Tierra Adentro
Ilustración realizada por Mariana G

Como les sucede a las verdaderas superestrellas de nuestro tiempo cuando se agotan de sus fans, de los paparazzi o de sí mismos, Amy decidió hacer un viaje infraganti a la Ciudad de México para perderse una semanita en el anonimato de los laberintos urbanos. Así, dio la noticia a sus allegados de que se ingresaría de propio pie en un centro de rehabilitación. Algunos hicieron jetas y otros murmullaron aleluya, pero nadie sospechó y ella se rió a carcajadas con su engaño. Se aplicó una plasta de maquillaje sobre los tatuajes, se puso un sombrero mosquetero sobre el pelo alaciado, lentes de sol, guantes de gamuza y cruzó los dedos para que su estilacho tan inconfundible no la delatara; no pensaba pasar su tiempo libre autografiando brasieres y lonjas. Planeaba descansar y, si sucedía un momento mágico, componer.

Así se aventó un clavado en la normalidad con todo y la serie de pequeñas ofensas que los humanos promedio soportamos en el día a día: fila en el aeropuerto y en migración, un taxi atorado en el tráfico con el taxímetro sube que sube, un cuarto de hotel sin mayordomo incluido. Una vez encontrado un comerciante de narcóticos para su corta estadía, pasó los primeros días cómo alma errante por las calles de la Doctores y del Centro Histórico, entrando a librerías de viejo a sobetear páginas amarillentas, a tiendas de antigüedades donde olvidaba momentáneamente si corría aún el virreinato, y sentada en las bancas de los parques admirando por horas los colores de las jacarandas, con la boca un poco abierta, observando cómo las flores cambiaban de forma por efecto no sólo de su portentosa creatividad. No extrañaba a Blake, no extrañaba a nadie. Llegando a su cuarto cada noche prendía la regadera y cantaba a los gritos las notas más perfectas del jazz.

Uno de los últimos días, en una de estas vagancias, sus pies enchanclados la condujeron a unos callejones de la colonia Santa María. Caminó y caminó y, a pesar de estar segura de que avanzaba, constantemente se encontraba con una misma fachada particular en las esquinas. Una puerta de madera vieja con una reja oxidada sobrepuesta, un huequito del que salía un cordón con una cartulina fosforescente a un lado que indicaba “jale, este es el timbre”. Arriba de la puerta, sobre la pared, un letrero pintado en letras gordas decía “SOLUCIONES URGENTES”.

A Amy le pareció curiosísimo que el propietario de SOLUCIONES URGENTES tuviera locales en cada calle y que además compartieran el exacto estado de precariedad. Pero lo más raro era la poca claridad acerca de los servicios ahí ofrecidos. Se trataría, quizás, de uno de esos bares de mala muerte que pretenden ser irónicos. Bajo esa suposición y con la creciente necesidad de pasar un trago de pulque por su garganta, fue que Amy se paró en la siguiente esquina para tirar del hilo que tiraba a su vez de una campana. La puerta chirrió y se abrió a voluntad, despacio, como manejada por un control remoto.

El interior del lugar era tan lúgubre que los ojos de Amy tardaron en afocar las estanterías que cubrían las paredes. Alineadas unas sobre otras, sostenían frascos de vidrio iluminados desde arriba con un foco individual y tenían una placa abajo con la leyenda de ¿la obra? En el centro de la habitación había un mostrador que a primera vista le pareció vacío, pero al acercarse vio en el piso a un hombre viejo que dormía, una maraña de pelo y barbas blancas. Será un homeless, pensó la artista inglesa, y quiso salir de ahí antes de meterse en un extraño percance de esos que los tabloides consumen como heroína, no sin antes echarle un ojo a los frasquitos expuestos como piezas de arte.

Dentro del frasco más cercano había un conejo del tamaño de un dedo meñique, hecho bolita y con los ojos cerrados. La miniatura era asombrosa, casi parecía que los bigotes se agitaban al ritmo de una suave respiración y abajo, en la placa, se leía “conejo de la suerte” ¡tamaño cliché! La cantante tenía que tocarlo y dos cosas sucedieron en el instante en que tomó el frasco entre sus manos: empezó a sonar Feeling Good de Nina Simone y el conejito despertó y se paró en sus patas traseras recargando las delanteras contra el vidrio. La música terminó de darle un tono cinematográfico a la escena y a Amy se le tensaron las mandíbulas con el deseo de estrujarlo, de aplastarlo, de hacerle daño por la tremenda ternura, pero al intentar quitar el tapón resultó imposible, estaba sellada. El pobre animalito zangoloteándose de un lado al otro con los intentos banales de Amy por destaparla.

–No lo vas a lograr.

Los hombres no saben decir otra cosa, piensa Amy, que ya había olvidado al sujeto bajo la mesa. Su apariencia era muy lejana al desastre que se imaginó, en vez de usar los harapos informes característicos de los indigentes de cualquier nación, el tipo usaba un traje antiguo de tres piezas y traía un bombín en la cabeza.

–Mi tienda esta blindad contra ladrones.

–No iba a…

–Ya lo sé. Sólo los clientes potenciales encuentran la tienda. Además, la alarma suena cuando manos que no sean las mías tocan cualquier cosa.

–¿Nina Simone es tu alarma?

–Sí, no hay por qué perder los estribos cada que suena, ¿no crees?

Amy regresó el frasco de la suerte a su lugar, un poco apenada pero no lo suficiente. Miró el resto de los frascos y descubrió que dentro de todos ellos había seres diminutos: un puerco de la abundancia, un unicornio del buen dormir, un usurero del dinero, un hada de la venganza.

–¿De dónde sacaste un conejo tan pequeño?

–Es algo difícil de explicar.

–Bueno, en realidad no me interesa. Lo quiero. De hecho, quiero todo lo que vende.

–No creo que tengas suficiente para dar a cambio.

–Soy asquerosamente rica.

–Me imagino. No acepto dinero, sólo cosas valiosas, cómo las que vendo. Podría decirse que esta es una casa de cambio para la gente con problemas urgentes. A problemas urgentes…

Y señaló el letrero con el nombre de la tienda. Amy se contuvo de contestar con el entusiasmo de una alumna que sabe responder a la maestra. Regresó el micro lagomorfo a su sitio y siguió escaneando los extraños seres en sus cárceles de cristal, pensando si lo más prudente, lo más heroico, sería tirar todos al piso para liberar a las creaturas.

–En realidad no están vivos, por si crees que soy cruel. Son hologramas sólidos.

–Ah ya– contestó, a pesar de no tener idea de que hablaba el hombre. Puso cara de extranjera, abrió grandes los ojos y asintió como si le quedara claro clarísimo.

Entonces lo vio, un marciano como cualquiera que pudo inventar la televisión. Un cuerpo de complexión humanoide cubierta de escamas verde brillante, color quetzal. La cabeza grande y los ojos alargados hacia unas orejas en forma de tubos. Dos brazos que culminaban en manitas de pulpo, con unos siete o doce dedos tentaculares, y tres piernas con el mismo destino. Amy agarró el bote entre sus manos y, cuando creía que era imposible ver una criatura más maravillosa, vio como levantaba su bracito izquierdo en un ángulo recto, ponía el derecho en el antebrazo y luego alzaba el codo hacia la tapa sobre sí en una señal de “huevos”.

–Chingui tu madri– dijo.

–Aaaaa, qué es esta cosa más adorable. ¡Lo necesito!

–Claro que lo necesitas. En realidad, es el único objeto de esta tienda que podría venderte, sólo tienes que pensar en que me vas a ofrecer a cambio.

–Mmm.

–Cómo verías… ¿tu voz?

–Tranquilo, Úrsula, esa no se la doy a nadie. Sabe qué, en realidad no quiero nada de esta tienda, está usted bien raro y pervertido. Me encanta el marcianín, pero no le voy a dar mi voz.

–Vas a tener que hacerlo.

–¿Por?

–Corres mucho peligro, y ese pequeño es un alien de la protección, como lo dice en su placa. Eso significa que podría salvarte de las amenazas que se ciernen sobre ti.

–Nadie me amenaza, yo hago lo que quiero.

–¿Dónde creen tus amigas que estas?

Amy recordó su mentira y miró al viejo con un desprecio calmo, esperando que esto lo desincentivara y la dejara irse a seguir rolando por la ciudad. Si estaban muy chidos los monos, pero no iba a permitir que la psicoterapearan para conseguirlos.

–Deberías estar en rehabilitación.

Mmmta. Ni del otro lado del charco la dejaban en paz.

–Mi daddy dice que estoy fain.

–De acuerdo, entonces regrésame el frasco y sigue tu camino. Se cumplirá tu destino y, te aseguro, no va a ser bonito.

–Ay sí tú, te crees el muy adivinador con tus rimas chafas.

–Soy un oráculo, mira.

Y se sacó de la camisa un collar de oro con una gran letra O de Oráculo.

–O te llamas Owen. A ver Owen, dime mi futuro.

–De acuerdo, te lo mostraré gratis, sólo porque no puedo dejarte ir así con el mal agüero flotando sobre tu cabeza.

El hombre le indicó a Amy que se quitara el sombrero y le pasó su propio bombín. En cuanto Amy se lo puso, frente a sus ojos apareció ella misma sobre el escenario, cantando con gran potencia sus canciones favoritas, las que escribió como en un trance creativo, y a sus pies los fans gritándole su amor, su adoración, su absoluta necesidad de ella, de tocarla. La Amy imaginaria, seducida por el cariño del público, se acerca para tocar la mano de una niña parada sobre los hombros de un tipo robusto y, en ese momento, otro espectador la toma de la muñeca y la jala hacia abajo, hacia los brazos de esa masa engullente que la desea, porque la gente siempre quiere tocar el arte, poseerlo, aunque sea un pedacito. Un pelo, un pedazo de ropa, una gota de sudor sobre el pelo, y las personas la atraen hacia sí, le piden todo, ya no sólo su voz sino su cuerpo y su mente, la jalan en cualquier dirección hasta que le desprenden un tacón, un cachito del pantalón de cuero, una pestaña, un dedo, un brazo. La sangre corre entre los fans y como quiera piden más, más de su sangre. Truena una rodilla, la ropa se hace girones y el aullido de Amy es feroz y sensual y entonado, como ella. Es la música que la escena necesita.

–Wooooow, es espantoso– dijo Amy. –¿Lo puedo volver a ver?

–Las veces que necesites.

Ella se sentó en una esquina, en el piso, a contemplar su propia muerte una y otra vez y el hombre la miraba a ella, intentando adivinar sus pensamientos.

–Tienes que reconocer que es una muerte muy poética.

–Si eso quieres nadie va a detenerte.

–No no. También se ve bastante dolorosa. De acuerdo, Owen, ¿qué otra cosa puedo ofrecerte que no sea mi talento?

–¿Cómo verías tu fama? También es algo bastante cotizado.

–Pues bueno, esa ni siquiera me late tanto. Pero cómo le hacemos, qué te doy o qué.

–Nada, ahora ya puedes abrir el frasco. Amy volteó a ver a la pequeña creatura verde.

–Jiji vas a ser mío.

–Veti a li virga.

Abrió el bote, sacó a la criatura y se la sentó sobre la cabeza. Acomodó su gran melena en un montículo perfecto para que el marciano cupiera dentro, sentado o de pie, y a partir de ese momento ella podría escuchar sus agudas mentadas de madre cuando quisiera.

–Listo, ahora. Mírate en el espejo.

La muerte de una Amy que no era Amy sino un holograma sólido apareció en las noticias un par de meses después y nuestra Amy, la verdadera, siguió viviendo en la Ciudad de México. Su físico es distinto a los ojos de cada persona, es irreconocible menos cuando, en la soledad de su casa, en la regadera, o cuando mira las jacarandas, no puede evitar cantar con su misma voz de siempre.


Autores
estudió Ingeniería Química y es estudiante del diplomado de escrituracreativa en la SOGEM. Actualmente, escribe artículos para Reurbano, una desarrolladora urbana y tiene una columna quincenal en la página de Mi Valedor, la primera revista callejera de México, donde también colabora como directora del área social, planeación estratégica y editorial.

