La otra Alameda
Agarró fiesta. Le entró el diablo al cuerpo.
Lo conozco. Me ha hecho esto otras veces.
Los hombres le convidan trago, él baila,
se vuelve loco y sale de fiesta con ellos por ahí…
José Donoso
El lugar sin límites (1966).
Si hay un parque público significativo en la Ciudad de México este es la Alameda Central. Lugar al que concurre bastante gente, hay infinidades de encuentros y acontecimientos en él; lo que me gusta es que cada vez descubro más actividades en torno a este jardín. Me parece que muchos de los que habitamos esta ciudad no terminamos de sorprendernos de lo desconocida que puede ser para nosotros. Justo pensé hacer una visita a La Alameda para conocer más sobre una de las actividades que suceden en ese lugar: sexo servicio de hombres para hombres, los llamados “Chacales”.
Esto no es algo nuevo, pero si algo que muchas personas, como yo, no tenemos claro. Recuerdo que una de las primeras veces que supe de “Los Chacales” y que se dedicaban a la prostitución fue a través del libro Que se abra esa puerta. Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual (FCE, 2020) de Carlos Monsiváis, en donde se puede encontrar una estupenda definición:
En la jerga de los entendidos, el chacal es el joven proletario de aspecto indígena o recién mestizo, ya descrito históricamente como Raza de Bronce Clang! Clang! Si se requiere un resumen, el chacal es la sensualidad proletaria, el gesto que los expertos en complacencia no descifran, el cuerpo que proviene del gimnasio de la vida, del trabajo duro, de las polvaredas del futbol amateur (o “llanero”), de las caminatas exhaustivas, del correr por horas entonando gritos bélicos, del avanzar a rastras en la lluvia para sorprender al enemigo que algún día se apersonará. Es la friega cotidiana y no el afán estético lo que decide la esbeltez.
Pero lo que me interesa es conocer personalmente a alguno de los que realizan esta actividad e intentar saber un poco más de la vida de estos sujetos. Y que mejor que uno de ellos nos cuente de propia voz lo qué es ser un Chacal.
Me puse de acuerdo con Jazmín, una amiga que estaba interesada en tomar fotografías a uno de estos personajes. Nos habíamos puesto en comunicación con Julio, un amigo, que ha contratado estos servicios, él nos contactaría con uno de ellos, pues conoce cómo funciona ese mundo y se encargaría de acordar el precio por la entrevista y las fotos.
Jazmín ya me esperaba, lista con su cámara, en el apartamento de nuestro amigo; estábamos listos para ir en busca del protagonista de la entrevista y la sesión fotográfica. Caminamos desde el apartamento, en el fondo de la calle Cuba, hasta La Alameda.
La Alameda se ha clasificado como el jardín más antiguo de México y de América; en el año 1592 el Virrey Luis de Velasco ordenó crear un “paseo para darle belleza a la ciudad que a la vez fuera lugar de recreo de sus habitantes”. Se sabe que este espacio ya fungió como mercado y quemadero de la Santa Inquisición. Y ahora en él se pueden encontrar familias paseando por sus corredores, parejas platicando en la bancas. En verano se ha convertido en el balneario de varios niños y adolescentes (desde que se instalaron las fuentes), también es utilizado como salón de baile y para la práctica del skate. Este espacio ha servido como lugar de encuentro para muchas personas como bien lo plasmó el pintor Diego Rivera en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, en donde se puede observar la diversidad de gente, de distintos oficios y clases sociales que convergen en tan popular lugar. Ahora puedo imaginar que alguno de los chacales debe estar representado en esa pintura, tal vez debajo de Benito Juárez, junto a Sor Juana y Frida Kahlo, justo del lado izquierdo donde también está la santa inquisición.
Las últimas dos veces que acudí a La Alameda fue, la primera, para conocer a los bailarines, en su mayoría adultos mayores, que se reúnen sobre la calle peatonal de Cristóbal Colón, muy cerca de la famosa Cafetería Trevi; la otra para ir a una obra que se presentó en el Centro Cultural José Martí y después pasear con la familia por los corredores del jardín.
