Depresión Post Pop
Intro
Es común ver en la televisión, periódicos, revistas, redes sociales, noticias que muestran el auge de la depresión entre nosotros. En tiempos de pandemia, es inevitable ignorarlo cuando el aislamiento social es uno de los factores que acrecenta este padecimiento que, como lo indican todas las proyecciones de salud pública, solo irá en aumento. No es para menos, diversos estudios muestran que a nivel mundial la depresión afecta a más de 350 millones de personas y, en México, ocupa el primer lugar de discapacidad para las mujeres y el noveno en los hombres, aunado a que la mayoría no acude a tratarse y retrasa la búsqueda de ayuda, derivando en otros trastornos que solo afectan más como la ansiedad, las enfermedades crónicas y cardíacas, o el consumo de diversas sustancias adictivas.
Pareciera que algo malo sucede en nuestra época, una inconformidad generalizada, una noción de que todos los cuentos sobre el progreso no han sido sino mentiras en medio de crisis económicas, desempleo, inseguridad y violencia. Este siglo, cada vez menos joven, parece que solo profundiza en esa herida que ya se podía sentir en el final del siglo pasado y nada parece ayudar a erradicarlo.
Quizás por eso, a la depresión la vemos reflejada en series de televisión y películas que han hecho de esta enfermedad, un tema recurrente para contar historias pop que tratan de mostramos la mejor cara del asunto. Dichas historias regularmente terminan bien, es difícil que muestren lo contrario, lo terrible que es vivir o dejar de vivir en medio de todas las sensaciones que provoca la depresión. Haciendo un recuento de personajes que se hayan quedado en mi memoria por vivir o intentar vivir en medio de todo eso, recordé canciones, videos musicales, cuentos, películas y series de televisión. Esas historias siempre han estado y seguirán estando ahí, la vida suele ser muy cruel para algunos y me es inevitable no sentir empatía y desasosiego por algunos personajes que enunciaré por aquí.
I The Infinite Sadness
Cuando escuché por primera vez a los Smashing Pumpkins no me gustaron, me costó trabajo adaptarme a sus sonidos melancólicos y tristeza de sus letras. Mi primo, quien me presentó al cuarteto con su disco Adore, estaba fascinado; me ponía canción tras canción, video tras video, me explicaba la jerga del lenguaje que usaba Billy Corgan, las historias tras las grabaciones y de vez en vez me peguntaba incrédulo ¿cómo no te van a gustar los Smashing? Descubrí que no me gustaban porque me hacían sentir incomodo, triste, algo en mí hacía que, de cierta forma, me diera para abajo. Por ese entonces, quizás 1999 o 2000, yo prefería a las bandas de metal, rock alternativo o cualquier cosa escandalosa que el MTV de aquellos años pusiera ante mí.
Conforme pasó el tiempo terminaron por gustarme, aunque a veces me ponían mal. Si bien sus discos tenían canciones de todo tipo (románticas casi melosas, potentes, gruncheras, metalosas), las tristes con letras depresivas se llevaban siempre las palmas: “Disarm”, “Sooth”, “Thirty-Three”, “Stumbleine”, entre otras, se convirtieron en la banda sonora de aquellos días y aunque ni siquiera tenía razón para deprimirme, escuchar a los Pumpkins lo hacía inevitable. En un capítulo de Los Simpson, Bart y Lisa escuchan en el festival Lollapallooza a los Smashing tocando “Bullet with a buterfly wings”. Lisa se sorprende ante el sonido sombrío y lo que provocaban en los jóvenes asistentes, pero a Bart se le hace burdo, sentenciando esta frase: “making teenagers depressed is like shooting fish in a barrel”. En su versión para México (con su ahora mítico y casi siempre genial doblaje), la frase fue: “Ah, deprimir a un adolescente es como hacer un huevo motuleño”. Escogiendo la que uno quiera, para Bart era muy sencillo deprimir adolescentes y los Smashing Pumpkins lo hacían a la perfección.
