Tierra Adentro
Ilustración realizada por Mariana G

Como les sucede a las verdaderas superestrellas de nuestro tiempo cuando se agotan de sus fans, de los paparazzi o de sí mismos, Amy decidió hacer un viaje infraganti a la Ciudad de México para perderse una semanita en el anonimato de los laberintos urbanos. Así, dio la noticia a sus allegados de que se ingresaría de propio pie en un centro de rehabilitación. Algunos hicieron jetas y otros murmullaron aleluya, pero nadie sospechó y ella se rió a carcajadas con su engaño. Se aplicó una plasta de maquillaje sobre los tatuajes, se puso un sombrero mosquetero sobre el pelo alaciado, lentes de sol, guantes de gamuza y cruzó los dedos para que su estilacho tan inconfundible no la delatara; no pensaba pasar su tiempo libre autografiando brasieres y lonjas. Planeaba descansar y, si sucedía un momento mágico, componer.

Así se aventó un clavado en la normalidad con todo y la serie de pequeñas ofensas que los humanos promedio soportamos en el día a día: fila en el aeropuerto y en migración, un taxi atorado en el tráfico con el taxímetro sube que sube, un cuarto de hotel sin mayordomo incluido. Una vez encontrado un comerciante de narcóticos para su corta estadía, pasó los primeros días cómo alma errante por las calles de la Doctores y del Centro Histórico, entrando a librerías de viejo a sobetear páginas amarillentas, a tiendas de antigüedades donde olvidaba momentáneamente si corría aún el virreinato, y sentada en las bancas de los parques admirando por horas los colores de las jacarandas, con la boca un poco abierta, observando cómo las flores cambiaban de forma por efecto no sólo de su portentosa creatividad. No extrañaba a Blake, no extrañaba a nadie. Llegando a su cuarto cada noche prendía la regadera y cantaba a los gritos las notas más perfectas del jazz.

Uno de los últimos días, en una de estas vagancias, sus pies enchanclados la condujeron a unos callejones de la colonia Santa María. Caminó y caminó y, a pesar de estar segura de que avanzaba, constantemente se encontraba con una misma fachada particular en las esquinas. Una puerta de madera vieja con una reja oxidada sobrepuesta, un huequito del que salía un cordón con una cartulina fosforescente a un lado que indicaba “jale, este es el timbre”. Arriba de la puerta, sobre la pared, un letrero pintado en letras gordas decía “SOLUCIONES URGENTES”.

A Amy le pareció curiosísimo que el propietario de SOLUCIONES URGENTES tuviera locales en cada calle y que además compartieran el exacto estado de precariedad. Pero lo más raro era la poca claridad acerca de los servicios ahí ofrecidos. Se trataría, quizás, de uno de esos bares de mala muerte que pretenden ser irónicos. Bajo esa suposición y con la creciente necesidad de pasar un trago de pulque por su garganta, fue que Amy se paró en la siguiente esquina para tirar del hilo que tiraba a su vez de una campana. La puerta chirrió y se abrió a voluntad, despacio, como manejada por un control remoto.

El interior del lugar era tan lúgubre que los ojos de Amy tardaron en afocar las estanterías que cubrían las paredes. Alineadas unas sobre otras, sostenían frascos de vidrio iluminados desde arriba con un foco individual y tenían una placa abajo con la leyenda de ¿la obra? En el centro de la habitación había un mostrador que a primera vista le pareció vacío, pero al acercarse vio en el piso a un hombre viejo que dormía, una maraña de pelo y barbas blancas. Será un homeless, pensó la artista inglesa, y quiso salir de ahí antes de meterse en un extraño percance de esos que los tabloides consumen como heroína, no sin antes echarle un ojo a los frasquitos expuestos como piezas de arte.

Dentro del frasco más cercano había un conejo del tamaño de un dedo meñique, hecho bolita y con los ojos cerrados. La miniatura era asombrosa, casi parecía que los bigotes se agitaban al ritmo de una suave respiración y abajo, en la placa, se leía “conejo de la suerte” ¡tamaño cliché! La cantante tenía que tocarlo y dos cosas sucedieron en el instante en que tomó el frasco entre sus manos: empezó a sonar Feeling Good de Nina Simone y el conejito despertó y se paró en sus patas traseras recargando las delanteras contra el vidrio. La música terminó de darle un tono cinematográfico a la escena y a Amy se le tensaron las mandíbulas con el deseo de estrujarlo, de aplastarlo, de hacerle daño por la tremenda ternura, pero al intentar quitar el tapón resultó imposible, estaba sellada. El pobre animalito zangoloteándose de un lado al otro con los intentos banales de Amy por destaparla.

–No lo vas a lograr.

Los hombres no saben decir otra cosa, piensa Amy, que ya había olvidado al sujeto bajo la mesa. Su apariencia era muy lejana al desastre que se imaginó, en vez de usar los harapos informes característicos de los indigentes de cualquier nación, el tipo usaba un traje antiguo de tres piezas y traía un bombín en la cabeza.

–Mi tienda esta blindad contra ladrones.

–No iba a…

–Ya lo sé. Sólo los clientes potenciales encuentran la tienda. Además, la alarma suena cuando manos que no sean las mías tocan cualquier cosa.

–¿Nina Simone es tu alarma?

–Sí, no hay por qué perder los estribos cada que suena, ¿no crees?

Amy regresó el frasco de la suerte a su lugar, un poco apenada pero no lo suficiente. Miró el resto de los frascos y descubrió que dentro de todos ellos había seres diminutos: un puerco de la abundancia, un unicornio del buen dormir, un usurero del dinero, un hada de la venganza.

–¿De dónde sacaste un conejo tan pequeño?

–Es algo difícil de explicar.

–Bueno, en realidad no me interesa. Lo quiero. De hecho, quiero todo lo que vende.

–No creo que tengas suficiente para dar a cambio.

–Soy asquerosamente rica.

–Me imagino. No acepto dinero, sólo cosas valiosas, cómo las que vendo. Podría decirse que esta es una casa de cambio para la gente con problemas urgentes. A problemas urgentes…

Y señaló el letrero con el nombre de la tienda. Amy se contuvo de contestar con el entusiasmo de una alumna que sabe responder a la maestra. Regresó el micro lagomorfo a su sitio y siguió escaneando los extraños seres en sus cárceles de cristal, pensando si lo más prudente, lo más heroico, sería tirar todos al piso para liberar a las creaturas.

–En realidad no están vivos, por si crees que soy cruel. Son hologramas sólidos.

–Ah ya– contestó, a pesar de no tener idea de que hablaba el hombre. Puso cara de extranjera, abrió grandes los ojos y asintió como si le quedara claro clarísimo.