Ahora me toca ir a la parte de la Alameda, cerca de una de las entradas del metro Hidalgo, a espaldas del José Martí, sobre la calle Dr. Mora, en donde, debajo de los grandes árboles, están las jardineras en las que “los chacales” esperan sentados a que algún cliente llegue a su encuentro.
Antes de llegar al lugar en el que se encontraban los “Chacales”, Julio nos dijo que debíamos dejarlo solo para que pudiera contactar alguno. Obvio hay códigos: “ellos saben reconocer a los gays”, nos dice Julio. Hay que saber cuándo se muestran, ellos mismos se ofrecen, “a veces se agarran el paquete otras te alzan las cejas”, pero ellos saben cuándo los están buscando, parecen tener un gran olfato para los clientes. Y si queríamos que alguno de ellos accediera, debería proponérselo alguien que le generara un poco de confianza.
Decidimos esperar a Julio cerca del José Martí, viéndolo a la distancia. En un par de minutos intercambió miradas con un joven delgado, luego algunos gestos que parecían coqueteos, se acercaron e intercambiaron palabras que no alcanzamos a escuchar. Julio nos buscó con la mirada y nos hizo una señal con la cabeza para seguirlos.
Comenzaron a caminar, nosotros los alcanzamos unos pasos adelante, nos emparejamos, y Julio nos presentó con el joven. Hicimos algunas preguntas; él era hondureño, casado, por el momento se estaba dedicando solo a la prostitución, pues la obra en que trabajaba se había detenido por la pandemia del COVID-19. Sus respuestas eran cortas y su mirada parecía no querer encontrarnos, cuando contestaba miraba solamente a Julio.
Llegamos frente al edificio de departamentos, Jazmín y yo subimos, pero ellos se quedaron abajo, supusimos que renegociando el pago. Nuestro amigo entró solo y nos platicó que se asustó y no quiso entrar, dijo que no se sentiría a gusto. Habíamos perdido el tiempo. No hablamos mucho entre nosotros, entendimos que desconfiara. Tendríamos que intentarlo nuevamente, salimos para ir al enorme jardín.
Llegamos a La Alameda, no hubo necesidad de indicaciones, nos separamos. Julio se acercó a un tipo que saludo muy amablemente, pero parecían conocerse, era uno de sus amigos. Mientras platicaban, Julio seguía buscando con la mirada y no tardó en encontrar lo que buscábamos. Miramos para donde nuestro amigo dirigía la vista y estaba un joven que veía a Julio, lo estaba “chacaleando”: lo miraba fijamente, casi retándolo, buscando que le correspondiera el gesto. Sus miradas se cruzaron.
El “chacal”, sin importar la luz de la tarde, las familias paseando, los niños jugando en las fuentes, los patinadores domando los tubos de las jardineras y los policías parados sobre la cercana Av. Hidalgo, bajó su pantalón y le mostró el pene a Julio. Nuestro amigo se acercó y le dirigió unas cuantas palabras. Unos instantes después vimos nuevamente el movimiento con la cabeza de nuestro cómplice indicándonos que partiéramos hacia el departamento.
Esta vez decidimos solo presentarnos y no hacer preguntas. Me dirigí a Julio y le dije si había dejado en claro de qué se trataba, no podía pasarnos lo mismo. El “chacal” me vio y dijo: “tranquilo, carnal, lo que quieran preguntar, mientras paguen y saquen las chelas, no hay pedo”. No se sentía amenazado, se dirigía a nosotros demostrando seguridad (con cierta altanería) y hablaba abiertamente de su trabajo. En el camino no hablamos mucho; él comía unas papas y nos ofreció, pero ninguno aceptamos la oferta. Nos dijo que se llamaba Irving, que tenía 26 años, que era de Puebla y que venía regresando de tomar unas cervezas.
Llegamos a la entrada del edificio y nos preguntó que quién de nosotros vivía ahí. Ahora era él quien generaba un poco de desconfianza en nosotros. Dijimos que lo habíamos rentado para la entrevista y las fotos. Subimos al departamento.
