Tierra Adentro
Ilustración por María Magaña.

…hasta la insatisfacción

se convierte en mercadería.

Guy Deboard

Lo que expone la técnica sobre la cultura no solo son prácticas, sino su lógica de uso y las relaciones que la conforman. Cuando se piensa, por ejemplo, que es casi imposible que la inteligencia artificial pueda crear una obra de arte, suponemos que existe una lejanía entre la subjetividad (propia de la humanidad) y la tecnología. Falso antagonismo que opaca una verdad: la tecnología es creación humana y nos pone de frente a nuestras formas de interpretar y existir en el mundo.

Aunque parece un simple cambio en la versión de los dispositivos, la pantalla, que en otros tiempos estaba dirigida exclusivamente a la mirada, hoy se expande con el acontecimiento táctil de hacerlo todo. Mover un dedo para ser y hacer: lo mismo personaje que compromiso. Usar la mano como transmisora de discursos y no para el contacto.

Las posibilidades de ver y sabernos observados nos sugieren una falsa percepción de omnipresencia; la horizontalidad de la red se exhibe como espacio abierto, pero olvidamos que “el pasado siempre resurge con una vuelta de tuerca. Internet, por ejemplo, es nuevo, pero la red existió siempre. La red con la que los pescadores atrapaban a los peces ahora no sirve para encerrar presas sino para abrirnos al mundo” (Márquez, 2015, pág. 183), y yo completaría, hasta que nos demos cuenta de la trampa y su forma rebuscada de encierro: sin paredes materiales, pero con muchos muros virtuales que nos mantienen cautivxs bajo la idea de una necesidad por “mantenernos informadxs” o “al día”. No se requiere el encierro de la antigua red de los pescadores pues, para algunxs, parece impensable pasar una semana o más tiempo sin acudir a la pantalla de las redes.

 

De la moda a la influencia

Incluso el concepto de moda, gestado en la producción moderna ha sufrido cambios significativos que responden a la flexibilidad que busca el mercado. La idea entró, desde finales del siglo pasado, en conflicto severo con una gran parte de sus consumidores; su vínculo con lo vacuo, con el poco interés por las otredades, los escándalos sobre la explotación a empleados, entre otras, pusieron en jaque lo que ya se hacía evidente y llevó a cambiar sus discursos.

El final de siglo y milenio significó, para la mayoría de los medios masivos tradicionales, una lucha contra denuncias sobre manipulación y orientación de las conductas; lo mismo posturas conservadoras, que progresistas, identificaron la importancia y el poder adquirido por los discursos mediáticos. La sobrevivencia radicó, entonces, en suavizar la tergiversación que se les había atribuido y convertirla en métodos para persuadir.

A partir del uso cotidiano de la palabra influencia, no dejo de pensar en que los eufemismos se han convertido en el argot más apropiado para estos tiempos. Frente a la manipulación, nos quedamos con su parte light. Ante el espejismo de público receptor y cautivo, elegimos interactuar para establecer un modelo participativo: un like y un comentario que busca evidenciar cuán equivocados están los demás. El dominio de la comunicación hegemónica cambió a un semblante incluyente, diverso e interactivo para lograr los fines económicos de siempre y responder a su propia crisis.

Jarie Jones, a quien se tiene la necesidad de nombrar como actriz transexual y que formó parte de la campaña de Calvin Klein, no da cuenta de un acto de buena voluntad; sino del propósito expansivo de mercado que incluye en su sistema a los cuerpos que habían sido sujetos de violencia por sus mismos productos. Como en otras épocas de la humanidad, “limpiar la consciencia” resulta en uno de los negocios más rentables.

Los tentáculos del disciplinamiento se extienden como la red y nos alcanzan en cada aspecto de la vida; como muchxs autores herederxs de los cuestionamientos sobre las relaciones de poder (Gilles Deleuze, Paula Sibilia, Boris Groys, Giorgio Agamben, entre otrxs) han dicho, salimos de la gestión del disciplinamiento monárquico para introducir e incorporar la autorregulación como vínculo de sociabilidad. El gran juicio sobre lo correcto, lo deseable, lo decible y lo replicable, está a la mano de (casi) todxs. La inquisición de los comentarios, a pesar de su carácter simbólico, ha tenido repercusiones en lo material, basta ver los suicidios provocados por ciberacoso, o los casos de personas que han perdido sus empleos debido a algún comentario en sus redes. En esta digitalidad sin contacto, la noción de justicia se reduce a la crítica más aguda, la interpretación más viral y al discurso que mejor apela a los sentimientos.

