La lluvia de Althusser
Llueve.
Te asomas por la ventana. Ves frente a ti dos gotas de agua que no se tocan. Parecen estar casi paralizadas y no ceden, adheridas al vidrio. Poco a poco, milimétricamente, se inclina una, apenas, hacia la otra dejando un levísimo rastro de agua en su trayectoria; parece que uno de los lados de la gota se va llenando de más agua. Se inclina lentamente hacia la otra gota y ésta, casi estática, se resiste. Parece alejarse de la gota que viene hacia ella, quiere evitarla a toda costa. Pero en un momento dado, sin más, la gota toca finalmente la membrana de la otra gota. Se precipita el encuentro, vertiginoso. La curvatura infinitesimal de una gota que se inclina hacia otra hace que se unan y se precipiten ahora rápidamente hacia abajo. En su paso, ya juntas, se llevan con ellas al resto de las gotas que esperaban, estáticas sobre el vidrio, esa desviación originaria. Del clinamen y de ese encuentro nace un mundo.
En uno de los pasajes más bellos de la filosofía, Louis Althusser traza un paralelismo implícito entre los átomos de Epicuro y las gotas de lluvia que caen. Para Epicuro, antes de la formación del mundo, sobre el vacío, un número infinito de átomos caían en paralelo. Esto implica que antes de la formación del mudo no había nada y que todos los elementos del mundo ya existían en la eternidad. Antes de la formación del mundo no había significado, causa o fin ni razón o sin razón. Y de pronto el clinamen sobreviene. Lucrecio deduce el clinamen de los fragmentos de Epicuro: la curvatura infinitesimal, el mínimo desvío de un átomo hacia otro que provoca que un átomo se desvíe de su caída vertical en el vacío y rompa el perfecto paralelismo en tan solo un punto, lo cual induce un encuentro. La suma de los encuentros, luego del primero, se aglomera y esta es la creación de un mundo. Para Althusser, esto señala que lo originario no es la realidad de los átomos mismos, sino el encuentro, el clinamen, sin el cual los átomos no serían nada sino el fantasma de una existencia. El mundo se forma como efecto puro de la contingencia y depende del encuentro aleatorio de los átomos causado por la desviación del clinamen. Esto es fundamental para la forma en que Althusser propone en su último manuscrito publicado y reconstruido luego de su muerte que una corriente subterránea ha permanecido a lo largo de la historia de la filosofía: la filosofía del encuentro, el materialismo del encuentro. La filosofía ya no necesitaría pensar ni la razón ni el origen de las cosas, sino que debería ser una teoría de la contingencia y del hecho de la contingencia, de la necesidad subordinada a la contingencia y del hecho de que las formas le “dan forma” al efecto del encuentro.
Louis Althusser (1918-1990) fue un filósofo francés, nacido en Argelia, que primordialmente se dedicó a pensar lo que denominó la “filosofía marxista”. Durante su juventud, Althusser se sentía fuertemente identificado con el cristianismo y su primer acercamiento a la filosofía de Spinoza y Montesquieu fue a través de la tradición cristiana. Estudió en la École Normale Supérieure en París y después se convirtió en profesor de filosofía. En su enseñanza y al tomar ciertas técnicas del estructuralismo para leer a Marx se volvió un referente central y principal intelectual del Partido Comunista Francés (lo cual posteriormente se convirtió en una problemática relación que justificó de diferentes maneras a lo largo de su trayectoria). En su vida personal, Althusser sufrió en distintos periodos de su vida de depresión y momentos psicóticos que desembocaron en 1980 en la muerte de su esposa, luego de que la estranguló durante uno de sus momentos psicóticos. Fue declarado no apto para ser juzgado y pasó un largo periodo en hospitales psiquiátricos. Su vida intelectual cambió luego de este incidente y escribió muy poco más, alejado de sus estudiantes y amigos. Althusser murió el 22 de octubre de 1990.
Comienzo por el final de Althusser, y releo el texto que más he subrayado en mi vida en cinco lecturas en diferentes momentos: antes, tentativa, subrayaba con lápiz, luego con más seguridad con pluma y después con colores. En “La corriente subterránea del materialismo del encuentro”, escrito después de la muerte de su esposa y su hospitalización, Althusser traza la que considero que es la condensación más atrevida de su pensamiento: desde Epicuro hasta Marx hay una corriente subterránea que ha buscado su anclaje materialista en una filosofía del encuentro y rechaza la filosofía de la esencia, de la razón y por tanto del origen y el final. Una de las preguntas que obsesionó al filósofo francés a lo largo de su trayectoria fue la pregunta por los (re)comienzos y es que cada punto de llegada era un nuevo punto de partida y la inconclusión un comienzo. Althusser ve los comienzos siempre en retrospectiva, a través de la retroacción necesaria: se asoma desde su ventana en el presente para ver lo que ha sucedido, el encuentro, y trabaja desde ahí, a partir de los resultados, hacia el comienzo, para ver esos instantes luminosos en donde finalmente las cosas adquieren la consistencia necesaria, se cuajan “en ciertos momentos felices [los] elementos que conjuntan un encuentro susceptible”. Vuelvo entonces al comienzo de Louis Althusser, desde su final, la lluvia.