Entonces lo vio, un marciano como cualquiera que pudo inventar la televisión. Un cuerpo de complexión humanoide cubierta de escamas verde brillante, color quetzal. La cabeza grande y los ojos alargados hacia unas orejas en forma de tubos. Dos brazos que culminaban en manitas de pulpo, con unos siete o doce dedos tentaculares, y tres piernas con el mismo destino. Amy agarró el bote entre sus manos y, cuando creía que era imposible ver una criatura más maravillosa, vio como levantaba su bracito izquierdo en un ángulo recto, ponía el derecho en el antebrazo y luego alzaba el codo hacia la tapa sobre sí en una señal de “huevos”.

–Chingui tu madri– dijo.

–Aaaaa, qué es esta cosa más adorable. ¡Lo necesito!

–Claro que lo necesitas. En realidad, es el único objeto de esta tienda que podría venderte, sólo tienes que pensar en que me vas a ofrecer a cambio.

–Mmm.

–Cómo verías… ¿tu voz?

–Tranquilo, Úrsula, esa no se la doy a nadie. Sabe qué, en realidad no quiero nada de esta tienda, está usted bien raro y pervertido. Me encanta el marcianín, pero no le voy a dar mi voz.

–Vas a tener que hacerlo.

–¿Por?

–Corres mucho peligro, y ese pequeño es un alien de la protección, como lo dice en su placa. Eso significa que podría salvarte de las amenazas que se ciernen sobre ti.

–Nadie me amenaza, yo hago lo que quiero.

–¿Dónde creen tus amigas que estas?

Amy recordó su mentira y miró al viejo con un desprecio calmo, esperando que esto lo desincentivara y la dejara irse a seguir rolando por la ciudad. Si estaban muy chidos los monos, pero no iba a permitir que la psicoterapearan para conseguirlos.

–Deberías estar en rehabilitación.

Mmmta. Ni del otro lado del charco la dejaban en paz.

–Mi daddy dice que estoy fain.

–De acuerdo, entonces regrésame el frasco y sigue tu camino. Se cumplirá tu destino y, te aseguro, no va a ser bonito.

–Ay sí tú, te crees el muy adivinador con tus rimas chafas.

–Soy un oráculo, mira.

Y se sacó de la camisa un collar de oro con una gran letra O de Oráculo.

–O te llamas Owen. A ver Owen, dime mi futuro.

–De acuerdo, te lo mostraré gratis, sólo porque no puedo dejarte ir así con el mal agüero flotando sobre tu cabeza.

El hombre le indicó a Amy que se quitara el sombrero y le pasó su propio bombín. En cuanto Amy se lo puso, frente a sus ojos apareció ella misma sobre el escenario, cantando con gran potencia sus canciones favoritas, las que escribió como en un trance creativo, y a sus pies los fans gritándole su amor, su adoración, su absoluta necesidad de ella, de tocarla. La Amy imaginaria, seducida por el cariño del público, se acerca para tocar la mano de una niña parada sobre los hombros de un tipo robusto y, en ese momento, otro espectador la toma de la muñeca y la jala hacia abajo, hacia los brazos de esa masa engullente que la desea, porque la gente siempre quiere tocar el arte, poseerlo, aunque sea un pedacito. Un pelo, un pedazo de ropa, una gota de sudor sobre el pelo, y las personas la atraen hacia sí, le piden todo, ya no sólo su voz sino su cuerpo y su mente, la jalan en cualquier dirección hasta que le desprenden un tacón, un cachito del pantalón de cuero, una pestaña, un dedo, un brazo. La sangre corre entre los fans y como quiera piden más, más de su sangre. Truena una rodilla, la ropa se hace girones y el aullido de Amy es feroz y sensual y entonado, como ella. Es la música que la escena necesita.

–Wooooow, es espantoso– dijo Amy. –¿Lo puedo volver a ver?

–Las veces que necesites.

Ella se sentó en una esquina, en el piso, a contemplar su propia muerte una y otra vez y el hombre la miraba a ella, intentando adivinar sus pensamientos.

–Tienes que reconocer que es una muerte muy poética.

–Si eso quieres nadie va a detenerte.

–No no. También se ve bastante dolorosa. De acuerdo, Owen, ¿qué otra cosa puedo ofrecerte que no sea mi talento?

–¿Cómo verías tu fama? También es algo bastante cotizado.

–Pues bueno, esa ni siquiera me late tanto. Pero cómo le hacemos, qué te doy o qué.

–Nada, ahora ya puedes abrir el frasco. Amy volteó a ver a la pequeña creatura verde.

–Jiji vas a ser mío.

–Veti a li virga.

Abrió el bote, sacó a la criatura y se la sentó sobre la cabeza. Acomodó su gran melena en un montículo perfecto para que el marciano cupiera dentro, sentado o de pie, y a partir de ese momento ella podría escuchar sus agudas mentadas de madre cuando quisiera.

–Listo, ahora. Mírate en el espejo.

La muerte de una Amy que no era Amy sino un holograma sólido apareció en las noticias un par de meses después y nuestra Amy, la verdadera, siguió viviendo en la Ciudad de México. Su físico es distinto a los ojos de cada persona, es irreconocible menos cuando, en la soledad de su casa, en la regadera, o cuando mira las jacarandas, no puede evitar cantar con su misma voz de siempre.


Autores
estudió Ingeniería Química y es estudiante del diplomado de escrituracreativa en la SOGEM. Actualmente, escribe artículos para Reurbano, una desarrolladora urbana y tiene una columna quincenal en la página de Mi Valedor, la primera revista callejera de México, donde también colabora como directora del área social, planeación estratégica y editorial.

Ilustrador
Mariana G
Resido y dibujo desde CDMX. Soy Diseñadora de la Comunicación Gráfica por parte de la UAM Azcapotzalco e ilustradora por parte del azar. Hace un par de años estudié Ilustración Experimental en la Escuela de Diseño del INBA. He colaborado de manera independiente con distintas agencias de publicidad y estudios creativos, sin embargo, mayormente mi trabajo ha estado presente en proyectos editoriales y animados. Actualmente, junto con una amiga, editamos MALA, un fanzine colaborativo hecho por mujeres.

Ya desde la infancia, Sunil Tripathi se había distinguido por la facilidad con la que lograba aprender todo tipo de temas. A su hermana mayor, Sangeeta, le gustaba presumir la natural desenvoltura con la que atravesó la escuela. No fue complicado para él entrar en la Universidad de Brown y dilatar en ella su brillante carrera. Como muchos otros jóvenes prometedores, se vio obligado a sortear la vida académica en medio de un complejo episodio de depresión que, hermético, no comunicó del todo a sus familiares. En marzo de 2013, su hermana mayor recibió la noticia de su desaparición. Al parecer, la mejor amiga de Sunil había perdido todo contacto con él durante un fin de semana. Sangeeta se apresuró a buscarlo en su departamento para toparse, horrorizada, con que los únicos rastros suyos que quedaban ahí dentro eran su billetera y su teléfono.