En cuanto entramos, comenzó a observar el lugar, “está chingón aquí, es pequeño pero le cabe todo: la cocinita, el comedor y la recamara, lo que necesita y ya”. La luz de la tarde entraba por el enorme ventanal que daba a la calle de Cuba. “Desde aquí se ven Marra y la Puri, el puro desmadre ahí.” Irving no dejaba de observar las plantas en la ventana, los adornos que estaban arriba de la cámara (una cabeza de rinoceronte y una serie de luces) “está chido el altarcito del amor”.
En lo que yo acomodaba las sillas y el comedor cerca de la ventana, Julio sacaba unas cervezas del refrigerador. Tardé menos de un minuto en acomodar el celular para grabar y las sillas, cuando levanté la cabeza para buscar a Julio, él seguía en la cocina con Jazmín, pero vi que el “Chacal” ya se había quitado la playera y estaba desabrochándose el pantalón, a media sala. Le dije que la cosa era con calma, que primero platicaríamos, que echaríamos una chela. Le pregunté que si siempre era tan acelerado. Contestó que estaba a toda madre la chela, que quería desestresarse, evadió mi pregunta. Destapamos unas cervezas y comenzamos a charlar.
─¿De qué quieres desestresarte? ─le pregunté.
─Me acaba de caer mi ruca y estaba con un cliente, la neta si me sacó bien cabrón de pedo. Mira cómo me dejó el cachete, me acomodo un madrazo que hasta traigo caliente acá, mira ─se acercó a nosotros para que lo tocáramos el cachete.
La actitud del Chacal , era desinhibida, brusca, sincera, relajada y muy seguro de sí mismo.
─La neta quién sabe cómo chingados llegó acá mi morra, vivimos hasta Naucalpan de Juárez. Yo estaba echándome unas chelas con un cábula, en un bar, ahí a una calle de La Alameda. La neta era un cliente y por debajo de la mesa me estaba acariciando, ya sabes ─se sentó a la orilla de la silla, se recargo en el respaldo y con sus manos se masajeaba el pene para ejemplificarnos como lo hacía su cliente, hacia una cara de excitación─. Ese wey estaba bien prensado y yo estaba en la pendeja. Cuando de repente siento por detrás un chingadazo, me volteo y ahí estaba mi morra. Me dijo: “hijo de tu puta madre, ¿qué te está agarrando la verga ese wey? Ya me habían dicho, namás lo quería comprobar. Ahorita que lleguemos a la casa vas a ver”. Me paré bien encabronado y le dije que se fuera pa´ la casa, que no la iba a llevar así toda encabronada. La neta ella sabe a qué me dedico, pero no sé qué pedo. Así me conoció, yo me la traje de Puebla y ya sabía que show. Yo a mi morra le tengo todo, por eso hago estas mamadas, para darle todo. Ella no chambea. Yo tengo que sacar de viernes a domingo mínimo unos $3,500 a $4,000 baros ─nos contó mientras se sobaba el cachete y se tomaba un vaso de cerveza en dos tragos.
─Entonces ¿desde Puebla te dedicas a esto? ─le pregunté.
─Simón. Bueno, la neta ella sabía que le hacía a esto, pero acá pensaba que me dedicaba a otra cosa. Yo allá le entré a esto por un primo, “El Gasper” ─nos cuenta de su primo, se relaja, vuelve a tomar asiento y bebe su cerveza─. Él trabajaba en el punto: un parque que se llama Aquiles Serdán. Yo tenía diecinueve años, ya estaba “huevudito” cuando empecé. Mi primo fue el primero que supo que yo era bisexual y me invitó a su jale. Las primeras veces me presentaba con vatos, les decía mira te presento a mi primo y pues ya, ¿no?, pasaba el desmadre. Ese wey ya tenía sus clientes, pero a mí nada más me llevaba a departamentos, yo no iba al punto. Me decía: “vente, vamos acá y allá”. Después vi que les cobraba y si se la hice de a pedo. Pinche “caradeverga” estaba cobrando y no me daba nada. Después me daba una parte, pero seguía ganando más que yo. La neta si tengo “un pedo” [gusto] con los morros, hasta a los mismos que chambean de esto luego quieren que les dé, los de allá y de los de aquí de La Alameda.