Ilustrador
Mariana G
Resido y dibujo desde CDMX. Soy Diseñadora de la Comunicación Gráfica por parte de la UAM Azcapotzalco e ilustradora por parte del azar. Hace un par de años estudié Ilustración Experimental en la Escuela de Diseño del INBA. He colaborado de manera independiente con distintas agencias de publicidad y estudios creativos, sin embargo, mayormente mi trabajo ha estado presente en proyectos editoriales y animados. Actualmente, junto con una amiga, editamos MALA, un fanzine colaborativo hecho por mujeres.
21ª enmienda a la Constitución de Los Estados Unidos de América. Imagen de dominio público.
21ª enmienda a la Constitución de Los Estados Unidos de América. Imagen de dominio público.

El 5 de diciembre de 1933, el gobierno local de Utah en una convención estatal ratificó la 21ª enmienda a la Constitución de Los Estados Unidos de América, volviéndose efectiva así su aprobación y posterior ejecución. Esta enmienda ha sido la única de este tipo en la historia constitucional estadounidense, pues anuló una enmienda previamente hecha —la 18ª, ratificada el 16 de enero de 1919—, y un año después inauguró el famoso periodo histórico y legal estadounidense conocido como La Prohibición.

A noventa años del primer evento, y más de cien del segundo, me gustaría brindar al lector una serie de desarrollos puntuales sobre este interesante proceso, durante la etapa de consolidación legal y estatal de Estados Unidos, para luego expandir un poco más el foco del análisis y explicar cómo este fenómeno relacionado con la prohibición del consumo de sustancias alcohólicas no fue un evento religioso ni enteramente circunscrito al aspecto legal, y tampoco fue exclusivo de la historia estadounidense.

Finalmente, trataré de ofrecer una breve actualización de la prohibición como instrumento de control de seguridad pública actual, que se muestra insuficiente contra el crimen, así como dar una alternativa posible a ello.

Desarrollo y resultados de la prohibición en Estados Unidos

El 6 de enero de 1919, los legisladores estatales de Nebraska ratificaron la 18ª enmienda a la Constitución estadounidense, cumpliendo el criterio de tres cuartas partes del total de aprobación por legislaturas estatales para cualquier caso de enmienda constitucional. Para el caso de la número 18, el principal objetivo fue la prohibición de la comercialización, transporte, manufactura e importación de sustancias alcohólicas, cuyo porcentaje etílico fuera mayor a 0.5%,1 esto último de acuerdo con la instrumentación de la enmienda, por medio de la “Acta Nacional de Prohibición” o “Acta Volstead”.2

Además de contar con la aprobación de numerosos políticos dentro de la administración y legislación estatal estadounidense, dos grupos del movimiento por la moderación respecto al consumo de bebidas alcohólicas (Temperance Movement), y al cual regresaremos de manera más amplia en el siguiente apartado, tuvieron relevancia fundamental para cristalizar sus demandas en políticas y leyes.

Por un lado, la Liga Anti-Salón (Anti-Saloon League) —actualmente conocida como el Consejo Americano sobre la Adicción y Problemas del Alcohol (ACAAP)—, y, por otro lado, la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza (WCTU), ejercieron presión continua sobre el Congreso estadounidense desde finales del siglo XIX y principios del XX, para desarrollar una ley que se enfocara en el control del ejercicio predatorio,3 monopolístico y desregulado de las empresas productoras de alcohol, las cuales ya estaban generando serios problemas de salud y sociales en Estados Unidos.

Para no caer en especificidades y tecnicismos legales ya superados por la ratificación de la enmienda constitucional número 21, es importante destacar, para términos de nuestro texto, que tanto el acta como la enmienda 18 no estaban orientadas a castigar al consumidor, sino a perseguir a los productores y comercializadores4 de sustancias alcohólicas.

Durante los primeros años de la ejecución de la ley sobre la prohibición, los resultados parecían ser favorables, la venta legal de dichas sustancias se suspendió, el nivel de consumo se redujo, los arrestos por manejar bajo la influencia del alcohol disminuyeron considerablemente, y la condición social y de salud de las clases trabajadoras estadounidenses (las cuales, según el movimiento de moderación, eran las más afectadas por la circulación de alcohol de manera irrestricta) mejoraron con respecto a tiempos anteriores.5

Sin embargo, de manera paralela a dicho éxito inicial, el periodo prohibicionista trajo consigo un periodo de erosión legal e institucional, primero porque las capacidades de aplicación efectiva de la ley desde las agencias legales federales eran infinitamente menores a la realidad para poder cumplirla a cabalidad, y segundo, existía un sentimiento de rechazo de un sector de la población no alineado al movimiento de moderación, que veía la ley como injusta, lo que lo llevó a tratar de revertirla por medio de canales institucionales, pero al no tener éxito decidieron simplemente ignorarla y continuar consumiendo bebidas alcohólicas, ahora con un origen ilegal.

En este punto, organizaciones criminales ya establecidas en el país, como la mafia italiana, entre otras, encontraron un área de oportunidad y crecimiento idónea, establecieron redes locales, y luego transnacionales, elaboradas para el traslado y comercialización del alcohol y otras sustancias ilegales, como las drogas. Debido a que ellos fácilmente podían ajustar a discreción los precios, obtenían un alto nivel de ganancias.

Adicional a lo anterior, gracias a la sofisticación y fortalecimiento de las redes de tráfico ilegal de sustancias, las organizaciones criminales lograron sobornar a numerosos oficiales policiales y gubernamentales para facilitar el comercio de sus productos,6 con lo cual los niveles de corrupción en el Estado estadounidense aumentaron, y la infiltración gubernamental y el poder de las organizaciones criminales también.

Estos grupos eran organizaciones piramidales, jerárquicamente estructurados,7 y representados históricamente por los “grandes capos” que se inscribieron en el imaginario popular,8 como Al Capone y Lucky Luciano. Este último fue fundador del Sindicato Nacional del Crimen en 1929, el cual trató de amalgamar a los grupos más importantes del crimen organizado en Estados Unidos, y se volvió una amenaza para la seguridad pública nacional. Este sindicato no sería debilitado y casi disuelto sino hasta la década de 1960.

Otro efecto negativo fue el económico, pues entre 1920 y 1932, el ingreso federal del gobierno estadounidense tuvo pérdidas anuales por 750 000 millones de dólares,9 los cuales, ajustados a los valores actuales, representan 13.8 billones de dólares. Esta circunstancia sin duda tuvo un efecto aún más devastador cuando la crisis de 1929 sacudió los cimientos económicos de Estados Unidos, y orilló a millones de personas en el país y en el mundo a niveles de pobreza nunca experimentados en la historia moderna.

Este evento económico, junto con su inadecuada administración por parte del presidente Herbert Hoover (1929-1933), generaron las condiciones necesarias para la llegada al poder de una de las figuras más importantes del siglo XX en la historia estadounidense: Franklin D. Roosevelt (1933-1945). Este ascenso también significó la rápida cancelación de la enmienda constitucional 18 y el Acta Volstead, no solamente por las concepciones ideológicas propias de Roosevelt, sino también por el cambio en la opinión pública nacional respecto a la prohibición, así como por las consecuencias negativas sufridas, principalmente, relacionadas al crimen organizado.

Entre el 16 y 20 de febrero de 1933, y posterior al apabullante triunfo demócrata en la presidencia y ambas cámaras legislativas, pudo iniciarse rápidamente el proceso de cancelación de la enmienda 18, y de manera alterna se aprobó y ejecutó el Acta Cullen-Harrison en marzo de 1933,10 la cual permitió la producción y tributación de ciertas bebidas alcohólicas, como la cerveza, con el objetivo de reanimar esta industria, suspendida por quince años, y para destinar los recursos obtenidos de esto a estructurar una solución ante los graves efectos de la Gran Depresión de 1929.

Finalmente, y como mencionamos al principio del texto, el 5 de diciembre de 1933, el periodo de la prohibición oficialmente llegaba a su fin.

La prohibición como fenómeno mundial y actual

Durante la primera mitad del siglo XX, el Imperialismo, el colonialismo consolidado y el capitalismo irrestricto y desregulado, se encontraban en pleno auge y expansión en el mundo. En este contexto, el alcohol fue el producto primordial de exportación por parte de los grandes conglomerados estadounidenses y europeos coloniales hacia ciertos mercados locales, lo que generó dos campos de lucha para el movimiento de moderación, no solamente dentro de Estados Unidos.

En primer lugar, el Imperio Ruso y luego la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), impusieron una ley que prohibía la comercialización y producción de bebidas alcohólicas, principalmente el vodka, cuyo monopolio de distribución y tributario estaba enlazado directamente al Estado ruso, y tuvo como efecto negativo la pérdida de un tercio de los ingresos gubernamentales. Por lo tanto, luego de dimensionar los costes económicos de dicha prohibición y ante un necesario aumento de los recursos estatales, el gobierno de Iósif Stalin (1922-1953) decidió levantar la prohibición a finales de la década de 1920.11

Además del ejemplo ruso, en Suecia se realizó un referéndum impulsado principalmente por el movimiento de moderación en 1909, cuyo resultado tuvo 99% de aprobación para la imposición de la prohibición, no obstante, debido al carácter político diverso del Estado sueco, y a los múltiples intereses involucrados, nunca pudo traducirse en una política.12 Gracias a este episodio en la vida nacional y política sueca, encabezado por el movimiento de moderación, el 1 de octubre de 1955 se estableció la empresa estatal Systembolaget (la compañía del sistema), la cual desde entonces controla la venta y distribución de bebidas alcohólicas superiores a 3.5% de volumen de alcohol a personas mayores de veinte años.

En segundo lugar, el movimiento de moderación a escala mundial sirvió como una idea política para articular proyectos de Estados modernos, por ejemplo, en Turquía, Mustafá Kemal Ataturk (1923-1938)13 la utilizó como medio principal para combatir la dominación imperial británica. Pero más allá de este caso, el movimiento representó para los pueblos colonizados una herramienta efectiva contra la subyugación política de la metrópoli, la cual distribuía de forma descontrolada licor a las poblaciones.14

Paralelamente al tema del alcohol, durante los siglos XIX y XX, movimientos de moderación y prohibición convivieron con los inmorales y, con el paso del tiempo, ilegales métodos de control político colonial en África, India y China. Sólo falta recordar a este último país y sus Guerras del Opio (1839-1842, 1856-1860), en las cuales se mantuvo el flujo de esa sustancia, del alcohol y demás productos adictivos, proporcionados por el Imperio británico junto con sus aliados franceses a punta de pistola, cuya consecuencia, entre otras, destaca la generación de millones de adictos y de muertos. Esto, sin mencionar todos los territorios africanos que estuvieron sujetos a esta dinámica imperial de adicción hasta 1960, y que habrían de hacerle frente, durante su liberación nacional, de manera poco satisfactoria debido a las débiles instituciones heredadas del periodo colonial.

Regresando al foco estadounidense, a partir del fin del periodo prohibicionista, el Estado ya no buscaría imponer nuevas medidas restrictivas respecto al alcohol, pero desde la academia y la sociedad civil surgieron dos instituciones importantes para combatir el alcoholismo en el país y en el mundo. Por una parte, El Centro de Estudios de la Universidad de Yale en 1935, el cual para 1974 se convirtió en el Instituto Nacional sobre el Abuso del Alcohol y Alcoholismo —parte de la política general de Richard Nixon (1969-1974) de combate frontal a las drogas—. Por otra parte, la fundación de Alcohólicos Anónimos, en 1935. Según esta institución, la responsabilidad de la enfermedad y el tratamiento ya no se orientaba a perseguir y condenar al productor, sino en tratar y modificar el comportamiento del individuo afectado por el alcohol y el alcoholismo. Para esto, establecieron un método de doce pasos orientado a desarrollar la responsabilidad personal y la abstinencia, como el mejor remedio15 para prevenir y detener el problema.

