en un torbellino de emociones, donde el dolor, la tristeza y el silencio se convierten en los protagonistas. La autora, a través de sus versos desgarradores, nos conduce por un camino de profunda introspección, invitándonos a enfrentar las heridas que habitan en nuestro ser. Sus estrofas, como dagas afiladas, tocan la llaga viva de la violencia contra la mujer, una herida que sangra en cada verso y que nos confronta con la cruda realidad de un mundo patriarcal y misógino.
Pese a la desgarradora naturaleza de la obra, encontramos en ella una profunda necesidad de expresión, una catarsis que transforma el dolor en poesía. Escribir estos poemas no es solo un acto de sanación individual, sino también un grito de protesta, un acto de denuncia política que busca visibilizar la violencia que sufren las mujeres y romper el silencio que las ahoga. La autora se convierte en la voz de muchas otras, de aquellas que han sido silenciadas y oprimidas por un sistema que las invisibiliza. En cada verso resuena la voz de la abuela, de la madre, de las ancestras, y de todas las mujeres que han luchado y siguen luchando por un mundo más justo.
Pineda, a través de su poesía, no solo denuncia la violencia, sino que también propone un camino hacia la sanación. Escribir se convierte en un acto de rebeldía, una forma de tomar las riendas de la propia historia y transformar el dolor en un canto de esperanza. La autora toma la pluma como arma para alzar la voz de las niñas y mujeres silenciadas, dándoles un espacio para expresar su dolor y exigir un cambio. Cito un poema donde se habla de la situación que viven las niñas y adolescentes en las comunidades:
Por otro lado, la poeta nahua Araceli Patlani, en su poema “No quiero”, publicado en la antología 7 pétalos, en el año 2020, nos conmueve con una profunda reflexión sobre el dolor, la muerte y la violencia. A través de sus versos, Patlani, quien ha acompañado a familias de personas desaparecidas en su búsqueda en fosas clandestinas, plasma la súplica desgarradora de no “amanecer con una piel bolsa de oscuridad”, expresando la desesperación ante la incertidumbre del destino de sus seres queridos. A continuación, vemos el poema completo:
La escritura poética se presenta como un refugio, un acto político necesario de nombrar, un vaciado del corazón, un acto revolucionario, una lucha. Esta perspectiva fue compartida en una entrevista realizada por Radio Zapote, donde se destacó que lo que se escribe es un acto político, una resistencia, un modo de nombrar, decir, gritar y denunciar las injusticias que se viven en el pueblo de Guerrero. Ambas poetas, a través de sus versos, denuncian las desapariciones, las muertes y los olvidos que ocurren en sus contextos.
Así como algunas escritoras denuncian las violencias y desapariciones en sus espacios, otras poetas nos hablan de temas como los derechos sexuales, el placer femenino y la sororidad. Un ejemplo de esto es el trabajo de la poeta Paula Ya López, cuyo poemario Xti Guendarannaxhii/Otra forma de amar aborda estos temas de manera profunda y conmovedora.
El trabajo de la poeta Paula es un llamado a la sororidad y al amor. Cada poeta mencionada aquí habla desde sus propias vivencias y desde lo que está sucediendo en sus pueblos y comunidades. Politizar la experiencia es un acto de rebeldía ante un sistema que insiste en relegarnos al olvido.
Nudos de cierre
La poesía, cual arma poderosa, nos brinda la oportunidad de transformar nuestras realidades y las de nuestras compañeras. Nos concede el poder de nombrar lo que en nuestros pueblos se silencia, otorgándonos la voz necesaria para convertirnos en agentes de cambio. Ya no nos vemos únicamente como víctimas de la violencia, sino como sujetos políticos que alzan la voz para proclamar: “Aquí estamos”. La poesía se erige como el instrumento con el cual combatimos los discursos que nos desestiman, que nos retratan como simples víctimas o “pobrecitas” sin capacidad de transformar nuestras propias vidas. Rechazamos la noción de depender de otras mujeres en distintos ámbitos para ser salvadas. Nosotras mismas estamos transformando las narrativas, enfrentándonos al sistema opresivo que nos constriñe día tras día.
Dos poetas abordan temas comunes como la violencia, el dolor, la muerte y la desaparición en sus contextos en Oaxaca y Guerrero. Utilizan la poesía como medio de denuncia, destacando la situación en ambos lugares.
Además, es importante mencionar que sus obras están escritas en un formato bilingüe, lo que representa una resistencia contra la colonialidad del lenguaje. No solo están en español, sino que también permiten ser leídas en los idiomas propios de los lectores. Es crucial reconocer la labor que realizan al traducir sus poemas, ya que esto implica varios retos. A pesar del dolor que esto pueda implicar, es una tarea sumamente importante, ya que abre un diálogo con hablantes de zapoteco, náhuatl y español.
“El escribir es un instrumento para agujerear, nos ampara, nos da un margen de distancia, nos ayuda a sobrevivir” (Anzaldúa, 1998, p. 223). En este sentido, la poesía se convierte en un acto de rebeldía, como lo expresó Kirkwood: “antes de la revolución está la ira”. Antes de escribir, está el coraje, la rabia que nos impulsa a denunciar. Como afirmó Merleau-Ponty, “en el inicio de todas las revoluciones está la ira y no la ciencia” (Kirkwood, 1987, p. 80). Creo que es crucial lo que señala Kirkwood, ya que al principio de las revoluciones se encuentra la ira y no necesariamente el conocimiento científico, sino una parte de nuestra propia historia y la de nuestros ancestros, historias marcadas por el coraje, la rabia y la ira. Por lo tanto, el trabajo poético de las compañeras es un acto de militancia.