─¿Por qué llegaste acá a la ciudad?
─La neta solo no quería estar en mi casa, acá me podía venir a vivir con unos tíos y pues ya, me vine pa´acá ─su respuesta fue corta y agacho su cabeza y comenzó a jugar con el vaso, parecía incomodarle tocar el tema.
─¿Entonces tú desde antes de entrar a esto ya sabías que eras bisexual o ya hasta que le atoraste te diste cuenta?
─No, yo desde la “secu” me di cuenta que también me gustaban los hombres. Yo tenía mi noviecita, pero me prendían los vatos. Ya sabes, estuvo un poco difícil, ¿no? Me costó aceptar que era bisexual, o sea que me gustaban también los hombres. No me quería quemar con la banda de que me gustaban los vatos, no me abría tanto como ahorita. Porque yo cuando tengo sexo con un hombre lo hago igual que si estuviera con una mujer, carnal ─por primera vez voltea a ver a Jazmín al darnos una respuesta y sonríe con un poco de pena, desde que llegó─. No le veo la diferencia. Bueno, yo cuando hago el amor con mi vieja, acabo de hacerlo y ya, le digo “al chile hazte pa´ allá, ni me abraces”; pero con vatos sí, me gusta el abracito, juntar los penes y esas cosas.
─Oye, ¿te has enamorado alguna vez?
─Sí, pero de un vato. Mi primo me presentó a un wey de Monterrey, Nuevo León. De hecho fue con el primer hombre con el que estuve. Ese wey fue a Puebla por un pinche ganado, mi primo me lo presentó, era cliente de él. Cuando me llevó a su hacienda la neta me saqué de pedo, pues me metió a un cuarto lleno de armas, me intentó tranquilizar, pero la neta entre tantos “tubos” yo estaba bien paniqueado y entre tanto relajo no se me paró esa madre. Era un wey bien cabrón, “chacalón”, no mamadas. No como los de aquí, ese wey te hablaba al chilazo: “a mi me gustan lo vatos, me late como te ves con los cuetes, ¿ya sabes jalar armas, mijo? Si no, yo ahorita te enseño”. Y yo: “no, no… no así, no hay que agarrar ninguna puta pistola”. “No sea tímido, mijo”, me decía y acá, me trataba de calmar. Esa vez me puso una pistola en la mano. A ese wey le excitaba verme con las armas y sí me dijo “¿qué no se le va a parar o que, mijo?” y le dije al chile me tienes bien paniqueado ─conforme va avanzando su relato sobre este cliente su voz va subiendo de volumen, en su rostro se puede ver la emoción, nuevamente se sienta erguido, se levanta de la silla varias veces e imita los movimientos de las acciones que nos va contando─. Me atendió chido, me dio puro Whisky que yo ni conocía, ahora sé que es el Chivas Regal, esa vez me dio dos mil pesos y una cadenita de tres oros y la neta con eso me relajé. Después me puso un pinche “cuernote de chivo”, me decía “así, mijo, así que se vea su cara de maldito” y el vato se prendía y se masturbaba viéndome.
─A ese cliente ¿lo viste solo esa vez o lo volviste a ver?
─A ese wey lo veo cada año, por lo menos. Viene aquí a la ciudad a verme. Esa vez me dejó su tarjeta y me dijo lo que se ofrezca. Es un clientazo, viene y se queda aquí en el Hilton. Viene y le deja una bolsota de mota a la banda de La Alameda, ahí todo el mundo lo conoce. Los forma para repartirles la mota. A mí me trae bien vestido, le late que ande al tiro por si viene, me deposita dos mil quinientos, tres mil pesos a la semana. Y pues a mí me late un chingo la ropa de marca, esta playerita Adidas, mi pantalón Levi´s y mis tenicitos Nike ─se vuelve a levantar de la silla, se acerca a nosotros y nos enseña las etiquetas de sus prendas y guiñe un ojo cuando las terminamos de ver─. A mi morra la mantengo de ahí y de lo que saco de acá. Te digo que mi morra sabe qué pedo, por eso me extraña que se haya puesto a hacer sus desmadres.