Había dos canciones de la banda que me hacían sentir más raro, me ponían a pensar en mi presente y me daba miedo que, de un momento a otro, mi vida desenfadada se esfumará para pensar en lo que seguía. Esas canciones junto a sus respectivos videos eran “1979” (Mellon Collie and the Infinite Sadness, 1995) y “Perfect” (Adore, 1998).
La primera canción es un decálogo de lo que significa ser joven, se vive rápido, el futuro no importa, se es descarado y de una u otra forma siempre se está solo, eso sí, siempre esperando que algo más suceda. Recordemos que en los noventa, los videos musicales no eran solo un acompañamiento banal como sucede ahora, eran acaso, la forma final de presentación de la banda misma y, el video de “1979”, fue un hito en su época. En él vemos a un grupo de amigos que hace lo que se debe cuando se es joven, solo importa vivir el momento y pasarla bien, no importa si se roba o se irrumpen lugares, no hay tiempo para pensar en las consecuencias.
El segundo video es más crudo y nos sitúa en una realidad recurrente, esos mismos chicos, cuatro o cinco años más grandes, comienzan sus vidas adultas. La mayoría lleva una vida mediocre, decadente, sin grandes cosas que rescatar; dos de ellos parece que están en la universidad, pero eso tampoco significa que la vida les sonría.
Ambos videos, complementarios, muestran en forma de cortometraje el inicio y el desarrollo de diversos comportamientos depresivos: apatías fingidas por presentes inciertos; supuestas alegrías ante indolencias acumuladas; del nada nos importa al comienzo de una vida “responsable; nulo interés por vivir sin futuro en medio de infidelidades, embarazos tempranos, estudios obligados y, de nueva cuenta, apatía por todo lo que les rodea. Ambas canciones con sus respectivos videos, muestran que la vida está condenada al estancamiento y que la fugacidad de las cosas se nos escapa de las manos.
Esas canciones me hicieron creer en la adolescencia que la vida puede derrumbarnos en cualquier momento, de la felicidad a la tristeza, de un sentir que estamos bien a caer en una enorme depresión, de ansiar comernos al mundo a no querer hacer nada, de estar viviendo el mejor momento de nuestras vidas a morir sin que le importemos a alguien. Hoy en día casi no escucho a los Smashing, si lo hago, trato de hacerlo en el mejor mood posible y, si se puede, solo las canciones que no hablan de la tristeza infinita de la vida de la que Corgan siempre canta.
II Amor, alcohol y desamor
Uno de los detonantes más comunes en las personas para que surja la depresión es la pérdida de un ser amado y todos los trastornos afectivos que eso deriva. Muertes, separaciones, distanciamientos, eventos que provocan angustia y miedo a vivir solos; sentimientos que recaen en esa enfermedad que tendrá que ser tratada para no pasar por otro tipo de situaciones más peligrosas.
Raymond Carver tiene muchos ejemplos de personajes deprimidos, ahogados en monotonías que no los dejan estar bien, personas superadas por su cotidianidad y egoísmo, fracasados que encuentran en el alcohol y el trabajo, la excusa perfecta para sobrellevar todo, porque la felicidad apenas los ha acariciado. Cuando lo leo, a veces me pregunto si de verdad las personas podemos estar bien, creo que siempre nos hace falta algo, aunque nunca sepamos qué es.