 

Apenas diferenciados, persona y personaje

Si en la edad clásica lo relevante era el ser, y en la modernidad: el tener. Hoy, sabemos, lo importante es aparentar; o como apunta Paula Sibilia, vivimos en la época de La intimidad como espectáculo (2008). Configurar el “yo” que se expone en un sinfín de lenguajes y plataformas, nos lleva a ser creadores, productores, distribuidores, actores y público de nuestros relatos.

Imágenes, video y palabras: la vida expuesta a la industria que nos encargamos de alimentar y que se sostiene en la “fascinación suscitada por esta multitud de historias minúsculas, todos esos minirelatos verídicos que se exponen en las pantallas que iluminan -y encandilan- al mundo contemporáneo.” (Sibilia, 2017, pág. 310)

La espectacularización del mundo propuesta por Guy Debord, en el siglo XX, se ha visto excedida con las formas de distribución de los medios digitales, ya no buscan llegar a las masas, sino al centro de la distribución de lenguaje que ha posibilitado mover el deseo de lo material a lo discursivo; es decir, lo relevante no es tener un objeto, sino poder mostrarlo. Ejemplo de esto son los unboxing que, desde 2006 mantienen la atención de seguidores que están dispuestxs a mirar por Youtube, cómo se extrae cada pieza que compone la caja de, prácticamente, cualquier producto.  Ante esto, el marketing de la experiencia ahora es el de la exposición porque ninguna vivencia se percibe completa, sino se publica su registro.

Para articular lo anterior, sería relevante exponer que estas subjetividades son parte de una genealogía que se ha integrado a los modos de vida, a partir de dispositivos muy diversos; pensemos, por ejemplo, en la última década del siglo pasado, cuando aquella mascota virtual (tamagotchi) proliferaba en distintas partes del mundo y “colaboró” con nuestro actual comportamiento hacia las pantallas, pues bajo la premisa del cuidado de un ser/animal con necesidades que copiaban la vida orgánica, se requería la atención constante hacia cualquier “notificación”. La “mascota-juguete-acompañante” proponía una didáctica de la responsabilidad que disciplinaba la mirada y lo digital ante el dispositivo. Más aún, para la investigadora Anne Allison, el tamagotchi representa una “presencia prostética” (Allison, 2006), por lo que en ella se vacían gran parte de los deseos y elementos de la personalidad; una versión primitiva de los vínculos en las redes sociales.

“Eres tu propia marca” se ha vuelto uno de los temas más destacados para ciertas áreas laborales. Queda claro que la gestión del cuerpo y los signos que lo visten, deben ser curados, enseñados y disciplinados para mantener una congruencia digna del personaje. Pero quizá, desde otras épocas y formas de producción, es común mostrar una faceta o personalidad distinta en espacios profesionales; sin embargo, en estos tiempos, la creación de la persona como marca, no solo se reduce a los temas competitivos; por el contrario, la pérdida entre lo público y privado hace que cada aspecto de la vida se vuelva parte de nuestro cuerpo generador de discurso y, por ende, de capital. Lo anunciado desde la modernidad decimonónica, el cuerpo en el centro de la producción del trabajo, hoy se exacerba para exponer que debemos encontrar en cualquier ámbito, una forma de emprender que se inserte en el modelo de producción económico.