─Ese cliente tuyo, que se dedica a la maña, ¿se ha intentado pasar de lanza contigo? ¿No te ha pedido cosas raras o extremas?
─No, carnal, ese compa la neta cuando está conmigo se vuelve una mujer. También se enculó. A todo me dice “sí, papá, lo que quieras”. A comer de lo chulo, puros cortes Angus. No los choreo, pa´ pronto le gusta traerme bien. Le gusta que sea su chacalón ─dice esto último con una sonrisa que muestra el orgullo de autonombrarse Chacal.
─ ¿Cómo dirías que es un Chacal?
─Un Chacal es un cabrón. Por ejemplo, las morras huelen, ─se sienta al filo de la silla y simula olfatear hacia el frente de él moviendo la cabeza─ la seguridad de uno y no quieren acá un Junior, quieren un wey recio, que no se deja. Uno no se hace menos frente a nadie. Es que la neta los compas que están ahí (en La Alameda) son “retibios”, ¿Qué te dije hace rato, carnal? Si te dedicas a esto no puedes andar escondiéndote. Me saque el paquete pa´ que viera la mercancía ¿o no? ─le dice a Julio─ aunque estaban los policías ¿qué no? A mí me vale, los policías saben que acá. Yo les paso su “chesquito”. Por eso me acerque a este compa y le dije “¿Qué, qué hay que hacer?”, brillándole el paquete y le dije “mira papito chulo” y el otro wey que estaba cerca de él hizo su cara de pendejo, ¡Mtzz, chinga tu madre, wey! ¿Se vienen a prostituir o qué? ─todos reímos.
─No, pero ese era un conocido, es Ingeniero ─le aclara Julio entre las risas.
─Mtzz ¿Cómo va a ser ingeniero ese carnal? Yo soy chichifo y estoy mejor vestido que él, no ma… ─nos dice el “Chacal” mientras pasa su mano por su ropa para mostrarnosla, cruza la pierna, recarga su brazo en el respaldo de la silla y toma una postura relajada─. Yo tengo que verme chido, hago ejercicio. El vato de Monterrey me pide que ande a la línea que no me meta nada, me cuido un chingo la piel, traigo cuadritos, mira. Es que hay que estar bonito, papi. Así como me ves, un chingo de banda me tiene envidia, los chichifos de ahí de La Alameda me ven y dicen “aguas que ya viene el Puebla, ya valió verga”, sienten que les quito a sus clientes. Una vez me robaron una moto, yo digo que fue uno de los weyes de ahí.
─Oye, y ¿cómo se maneja el bisne en La Alameda? ¿les cobran piso? ─le pregunté.
─La neta sí, les cobran como trecientos pesos.
─Les cobran, ¿o sea que a ti no?
─No, la neta no, pues ese wey de Monterrey los paró de culo.
─¿Quiénes son los que les cobran piso? ─le pregunté.
─Unos weyes que siempre están ahí. Unos bien tatuados. Los weyes que veas ahí todos tatuados de los brazos, esos son los que cobran piso, son de la “warrior”. Pero esos weyes no son ni de “La Unión Tepito”, esos weyes no se meten en pedos, solo en su bisne. Estos cabrones andan ahí de culeros. Pero el vato de Monterrey si es pesado y llegó a decirles “ustedes qué, no se metan en pedos, dejen que los morros se den”. La neta si los paró en seco, ese wey, se rifó. Sí ha hecho bastantes cosas por mí ─nos dice esto último mientras vuelve a acaricia su vaso y baja la cabeza.
─¿Quieres más a tu morra o a ese wey? ─le preguntó Julio.
─La neta a ese wey ─contestó sin titubear con una sonrisa y su rostro se pone colorado.
─Y si quieres un buen a ese wey ¿Por qué sigues en La Alameda? ¿Cómo llegaste ahí? ─le pregunté.