En su cuento “¿Por qué no bailan?” (De qué hablamos cuando hablamos de amor, 1981), Carver nos deja ver en apenas un suspiro, la historia de un matrimonio que acaba de terminar (o al menos eso parece), mientras otro apenas surge. Polos opuestos de esperanza por el devenir y el ocaso por lo que fracasa. El protagonista, un hombre maduro, bebe whisky mientras observa los muebles de su habitación acomodados idénticamente por él, pero en el jardín que tienen frente a su casa. No solo eso está afuera, los muebles de la sala, de la cocina y hasta la ropa, parece que se encuentra ahí afuera, a la vista de todos como si se tratara de una venta de garaje. Una pareja joven pasa frente a todo eso y decide parar y preguntar algunos precios de todas esas cosas que se ven en perfecto estado. “—Pidan lo que pidan, ofrece diez dólares menos. Siempre es bueno —aconsejó ella—. Además, deben de estar desesperados o algo así”.
Sin que nadie salga a ofrecer los muebles, el lugar parece vacío hasta que llega el dueño con algunas compras: bocadillos, cerveza y más whisky. Los tres se saludan, se observan y comienzan a darle valor monetario a las cosas. Después del negocio y el respectivo pago, los tres comienzan a beber y a escuchar música en ese jardín. El dueño insta a la pareja a bailar y los tres se pierden entre la noche, el alcohol y el coqueteo.
Un detalle que nos deja ver un poco más del personaje central o de la vida que llevaba antes de ese momento, es este diálogo que tiene con la chica que baila, mientras su esposo (suponemos), yace dormido de borracho: “—Esa gente de allí. Están mirándonos —observó la chica.—. No pasa nada —dijo el hombre—. Es mi casa. —Que miren —dijo la chica. —Eso es —la apoyó el hombre—. Creían haberlo visto todo en esta casa. Pero no habían visto esto, ¿eh? Sintió el aliento de la chica en el cuello”.
¿Qué es lo que han visto los vecinos? Gritos, violencia, policías, destrozos, fiestas, el abanico es muy amplio y más si notamos la altanería con la que el personaje principal resuelve las miradas voyeristas. Carver nos deja pensar lo que queramos, pues el cuento es tan solo un instante, eso sí, creo que no hay duda de que la vida del protagonista se ha ido al carajo y ya nada le importa.
Este cuento tiene una adaptación muy buena en una película protagonizada por Will Ferrell (Everything Must Go, 2010), en la que el guionista nos da mucha más información que el cuento de Carver. Aquí el personaje Nick Halsey, es un alcohólico y por esa razón pierde el trabajo, su reputación y su esposa lo abandona. La película muestra los estragos que unen a la depresión con el alcohol, su dependencia como una forma de evadir la tristeza y desasosiego de la realidad que lleva.
Nick se rehúsa en un principio a vender sus muebles y contrata a un niño del vecindario para que los cuide mientras él va a comprar cerveza y se embriaga lo más que puede. La tónica también cambia cuando el personaje principal no tiene las llaves de casa y comienza a vivir por varios días en el jardín de enfrente junto a sus cosas. Lo vemos beber en demasía, bañarse con una manguera, y hasta coquetear con una nueva vecina que llega a vivir frente a su propiedad. Creo que en la película la decadencia del personaje es peor que en el cuento pues vemos a alguien que no tiene dignidad y ni siquiera intenta cambiar esa situación, dejando ver una depresión contenida que en cualquier momento explotará. La interpretación de Ferrell, además de su curioso parecido físico con el propio Carver, hacen que la película se vuelva memorable porque te pone a pensar eso que sucedería cuando tu mundo parece estar acabado.
En otro cuento, “Caballos en la niebla” (Tres rosas amarillas, 1989), Carver nos muestra una despedida más definitiva, con mayores detalles pero no con toda la información. El personaje principal nos narra la noche en que su esposa decide dejarlo a través de una carta que apenas y hojeó. Ella trata de evitar un disgusto más grande y por medio de esa carta, le explica las razones de su infelicidad.
Ella le escribe que ya no aguanta más, que ha sufrido mucho los últimos años y que ya no hay nada que la haga feliz a lado de él, la depresión es tanta que ha decidido darle un giro a su vida. En el transcurso de esa noche, mientras medio lee la carta, él va teniendo un sinfín de emociones: enojo, tristeza, miedo, furia, incredulidad; en su mundo no es posible que su esposa lo abandonara de esa manera. Él la ama pero no hace nada por demostrarlo. Sus hijos ya tienen vidas hechas lejos de ellos, lo que supone que ambos, en el transcurso de ese volverse a conocer, se hayan distanciado.