La familia Tripathi no tardó en movilizarse desde su residencia hasta Providence, lugar de la desaparición. Se acuartelaron en la casa de un amigo y, ahí, montaron una estrategia de búsqueda ininterrumpida. Convencidos de que su empeño individual no bastaría para dar con Sunil, decidieron crear una página de Facebook que les ayudara a divulgar su caso. Tuvieron éxito: la primera semana consiguieron más de 250,000 visualizaciones. La situación se convirtió en una tragedia doble de un modo que ninguno de ellos pudo anticipar. Nadie en su lugar, ciertamente, habría podido hacerlo.

Durante la búsqueda de Sunil ocurrió uno de los eventos más dolorosos en la historia reciente de Boston: hubo un atentado terrorista en el maratón de la ciudad. Miles de ciudadanos emprendieron esfuerzos por develar la identidad de los responsables de la detonación de una bomba que causó cuatro muertes y dejó heridas a casi trescientas personas. El FBI, tres días más tarde, hizo públicas fotos de los sospechosos.

Fue entonces cuando una excompañera de clases de Sunil escribió, en Twitter, que uno de los sospechosos lucía justo como él. Este comentario bastó para que una horda coordinada en Reddit y 4Chan comenzara una campaña masiva de doxeo y amenazas en contra de los Tripathi. Para el 19 de abril, la familia se vio obligada a bajar todas las fotos del hijo perdido, con el fin de aminorar las intimidaciones. Incluso medios de comunicación masivos acudían a la casa en busca de información. De forma igual de repentina, el FBI publicó los nombres de los verdaderos responsables. El clamor paró, pero Sunil seguía ausente. Su cuerpo fue encontrado una semana más tarde, en un río de Providence. Había cometido suicidio un mes atrás.

El caso de Sunil —notable por su alcance y alarmante por su trasfondo atroz — resulta un punto de partida idóneo para discutir las nuevas modalidades de justicia. Domesticada nuestra neurosis virtual, hemos banalizado las implicaciones de la funa y el escrache: un día sí y el otro también nos topamos con historias escandalosas (o ridículas, o sospechosas, o inverosímiles) sobre actos grotescos que ni siquiera precisan de una víctima para provocar ira generalizada. Performativa, esta persecución de la justicia es indiferente a la legalidad: le interesa, más que partir de una formulación legítima, alcanzar un público vasto.

Nuestra época premia la indignación moral. Alguien, con un libro de historia en la mano, podrá decir que todas las épocas lo han hecho, pero la actual se distingue por las posibilidades de su virulencia. Es una indignación masiva, de fácil propagación. En 2021, un equipo del Departamento de Psicología de Yale liderado por William J. Brady examinó de forma rigurosa cómo es que los usuarios de redes sociales moldean sus conductas condenatorias mediante dos mecanismos bastante conocidos: el aprendizaje por refuerzo (cuando los usuarios ajustan su comportamiento en función de la retroalimentación social encarnada en likes y retuits) y el aprendizaje de normas (cuando imitan las expresiones más frecuentes en su red).

La investigación de Brady se valió de dos estudios observacionales con más de 12 millones de tuits y dos experimentos en entornos simulados. En efecto, ambos tipos de aprendizaje mostraron influir de forma directa en la probabilidad de que los usuarios expresen indignación moral ante un acontecimiento, aunque en redes ideológicamente extremas el aprendizaje por normas supera al refuerzo. La proclividad a la polarización, pues, emergió como otro factor a considerar.

Hallazgos de esta naturaleza confirman formalmente lo que ya se intuía desde hace tiempo: las plataformas, en tanto a su manejo de la información, no son canales neutrales. Su diseño, presto a amplificar ciertos tipos de contenido mediante algoritmos de recomendación, puede moldear comportamientos colectivos encauzados al castigo y el rechazo. Un algoritmo no tiene discernimiento moral; incapaz de distinguir lo justo de lo injusto, se enfoca en lo que genera reacciones. La ira y la indignación son, desde luego, las reacciones más sencillas de conseguir.

Sería ingenuo asumir que las redes sociales solamente reflejan la moralidad de sus usuarios: también la transforman. Me atrevería a decir que buena parte de su diseño persigue hacerlo. Quienes las programan en Sillicon Valley y quienes las patrocinan desde Wall Street saben que las plataformas digitales tienen implicaciones profundas en la evolución de los discursos políticos y la cohesión social a gran escala. A pesar de esto, la responsabilidad ética en el diseño de estas tecnologías es deficiente o, a menudo, nula. En redes donde cada interacción se monetiza, un público enardecido representa visualizaciones, y éstas posicionamiento. Así, la exposición y el escrache pueden guardar motivaciones económicas. Mercantilizada la moral, la justicia solo se procura cuando es rentable.

Basta darse una vuelta por YouTube y TikTok. Cientos de canales dedican su contenido a la propagación de notas que consisten, casi siempre, en meras funas en formato audiovisual. En ellas no vale la información presentada, sino el procedimiento de denuncia. Convertido en una suerte de teatro moral, este fenómeno beneficia, por un lado, a quienes pueden monetizarlo, y por el otro, a quienes encuentran satisfacción (o tranquilidad, o placer) en unirse en agresión grupal hacia un enemigo en común.

Incluso las campañas de cancelación enraizadas en la búsqueda de la justicia terminan centrándose en desplegar una exhibición de virtud colectiva. La académica Gwen Bouvier (2020) se dedicó a estudiar cómo es que ciertas campañas de indignación grupal en redes tienden a simplificar, individualizar y despolitizar problemas estructurales, reduciéndolos a casos aislados de personas malas.

Buena parte de la conducta condenatoria habitual de los usuarios de redes puede entenderse desde la desconfianza a las vías formales de justicia. No son pocas las historias de crímenes aberrantes (especialmente en países como México) que, debido a ineficiencias burocráticas o a la corrupción más llana, jamás alcanzaron una reparación real del daño. Cámara en mano, los justicieros virtuales utilizan la funa y el doxeo como mecanismos para conseguir la rendición de cuentas. Olvidan, sin embargo, que las reprimendas extralegales han sido usadas históricamente de forma desproporcionada o, peor, injustificada.  

La lógica del linchamiento no es la justicia, sino el castigo. La configuración moral de nuestros días, amparada por el respaldo multitudinario de las redes, le ha enseñado al usuario de plataformas que no debe aparecer tibio ante la injusticia: le corresponde tomar partido. Integrado en un rito unificador, apunta hacia las llamas con el dedo, ignorante de que el fuego de la hoguera está muy cerca de sus propios pies.