Desafortunadamente, con el advenimiento de nuevas sustancias, como las drogas derivadas de una mayor interconexión comercial y acelerado desarrollo tecnológico durante la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestros días, hemos presenciado que el alcohol es solamente uno de los eslabones de la gran cadena de sustancias que rápidamente captan dentro de sus redes, legales en este caso, pero ilegales en otros, a los consumidores, y que de manera derivada han causado el crecimiento internacional del crimen organizado.

Junto a esto, se impuso una política punitiva que busca criminalizar al consumidor y cazar al productor para justificar la existencia de inmensos aparatos burocráticos, como la DEA, el FBI y otras agencias de seguridad16 en el caso estadounidense, que perpetúan la “Guerra Contra las Drogas”. Esta política creó una guerra que nunca podrá ganarse, a pesar de que los grandes conglomerados mediáticos mantengan a la opinión pública del lado contrario: el de un triunfo que “cada vez está más cerca, pero sigue en desarrollo”.

Ante el dilema anterior, Michael Levine, funcionario de la DEA por 25 años y quien evidenció el fracaso de la “Guerra Contra las Drogas” —iniciada por Richard Nixon en 1969—, lejos de proponer una solución centrada en las agencias de seguridad, estableció una política de “contrataque” (Fight Back),17 en la cual las agencias de seguridad deben, por un lado, crear las condiciones para que el consumidor desista del consumo, mediante amenazas de detención —en otras palabras, que esas condiciones hagan imposible sostener su dinámica adictiva—, y, por otro lado, generar las circunstancias para que el negocio del distribuidor no pueda desarrollarse de manera efectiva, por medio de continua vigilancia de las zonas de tráfico de drogas.

Para que esto se prolongue, pero sin agotar los recursos humanos de las agencias de seguridad, es necesario, según esta política, establecer una alianza con las comunidades afectadas, haciéndolas conscientes de la problemática que existe en ellas. De esta manera, la población mantiene una presión indirecta, mediante llamadas puntuales a la policía, empleo de señales de ruido o luminosas en zonas de tráfico de drogas, además de que se establecen nuevas relaciones de confianza con las comunidades vecinas y con los sectores policiales locales, con el pretexto de una amenaza y objetivo compartidos: la lucha contra el narcotráfico.

Conclusión: prohibición y el restablecimiento de nuevos lazos comunitarios

Con el desarrollo de una posmodernidad política, en la que las demandas individuales en términos políticos, económicos, sociales e inclusive sexuales han logrado ser ideologizados, y en algunos casos llevados a extremos dogmáticos y fundamentalistas por figuras y narrativas populistas, impulsadas por los viejos y nuevos medios de comunicación y redes sociales, parece ser que las necesidades del sujeto y su satisfacción inmediata son los dictados primordiales para el establecimiento de nuevos proyectos políticos que auguran un futuro fragmentado en lo comunitario y, con esto, la total incapacidad de resolver problemas compartidos como el consumo desmedido de alcohol y el abuso de drogas.

Por esta razón, es preciso ir en sentido contrario, rescatar el carácter reflexivo y analítico de las comunidades —producto de la conformación de grupos comunitarios, y luego nacionales, que identificaron problemáticas compartidas—, que generó una positiva materialización política de movimientos definitorios durante el siglo XX, por ejemplo, el de la moderación y el rechazo al Imperialismo y a la violencia como medios únicos para la conducción de la política interna y externa.

No obstante, para que esto pueda realizarse de manera efectiva, es preciso, en primer lugar, retomar la importancia del papel que juega la comunidad no solamente para el desarrollo del individuo desde que nace y se incorpora en ella, sino también el rol que tiene en la identificación grupal y consensuada de las problemáticas que aquejan a dicho conjunto. Para así, en un segundo paso, poder entablar diálogos enmarcados en una estricta tolerancia y respeto con otras comunidades, y descubrir así que ciertos fenómenos negativos, como el abuso del alcohol y otras sustancias ilegales, no son exclusivos de la comunidad, sino también afectan a agrupaciones más amplias como los Estados o regiones en distintas latitudes del mundo. Además, es necesario entender que esta lógica se propaga y fortalece gracias a la fragmentación social, derivada del excesivo individualismo ideologizado, producto de la posmodernidad posterior al fin de la Guerra Fría.

Finalmente, equivocarnos en reconocer aspectos compartidos en problemáticas transnacionales, con el pretexto de la diversidad social y una malentendida incompatibilidad de aspiraciones y objetivos de desarrollo —consecuencia de aquel individualismo ideologizado—, solamente puede generar un estancamiento y falta de visión para establecer horizontes compartidos de crecimiento y solución de problemas a futuro. Esto sucede, mientras élites políticas y criminales se aprovechan de la fragmentación social, para amparar y cumplir sus designios de poder y riqueza, a expensas de la mayoría fragmentada e incomunicada entre sí.

21ª enmienda a la Constitución de Los Estados Unidos de América. Imagen de dominio público.
21ª enmienda a la Constitución de Los Estados Unidos de América. Imagen de dominio público.

Fuentes consultadas

Gomes da Costa, De Leon Petta, Organized Crime and the Nation-State Geopolitics and National Sovereignty, Routledge, Londres, 2019. 

Hamm, Richard, Ed., Prohibition’s greatest myths: the distilled truth about America’s anti-alcohol crusade, Louisiana State University Press, Baton Rouge, 2020.

Lynch, Tymothy, Ed., After Prohibition: an adult approach to drug policies in the 21st century, Cato Institute, Washington DC, 2000.

Pinney, Thomas, A History of Wine in America: From Prohibition to the Present, Univeristy of California Press, Berkeley, 2005.

Rorabaugh, W. J., Prohibition: A Very Short Introduction, Oxford University Press, Nueva York, 2020.

Schrad, Mark, Smashing the liquor machine: a global history of prohibition, Oxford University Press, Nueva York, 2021.

Schrad, Mark, The political power of bad ideas: networks, institutions, and the global prohibition wave, Oxford University Press, Nueva York, 2010.

Warburton, Clark, The Economic Results of Prohibition, Columbia University Press, Nueva York, 1932.


Autores
Internacionalista por la UNAM-FCPyS. Interesado y en constante estudio de temas del Espacio Post Soviético y Política Internacional.
Ilustración realizada por Laura Velazquez
Ilustración realizada por Laura Velazquez

Se dice que Hunter S. Thompson, en su legendaria novela Fear and Loathing in Las Vegas, optó por caracterizar a Oscar Zeta Acosta como un samoano para proteger su identidad legal, pero en realidad era un activista chicano. En la novela se narran los excesos del protagonista y de su abogado, drogas y alucinaciones, reportajes con sujetos distorsionados, sudor y pálidas, el estilo gonzo del periodista lo hacía apegarse a lo sucio, al despilfarro nihilista, a suficiente material para incriminar a un verdadero abogado, Zeta Acosta. En 1998 el libro se adaptó al cine, Benicio del Toro en el papel de supuesto samoano.

Esto y más lo escuchaba por primera vez de boca de mi amigo y ex compañero de cuarto, El Güero. Disparaba los datos a la velocidad con la que se acercaba a La Pera, esa curva míticamente peligrosa que lleva de la Ciudad de México a Cuernavaca. El Jetta 2009 color ceniza rebasaba a carros y camionetas de lujo, se regodeaba con los motociclistas extremos que, como rémoras del mar de concreto, abjuraban la vida en merced de la adrenalina.

Zeta Acosta, en su labor de abogado, se unió al Chicano Movement junto con figuras emblemáticas como el luchador social César Chávez. Defendió a los activistas políticos del “Brown Pride” y se ganó la enemistad del brazo judicial del gobierno de California. En 1974 viajó a México y ya no se supo más de él. Jamás se encontró su cuerpo o algo que indicara qué sucedió tras su desaparición.

Las ventanas del Jetta estaban hasta abajo, el aire de la curva de La Pera nos despeinó, jugueteó con la bolsa de Rancheritos y con el celofán de los más de cincuenta discos de vinilo que El Güero llevaba en los asientos traseros. Discos de Frank Zappa y The Mothers of Invention. Con un volantazo tomamos la salida a Tepoztlán. Como si fuera lo más normal, como si se tratara de poner la direccional, El Güero hurgó debajo de su asiento y sacó un libro grueso, Zappa: A Biography de Barry Miles, me lo mostró fugazmente y lo aventó por su ventana. Aquí se quedan los mediocres, los incompletos, los de las masas, dijo, pásame los Rancheritos. ¿Todavía quedan?

Fue un momento ideal para preguntarse por qué estaba ahí, como copiloto, en aquel Jetta cenizo, rumbo a Tepoztlán, con mi amigo y unos cincuenta discos vinilo de Zappa. No hice muchas preguntas, lo admito, quizá vencido por el amor romántico, por aquella idea de que esto era una especie de despedida de soltero para El Güero, a unos meses de su boda con Georgina, su novia de siempre.

Los discos de Zappa, en un inicio del viaje, los vinculé a su gusto, por todos conocido, a ese regalo que le hice del vinilo de Sheik Yerbouti. Lo encontré en una librería de viejo a precio risible, lo compré sin tener una tornamesa, ya con la idea de dárselo a mi amigo, aunque con la seguridad de que sería un repetido. Un aficionado de Zappa a fuerzas tiene uno de sus discos más famosos. Coincidió que justo El Güero le había prestado Sheik Yerbouti a un ahora examigo, éste se fue del país con todo y préstamo.

Al ver el libro de la biografía de Zappa volar por la ventana temí que quizá estaba atestiguando un ritual de desprendimiento, de rechazo al músico, seguirían los vinilos. El Güero vio mi rostro y respondió que no era necesario resguardar los discos, nada contra Zappa, sino contra Miles, el biógrafo, que dejó fuera del recuento de su vida algo esencial, la estadía del músico en Tepoztlán en 1974; así es, coincidió con Dr. Gonzo, con Zeta Acosta, fueron cuatitos.

Entramos al pueblo y subió las ventanas del Jetta, sólo entonces noté que estuvo sonando todo esta tiempo Ionisation de Edgar Varèse, percusiones desarticuladas, inquietantes, exasperantes, un desmadre de ruidajos, diría mi madre, como gatos en regadera.

Tepoztlán, las calles y sus turistas, las nieves y micheladas, el misticismo barato, conoce tu aura, limpia tu chi, agua de chía, baño a cinco pesos, chapulines y pulque, lleve el sombrero, gringos color camarón pelado, cortesía del sol, poetas expulsados de la capital, cortesía de los críticos literarios, ajedrecistas de tiempo completo, tortillas recién hechecitas, itacates de frijoles, de chicharrón, huevos con colorín, lectura de tarot neoevangélico, caminata de leyendas prehispánicas now in english, café quemado, llaveros mágicos El Tepozteco, pulseras con tu nombre y el de tu ex.

Nos alejamos del centro, del bullicio, por más callecitas empedradas, por otras enlodadas, luego por una recién pavimentada, hasta cruzar un riachuelo por donde corría agua espumosa y una bolsa congénere de los Rancheritos que El Güero, casi en su totalidad, se atascó él solo, hasta una esquina, como otras, con una casa igual que las otras, nada especial, una buganvilia anodina y una puerta de madera. Es aquí, ahí se hospedó Frank Zappa en 1974. Tuvo broncas con los vecinos por el estruendo que hacía desde temprano con su batería.

Ten toma, un brindis. Sacó una botella de jugo Jumex con la etiqueta arrancada. ¿Qué es? Tequila, del que vamos a dar en la boda, lo vende un haitiano de la cajuela de su carro, ahí por la chamba. Raspa rico la garganta, ¿No? Frank Zappa fue un músico autodidacta, tocaba decenas de instrumentos, siempre en busca de un más allá, de un más acá, de notas irrepetibles, de solos auténticos. Experimentación pura que produjo más de setenta discos como solista y como cabeza de The Mothers of Invention.