En el Testo Yonqui (2008), Paul Preciado ejemplifica cómo es que los aspectos que, en otros tiempos podrían haberse vinculado con lo privado o la vida cotidiana, hoy se capitalizan:

La insípida Hilton se lo hace con Weber. No hay en Hilton, tras su aparente entrega al vicio y la ociosidad, un rechazo de la economía capitalista, sino, bien al contrario, transformación de la totalidad de su vida y de su sexualidad en trabajo y conversión, a través de dispositivos de vigilancia extremos, de la totalidad de su vida en imagen digital globalmente transferible. (Preciado, 2008, pág. 189)

Ya es común considerar como empresarios a youtubers e influencers, las ganancias generadas en espacios donde lo relevante es la exposición de la persona/personaje van en aumento; Patricia SanMiguel, en su artículo “Influencers: ¿una profesión aspiracional para millennials?” expone una investigación que aborda el interés y la profesionalización de este tipo de empleos que se han vuelto populares entre las generaciones jóvenes, pues los vinculan con “un mundo idílico; aunque esto solo sea una parte de la vida de los influencers, con frecuencia, es lo que los jóvenes tienen en su cabeza, llevándolos a querer comenzar una carrera oficial en redes sociales” (SanMiguel, 2017, pág. 131)

La pantalla no es máscara, sino herramienta que multiplica la posibilidad de ser observados bajo los filtros que pensamos haber elegido. La ilusión promisoria de fama se hace real con cada like o reacción, al tiempo que se hace indiscutible lo efímero y pedestre del acto que esconde otro de los eufemismos recurrentes del vocabulario autocomplaciente capitalista: “todxs somos especiales”, pero, obviamente, de ser así, nadie lo sería; mismo planteamiento que el de la paradoja sobre la novedad, esbozado por las vanguardias del siglo pasado.

Ya en El sistema de la Moda (1967), Roland Barthes se plantea interpretar la indumentaria como discurso que logra clasificarse de acuerdo con los comportamientos sociales; sin embargo, hoy, la operación ocurre a la inversa; lo que cubre al cuerpo ya no solo es la indumentaria sino, sobre todo, el lenguaje: palabras, signos, imágenes, sonidos que “curamos” para configurar las versiones de lo que deseamos y convertir en ficción lo que somos.

Privatizar lo privado posibilita a (casi) todxs poseer un bien: el relato propio que circulará, y que no siempre resulta en capital económico para quien lo produce; no obstante, otorga vínculo social, al momento que se inserta en una cadena económica sostenida por mano de obra que no se reconoce como tal, aunque pone en el centro su deseo por ser parte de esta. Se dice, justo en estas formas de comunicación que predominan en las redes sociales, que la mayor agencia de datos es Twitter y no tiene ningún pago a sus “creadores”; la mayor empresa de transporte alternativo es Uber, que no posee ningún automóvil; el emprendimiento más exitoso en turismo es Airbnb y no tiene hoteles. Es decir, lo que sostiene a la industria es la información que compartimos y, además, esperamos sea vista.

Lo que se prefiere obviar y mantiene el flujo de capitales en las redes sociales es el arduo trabajo de quienes creamos, opinamos y compartimos (en nuestro tiempo de ocio). La red abierta de la que se hablaba al inicio de este texto permanece así, pues no atrapa cuerpos disciplinados, sino deseantes de disciplina.

 

 

Referencias

Allison, A. (2006). Millennial Monsters Japanese Toys and the Global Imagination. Berkeley : University of California Press .

Márquez, I. (2015). Una genealogía de la pantalla. Del cine al teléfono móvil. Barcelona: Anagrama.

Preciado, P. (2008). Testo Yonqui. Madrid: Espasa.

SanMiguel, P. (2017). Influencers: ¿una profesión aspiracional para millennials? En C. M. Medrano, Juventud: nuevos empleos emergentes. Madrid: Instituto de la Juventud. Obtenido de http://www.injuve.es/sites/default/files/2018/29/publicaciones/revista_completa_injuve_118.pdf

Sibilia, P. (2017). La intimidad como espectáculo . Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

 

 


Autores
Maestría en Comunicación y Cultura, Universidad de Buenos Aires. Profesora de asignatura de la UACM y de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Colaboradorx del diagnóstico de violencia de género en Ecatepec. Ha diseñado y gestionado: talleres, exposiciones, jornadas, podcast, conferencias y otras acciones para problematizar la naturalización de las prácticas sexo genéricas. Coordinadorx del círculo de lectura “Incomodar el género y descolocar el cuerpo”, Biblioteca Vasconcelos.

Ilustrador
María Magaña
(Guadalajara, 1988) es ilustradora y diseñadora. Egresada de la Licenciatura en Diseño para la Comunicación Gráfica por la Universidad de Guadalajara. Desde el 2011 distribuye su trabajo de forma independiente.