Referencias:

  1. A Family’s Agony Intersects With A National Tragedy. (2013). NPR. https://www.npr.org/sections/codeswitch/2013/04/25/179025682/a-familys-agony-brushes-up-against-a-national-tragedy
  2. Brady, W. J., McLoughlin, K., Doan, T. N., & Crockett, M. J. (2021). How social learning amplifies moral outrage expression in online social networks. Science Advances, 7(33). https://doi.org/10.1126/sciadv.abe5641
  3. Bouvier, G. (2020). Racist call-outs and cancel culture on Twitter: The limitations of the platform’s ability to define issues of social justice. Discourse Context & Media, 38, 100431–100431. https://doi.org/10.1016/j.dcm.2020.100431


Autores
Nació el 16 de octubre de 2000, en Guadalajara. Es narrador, ensayista y divulgador científico. Ha sido ganador de los concursos “Creadores Literarios FIL Joven” (en las categorías de cuento y microcuento), “Luvina Joven” (en las categorías de cuento y ensayo) y del Premio Nacional de Ensayo Carlos Fuentes, que otorga la Universidad Veracruzana. Algunos de sus textos han sido publicados en las revistas Luvina, Punto de Partida, Pirocromo, Vaivén, Catálisis y GATA QUE LADRA.
Mariner 4, 1964, NASA. Imagen de dominio público.
Mariner 4, 1964, NASA. Imagen de dominio público.

I

La Nasa jamás debió desprender la verdad de la existencia de vida en Marte

de las primeras fotografías reveladas por Mariner IV en el año de 1965.

Los científicos de la Nasa descubrieron que Mariner era el árbol del conocimiento 

y sus imágenes desoladoras: 

el fruto prohibido. 

La humanidad jamás debió escrutar el génesis en busca de Adán 

en busca de una mujer extraída de la costilla bermeja del universo

¿Dónde están los habitantes del edén marciano? se preguntaron 

mientras un Dios extraterrestre invadió el paisaje  

hasta exiliarlos también 

de aquel paraíso donde la serpiente traidora 

dejó unas cuantas madrigueras

cráteres que absorbieron la ilusión 

                  de encontrar vida. 

II.

Como un Dios del antiguo testamento

un niño destroza su dibujo

lanza plagas y pestes sobre su creación

desencadena un diluvio en rayones que inundan a cinco marcianos sobre una tierra desconocida

Mariner IV es el culpable 

sus fotografías de Marte muestran un planeta sin rastros de vida

la ira infantil resurge por segunda vez 

¡El planeta rojo está vacío! grita el niño mientras hace bola la hoja de papel

y crea una nueva réplica de un cuerpo celeste.

 Al interior se ocultan los restos de una civilización antigua 

cinco extraterrestres  

fulminados por la mano apocalíptica

de un niño de cinco años. 

III. Cámara del apocalipsis 

La cámara lanza un flash y anuncia el apocalipsis 

Mariner IV plasma la destrucción del mundo marciano 

la plaga y la peste: el desencanto de la humanidad 

cuatro jinetes cabalgan sobre los caballos del fin de los tiempos

trotan por tierras rojizas y levantan el polvo de una civilización ficticia. 

En el planeta Tierra se escuchan las trompetas y muere para siempre la idea

 de encontrar vida.


Autores
(Saltillo, 1991) es poeta y narradora. Es autora de los libros Los orgasmos de la tierra (2016) y Han apagado ya las luces (2021). En 2022 fue galardonada conel Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal.
Ilustración realizada por Mildreth Reyes
Ilustración realizada por Mildreth Reyes

Le quedaba medio sol al sábado. Tristana y yo habíamos terminado de echarle un vistazo —apresurado, más bien escueto— al Panteón de París, preocupados por encontrar un lugar donde comer. Una inercia morbosa nos animó a caminar hacia el Jardín de Luxemburgo, donde reverberaban sirenas que no parecían provenir de ninguna clase de ambulancia. A la calle le brotaron policías antimotines cubiertos por un exoesqueleto que, desde la tibia hasta la frente, les blindaba todo el cuerpo. La procesión de cascos nos habría preocupado de no ser por la tranquilidad con la que los turistas continuaban su recorrido. Las miradas se hallaban a medio camino entre la indiferencia y la ingenuidad.  

Ya en el Jardín entendimos la presencia de los agentes de las Compañías Republicanas de Seguridad: vigilaban, arremolinados desde el otro lado de la glorieta, una manifestación pro-Palestina. Alrededor de trescientas personas se desperdigaban por la avenida, la mayoría alzando banderas y portando un keffiyeh en el cuello. Desde la caja trasera de la camioneta que dirigía a la muchedumbre, una de las partidarias de la Coordinación de Llamamientos para una Paz Justa en Oriente Medio (CAPJPO) urgía a los manifestantes a no dejarse provocar por las fuerzas policiales. La acción pacífica era, desde el imperativo megáfono, la norma del día. Los miembros de la Coordinación habían elegido el día 12 de abril para comenzar una serie de actos públicos en contra del genocidio, motivados por la retórica vacía del gobierno francés ante los crímenes de guerra de Netanyahu. Los clamores no se limitaban al alto al fuego: perseguían también la imposición de sanciones, la rendición de cuentas. 

Nos unimos a la protesta para oír a quienes se turnaban la palabra. Eran pocos los turistas que detenían el paso para siquiera husmear entre las consignas y las pancartas (entiendo que el activismo es una de las últimas prioridades de quien viaja por placer), pero no faltaron los que, incluso sin dominar del todo el francés, se acercaron con timidez a tomar fotos o recibir volantes. Reunidos en nombre de víctimas lejanas, acaso los asistentes entendieron que la solidaridad comienza con la escucha. 

Al día siguiente terminamos por instalarnos en casa de Isa y Sophie, exmaestras de Tristana que nos permitieron dormir allí a cambio de cuidar a sus gatos mientras ellas estuviesen de vacaciones. El lugar se encontraba a una cuadra de la estación Porte de Montreuil del metro y a nosotros nos agradó la idea de descansar en la periferia parisina. Agotábamos la tarde del martes 15 leyendo en la sala cuando los gritos de un megáfono atravesaron la calle. Lo primero que vimos por la ventana fue una fila de banderas palestinas y una que otra libanesa, portadas por adultos lo mismo que niños. La manifestación avanzaba a paso calmo tras una miniván empapelada con carteles; de su techo pendían astas y varias bocinas. Se trataba, nuevamente, de una procesión organizada por la CAPJPO. Desde mi sitio en el tercer piso del edificio les dediqué un aplauso que varios vecinos replicaron. Al vernos, una anciana entre la congregación nos dio una amistosa orden con un gesto de mano: vengan. Y fuimos.

La elección de Montreuil como uno de los puntos de articulación política del movimiento fue sencilla, casi obvia: esta commune, que forma parte del departamento Seine‑Saint‑Denis, cuenta con 110 000 habitantes, de los cuales más de 27 000 son inmigrantes que provienen —en su mayoría— del Magreb: desde el Sahara Occidental hasta Libia. El 60 % de los jóvenes menores de 18 años tienen al menos un padre que nació en el extranjero. Una interpretación descuidada llevaría a pensar que la masificación se debía solo a un sentimiento de solidaridad árabe, pero bastaba un vistazo para notar que la mayor parte de las personas congregadas eran francesas. Las circunstancias habían añadido al grupo a un par de mexicanos.  