Los rockeros de los 60 y 70 parecen estrellas del pop más comercial al escucharlos junto a Zappa. Era irreverente en sus letras, con títulos como “Don’t Eat the Yellow Snow”, “I Have Been in You”, “Why Does it Hurt When I Pee?”, le parecía estúpido escribir canciones de desamor. Pero, sobre todo, era un compositor ambicioso. Su proyecto musical era una exploración inagotable. Al respecto dijo: “How big is the ‘data universe’ that people can take in and still perceive it as a musical composition? That’s the direction I’m going in.” Simplemente escucha “G-Spot Tornado” y vas a entender el alucín de Zappa. Alguien así debía ensayar una y otra vez, hasta desquiciar a sus vecinos.

Sin ninguna otra explicación, puso en reversa el Jetta y tomó una calle que nos llevó de vuelta al centro de Tepoztlán, a sus gringos color camarón, a sus itacates y micheladas, a sus nieves con infinidad obscena de sabores. Por el camino, intenté atisbar el ejemplar despreciado de la biografía de Zappa, pero El Güero le pisó, era imposible ver detalles en el escenario, los verdes y amarillos eran brochazos de pintor en coca. Tomamos rumbo a Cuernavaca.

Vamos a ver a un amigo, fue lo único que dijo. A cualquier pregunta sucedánea sólo contestaba con alguna arenga de que tuviera calma, no comas ansias, un huevo no se hierve al segundo, Roma tardó más de un día, el becerro no pone huevos, pensaste que era un hombre, pero era un muffin. Con ligero mareo, mejor le di por su lado.

Ya en Cuernavaca, en la colonia Delicias, cerca de la parroquia, nos detuvimos frente a una casa con fachada de piedra y portón rojizo, como de caballeriza. Emocionado, como un niño, bajó y con las llaves del carro dio de golpes contra el metal color ladrillo. No sé qué esperaba, pero me sorprendió que abrieran de inmediato, que una melena encanecida asintiera, para luego volver a cerrar.

El Güero regresó al carro y me dijo que debíamos esperar. Su amigo estaba terminando una sesión. Sin las precauciones habituales, de al menos fijarse si venía alguien, si había alguna patrulla, encendió y le entró a un pipazo. El olor a amoniaco llenó el carro. Me salí y ahí estuve esperando a que terminara algo que no sabía qué era, para ver a alguien que no sabían quién era, por motivos que desconocía, pensé en fumar también, pero yo no le hago a las sintéticas. 

A Frank Zappa le caían mal los Velvet Underground y la mayoría de los rockeros de su época que construyeron sus auras alrededor de las drogas. Para él esas sustancias eran un impedimento para lograr la verdadera y sincera exploración de la música. En muchos aspectos, Zappa era conservador, incluso al morir: mientras otros se ahogaron en vómito, se pasonearon, o cayeron en una avioneta, éste rockero se murió de cáncer de próstata. ¿Sabías que estuvo a nada de ser candidato a la presidencia?  

Se volvió a asomar la melena encanecida y eso bastó para que El Güero cachara que ya era hora. Sacó del asiento trasero la pila de vinilos de Zappa. Dejamos el carro afuera, el portón sólo se abría un poco, lo suficiente como para pasar rozando el metal rojizo. Ahí te encargo la de tétanos. No había casa en sí, sino una inmensa palapa en el centro de un jardín descuidado. Material de construcción en una esquina. Una tienda de acampar. Y bajo la palapa una cocineta, un comedor, un baño al aire libre y una hamaca. El señor que nos abrió se recostó en la hamaca. El Güero le pasó la pila de vinilos y tomó una silla plegable para sentarse. Yo permanecí parado.

¿Te acuerdas de Zeta Acosta? ¿Lo que te conté en la carretera? Te lo presento. El mismísimo Dr. Gonzo vestía un short caqui, unas chanclas Adidas y una camisa hawaiana rosada abotonada a medias. Además de ser leyenda, es un coleccionista y vendedor de discos. Pero dile, dile también que no le vendo a cualquiera. Hablaba con un acento extraño, entre chilango y gringo. Ah sí, sí, sólo vende a otros coleccionistas de verdad. Por eso los tuve que traer.

El presunto Zeta Acosta dejó la hamaca, fue a su cocineta, abrió una puerta de la alacena y sacó un vinilo. Se lo entregó a El Güero quien dio un brinquito infantil. En la portada estaba Zappa con un sol saliendo de su cabeza, por debajo una pirámide; en letras moradas: Tepoztlan’s Sun. Es el disco que hizo en Tepoztlán, el que encabronó a su vecino, ahí donde te mostré. Es inconseguible, bueno, casi. Gracias. Le pasó una bolsa de lino, Zeta Acosta la aventó a la cocineta, cayó en el lavabo. A ti, amigo. ¿Te podemos preguntar sobre Zappa? ¿Cómo era? ¿De qué hablaba? Sí, sí, claro, era un sol, un sol grande y delicioso. Pero bueno, voy a empezar otra sesión, perdón, hay que comer.

En el carro seguía el olor a amoniaco. Pinches apesta, ¿Cómo te gusta esa madre? Ya, ya no chilles, mira, con esto se quita. Sacó un porro. Para celebrar. Fumamos dos caladas cada uno y tomamos otros tragos de tequila haitiano. Camino de regreso con cincuenta y un discos de Frank Zappa, sonó a tope Safe as Milk de Captain Beefheart: “Well I was born in the desert came on up from New Orleans / Came up on a tornado sunlight in the sky / I went around all day with the moon sticking in my eye”. La carretera se encendió con el sol en fuga. A la semana recibí varias llamadas de un número desconocido, a la cuarta o quinta me rendí al spam y contesté, resultó ser Georgina, la novia de El Güero, con voz de vidrio.


Autores
Licenciado en Filosofía y Ciencias Sociales. Obtuvo la beca en narrativa de la Fundación para las Letras Mexicanas 2015-2017. Becado por el FONCA Jóvenes Creadores en novela 2017-2018 y por el PECDA de Durango 2018-2019. Ha publicado cuentos y ensayos en Tierra Adentro, Este País y pliego16. En 2020 ganó el Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri con su libro La Biblia encarnada (FETA, 2022). Actualmente da clases de filosofía a monjas y es escritor fantasma.
Vaticano. Imagen recuperada de Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0)
Vaticano. Imagen recuperada de Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0)

1943: diez mil bombas sobre Roma.

*

Enclave: territorio fagocitado. Paréntesis geográfico. Ciudad mitocondrial: Vaticano.

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Controversia: todavía no queda claro si el papa Pío XII fue un cómplice del exterminio judío o uno de sus salvadores, pero sabemos que el 5 de noviembre de 1943 él estaba en Ciudad del Vaticano cuando un avión no identificado bombardeó la Santa Sede. 

El papel de María Giuseppe Giovanni Pacelli, conocido como Pío XII, tras ocupar el trono de San Pedro, es objeto de especulaciones contradictorias que lo señalan, por un lado, de conocer lo que ocurría en los campos de concentración de Belzec, Auschwitz y Dachau, desde 1942, según una carta que lo informaba encontrada en los archivos vaticanos; y, por otro, de haber ordenado abrir iglesias, colegios, conventos y universidades romanas para ocultar a los judíos perseguidos. La decisión del papa Francisco de desempolvar en 2020 los archivos relacionados con Pío XII ha revelado poca información y no permite reconstruir el pensamiento del pontífice debido a que los diarios y cartas personales de los papas se destruyen una vez que estos mueren. Algunos afirman que con su silencio evitó la furia de los nazis y logró articular una operación humanitaria discreta y silenciosa. Otros apuestan por la oscuridad de un personaje que oscila entre la santidad y el mutismo asesino.

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En el contexto de una Roma asediada por los aliados, en medio de bombardeos masivos, dormía el Vaticano, con sus museos, su arte, su recién conformado cuerpo de bomberos y sus papas encriptados en mármol, con la seguridad de ser un Estado neutral, orgulloso de su diplomacia. Enclavado en una ciudad convulsa, pero protegida por la importancia estratégica y espiritual de la cristiandad. O eso se creía.

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A las 8:10 pm del 5 de noviembre de 1943, un avión arrojó cinco bombas sobre el Vaticano. Cuatro de ellas explotaron, dañando una parte importante de su patrimonio y dejando tras de sí un ambiente de confusión y un incendio que sería apaciguado en las próximas horas. La destrucción reveló su verdadero rostro a la mañana siguiente: una pequeña estación férrea y un depósito de agua; el Estudio del Mosaico, en el que se conservaban diez mil metros cuadrados de cerámica de la basílica; parte del edificio del Gobierno vaticano; la plazuela de San Marta y la basílica de San Pedro afectada por la onda expansiva. Más allá de eso, la moral de la Iglesia era la verdadera afectada. Un ataque simbólico a la cristiandad. 

*

Las especulaciones sobre la autoría no se hicieron esperar y la indignación del mundo entero creció rápidamente, por tratarse de un Estado indefenso y desarmado. Hubo una triada de hipótesis: una venganza fascista contra Pío XII, un error norteamericano o un ataque nazi para obligar al papa a salir de la Santa Sede. 

*

Tras ochenta años del bombardeo, sigue siendo un evento crucial para entender plenamente la Segunda Guerra Mundial que devastó Europa y que parecía no dar tregua, ni siquiera a un Estado cuya peligrosidad radicaba más en sus contactos y movilización de la fe que en su poder bélico. El dilema ético y moral de las estrategias militares y sus consecuencias siguen vigentes, a la espera de los archivos que ayuden a esclarecer los porqués de un proceder militar que comprometió un patrimonio artístico que trasciende a la propia fe católica, y que puso en relieve la importancia de la protección de bienes culturales en conflictos bélicos, la naturaleza de la guerra, la protección de la cultura y el papel de la religión en tiempos de conflicto, así como la responsabilidad de las potencias en la preservación del patrimonio humano, en un sentido amplio. Lo que sigue, claro, es netamente valorativo. ¿Hay patrimonios culturales más valiosos que otros? La respuesta, en sí misma, tiene una naturaleza beligerante, por no decir armamentística. 

*

[… ]

Vencido nuestro ejército 

dejamos a las aves 

la carne 

y la piedad no llegó. 

Nunca lo hace. 

De las guerras el perdón está ausente.  

Un buque de libertad viene siempre cargado

de hijos explosivos

para poblar la tierra de pequeños destellos. 

En la fragmentación de los metales, 

la carcasa de hierro donde bombea el miedo,

recibimos el cielo de la beligerancia. 

Existe una palabra 

mucho más expansiva

que una bomba

pero si la pronuncio aquí 

se activará el sensor que nos detonaría.

Hoy sabemos que hay guerras 

que nunca se terminan 

ni con la remoción completa

de todos los rencores, 

que hay ciertos enemigos que odian replegarse, 

que el desarme no te asegura nada, 

que al amor con todo y su cascajo 

hay que desactivarlo.

Aunque todos guardemos armamento 

para guerras futuras, 

olvidamos rastrear 

su pequeño futuro esplandeciente. 

Dejar a la memoria y a sus cortos circuitos

el fusible de tantas toneladas

para que el miedo llegue de repente

y nos regrese 

a una guerra 

donde todos perdemos. 


Autores
(Acapulco, 1989) estudió Letras hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es autor de Díptico, A pesar de la voz, Límulo y El viaje y lo doméstico. Ha sido beneficiario del PECDA Guerrero, del Programa de Jóvenes Creadores del FONCA y actualmente de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía.
Cantona. Imagen recuperada de https://lugares.inah.gob.mx/
Cantona. Imagen recuperada de https://lugares.inah.gob.mx/

La antigua ciudad de Cantona fue construida sobre un flujo de oleadas de lava que emanaron hace cerca de sesenta mil años del volcán Caldera de los Humeros, en lo que hoy es el estado de Puebla, cerca del límite con Veracruz. Se estima que los primeros habitantes llegaron alrededor del 600 a.n.e. y eligieron este territorio debido a la abundancia de recursos naturales. A unos 9 km de distancia, se encontraba un generoso yacimiento de obsidiana que pudieron explotar, tanto para su uso interno como para el intercambio de otros bienes.