El entorno grisáceo que describe Carver nos envuelve en una niebla nocturna y espesa, metáfora casi perfecta para decir adiós, si no fuera por un par de alguaciles preocupados por arrear a unos caballos que se perdieron, por culpa de un choque, en una carretera cercana.
Ese ambiente depresivo nos hace sentir afines a la pareja, no sé si tomando partido por alguno de ellos, pero si con esa sensación de que la vida, tarde o temprano, puede terminar y dejarnos más solos de lo que creíamos estar o bien, que podemos intentar cambiar la monotonía que nos hace sentirnos tan mal. Como en casi todas sus historias, Carver nos deja un final abierto y a la deriva, como la vida misma cuando parece que nada tiene solución y solo queda la desesperanza.
Ambos cuentos, junto a la película, nos dejan el sentimiento de que la depresión comienza con el miedo a vivir solos, a perder a la pareja, al abandono, al egoísmo y la monotonía de relaciones que quizás debieron terminar mucho antes de que nosotros como lectores, nos acercáramos a ellas.
III Tonys depresivos.
Hace poco me animé a ver la serie After Life de Netflix, no sabía que esperar. Todos dicen que Ricky Gervais es un genio en casi todo lo que hace pero yo no soy muy su fan, de hecho, cada que veo anunciado algo de él trato de evitarlo. Sin embargo, esta serie removió cosas dentro de mí desde el primer capítulo, por la forma en que su personaje muestra el sin fin de emociones que se tienen cuando se pierde a alguien: de la tristeza a la apatía, de la tranquilidad a la furia, de un breve sorbo de felicidad a querer estar muerto.
La historia comienza cuando Tony Johnson está decidido a suicidarse, no quiere vivir sin su esposa que murió de cáncer. Justo antes de terminar con su vida, un perro enorme aparece en la escena antes de que lo haga, Tony se detiene y le mira, se da cuenta que, si se mata, no habrá nadie que le dé de comer a su mascota. Decide posponer el suicidio y a partir de ese momento conocemos un poco de la vida cotidiana que lleva sin el amor de su vida, pero también, la otra vida que llevaba con ella y que vemos a través de videos, que él reproduce para recordarla.
En ese posponer la muerte, Tony decide ser una mala persona con todo el mundo como siempre lo había querido: es grosero, patán, intransigente, todo un villano para la gente que lo rodea y que al parecer detesta; sin embargo, no es tan fácil y en ese vivir una vida que ya no quiere, vemos diversos estragos que la depresión hace en él, imposibilitándolo de muchas maneras.
Él es hombre de una sola mujer y se niega a experimentar el amor de nuevo, con una enfermera que cuida a su padre. De la misma manera que los personajes de Carver, Tony Jonhson se refugia en el alcohol, el trabajo y la cotidianidad de una vida sin rumbo como en los videos de los Smashing Pumpkins. Quizás por todo esto After Life me abrazó enseguida, deseando que jamás me suceda algo así.
La manera de caminar y de vestir de Tony Jonhson, el modo en que cree que un psiquiatra lo puede ayudar en un principio, o la forma en que culpa a los demás por la suerte que le toco vivir, me hicieron pensar que tal vez su personaje era una alegoría a otro del mismo nombre, pero de diferente apellido, el gran Tony Soprano.