Al andar nos enteramos de que uno de los motivos principales de la protesta era promover el boicot a empresas que financian directa o indirectamente el aparato militar del ente sionista. Durante la charla con los miembros de la Coordinación recordé un argumento común que se esgrime en contra de quienes, desde México y sus latitudes cercanas, se pronuncian ante las atrocidades cometidas por Israel; sobra la sorna en el discurso de los que recriminan que nuestras prioridades políticas deberían enfocarse en problemas endémicos, que sí nos corresponden

¿Por qué dedicar fuerzas a Palestina cuando en nuestro territorio se sostiene una lucha terrible contra males tan punzantes como el crimen organizado y la corrupción institucional? ¿Por qué llorar otros muertos cuando los nuestros son tantos que se desbordan de las morgues y terminan por poblar las calles? ¿Por qué hacerle un espacio discursivo a una masacre ajena cuando nosotros apenas cabemos en la propia? Hace tiempo, plantado frente a unas banderas palestinas que se alzaban en Plaza Guadalajara escuché a un hombre decir que nosotros no tenemos vela en ese entierro. El tipo ignoraba que, de hecho, la tenemos.  

En diciembre de 2024, afuera de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara se había instalado una pequeña comitiva de la Unión de la Juventud Revolucionaria de México (UJRM); las chicas y los chicos aprovecharon la visibilidad del evento para exigirle a la Universidad organizadora que rompiera todo vínculo con Israel. Dediqué una de las tardes de mi asistencia a la Feria a charlar con ellos y leer los materiales de denuncia que habían llevado; buscaban informar a los transeúntes sobre el papel del sionismo en la escalada de narcoviolencia mexicana. Yo sabía lo esencial: que, hace décadas, Israel había tenido un rol central en la formación de grupos paramilitares que algunos gobiernos latinoamericanos utilizaron para reprimir a su población. En el caso mexicano, muchos de los militares con adiestramiento israelí abandonaron sus puestos oficiales para convertirse en los brazos armados del narcotráfico. 

Desde los años ochenta, militares israelíes —casi siempre antiguos miembros de las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF)— se encargaron de instruir en técnicas de contrainsurgencia y guerra irregular a grupos paramilitares colombianos, como los que más tarde integraron el Cártel de Medellín. Estas milicias aprendieron tácticas avanzadas de terrorismo de Estado gracias a gente como el coronel Yair Klein, cuya empresa ofrecía entrenamiento con autorización del gobierno israelí. 

Más tarde, en 1994, el gobierno mexicano recurrió también a expertos israelíes, enviándolos a Chiapas para enfrentar el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Las autoridades implementaron técnicas de inteligencia, control territorial y guerra psicológica derivadas directamente de la experiencia militar sionista en zonas ocupadas. El sureste indígena se convirtió, en tiempo real, en un macabro laboratorio de represión estatal.

El Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE), unidad creada específicamente para el combate contrainsurgente y antinarcóticos, fue capacitado de forma directa por oficiales israelíes. Este proceso no fue sino la continuación mexicana de un proyecto largamente ensayado en otras partes de América Latina durante la Guerra Fría. Ya desde mediados del siglo XX, instituciones como la Escuela de las Américas (U.S. Army School of the Americas, SOA) instruyeron a militares latinoamericanos —y ensayaron, también, nuevas posibilidades— en las minucias de la guerra irregular, los interrogatorios violentos, la represión civil y el control psicológico de comunidades enteras. México se insertó tardíamente en esa tradición: con la emergencia del EZLN, la doctrina de seguridad nacional estadounidense encontró una oportunidad de alianza con el gobierno salinista, que buscó con urgencia capacitar a sus tropas bajo los mismos esquemas represivos. 

Bastó apenas una década para que aquellos soldados desertaran masivamente y se pusieran al servicio del crimen organizado. Así nacieron Los Zetas, brazo paramilitar inicialmente asociado al Cártel del Golfo, cuyos primeros integrantes aplicaron en las calles mexicanas las mismas estrategias que habían aprendido en cursos avanzados de asalto urbano y operaciones clandestinas. Habría que preguntarnos qué porción de la violencia sistemática del narcotráfico mexicano es una consecuencia directa de esta prolongada militarización encubierta.

Fue gracias a los activistas de la UJRM que me enteré de que, en este mismo momento, armas producidas en Israel están llegando a los arsenales del crimen organizado. Fusiles de asalto como el Galil y el Tavor, vendidos originalmente al ejército mexicano por Israel Weapons Industries (IWI), terminan empuñados por sicarios del Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación. No hay metáfora en esto: son los mismos cañones los que se apuntan contra las sienes de palestinos y mexicanos.  

Las armas israelíes resultan apenas un eslabón más en el círculo de la violencia que nos aflige. ¿Acaso no nos damos cuenta de que, al fortalecer a los grupos criminales, se justifica la militarización constante del país y de paso se alimenta el apetito del complejo militar-industrial estadounidense? Se trata de una bestia siempre lista para ofrecer nuevas soluciones armamentísticas a problemas que, paradójicamente, ella misma ayudó a crear. 

La violenta parafernalia de los carteles —sus arsenales masivos y sus interminables filas de convoyes blindados, por ejemplo— proyectan en la ciudadanía una desesperanza imposible de paliar; por su parte, el eje Estados Unidos-Israel encuentra en ella la excusa perfecta para mantener viva su retórica intervencionista. De tanto en tanto, dependiendo de los ánimos del trumpismo, se intensifica entre los políticos norteamericanos el deseo por ingresar sus fuerzas armadas a nuestro país. 

Hoy, 5 de julio de 2025, salió a la luz la noticia de que el expresidente Enrique Peña Nieto recibió 25 millones de dólares de empresarios israelíes a cambio de otorgarles contratos para la venta del software de espionaje Pegasus. El reporte, revelado por el diario israelí The Marker, detalla cómo Avishai Neriah y Uri Ansbacher comercializaron una tecnología diseñada para la vigilancia digital de periodistas y disidentes. Peña Nieto habría facilitado que este instrumento de represión digital se convirtiera en una herramienta de violencia institucionalizada. La acumulación de noticias como esta sirve para mostrar el rol central de Israel en la represión contemporánea —con tantas décadas a cuestas, bien podríamos decir histórica—de varios pueblos del mundo, mucho más allá de su territorio geográfico.  

Pude contarles a los activistas de Montreuil lo que me compartieron los de Guadalajara. De estos breves encuentros aprendí que los artefactos de violencia involucrados en la política internacional también atraviesan las dimensiones de nuestra vida individual y, por extensión, la social. No hay espacio para la hipérbole al decir que la lucha de palestina está emparentada con la nuestra. El de la búsqueda de paz y justicia es el eco que cargamos todos, a todas partes. 