De manera tradicional se ha dicho, creo haberlo escuchado en algún programa de radio en más de una ocasión, que la palabra Cantona quiere decir “lugar donde hay muchas casas”, pero al parecer no hay un fundamento que afirme o niegue este significado. El nombre ha trascendido en razón del uso, tanto en mapas antiguos como en los reportes y crónicas que recogieron algunos viajeros que visitaron el sitio en el siglo XIX. Lo cierto es que la zona arqueológica de Cantona tiene como característica esencial la abundancia de casas, patios, calles, templos, pirámides y juegos de pelota, elementos que se entrelazan para dar vida doméstica a una población.

Supe de la existencia del sitio desde hace mucho, cuando viajaba con mi tía y mi abuela rumbo a Veracruz, sumida en el asiento trasero en medio de mi hermano y mi primo, intentando descifrar el camino por la ventana. Es verdad que alcanzaba a ver muy poco, pero recuerdo en especial un momento en el trayecto que inauguraba el resto de mis ensoñaciones, el agua brillante de la laguna de Alchichica. Decíamos: “Es un cráter que se llenó de agua” o “Las sirenas no existen… Aquí llegan ovnis…” y “Los ovnis tampoco existen”. Y escuchábamos las voces adultas, determinantes: “No, no vamos a ir” y “No, no pueden nadar allá”.

Después aparecía el letrero con fondo azul, muy distinto a los que habitualmente veía tanto en la carretera como en mi ciudad, ese que señalaba la desviación hacia Cantona; sólo ponía esa palabra en mayúsculas “CANTONA” y el ícono que identifica a las zonas arqueológicas. Mostraba una flecha hacia una carretera un poco más rústica:

“Cuidado, no vaya a chocar con la pirámide”

“¿Cuál pirámide?”

“¿Qué hay allá?”

No había respuesta, pero las señales eran suficientes. Más adelante veíamos el cofre de Perote, la Sierra Negra y finalmente el Citlaltépetl         

“Todos son volcanes”

“Y si están conectados, ¿pueden hacer erupción todos juntos?”

“Sí, pero, no están activos…

¿Verdad?”

Aunque el sitio de Cantona se mantuvo como un misterio para mí, las historias que me sugerían estas imágenes eran suficientes para acompañarme el resto del viaje y lo han sido por años. La representación de una pirámide reducida a sus elementos más básicos en la señalética, en medio de un paisaje de lagunas y volcanes, se convirtió en un presagio persistente en mi memoria. Siempre a punto de ser descubierto pero postergado por algún pretexto, porque mantenerse a la víspera de lo incierto también tiene su propia emoción.

Tiempo después, leí que la antigua ciudad de Cantona permaneció oculta en el contorno y la transformación del paisaje desde que fue abandonada —tal vez en el 1050 d.n.e.— hasta su descubrimiento oficial, cuando el explorador Henri de Saussure la describió a mediados del siglo XIX. Posteriormente, hubo investigadores que dieron más detalle acerca de las dimensiones y temporalidad del sitio, pero fue a partir de 1992 cuando el proyecto tomó mayor relevancia con una investigación sistemática a largo plazo dirigida por el arqueólogo Ángel García Cook. Fueron sus publicaciones, artículos, documentales y entrevistas lo que avivó más mi interés por visitar Cantona, sobre todo fue por el afecto con el que narraba su experiencia en el sitio.

No hay un autobús que llegue de manera directa hasta allá, así que lo más práctico era tomar el camino que ya conocía desde aquellos recorridos, pero esta vez, al volante. Aunque tengo muchas razones por las que prefiero no hacerlo (empezando porque no tengo auto propio, porque para mí ritmo de vida no es necesario y hasta porque me produce pereza), conducir en carretera tiene algo de placentero. Bien o mal, me he acostumbrado a sobrellevar la ansiedad, pero cuando conduzco me siento consistente, segura, fiel al compromiso de mantenerme atenta tan sólo a lo que sucede en el presente, en el trayecto.

La distancia para llegar a Cantona desde el lugar donde vivo es relativamente corta, aunque, tal vez por haber contenido un largo tiempo la ilusión de mi visita, tuve la sensación de que el viaje había durado más tiempo, o al menos así es como ahora elijo conservar el recuerdo en mi memoria. Al llegar, noté que los visitantes éramos apenas unos cuantos, no más de cinco, o seis, a pesar de ser domingo. Después, en el registro, el guardia encargado de la taquilla me indicó dónde comenzaba el sendero para recorrer el circuito y me advirtió que la zona es muy extensa, con varios retornos señalados en la ruta por si quisiera regresar antes. Para entonces, ya sabía que la antigua ciudad había alcanzado aproximadamente hasta 1, 450 hectáreas durante su existencia, que abarcó varios siglos.

Uno de los rasgos distintivos de Cantona, que no es muy común, es el entramado de vías de comunicación interna, calles delimitadas formando ejes a partir de los que se disponen otros elementos constructivos, como patios y terrazas. Se dice que esto constituye una prueba de que fue una ciudad planeada rigurosamente. García Cook señala que, si bien algunas de estas vías pudieron tener un carácter ritual, no deberíamos pasar por alto su función básica, vale la pena destacar su uso en las actividades sociales y comerciales de sus pobladores. Mientras caminaba, quise imaginar cómo habría sido el ir y venir habitual de la ciudad, cómo eran sus habitantes, qué lenguas hablaban y qué tipo de diálogos intercambiaban en el camino. De qué trataban sus propios relatos antiguos.

Otra característica importante es que las unidades residenciales y patios comunes de Cantona estaban encerradas por muros periféricos que a su vez conectaban con las áreas cívicas y religiosas. Se ha calculado que entre los años 600 y 900 d.n.e., la ciudad contaba con unas 7,000 unidades habitacionales. Según la información que he leído, estas casas habitación estaban construidas con material perecedero. En su interior, sobre el piso natural y emparejado del terreno, las familias que las habitaban, ya fueran nucleares o extensas, compartían su vida cotidiana y su descanso. Al pensar en este aspecto de casa y de familia que tanto destaca en la arquitectura de Cantona, inevitablemente me surge la curiosidad de preguntarme cómo se habrán escuchado las risas de sus habitantes en los patios, cómo eran sus saludos, su convivencia, sus animales domésticos, de qué gozaban o padecían quienes caminaron esta misma senda. Ahora, el silencio grave, como una sentencia, bien puede aliviar todas mis dudas sobre lo incierto.

Un elemento más que distingue el paisaje urbano de Cantona es la asimetría, la cual se observa claramente tanto en la planta de las estructuras como en sus fachadas, en sus muros y en el trazado de sus calles. Se trata de una marca distintiva. Los investigadores del proyecto sugieren que sus habitantes aprovecharon la topografía del terreno, es decir, se adaptaron al suelo irregular de las distintas coladas de lava sobre las que construyeron la ciudad, y crearon así su entorno asimétrico. De este modo, negaban también el estilo común en la arquitectura contemporánea e imponían una característica propia.

Para García Cook, el uso constante de una ruta, aun cuando presente algunas transformaciones, deja huella en el paisaje natural y de esta forma es posible identificar dónde hubo un camino, incluso a través del tiempo. El suelo transformado y emparejado de las calles hechas con pedazos de lava, rotas y ensambladas, se mantiene en Cantona desde que transitaron sus habitantes y de hecho constituye uno de los principales elementos culturales que la definen. Es verdad que no tuve oportunidad de nadar en la laguna cráter, como lo señalaron mi abuela y mi tía durante nuestros viajes, pero por estas calzadas y veredas pavimentadas con trozos de lava desgastada, puedo caminar bastante bien.

Los muros de la ciudad fueron construidos sin la necesidad de cemento o argamasa. Tampoco se usó ningún recubrimiento o enlucido hecho con lodo o estuco. En lugar de ello, sus pobladores aprovecharon los colores propios de las distintas piedras basálticas como elemento decorativo, usaron tezontle para los taludes de las estructuras principales, cantera volcánica para las escalinatas y caliza blanca para los elementos rituales.

Caminé frente a un muro observando, piedra tras piedra, me alejé para contemplarlo y volví a acercarme, como el personaje de una entrañable novela, seguí con la palma de la mano la línea ondulante, imprevisible, de ese muro que parecía vivo. Ardía en la punta de mis dedos la superficie de sus piedras.

A medida que los exploradores han descubierto las ruinas, se han revelado características específicas que hacen al sitio aún más valioso. Es notable el hallazgo de un número considerable de canchas de juego de pelota, destaca que sean 27 las identificadas hasta el momento. De este modo, Cantona es la ciudad prehispánica que posee el mayor número de estos espacios, distribuidos en un solo sitio, hasta ahora conocido. Presentes tanto en plazas cívicas, religiosas y otras estructuras arquitectónicas destinadas propiamente para el juego, así como en centros secundarios establecidos dentro de los barrios, dan cuenta de la importancia que tenía la ciudad, pero también de las inciertas ceremonias, ya fueran bélicas o rituales, para que las que se construyeron. Esta característica es tan importante que, cada conjunto de juego de pelota, alineado a alguna pirámide con una o dos plazas, forma parte de un escenario que en especial se ha nombrado “Juegos tipo Cantona”.

Por otro lado, en la disposición de algunas canchas sobresale la relación de quienes eran espectadores, pues permitía que el juego se pudiera observar desde la pirámide, o desde las plazas, cabezales y laterales. Al considerar que las canchas son diferentes tanto en su armonía como en su temporalidad, y que incluso el número de siglos que perduró viva la ciudad es amplio, fue inevitable que me perdiera, imaginando, intentando comprender cómo habrían cambiado las reglas y dinámicas, incluso los fines, del juego. Me quedé un rato sentada en la hierba que crece, escasa, por encima del suelo, suspendida entre la duda y las posibles interpretaciones.

Si supieras escuchar… escribe Susana Villalba en el monólogo de una piedra que aparece en uno de sus poemas.

si supieras escuchar
adentro mío el universo
crepitar

no soy muda
quedé atónita

Lo entendí. Me levanté y caminé por el empedrado de regreso, con la intuición de haberme quedado muda también, al menos por un tiempo. El tiempo necesario para asimilar ¿De qué trataba, en esencia, el juego?, y regresar al sitio de Cantona nuevamente, después, en otro momento.

Referencias

García Cook, Á. (Presentador). (2012). Un paseo en Cantona con el arqueólogo Ángel García Cook [Video]. Arqueología. Puebla. Cantona. Cápsulas informativas. Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ciudad de México. https://www.youtube.com/embed/quKhpJeHeGU

Coordinación Nacional de Arqueología. (2019). Cantona: Exploraciones recientes. Revista de la Coordinación Nacional de Arqueología, 57 (Número Especial), Abril. Recuperado de https://mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/issue%3A2731

Villalba, S. (2018). La bestia de ser. Hilos Editora.


Autores
Georgina Angélica Moctezuma Ruiz es originaria de la ciudad de Puebla. Estudió Lingüística y Literatura Hispánica en la BUAP. Tiene una maestría en Letras Iberoamericanas por la Ibero Puebla. Da clases de Lenguaje y Comunicación en la licenciatura en Educación Escolar para las maestras que se preparan para educadoras.
San Francisco de Asís, de 1615 a 1635. Oleo sobre lienzo. Recuperado de Google Art Project. Imagen de dominio público.
San Francisco de Asís, de 1615 a 1635. Oleo sobre lienzo. Recuperado de Google Art Project. Imagen de dominio público.

La Regla franciscana como forma de vida

En la metafísica clásica, la de Aristóteles, las entidades se componen de dos principios esenciales, la materia —aquello de lo cual algo está hecho— y la forma —aquello que hace que algo sea eso mismo y no otra cosa—. Estas dos nociones fueron reelaboradas en el escolasticismo al grado de constituir la base del pensamiento occidental, lo mismo en investigaciones científicas que en doctrinas teológicas. Fueron, pues, la base sobre la cual se inteligieron el mundo y lo sobrenatural antes de su escisión moderna. Por eso no extraña, cuando redacta su Testamento (14-15), que Francisco de Asís se refiera a la Regla como una revelación del Altísimo para vivir según “la forma del santo Evangelio”.