Cuando salió la serie de Los Soprano, el boom de la terapia como remedio a la depresión o cualquier otro padecimiento, fuese el que sea, se resolvía visitando a un psiquiatra y probando los “medicamentos” que se prescriben. Con Soprano tuvimos que ver después de seis temporadas que muchas veces, la terapia no es el mejor remedio, menos cuando se utiliza como una excusa para cometer atrocidades. Sin embargo, en esos primeros capítulos, vemos a Soprano muy deprimido, el negocio, la familia, su vida, nada está bien; vivir en medio de violencia, inseguridad y problemas legales no le ayuda. Comienza a tener ataques de pánico y si se descuida podría morir. Junto a su doctora (Jeniffer Melfi) vamos sintiendo empatía por el personaje, un clásico antihéroe que es un enorme villano, pero que lo justificamos porque creemos que la vida ha sido dura con él, no como con todos, pensamos, solo con él. La serie se volvió un icono pop porque por primera vez vimos a un mafioso terrible y poderoso con debilidades físicas y mentales que lo hacían presa fácil de sus amigos y enemigos.
En ese buscar estar bien, Tony Soprano descuida a su familia, en especial a su hijo Tony Jr, quien, de ser el típico niño adolescente mimado, encuentra en la depresión y los ansiolíticos, una manera de conectarse con amigos, de darle un sentido a su vida que no parece tener ningún propósito. Espectador principal de su padre en esas seis temporadas, Tony Jr. desarrolla una personalidad displicente y aprende a jugar con esa carta para no hacer realmente nada y seguir perdiendo el tiempo, culpando a su entorno, a la guerra, a la diferencia de clases y a una ex novia, hasta que, como es recurrente en estas historias, no puede más e intenta suicidarse, creyendo que a nadie le importa. De niño apático y consentido a joven más apático que finge interés por cosas absurdas.
Los tres Tonys van al psiquiatra, se medican, Jonhson los toma poco, si acaso píldoras para dormir, pero bebe demasiado. Soprano está en el éxtasis del Prozac como remedio de todo, así que, para eliminar sus ataques de pánico, los toma casi a diario a excepción de ocasiones en las que se encuentra muy bien. Tony Jr investiga con sus amigos que medicamentos le pueden funcionar como droga recreativa, la sugiere y se la dan y, aunque pudiera ser que su depresión es latente, las acciones que hace y que vemos en la serie nos demuestran lo contrario. Jr tergiversa algo que en verdad pudo ayudarlo, pero no soy quién para juzgar, pocos seres humanos podrían considerarse responsables, incorruptibles.
En los tres personajes vemos esa necesidad de ayuda, la aceptan y toman del uso de fármacos antidepresivos y de la psicoterapia, las herramientas necesarias para salir del caos en el que estaban. Con los Soprano ya sabemos cómo termina todo, pero con Johnson apenas se puede vislumbrar una salida que no se ve del todo bien.
Outro
¿Por qué seguimos leyendo, viendo o escuchando historias de personajes tristes y deprimidos? ¿Por qué a pesar de haber pasado tanto tiempo, las historias de los Soprano, Carver y los Smashing Pumpkins siguen vigentes?
Pienso que tal vez sea como consumir historias de terror, es algo que nos gusta ver de lejos, a través de personajes que nos hacen sentir empatía por lo que sienten, para experimentarlo sin realmente sufrir las consecuencias, porque si de verdad estuviéramos en los zapatos de esos personajes tristes y acabados por la vida, pasando por todo lo que se siente, ni de broma nos acercaríamos a ese tipo de historias. Pero también creo que se debe a que hay una depresión latente y generalizada en la sociedad, en todo lo que pasa a nuestro alrededor, del que quizás estamos bien pero el entorno en el que vivimos no.
Puede ser que estas historias que menciono, sean expresiones culturales que hacen notar más esta enfermedad tan mal juzgada y menospreciada durante tanto tiempo, le da una voz más vívida al padecimiento o incluso, son una forma de representación para encontrarnos y pedir ayuda, cuando sentimos que las cosas ya no significan mucho y no podemos conectarnos con las oportunidades que nos da la vida, porque ya no le encontramos sentido.