─Cuando llegué a la ciudad conocí a un señor que pues me reconoció, se dio cuenta que lo miraba “chacaleandolo”, que me latía, me invitó un helado y así… pues pa´pronto terminamos cogiendo, me invitó unos tenis y me dio una lana. Era un don que le encantaba la verga, seguido contrataba ahí, y me dijo que en La Alameda estaba el punto, pero que no me quería ver así. La neta le dije que no, pero pues ya me había dicho dónde estaba el bisne.
─Y ¿qué tal está el jale ahí en La Alameda?
─La neta está chido, sale de todo, a veces caen clientes buenos que te pagan chido. Hay días que no está tan bueno y algunos clientes sí quieren pagar poco. A mí la neta me late este trabajo, sale buena lana, la cotorreas y a veces hasta te regalan cosas. Además hay veces que van parejas, van weyes con sus morras a buscar quien les dé a los dos, no te creas, salen viejas bien chidas y pues yo contento. Imagínate carnal varo y placer, puta madre, estalla la bomba. Y la neta de ese lugar he sacado buenos clientes y buena lana. Muchas veces los conoces porque te llegan a contratar y después lo ves pasar con sus morras o hasta con la familia completa, acá te encuentras de todo. Es como en Aquiles Serdán, sabes que en el parque te vas a encontrar con la diversión de una u otra forma. Ya te la sabes ahí hay de todo. Para mí es mi fuente de trabajo, ahí está el punto donde saben que estamos los chichifos. También esta chidito para ir a dar la vuelta, sentarte con tu morra o cotorrear por ahí en los bares y cantinas de alrededor. La neta está chido ─se toma de un trago el chorro de cerveza que hay en su vaso y pide más.
Las caguamas están vacías, él lo nota y dice que ya estuvo bueno. La noche está llegando y la luz del atardecer es perfecta para las fotos. La sesión comienza y la hace sin pudor. Las indicaciones que se le dan para las posturas no son mayor problema. Jazmín le pide que se quite las prendas lentamente. Él sigue amable y participativo, pero se sabe el centro de atención y eso le llena de orgullo, mira la cámara como retándola, infla el pecho, comienza a sugerir: “toma cómo se me marca el abdomen”, Le pide a Jazmín que le tome unas fotos en la cama, “que se vean las luces”, vuelve a sugerir, la sesión fluye, el termina mostrándose tal y como es.
Cuando terminan de tomar las fotos, el chacal comienza a vestirse. Le agradecemos la charla y la disponibilidad en todo momento, él dice que al contrario, que le gustaría encontrar más gente directa, “que hablen lo que es”, nos dice. ”La neta estuvieron chidas la chelas, me relajé, me gané un varito y estuvo chido que coincidiéramos. Cuando quieran ahí estoy, ya saben en qué parte de La Alameda nos podemos encontrar”.
Al pensar en la actitud de Irving, mientras se realizaban las fotos, recuerdo un nuevo fragmento del texto de Monsiváis donde dice:
El chacal tiene por hábito, o eso da a entender, sentirse ampliado, deseado así nadie lo contemple. Tan es así que en sus recorridos por salón va incorporando el deseo ajeno a sus movimientos, se detiene para atesorar envíos lascivos, camina como requerido de más espacios para acomodar junto a su cuerpo las apetencias que desata. Eso pasa en las sociedades racistas: en diversos sectores, lo admitan o no, el prestigio sexual de lo nativo se acrecienta, porque es una rareza que sean mayoría o porque son como uno pero sin dinero. El chacal no mira para no regalar su mirada, pero se deja mirar para ascender en su autoestima.
Pienso que en el mural de Diego Rivera, también se encuentra la admiración por esa brecha de clases, que se mira la convivencia de los grandes personajes con los paseantes de rasgos indígenas que son la mayoría, entre los cuales vuelvo a imaginar que bien podría estar el chacal protagonista de la sesión fotográfica.
Los asistentes a la Alameda central somos todos muy distintos y convergemos, por distintas circunstancias, en un espacio que se vuelve uno de los lugares con una multiculturalidad formada justo por las diferencias de quienes asistimos al jardín más antiguo de México y de América. Poder platicar personalmente con un chacal, uno de los personajes que frecuentan ese sitio, me ayuda a conocer una más de las historias de la ciudad en la que vivo.