Por su impacto en la expansión del catolicismo romano y en la profundización del mensaje evangélico, la Orden franciscana ocupa un lugar privilegiado en la historia de la iglesia. También por las repercusiones de su fundador, reconocido como santo por la mayoría de Iglesias históricas: Oscar Wilde llegó a afirmar, en ese monumental testamento espiritual llamado De profundis, que san Francisco de Asís ha sido el único cristiano después de Cristo, pues “Dios le concedió alma de poeta […], y con alma de poeta y cuerpo de mendigo no halló difícil el camino de la perfección. Entendió a Cristo y se volvió su semejante. […] La vida de san Francisco fue la auténtica imitatio Christi, fue un poema ante el cual el libro de Kempis es simplemente prosa”. (La traducción, del inigualable José Emilio Pacheco). Recordar, por tanto, con ánimo celebrativo los 700 años de la aprobación de la Regla de san Francisco es una oportunidad idónea para recuperar el sentido de “forma de vida” bajo la cual concibió su redacción y aplicación: la opción preferencial por los pobres.

Entre los textos de san Francisco que sobrevivieron encontramos tres redacciones de la Regla: la primera data de 1209, se reducía a una serie de normas tomadas del Evangelio en las que se enfatizaba la opción por la pobreza como el fundamento del seguimiento cristiano. Fue aprobada de manera oral por el papa Inocencio III, luego de una famosa audiencia con los frailes que ya para entonces habían tomado el nombre de “menores”, por indicación directa de su fundador. Uno de los frescos de Giotto, en la basílica de san Francisco de Asís, representa al papa entregando al hermano Francisco un documento, posiblemente, la aprobación de esta Regla; no obstante, tal representación es apócrifa. Los frailes menores volvieron a Asís con el visto bueno de la sede apostólica, mas no con una bula que la confirmara.

La confirmación de la Orden de Frailes Menores fue un proceso orgánico en el que se sucedieron varias bulas de Honorio III, amigo cercano de Francisco de Asís: Cum dilecti (1218), Pio dilectis (1220) y Cum secundum (1220), hasta la publicación de Solet annuere, el 29 de noviembre de 1223, en la que se aprueba oficialmente la Regla de la Orden de Frailes Menores —de ahí que también se le conozca como Regla bulada—. Se trata de un parteaguas en la historia de la Iglesia romana: Francisco de Asís consiguió, no a través del proselitismo sino de una auténtica conversión espiritual y ecológica, la ansiada reforma de la Iglesia que tanta sangre hizo correr desde la Alta Edad Media. Piénsese en las persecuciones contra los patarinos, los pauperistas y los valdenses, partidarios de la pobreza evangélica como condición necesaria para alcanzar la salvación —persecuciones a las que luego sucederán las de los husitas, las beguinas y los franciscanos espirituales, partidarios del regreso al espíritu de pobreza evangélica que predicó san Francisco—. Dicha reforma no podría concretarse si no se volvía a las fuentes: el Evangelio, lugar donde la condena contra quienes acumulaban riqueza fue uno de los tópicos constantes de la predicación del Señor. Incluso más que las alusiones a la moral sexual —de la cual apenas si se pronunció—, el mensaje evangélico es tajante cuando se trata de reivindicar la dignidad de los pobres frente a los abusos de los opulentos. San Francisco entendió el mensaje del Evangelio de la manera más pura posible: Cristo no invita a los ricos a despegarse de la riqueza, sino a renunciar a ella. Predicar lo contrario constituye una alteración herética de la doctrina cristiana, una muy extendida en la Iglesia desde hace varios siglos al grado de parecer ortodoxa para muchas comunidades religiosas.

Un vistazo a la estructura del documento arroja diferencias importantes en materia de formación intelectual y teología de la vida consagrada con respecto a otras órdenes de su tiempo. A diferencia, por ejemplo, de las órdenes monásticas inspiradas en las Reglas de san Agustín o de san Benito, Francisco se negó a aceptar el monacato como el estilo de vida de los frailes menores, a quienes exhortó a trabajar y a mendicar “en el mundo” para el mantenimiento de la comunidad. Por otra parte, se mostró reservado sobre el hecho de que los frailes estudiasen, temiendo que al hacerlo la vanagloria se sobrepusiera a los sentimientos de sencillez y pobreza, únicas aspiraciones legítimas de quienes portaban el hábito marrón. En esto se diferencia radicalmente de uno de sus contemporáneos, santo Domingo de Guzmán, quien veía en el estudio de la teología un medio para evangelizar a los infieles.

Que san Francisco haya hecho de la pobreza evangélica la columna vertebral de su orden supone, en primer lugar, que la opción preferencial por los pobres es la esencia de la vida cristiana. El asunto no era baladí: Pierre de Blois (1130-1200), teólogo, padre de familia, canciller del obispo de Canterbury, contemporáneo de san Francisco, denunció el apego al dinero del obispo de Lisieux con términos similares a los del Evangelio de san Mateo (XXV):

Te ha abierto el Señor un camino facilísimo de salvación: pues ha venido un hambre cruel que amenaza a los pobres, y es como si, en ellos, el Señor te ofreciera su reino a precio de saldo. Tanto te costará el reino, cuanto seas capaz de mostrar a los pobres de afecto y de compasión. El pobre es el vicario de Cristo (pauper Christi vicarius est). Y así como al Señor le duele ser rechazado y despreciado en el pobre, así le alegra ser acogido en él1.

No se trata de romantizar la pobreza, sino de descubrir en ella el sitio eminente desde donde ocurrió la salvación del género humano: el Hijo de Dios se encarnó en el seno de una familia pobre, y predicó un mensaje de liberación que opera necesariamente en ambos planos, el material y el espiritual, porque Él es Señor de todo lo creado (Fil. II, 11). Por eso, cuando san Francisco habla de la Regla en términos de la “forma” del santo Evangelio, la pretensión no es poca cosa: se trata de la explicitación esencial del mensaje salvífico que contiene la Revelación escrita: nadie se puede salvar si no se asemeja al Cristo pobre que se encarnó en el seno de una virgen desamparada, migrante, perseguida por el poder de Herodes.

En un acto que pretendía manifestar la autoridad del papado sobre el poder temporal, Inocencio III se arrogó el título de “vicario de Cristo”, desplazando así la referencia a los pobres de su sentido original. Con todo, la opción preferencial por los pobres, tal como fue pensada por Francisco de Asís en su Regla, continúa siendo un tópico que resuena en muchos novelistas católicos contemporáneos. Umberto Eco (1932-2016), en El nombre de la rosa (1980), reproduce un supuesto conciliábulo entre dominicos y franciscanos en torno a una polémica harto conocida en el siglo XV: ¿Era Cristo dueño de su túnica? Polémica a la que Roma no dio cabida en las discusiones teológicas de la Baja Edad Media, y que terminó por decantarse en la herejía del desapego —que no renuncia— a la riqueza. Un ejemplo más cercano en tiempo y cultura lo encontramos en La soldadesca ebria del emperador (2010), de Pablo Soler Frost (1965), un diario novelado del emperador bizantino Miguel III quien, atormentado por sus muchos crímenes, reza por que al menos un pobre hable bien de él frente al Justo Juez en el juicio final.

Empéñense todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo y recuerden que nada hemos de tener de este mundo […]. Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja condición y despreciada, con los pobre y débiles, y con los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los caminos […] y no se avergüencen: más bien recuerden que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios omnipotente, “puso su faz como piedra durísima” (Is L, 7) y no se avergonzó, y fue pobre y huésped y vivió de limosna (Regla, IX, 1-5).

Palabras éstas de san Francisco que viene a bien recordar de vez en cuando. Sobre todo, si se pone en perspectiva que las referencias en el Evangelio a una moral sexual son casi nulas —aunque nos quieran hacer creer lo contrario— si las comparamos con uno de los tópicos centrales de la enseñanza del Mesías: que no se puede servir a Dios y al dinero (Lc XVI, 13).


Autores
(Ciudad de México, 1992) Filósofo y ensayista. Profesor en la Universidad Iberoamericana, el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey y en la UNAM. Miembro de la Newman Association of America. Ponente en varias instituciones de México, Estados Unidos y Cuba, sus intereses académicos se centran en la obra del cardenal John Henry Newman, la epistemología y la teología contemporáneas, y las relaciones entre filosofía y literatura. Ha publicado ensayos y reseñas en Newman Studies Journal, la Revista de la Universidad de México, Tópicos, Open Insight y Nexos.
Portada de "Cadáver Perlogher", Juan Antonio Alfaro. Fondo Editorial Tierra Adentro, 2023.
Portada de “Cadáver Perlogher”, Juan Antonio Alfaro. Fondo Editorial Tierra Adentro, 2023.

Quien se pierde, pierde el yo. Si yo me pierdo…

NÉSTOR PERLONGHER

Mi cuerpo escribe en formas que no entiendo.

SARA URIBE

¿Es el pelo de los muertos el hilo de la conversación?

LUIS FELIPE FABRE

Retrato hablado del cuerpo antes de ser borrado

tenía el aire de una señora. de relación bizarro. realmente se cruzaba y se bajaba y. se era cuidadoso en sus movimientos. no era maletín chiquitito que se hacía así y calzado que usaba. usaba calzado grande. casi sé que oyes esto. vive y disculpa. a veces tocaba el timbre y salía una mucama o chicos y le decían qué largo. su cabello negro. sus ojos de una inteligencia especialísima. pero con bastante dificultad de río. una especie de nutria. algo que sacaba de sí mismo. una personalidad. vida haciendo encuestas por las calles. muchas veces río. el manatí. sí. es un bicho ese destino. y no protegió nada. una vida y con lo que eligió en físicamente. era feo y sabía que era de relación bizarro. inmediatamente uno lo veía raro. pero con bastante dificultad lo veía. algo bichesco muchas veces tocaba el timbre. tocó en la vida. era un chico bien raro. con tiempo seduciendo. bastante parecido a Woody Allen. tacicoturno. con una suela muy alta. no. hay una señora que te quiere ver. se divertía ante el espanto. nunca fuimos lindos. digámoslo así. con tacos así altos. si se quiere. pero con el pelo profundamente serio. pero de esa seriedad esencial. iba así y así viajaba a lo bichesco. esos bichos de indumentaria. así caminaba por un maletín chiquitito que era un río. el manatí. sí. el pelo largo. cuando quería era el oeste. una persona que no era agradable. mujer grande. era feo. horrible. discúlpame que presos juntos. pero estamos libres juntos. era muy alto y aparte andaba con pañuelos la vida. nunca le sacó el cuerpo. tenía el aire. entregó el cuerpo a ese el cuerpo. comodín que siempre estaba investigando y curioseando con la palabra. y estaba todo así. caminaba por los andenes que van. pero era feo. horrible. esos bichos de con lo que le tocó en la de una señora. cuando que ría era como. físicamente era un personaje muy raro no su presencia. su indumentaria. bastante cuello y cabello largo y ultramaricona. y un bicho de río el tipo hacía del oeste. era como un feo. era feo. pero seducía. y seducía la matanza en una época. se ganaba. parecía. parecía no una chica sino una de ultramar. ultramaricona. y con la que al cuello y cabello largo era ese swing. era muy flaco. no era. una persona que no era. una persona que no era. es más. una persona que no era con la palabra. y estaba el cuerpo. le entregó el cuerpo a. le entregó el cuerpo a. le entregó el

cuerpo a. le entregó el cuerpo a. le.…

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(inaudible)


Autores
(San Luis Potosí, 1991) ha publicado poemas en las revistas literarias Transtierros, Tres Pies al Gato, Des/linde y Low-fi Ardentía. Forma parte del consejo editorial de la revista electrónica Los testigos de Madigan. Es ganador de Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos 2018.
Ilustración realizada por Jal Reed
Ilustración realizada por Jal Reed

Hablar de la narrativa de Yuko Tsushima es hablar al mismo tiempo de su vida. La propia Satoko Tsushima, conocida como escritora bajo el nombre de Yuko, no tuvo reparos confesando en la nota de la autora de El hijo predilecto (Editorial Impedimenta, 2023) los nervios y la dificultad que acompañaron el proceso de su segunda novela. Esta acaba de ser publicada el pasado mes de septiembre y perfecciona el estilo que desde su ópera prima parecía ya no tener espacio para crecer. 