Autores
Nació el 16 de octubre de 2000, en Guadalajara. Es narrador, ensayista y divulgador científico. Ha sido ganador de los concursos “Creadores Literarios FIL Joven” (en las categorías de cuento y microcuento), “Luvina Joven” (en las categorías de cuento y ensayo) y del Premio Nacional de Ensayo Carlos Fuentes, que otorga la Universidad Veracruzana. Algunos de sus textos han sido publicados en las revistas Luvina, Punto de Partida, Pirocromo, Vaivén, Catálisis y GATA QUE LADRA.
Ilustración realizada por Mildreth Reyes
Ilustración realizada por Mildreth Reyes

Busco en Tinder alguien que me recuerde 

[olor a matcha].  Más allá de la memoria. 

Una persona mucho mejor que tú. 

La más básica de las basiconas.

Cierro los ojos las preguntas y los chistes de Bob Esponja,

la carta astrológica, los tiempos estáticos que nos contaron de Dios.

No hay notificación que me emocione más que pensar en mi muerte.

Me arranco el corazón junto con la bola de cristal y los tiro por la

ventana. Arde el concreto contra el que hemos caído.

Pinto el contorno de toda mi vida

aunque arrastre mi sombra contra el ocaso.

La luz de otro cigarro dentro de mi

cuerpo guía delicada entre el asedio

amplificado

pero no, y

hoy

termino

nuevame

nte

hablando

con otras gentes

fotografías, el rojo de las

persianas, hábitos y nuestro

primer perro,

datos irrelevantes sobre cómo te conocí.


Autores
Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana y Derecho en la Universidad Veracruzana. Ha publicado siete libros de poesía. Ha colaborado con diversas revistas y antologías dentro y fuera de México. Fue beneficiaria del Programa de Estímulos a la Creación Artística en el Estado de Veracruz (PECDA 2023) en la disciplina Poesía. Forma parte del taller de poesía de la revista Grafógrafxs de la Universidad.
"El manicomio de los gatos", Gabriel Santander. Ediciones Periféricas, 2024.
“El manicomio de los gatos”, Gabriel Santander. Ediciones Periféricas, 2024.

Es difícil encontrar novelas con garra y humor en las mesas de novedades. En el campo literario mexicano la realidad más atroz se reproduce como la mala hierba. Y si no es la violencia del narco y las desapariciones, se trata de historias que abordan la vida personal del escritor sin la distancia en la que florece la originalidad. Aún más difícil es hallar novelas que den zarpazos, que provoquen risas pero también incomodidad, como el borracho que ríe y llora frente al espejo. El manicomio de los gatos (Ediciones Periféricas, 2024) es una de esas novelas raras en las que el lector ríe. No me refiero sólo a la sonrisa del intelectual que conoce los chistes cultos y las citas, sino a la carcajada lépera, sonora, malsonante, que hace sudar.

Ya en la primera página, Rosa de la Huerta, la heroína de la novela de Gabriel Santander, anuncia que recién cumplió 41 años. Oficialmente perdió el brillo en la mirada, a lo que ella, con seguridad, llama ser una magnífica solterona. En un notable párrafo fílmico, a través de un close-up, Santander muestra a la protagonista frente al espejo del baño mientras examina “la cinematográfica hondura de sus ojos”, una profundidad que, para los demás, es signo de lo infecundo. “Era inútil decirles que no me iba a casar, que no iba a tener hijos, que amaba el diazepam sobre la maternidad, a los libros por encima de las fiestas infantiles”, dice con desvergüenza la para nada tierna flor de El manicomio de los gatos.

La primera parte de la novela tiene algo del folletín que inspiró a Manuel Puig, que en varias de sus obras describe con virtuosismo la filigrana del día a día de sus mujeres. Rosa, que trabaja como gerente de un call-center, es una mujer divertida, observadora y culta, en una palabra, aguda; tiene gracia y filo. Igual que muchos de los personajes de Puig, escribe un diario. Aunque estrictamente no forma parte de la novela, se puede decir que en su diario Rosa detalla su vida como Godínez, es decir, como empleada con horario fijo y fines de semana libres, también las citas fallidas y no por ello menos hilarantes, así como la compleja relación con su familia –“mi madre, dulce como los chongos zamoranos e implacable como el cártel de la Familia Michoacana”. También su decisión de tunearse a los cuarenta años y aumentar el tamaño de sus senos –“y hablando de moral, ¿qué hace una lectora de Simone de Beauvoir y Annie Ernaux operándose las tetas?”.

También hay algo en la historia de esta novela de Leocadia Macías, la escritora de La flor de mi secreto (1995), tal vez la mejor película de Almodóvar. Ahí, Leo, en la piel de Marisa Paredes, es una escritora incógnita, Amanda Gris, famosa por sus novelas rosas; ella, sin embargo, quiere escribir en otro registro, el negro o policial. Aunque Leo tiende más al melodrama flamboyante y Rosa es más práctica, ambas son parte de las jugarretas del mundo editorial. Curiosamente, cuando estaba leyendo El manicomio de los gatos murió la actriz española, que vive por siempre en mi canon personal y el firmamento de las divas.

Con un gato que le habla, Lagata Christie, una especie de Pepe Grillo, aunque desdeñoso, al fin minino, y la búsqueda de trabajo, Rosa decide llevar sus memorias a una editorial a sabiendas de que jamás las van a publicar. Para una mujer como ella no es una desilusión adelantada, es echar los dados al aire. Santander, que no quiere aleccionar a nadie ni reivindicar nada, es fiel al carácter de su heroína, así que Rosa no vive mortificada por el sambenito de quedada o malcogida; más que catastrófica, es sarcástica. Con filo, Rosa repasa y guillotina con incorrección política y casi como crítica de arte todas las categorías en las que puede caber o no su existencia. Habla de Frida Kahlo, quien, “como sea, no deja de ser una fuente de inspiración para las sufridas, enfermas, creadoras, beodas, feministas y zorras, y, para ser más específicos, para las lagartonas como yo”. 

Pronto, la suerte, o el destino esposado al azar, hace sonar el teléfono. La llamada de la editorial la sorprende, pero sabe muy bien que con su manuscrito no se va a convertir en la Cristina Rivera Garza de su generación. De hecho, la propuesta de Edgar Terracota es amoral. El editor le propone asumir la identidad de Pamela Coratello, una autora de novelas cursis que vende libros como Coca-Colas en México de la que nadie sabe nada, su identidad es un misterio.

Aquí es donde El manicomio de los gatos da un salto y se convierte en una deliciosa mascarada del panorama actual de la literatura. Con la desesperación y los apuros económicos encima, Rosa acepta participar en el fraude editorial y hasta llega a disfrutarlo. En la foto de la contraportada de sus libros, Coratello aparece con un parche en un ojo, un detalle ridículo que Rosa, a pesar de todo e instruida por el editor, está dispuesta a sostener y después a corregir. La escritora, por supuesto, es una invención de la editorial. Es urgente ponerle cara y cuerpo a la autora inexistente, pues luego del boom el público ha comenzado a decepcionarse porque no la ve aparecer en actos públicos ni opinar de los temas de moda, como suelen hacer los intelectuales en México.