Althusser fue, sobre todo, un hiperlector. Su principal contribución a la filosofía, desde mi punto de vista, no fue necesariamente su (in)definición1 de una filosofía marxista o su famosa teoría de la ideología y la interpelación, sino la forma en que, empapado en el estructuralismo y desde el marxismo, elaboró simple y sencillamente una nueva forma de leer (filosóficamente). Ya desde sus primeros textos controversiales como “Contradicción y sobredeterminación” o “Sobre la dialéctica materialista” y hasta sus libros imprescindibles Para Marx (1965) y Para leer El Capital (1965), sus intervenciones clave critican al conocimiento como mito especular de la visión, la lectura inmediata (la concepción empirista del conocimiento), y favorecen la lectura “sintomática”. La lectura sintomática, tal como él la define, “descubre lo no descubierto en el texto mismo que lee y lo refiere, en un mismo movimiento, a otro texto, presente por una ausencia necesaria en el primero”. Es decir, al leer un texto debemos estar atentos a sus lagunas, a las preguntas sin respuesta, o a las respuestas sin pregunta, a las torsiones de las frases, a las repeticiones, a los olvidos e incluso a encontrar las metáforas, para así hallar en las contradicciones mismas las convicciones subterráneas verdaderas del texto.
El ejemplo más claro de lectura sintomática está quizás contenido en la famosa frase de Marx: “la anatomía del hombre es una clave para la anatomía del mono” (y no, quizás, viceversa). En un giro sorprendente, Marx clausura toda interpretación teleológica de la historia, la concepción evolutiva de la historia (la cual diría que la anatomía del mono, el precursor, es clave para entender a su sucesor, el hombre). También anticipa el famoso après coup (nachträglich) del psicoanálisis según el cual sólo en retrospectiva se puede reconocer qué tan significativo ha sido un acontecimiento, pues solo en un tiempo posterior al de su primera inscripción el pasado adquiere sentido y resignifica (desde el presente) tanto el pasado como el futuro. En la ruptura de la causalidad mecánica y en este gesto de Marx, Althusser encuentra una nueva forma de leer (desde su presente y a partir de esta forma retroactiva) lo que está ausente en la obra de Marx: la filosofía de Marx.
En vez de indagar genealógica o hermenéuticamente en la obra de Marx y cavar en la tierra para ir capa por capa y dar una interpretación más de sus postulados, como ya se había hecho hasta el cansancio en los años sesenta en que escribía Althusser, el filósofo francés decide de forma sumamente creativa leerlo sintomáticamente, es decir, hacer manifiesto lo latente. Sabemos que Marx jamás postuló una filosofía sistemática en su obra y por ello Althusser retorna a Marx, a sus puntos contradictorios y a sus preguntas y no a lo explícito, para forjar una política de izquierda verdaderamente revolucionaria que zanjaría viejos y nuevos problemas políticos. Pero más allá de Marx, en última instancia, Althusser buscaba no solo dar una nueva apreciación teórica, sino dejar en claro que el conocimiento es producción y no algo que se puede ver directa y empíricamente, de forma evidente o transparente.
Cuando el joven Althusser se encontró con el marxismo descubrió una crítica radical de todas las ilusiones “especulativas” lo que le permitió establecer una verdadera relación con la realidad a través de crítica misma de las ilusiones. Luego de dedicarse a estudiar a Spinoza, Maquiavelo y Rousseau, Althusser descubrió, según confiesa en su autobiografía, El porvenir es largo, que el marxismo le permitía experimentar con el cuerpo una forma de pensar. En la teoría marxista vislumbró un sistema de pensamiento (el materialismo) que reconocía la primacía de la actividad física y del trabajo sobre lo pasivo, sobre la conciencia especulativa. En la esfera del puro pensamiento, descubrió la primacía del cuerpo como agente que transforma la materia. Al igual que la gota de lluvia se desvía levemente para al fin crear un mundo, el encuentro de Althusser con el marxismo transformó la manera en que se puede pensar filosóficamente la tradición materialista en oposición al mito empírico del conocimiento de lo dado y el idealismo.
Si hay un libro de filosofía que se plantea como novela policial, y que por lo tanto no deja de ser una lectura que me mantiene en vilo cada vez que lo (re)comienzo, es Para leer El Capital. Puede que sea solo que en mi lectura toman forma y consistencia muchas de las ideas que me interesan para pensar filosóficamente los actos más elementales. La insoportable lucidez del libro colectivo parte de una simplísima pregunta al establecer su postura como lectura filosófica de El capital: ¿qué es leer? Si Freud nos enseñó que debíamos sospechar lo que quiere decir escuchar y lo que quiere decir hablar (y callarse), dado que detrás hay un segundo discurso, el del inconsciente, entonces a partir de Marx lo que debemos sospechar es lo que quiere decir leer y por lo tanto escribir.
En ocasiones la lectura althusseriana de Marx es sumamente novelesca y parece ser dominio de la imaginación, además de estar llena de conclusiones prematuras, pero revela la riqueza infinitamente maleable de su material. Partiendo de la pluma de Althusser, la obra de Marx es riquísima y permite leer a contrapelo las viejas discusiones fijándose en lo que nadie había notado: las ausencias, las preguntas, los juegos de palabras, las metáforas, la retórica del discurso.
El legado de Althusser continúa en una generación brillante de pensadores que fueron sus estudiantes y de una u otra manera han asumido su legado como Alain Badiou, Jacques Rancière, Étienne Balibar, Pierre Macherey, Jacques Derrida, Jean-Claude Milner, François Regnault y Jacques-Alain Miller. Este 22 de octubre estamos a 30 años de la muerte de Althusser, pero su pensamiento sigue vivo en su legado filosófico y en la generación más original de la filosofía francesa.
Cuando te asomes a la ventana, verás esas dos gotas que se unen lentamente estoy segura de que estarás condenado a verlas como yo, para siempre: como el clinamen de los átomos. Esto te llevará a pensar siempre en el encuentro (aleatorio) de dos gotas de la que nacen mundos posibles.