Yuko Tsushima nació en la ciudad de Tokio en 1947. Su padre, el escritor Osamu Dazai, moriría por suicidio en junio de 1948, después de intentarlo en repetidas ocasiones desde 1929. La madre de Yuko, Michiko Tsushima, se convirtió en madre soltera tan solo un año después del nacimiento de su hija. La habilidad de Yuko —para llevarnos de la mano dentro de la mente de sus personajes femeninos y las normas sociales del Japón de los setenta— nos hace cuestionarnos qué tanto el talento literario puede o no llevarse en las venas, considerando que Dazai fue uno de los escritores japoneses más importantes del siglo XX, con obras como El ocaso e Indigno de ser humano.

Tsushima escribió su primer libro en entregas. Se publicaba un capítulo al mes, en la revista literaria Gunzo. Entre 1978 y 1979, cada uno de estos capítulos o cuentos correspondía con el mes del año corriente y de lo que más adelante sería Territorio de luz, la historia de una madre soltera que intenta abrirse camino en Japón con su hija de tres años. El éxito de su publicación en Impedimenta durante el 2020 nos ha regalado, ahora, la historia de Koko, traducida al español por Tania Oshima. Otra madre soltera, una profesora de piano, que busca ganarse la vida y recuperar el cariño y respeto de su hija adolescente, Kayako. En El hijo predilecto, el cuál se titula originalmente Choji en japonés y The Child of Fortune en inglés, la maternidad excede los límites que la encierran dentro de los mismos clichés de una literatura posiblemente anticuada y juiciosa. Yuko declaró, en una conversación con la escritora inglesa Margaret Drabble en 1990, la insatisfacción que le provocaba que experiencias como la sexualidad, el parto y la crianza, fueran filtradas a través de la perspectiva masculina o escritas para ser aceptadas por estándares masculinos. Ambas coincidían en que algunos de los problemas a los que se enfrentaban constantemente como escritoras era que el lenguaje y temas importaban muchísimo más de lo que parecería a primera vista. Tsushima dijo que al escribir Territorio de luz tuvo que “reconsiderar y reexaminar cada palabra relacionada con el embarazo”. No podía continuar hablando de él con las mismas convenciones prevalentes en la sociedad japonesa.

De esta forma, con un esfuerzo instintivo pero también determinante Yuko Tsushima consiguió convertirse en un referente de la literatura escrita por mujeres, quizá antes de que el término llegara a nosotras. Si bien su segunda novela la hizo merecedora del premio Joryu Bungaku de 1978, un premio a la literatura femenina, este esfuerzo nunca estuvo dictado por un deseo guiado por la comercialización de su escritura sino por la confianza en los alcances de una literatura voraz y honesta. 

Tsushima no se consideraba a sí misma feminista, aunque me invade la curiosidad saber cómo se llamaría a sí misma hoy, siete años después de su muerte. Es innegable que su propia maternidad experimentada desde la soltería la llevó a plantearse las preguntas que intenta responder en varias de sus novelas. Pero, lo que hace más destacable a El hijo predilecto, es el mundo interno de Koko. Su autora escribe:

Esta novela que concebí un día como la historia de una mujer de mediana edad con sus amoríos y su miedo a quedarse embarazada, fue más leída de lo que yo esperaba […] Gracias a ella no tuve que abandonar la escritura, pero cuando quise darme cuenta el libro había cobrado vida propia y se estaba convirtiendo, a mi pesar, en el estandarte de la “crítica al divorcio”, conmigo en la cima. Pero también las circunstancias en torno al divorcio han cambiado mucho desde entonces. En aquella época, no había ninguna ventaja para la mujer divorciada. Era, de hecho, un estigma. 

Para Kayako, la hija adolescente de una mujer de treinta y seis años, su madre es una vergüenza. Kayako vive con su tía, una mujer mucho más adinerada que su madre, con la intención de alejarse de Koko pero también para entrar a un instituto privado de monjas, que su madre no tiene los medios económicos para pagar. Koko también es vista como una desgracia para su hermana y su cuñado. Al morir la madre de Koko y su hermana, dos años antes de que empiece la novela, Koko decidió comprar la casa donde vive con la parte de la herencia que le correspondía. El dinero sobrante se lo dejó a su hermana y su esposo abogado, por haberle ayudado con los trámites. Ahora, la hermana se aprovecha de la ventaja que le da haberse quedado con ese dinero: lo utiliza para ganarse a Kayako comprándole vestidos y dándole una vida de lujos que Koko no puede permitirse. 

Cuando conocemos a Kayako y a Koko, pronto nos damos cuenta por sus interacciones que la hija quisiera que esa no fuera su mamá. Y que, de hecho, hasta a sus pasados amantes y su exesposo, Hatanaka, les avergüenza “el tipo de mujer en que se ha convertido”. De muchas formas Tsushima nos deja entrever los juicios de los personajes que la rodean: en algunos momentos, lo hace dejando espacios vacíos que el lector deberá completar por su cuenta; en otros, la rapidez de los diálogos hace que las escenas ocurran de manera tan visual y clara como lo harían en una película. Así, sin que el narrador la juzgue, los prejuicios de la sociedad convierten a Koko en una mujer que, para las demás personas de vida, descuida su aspecto, no es capaz de cuidar de sí misma (¿cómo sería entonces capaz de criar a Kayako?) y tampoco tiene ambiciones ni ganas de conseguir un trabajo mejor pagado.

En pocas palabras, Koko es, a todas luces, una mala mamá. En lo que podemos escuchar de la mente de Koko, ella también piensa que ha cometido errores y que si empezara de nuevo haría las cosas diferente. La madre se pregunta, en muchas ocasiones, hasta qué punto se daba cuenta de las cosas esa niña pequeña. Y hacerse tal pregunta le provoca escalofríos. Pero en ningún momento tiene miedo de sus pensamientos ni sus ideales. El amor que le tiene a su hija es grande pero tampoco debería ser el centro de su vida ni el motivo por el que tenga que sacrificar sus ganas de amar: de amarse a sí misma y de amar a otras personas que no sean su hija. Sobre todo, porque Koko no tiene pena de admitir, y a la autora tampoco le atemoriza narrar, que la hija, Kayako, es maleducada, insulsa, sin sentido del humor o demasiado débil. Koko es vulnerable, pero nunca débil. Son los demás los que se jactan de hacerla menos, y tratan de convencerla de que no es la mujer fuerte que aparenta ser. 

Pero Koko no aparenta nada. Si acaso, ese es su mayor crimen. No aparentar, no avergonzarse, no dar por hecho que una vez nacida su hija sus deseos y personalidad ya no serán suyas. Koko no se cree nunca la mentira de que ella debe entregarle su vida entera a la niña. Y si así es como debería ser, ¿por qué no es recíproco? ¿Por qué la niña de doce años le quitaría todo sin entregar nada? La protagonista admite: 

De todos modos, ¿acaso era posible que madre e hija no quedaran mutuamente enredadas en sus problemas? Si la madre soltara a la hija para alejarla de sus circunstancias, entonces sería la hija quién arrastraría a la madre hacia las suyas. Kayako tendría que aprender a vivir  metida en los líos de su madre. Koko no iba a renunciar a ella ahora, no después de tantos años y con tantos otros por delante. 

Aquí es donde entran los amantes de Koko. Por si no había sido suficiente el atrevimiento del divorcio, que en sí ya era una deshonra, peor aún que la protagonista siguiera explorando su sexualidad cuando le correspondía “únicamente” la crianza de la niña. Porque no hay espacio para nada más en el Japón retratado por Tsushima. Y es vital recordar a través de la lectura de El hijo predilecto, ¿qué tanto de este Japón se extiende hasta el resto del mundo y hasta el año presente? Ésta novela es un respiro fresco que, tristemente, podría haber sido escrita hoy o cinco años atrás. A través de los hombres con los que Koko mantiene relaciones sexuales, no solo se abre espacio para hablar de tabús de los que nadie más hablaba en su momento, sino que conocemos más del mundo interior de Koko, de sus anhelos, de las cosas que le dan (y también le roban) esperanzas. 

La novela es un paseo por la mente de una madre que está paralizada por el miedo al abandono, por parte de su hija y de los hombres que amó. Con una destreza incomparable, los recuerdos de Koko se entretejen con sus vivencias y cada vez el tiempo presente se le escapa más de las manos, hasta que de pronto es su pasado el que cobra vida y nos vemos, como lectores, enfrentados a la misma confusión de Koko. 

Su vida se vuelve inasible y ella incapaz de recuperar las riendas. Pero ni el miedo ni la soledad y las violencias ejercidas sobre ella por sus amantes detienen de seguir intentando salir de la celda donde la han encerrado los estigmas de una maternidad que ella no va a ejercer. No de esa forma, no con las reglas del patriarcado ni con los consejos de su hermana que solo busca, a lo largo del libro, que Koko la dé en adopción a Kayako y se “vuelva a casar con quién se le dé la gana y se dedique a pasárselo bien”. Pero que no la meta más en sus líos, le dice por el teléfono después del funeral de su madre. De esta forma, la Kayako de doce años ya vive con su tía y visita a su madre solo los sábados para pasar la noche ahí e irse temprano el domingo por la mañana. En alguna de sus peleas, donde Koko ya se ha tomado un par de cervezas y está harta de las miradas y las críticas constantes sobre el departamento y el trabajo que tiene, imagina con coraje que todo podría solucionarse si atara a su hija a las patas de la mesa. Pero, sin decírnoslo, vemos cómo todas esas palabras que vienen de Kayako van hiriendo a Koko cada vez más. Y van alejándose hasta un punto irreparable. 

De haber llegado antes a Yuko Tsushima, muchas respuestas habría encontrado ante mis decisiones y mi visión de la maternidad deseada y no deseada. Pero la novela no busca plantear una solución, ni un manual de lo bueno o lo malo. Esa es también una de sus mayores virtudes. La frescura y desenvoltura de la prosa de Yuko es un descubrimiento que, aunque he mencionado incomparable,  me recuerda a novelas como Pechos y huevos, de Mieko Kawakami, Ella en la otra orilla, de Mitsuyo Kakuta e incluso Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé. Esta última, más que ser una comparación, es un contraste que es importante mirar desde las diferencias más que las semejanzas. En ese proceso, descubro lo importante resulta liberarse de los juicios para construir personajes femeninos complejos, no porque necesiten competir con los masculinos, sino porque las mujeres también merecen la libertad de ser más que solo madres. De ser villanas, de ser antiheroínas, de ser malvadas, ser despreciables, ser maestras, ser talentosas o mediocres pianistas y, a pesar de eso, construir belleza y una vida más allá de la idea de “la familia” o “la musa”. 

Yuko Tsushima se pregunta qué opinarán las generaciones más jóvenes al leer El hijo predilecto. Escribe al final del libro: 

Sean cuales sean lo tiempos y el contexto social, las separaciones son siempre dolorosas, las relaciones amorosas son siempre difíciles para la mujer con hijos, y los embarazos plantean siempre las mismas dudas. Quizá la función de una novela sea observar qué aspectos cambian y cuáles no. Esa fue también una de las enseñanzas que me trajo este libro. 

Me gustaría que pronto pudiéramos responder que somos capaces de recibir y sentir ternura, amor, enojo sin condiciones. Que somos capaces de construir belleza más allá de la idea de “la familia” o “la musa”. Que pronto pudiéramos responder que todo ha cambiado, que no vivimos todavía en una sociedad que nos arrebata tanto, o nos obliga a renunciar a tanto, solo por haber nacido mujeres.