Pamela Coratello es, en algún sentido, un trasunto de Elena Ferrante, la escritora italiana superventas que desde su aparición en el mercado editorial a inicio de los años noventa ha guardado discreción absoluta. Algunas hipótesis apuntan que Ferrante no existe y otras que se trata de un hombre que escribe con un seudónimo femenino. A saber. Algunos lo niegan y dicen –¡todavía!– que un hombre no es capaz de describir el mundo femenino. Háganme el favor, como si Amanda Gris, Rosa de la Huerta o las mujeres de Manuel Puig fueran sólo títeres sin alma y no personajes con músculos propios.

En esta fiesta de disfraces circulan los monigotes del mundillo de la cultura local que, como imágenes de la Casa del tío Chueco, aparecen deformados con garra y maña. El malhumorado editor, Edgar Terracota, acusado de plagio en el pasado; los conductores y reporteros del noticiero cultural, uno de ellos es Tonalli Chilacayote Fernández –“no era chaparro ni alto, guapo al 67 por ciento, si eso existe, con una voz seductora que fascina a las incautas”–, y los cizañosos críticos “que aprendieron de Monsiváis que el género más aceptado y redituable es el de hablar mal de los demás”. Los guiños de Santander, conocedor absoluto del ecosistema cultural mexicano, a la azufrosa burbuja del entramado cultural son suculentos bocadillos para el lector más espabilado, malicioso o al tanto del chisme cultural. Tampoco pueden faltar los personajes que hacen el trabajo sucio. Brickles, que por supuesto tiene nombre de geek, es el genio programador de la editorial y el cocinero de las novelas de Pamela Coratello, por ejemplo Un infalible seductor.

Poco a poco va siendo menos un escándalo el uso de la Inteligencia Artificial (IA). Se sabe que en el periodismo, varios de los sitios de noticias más leídos en México tienen su propio programa, símil del chat GPT, que ayuda a generar las notas informativas que leen millones de personas. De los sueldos bajos de los redactores, que están al tanto de la actualidad y editan y verifican la información, mejor ni hablar aquí. No es ningún secreto que la IA, casi como la Sección Amarilla, sí funciona y funciona muy bien, aunque, confiesan los redactores, su lenguaje no es natural sino rebuscado. El último escándalo de la IA es que las voces de los actores del film El brutalista (Brady Corbet, 2024) fueron manipuladas para crear un acento húngaro perfecto. ¿Qué pasa con el uso de la IA en la literatura? Ahí está la originalidad de El manicomio de los gatos, que con notas satíricas y desparpajadas aborda el tema. Las novelas de Pamela Coratello son generadas por los algoritmos del melodrama, el almíbar y los encajes de la cursilería, la IA de la novela rosa, que tan bien maneja el programador Brickles. 

Para el mundillo cultural la mayor inmoralidad, sin embargo, está en el fraude de la identidad de Coratello. El caso se lo disputan dos reporteras, colegas y rivales, que quieren desarmar el teatrito editorial al que se presta Rosa como búsqueda de la verdad justiciera y venganza contra el editor Terracota. Con el escenario tambaleándose, la editorial toma acciones en las que tiene que echar mano del manuscrito original de Rosa. El para nada original título de Las aventuras de una solterona la lleva a enfrentarse al plagio y los derechos de autor, así como a un culebrón, el de su propia vida, que se interna en los terrenos de la fantasía psiquiátrica y judicial, es decir, la vida literaria, la de una solterona, por supuesto.

La novela de Gabriel Santander es un zarpazo juguetón, una lectura bribona y espejo cóncavo que de cierta forma se dirige a la gente que forma parte del ambiente cultural o tiene ambiciones de hacerse un lugar en él; para la que no lo conoce, el autor pinta un panorama que rescata los tics feroces de ese mundo. También es una novela que reacciona contra las imposiciones ideológicas; Rosa no es ejemplar, no es modelo de nada, de hecho duda de las categorías que le quiere asignar la familia, el trabajo, los amigos y los amantes. Más que con teorías, por ejemplo el feminismo, su vida íntima está más ligada y se explica mejor a través de su relación con Lagata Christie, de quien no se sabe si es gato, gata o gate; Santander usa el género que marcan las vocales de forma indistinta y destantea a propósito. 

El caudal de frases ingeniosas, picantes y saltarinas de El manicomio de los gatos, algunas de ellas rescatadas en este texto, es como un cardumen para los lectores en búsqueda de un placentero arañazo, pues un poco de dolor no mata, da vida.


Autores
Es periodista cultural, crítico de cine y traductor literario. Colabora en las revistas mexicanas Letras Libres, Nexos y Arquine. También en la argentina Otra Parte y en la mexico-estadounidense Literal Magazine. Como traductor, es uno de los autores del libro colectivo Las mariposas beben de las lágrimas de la soledad (Ediciones Del Lirio, 2024), de Anne Genest. En 2023 fue parte de la residencia de traducción Seneffe-Passa Porta en Bélgica, donde tradujo una obra de Chantal Akerman. Actualmente prepara dos libros sobre Roberto Gavaldón y Arturo Ripstein.
Fotografía de Pepe Alfonso, 2009. Recuperada de Flickr. CC BY-NC-SA 2.0
Fotografía de Pepe Alfonso, 2009. Recuperada de Flickr. CC BY-NC-SA 2.0

Aquellos que vivan en el último piso de cualquier edificio, posiblemente se reconozcan en alguna de las siguientes situaciones: en agradecer la ausencia de pisadas provenientes de un nivel más arriba, aunque ocasionalmente se escuchen pasos de quienes suben a tender la ropa o, en mi caso, golpes del vecino que instaló un saco de boxeo en su cuarto de servicio; en salir hacia la azotea en caso de sismo, si el departamento en cuestión supera la cuarta planta; y, casi con toda seguridad, en tener problemas de humedad.

Durante los últimos meses he oído, como una especie de letanía frente a la adversidad, que a todo el mundo le pasa y, también, que todos sufren igual o más que uno: “tu tía Lucero tuvo que pagar ella sola la impermeabilización porque la administración no hizo nada”, “a la vecina se le pudrió el techo de barro y no sabes lo caro que le salió cambiarlo”, “se me metía el agua y tuve que demandar para que el del 501 arreglara el piso de su jaula de tendido”.

El primer signo de humedad fue visible en la pared: una franja de pintura desconchada que revelaba un tono gris oscuro. Como héroe trágico y, debo señalar también, como inquilina confiada de una impermeabilización mal hecha (aunque en ese momento no lo sabía), ignoré esa ave de mal agüero y le achaqué la caída del revestimiento a una pobre calidad de la pintura. Para finales de mayo, cuando comenzó la temporada de lluvias, apareció una burbuja en el techo del cuarto que usamos como estudio, cuarto de visitas, almacén y gimnasio improvisado. Del tamaño de una naranja, primero, y de un balón de futbol al cabo de unos minutos, se reventó dando paso a varias filtraciones más, que ocasionaron un monzón interior a mitad de la madrugada. 