Referencias

Enomoto, Y. (1998). The Reality of Pregnancy and Motherhood of Women: Tsushima Yuko´s Choji and Margaret Drabble´s The Millstone. Pennsylvania State University. Disponible en línea. 

Tsushima, Y. (2023). El hijo predilecto. Editorial Impedimenta.


Autores
(Tijuana, 1995). Egresada de la licenciatura en Escritura Creativa y Literatura. Ganadora de la Beca Kyoto (2013) en el área de Arte y Filosofía. Fue becada desde el 2009 hasta el 2015 por el programa “Talentos Artísticos: Valores de Baja California”. Participó en el Festival Cultural Interfaz ISSSTE-Cultura "Los Signos en Rotación" en poesía (Culiacán 2018) y en ensayo (Real del Monte 2018). Ha sido seleccionada para formar parte de la XVIII promoción de la Fundación Antonio Gala (curso 2019-2020).
Ilustración realizada por Maricarmen Zapatero
Ilustración realizada por Maricarmen Zapatero

Frente a la arquitectura porfiriana de la casona del Centro Cultural Casa del Tiempo, una manta con el rostro de Francesca Gargallo, su nombre y la frase “marcha con nosotras”. Cierra el homenaje a su persona, obra y activismo, tras música y performance, tras un ritual y el convidar de un mezcal. No conozco a nadie. Vengo con mi bici, sin saber dónde dejarla, malabareo el vasito de mezcal y brindo con desconocidos, con quienes seguramente fueron las amistades, la familia, de la autora de la novela Marcha seca, eje del anteproyecto que acabo de enviar a la UAM para mi ingreso a la maestría.

En el homenaje hubo charlas sobre su vida y obra, pero se centraron en su activismo como feminista, su relación con pueblos originarios, su posicionamiento político. No se dijo mucho de su literatura. 

La conocí en vida, podría decirles a estas personas, la mayoría mujeres, que entre sonrisas y lágrimas intercambian anécdotas durante el homenaje, que prometen próximas visitas, se abrazan y empinan el mezcal. Pero hablar de ese encuentro sería acercarme a mi impresión de ella, se escurriría lo sincero. La verdad es que no me simpatizó. Fue en una charla en la que (al menos esa fue mi impresión) se dedicó a regañar al escaso público. 

Años después de ese encuentro desafortunado, leí, por insistencia de mi amigo Rodríguez Landeros, la novela corta que ya mencioné. Resultó ser un novelón. Se separó por completo la obra de la autora, al menos de la figura que yo tenía de ella. Poco después de ese hallazgo y reconciliación lectora, Francesca Gargallo falleció.  

La novela Marcha seca, publicada en 1999, narra en segunda persona la supervivencia de un grupo de personas en la Sierra del Nayar en medio de un incendio forestal. En su brevedad (tan solo 76 páginas) se palpa la catástrofe climática, el sistema patriarcal, la contaminación de la tierra por los humanos y la violencia del Estado contra los pueblos originarios. Arriesgo la comparación sencilla que nace del origen italiano de la autora: esta novela es un espresso doble. Por estar en condición de tesis, la he leído cuatro veces de corrido y en cada vuelta encuentro cosas nuevas. 

Si existiera un Santa Claus del mundo editorial, le pediría que reeditara esta novela, no solo por su importancia temática, sino por su valor literario, me parece por mucho lo mejor que he leído de Gargallo. Es una desgracia que sea casi imposible de encontrar uno de esos dos mil ejemplares de la única tirada que hizo la editorial Era hace más de veinte años. Mejor, querido Santa Claus editorial, si existes, por favor reedita la obra completa de Gargallo, incluye lo inédito, que sé que es vasto. 

Gargallo publicó gran parte de su obra en la editorial Era, aunque sin reediciones y con poca distribución. Parece que al respecto su narradora y personaje principal de Marcha seca, quien se intuye como un alter ego de la autora, reniega: “que quién me creo que soy para no temerle al olvido del mundo intelectual”.1 Sospecho que no le interesaba el reconocimiento literario, esa famita ridícula en un país con pocos lectores. Sobre su motivación para escribir dice su alter ego: “Dejar testimonio de ti, de mí, del cielo que se estremece, construir historias para escapar de esta pesadilla presente, definir el amor para entender las diferencias […] Escribo y entiendo, escribo y explico; es al mundo exterior a quien me dirijo”.2

Esta novela contrastó con la superficial idea que tenía de la autora, me imaginaba que sería una novela-sermón, panfleto, regañona. Fue refrescante encontrarse con humanidad, contradicción, vulnerabilidad, ternura y miedo ante las interrogantes. Sin ese moralismo, Gargallo expone al lector a las problemáticas ambientales, machistas, colonialistas. Es generosa con su saber, con su propia búsqueda, pero sin caer en paternalismo condescendiente. De estas cualidades admirables nació mi inquietud por acercarme a su obra con una tesis, entender cómo una obra puede tratar un tema apremiante sin caer en la superioridad moral o la moralina caricatura. 

Pasando a otra de sus obras: Estar en el mundo, novela publicada en 1994, narra un triángulo amoroso, por momentos con tintes incestuosos, al menos obsesivos, entre dos hermanas y un hombre. Inicia en Italia y termina en México, tras un paso por Angola, Brasil y Colombia, por causas perdidas, activismo, guerrillas, ideologías, coloquios, feminismos, organizaciones populares, proyectos editoriales y herencias despilfarradas. 

Esta novela proyecta las inquietudes sociales de la autora, su idealismo y lucha política; pero, de nuevo, lo hace desde el reconocer que se es humano, falible, en constante aprendizaje. Cualquiera que haya tenido una juventud activista, de zapatour por los caracoles, en admiración de tatik Samuel, entre manifestaciones y esa esperanza hermanada a la digna rabia se sentirá identificado con la protagonista y su mundo. Al final de la novela juega con la ficción especulativa, surge el tema climático en un futuro cercano, la sobrina de la protagonista funda un proyecto de investigación, Biósfera III, para tratar de resolver la crisis. Pero todas estas cuestiones sociales y sistémicas son un telón de fondo para lo principal: las relaciones amorosas, sexoafectivas, familiares y de amistad:

Había nacido en mí, casi a despecho de mi propia menopausia, un deseo alegre de volver a vivir, confirmado por signos externos que me parecían maravillosos: las semillas de los bancos norteamericanos funcionaban, un antiviral de espectro muy amplio atacaba los retrovirus del SIDA y del cáncer, y en Alemania se desbarató el último grupo neonazi. Una sensualidad renovada acompañaba las paces hechas con el recuerdo de mis padres; como si hubiéramos obtenido el perdón de unos fantasmas bonachones, jugaba con ellos, les sonreía, me dejaba acompañar en mis correrías.3

En la narrativa de Gargallo es difícil separar a la autora del personaje, se intuye que hay mucho de una en la otra. En esta novela, la protagonista, Begonia, es una italiana que termina viviendo en México: “Morir o desear morir en un lugar es como nacer en él4”, “Llegué a México porque todas las rutas llevaban a él”.5 De la misma manera, Francesca Gargallo es una autora mexicana, a pesar de haber nacido en Siracusa, Italia. Aquí se escribió en el mundo, aquí murió. 

Verano con lluvia es un libro de siete cuentos publicado en 2003, en ellos Gargallo visita los temas del machismo, la maternidad, la sexualidad, el viaje y la culpa: “seré una mala madre, pero si fuera un hombre todos me entenderían6”, “Nuestras leches se mezclaron en las gargantas. Cómo muerde el tuyo. Y nos reímos. Juntas, muy juntas”7, “Si tus amigos se te escapan, ellos que han sido tu casas durante tanto tiempo, encuentra un lugar que te guste. Podrás hospedarlos cuando regresen y alojarte a ti misma”.8 

En sus cuentos plasma inquietudes, pero también dudas. En ellos ofrece imágenes que permanecen en el lector por su riqueza poética: “El fin de los tiempos se cumplirá un domingo de lluvia por la noche, entre comercios cerrados y otras tristezas”,9 “La guerra es la culpa más vieja, su origen y su gemela”,10 “De sus labios brotaban plegarias a la luna llena, a la caída de la nieve, al ocaso sorbe el mar y las montañas. Rezaba para que los demás pudieran gozar de lo que él gozaba en silencio y pedía que, por eso mismo, lo dejasen en paz”.11

La decisión del capitán es la novela que la colección popular del Fondo de Cultura Económica reeditó en 2021, por ello es fácil conseguirla, aunque, debo decir, que de las obras que he leído de Gargallo, me parece la de prosa más inaccesible. Es admirable el tono poético que maneja la autora, pero creo que en esta obra se desborda, opaca la trama y los personajes (en este sentido, Estar en el mundo es una novela donde se inclina más por la trama y los personajes; La decisión del capitán se engolosina por la forma, por el estilo; y Marcha seca es el punto medio perfecto, creo que por eso es mi favorita). A pesar de su estilo desbordado, es un buen libro, vale la pena leerse, aunque no lo recomendaría a cualquiera, debe haber un gusto por el estilo, por las imágenes: “Cuando el sol no concede sombra alguna, la tierra puede parecer gris de tanta luz. Entonces la tristeza se agiganta como la sed. El animal sudado resopla. Paso a paso cruza el mediodía, se arrastra por la tarde. Lento y cansado como el dolor de su dueño”.12

Se trata de una novela histórica, remonta al siglo XVI, a los esfuerzos del capitán Miguel Caldera por entablar la paz entre los conquistadores y el pueblo chichimeca. Como en Marcha seca, está presente el tema de los pueblos originarios y su relación con los blancos; además de personajes que desafían los preceptos patriarcales, tal es el caso de Constanza, una mujer prestamista que entabla negocios en condición de igualdad con hombres. Pero, curiosamente, no es en ella donde se identificó Gargallo, sino en Miguel, como escribió en su blog: “Miguel es el personaje de mi literatura con el que más siento identificación: Miguel soy yo”.13 Caldera era hijo de mujer chichimeca y hombre español, era y no era, según Gargallo, se identificó con ese no ser algo fijo, con ese andar de arriba y para abajo, de aquí a allá, contradictorio, fluctuante. 

Otro libro de Francesca Gargallo que se consigue fácilmente es el recientemente publicado por Penguin Random House Grupo Editorial: En qué momento me volví esa señora iracunda. Y otros relatos. Debo admitir que no puedo hablar del libro ya que no lo he comprado, estoy en condición de estudiante, debo limitar mis compras. Espero que esta reciente publicación sea un indicador de que vienen más libros de esta autora, que el Santa Claus editorial se está poniendo guapo. 

Por último, también espero haber convencido a al menos un lector, que como yo se adentre en la prosa de Gargallo, que le brinde el homenaje póstumo de leerla. Yo por mi parte continuaré con la tesis, con relectura tras relectura de su novelón. Y, Francesca, si me permites el atrevimiento y lo cursi, gracias por tu obra, gracias por definir el amor para entender las diferencias, por tumbar mis prejuicios y ofrecerme tan generosa literatura; lamento no haber coincidido, hubiera enriquecido a mi investigación alguna que otra entrevista, mezcal de por medio… llegué tarde. Espero que hayas aprovechado tu lugar en mi altar de muertos de este año y que este texto, a manera de pobre homenaje, te dé algo de calorcito.

La decisión del capitán en la tienda virtual del FCE: https://www.fondodeculturaeconomica.com/Ficha/9786071673756/F


Autores
Licenciado en Filosofía y Ciencias Sociales. Obtuvo la beca en narrativa de la Fundación para las Letras Mexicanas 2015-2017. Becado por el FONCA Jóvenes Creadores en novela 2017-2018 y por el PECDA de Durango 2018-2019. Ha publicado cuentos y ensayos en Tierra Adentro, Este País y pliego16. En 2020 ganó el Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri con su libro La Biblia encarnada (FETA, 2022). Actualmente da clases de filosofía a monjas y es escritor fantasma.