Alguna vez, con mi recién adquirida independencia, escribí una cosa muy cursi sobre las casas que funcionan como organismos vivos y autosuficientes. La idea provenía de un arquitecto suizo, a quien imagino capaz de captar la humedad del techo para convertirla en una cascada hacia el jardín, entre otras posibles soluciones para sus desperfectos domésticos. Yo, que no soy ni arquitecta, ni suiza y, para este momento de mi vida, llevo viviendo sola varios años, he aprendido un par de valiosas lecciones. Una de ellas es que, en efecto, las casas funcionan como organismos vivos, pero lejos de ser autosuficientes, sufren, se deterioran y demandan considerables inversiones de tiempo y dinero. Otra fue integrar a mi vocabulario términos provenientes del ámbito de la construcción, como “plafón” y “cielorraso”, después de que se desprendieron del techo mojado. 

Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde o hasta que se ve obligado a trasladarlo con prisa. Aplica para las mudanzas, para las huidas después de un robo y, en mi historia, para el acarreo de cosas hacia las zonas más secas de la casa. Toallas, jergas y cubetas fueron mis aliados frente a la adversidad climática y, cuando la humedad se extendió hasta el cuarto principal, trasladamos el colchón a la sala, donde las gatas disfrutaron de un campamento improvisado.

Año con año, esta ciudad nos recuerda a sus habitantes que está cimentada sobre un terreno lacustre. La inundación más abundante que se tiene registrada en la Ciudad de México ocurrió en 1629. Una serie de malas decisiones y un sistema de drenaje superado por la potencia pluvial causaron que ese año las aguas alcanzaran hasta los dos metros de altura. La lluvia duró aproximadamente dos días y buena parte de la ciudad permaneció inundada cinco años. La cabeza de león que actualmente se ubica en la esquina de Madero y Motolinia señala el nivel que alcanzó el agua. Se calcula que del total de los habitantes en ese momento, murieron 30000 a causa de la escasez y del ambiente insalubre, mientras que otros 50000 abandonaron la ciudad. 

La explicación de mis goteras fue que la violencia inusual de la lluvia aquel día junto con una deficiente circulación en las bajadas de agua provocaron un taponamiento. El agua encontró salida entre el impermeabilizante y el piso de la azotea y, eventualmente, a través de las grietas del techo de mi departamento. Esto reveló no sólo la ineficiencia de la administración vecinal en turno, sino el nulo mantenimiento de un edificio cada día más viejo.

Un inconveniente del que poco se habla es que la inundación de 1629 impidió las fiestas por la canonización de San Pedro Nolasco, previstas para celebrarse ese año pero que se retrasaron hasta que la ciudad fue caminable de nuevo. Quizá si Nolasco hubiera recibido su beatificación a tiempo, hubiera detenido el diluvio, como pensaron muchos habitantes que comenzaron una ronda devocional entre diferentes santos con la esperanza de que alguno desazolvara el terreno. Aunque la lluvia torrencial de 1629 se conoce como el diluvio de San Mateo, la inundación no fomentó la devoción al santo evangelista sino que afianzó el culto guadalupano, pues fue hasta que la virgen de Guadalupe viajó en canoa desde su santuario en el Tepeyac hasta la Catedral en el centro de la ciudad que el nivel del agua comenzó su descenso. 

No me considero una persona religiosa, pero reconsidero mi postura cada vez que un hilito incesante baja por la pared y empapa las jergas después de un aguacero o, de manera preocupante, después de cualquier lluvia anodina. Hasta ahora, divido mis rezos entre diferentes marcas de deshumidificadores que detengan el incipiente moho y, con algo de culpa, imploro secretamente que la temporada de sequía se extienda hasta que la administración condominal solucione el problema. Ahora paso las noches contemplando los pedazos de yeso que siguen pegados al techo, en un test de Rorschach conmigo misma, imaginando áridos y mejores tiempos.

Ana de Anda


Autores
(Ciudad de México, 1992). Estudió una maestría en Letras Mexicanas en la UNAM, fue becaria en la Fundación para las Letras Mexicanas y en el programa Jóvenes Creadores del SACPC-Fonca. Textos suyos han aparecido en Nexos, Revista de la Universidad de México, Tierra Adentro y Río Grande Magazine.
Ilustración realizada por Mildreth Reyes
Ilustración realizada por Mildreth Reyes

Cuando yo no podía hablar, mi analista me leía. Al menos una vez a la semana, nos sentábamos con algún libro y me leía, yo sentada en el diván, ella detrás. Me leyó dos libros de Italo Calvino, La curación infinita de Binswanger y Warburg, un libro sobre el padre del presidente Schreber y otros libros que ahora no recuerdo. No hacíamos más que estar ahí esos cuarenta minutos, ella leyendo, yo escuchando. (Creo que mi papá, que pagaba mi terapia, no va a estar muy contento de leer esto: no pagaba por una psicoanalista, sino por una lectora). Pero ahí, en el acto de escucha y lectura, algo radicalmente diferente se conformó en mí, una forma de escuchar, una forma de leer-me. En esos momentos, en esa práctica, hubo algo que se sostuvo, que en su momento no pude reconocer: cuando no había palabras, había palabras. Algo a lo que asirme, en medio de un desborde. Leer, o que te lean, puede ser un acto analítico y la forma en la que se sostiene es lo más importante.

∗∗∗

Hace muchos años estoy obsesionada con las formas. En la literatura, me interesan poco los contenidos que no se presenten en una forma única, diferente, que revele algo más que el mero decir, la dimensión comunicativa del lenguaje. Por eso me aburren cada vez más las novelas, solo me gustan algunos cuentos, y busco más leer poesía, crónica, ensayo, géneros en donde hay más innovaciones en términos de forma. No busco lo que se dice, sino cómo se produce lo que se dice, cómo aparece. Me fascina ese momento en que la forma deja de ser un marco neutro y se vuelve incisiva, creativa, e interrumpe la aparente coherencia de lo dicho. Como si hubiese un pensamiento que solo puede pensarse en determinada forma, y que fuera imposible sin ella. La forma no envuelve el contenido, sino que lo constituye, o mejor aún: lo apuntala.

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Las formas, en la ciencia, son del dominio de la geometría. O al menos la idea de las formas. En la historia de la filosofía, la geometría suele contraponerse a la aritmética dentro de las discusiones sobre los fundamentos de las matemáticas. La aritmética tiene su utilidad, su potencia operativa: es lo que permite contar, ordenar, establecer relaciones cuantitativas, construir una ontología. Pero la geometría introduce otra dimensión, una que no se reduce al número, sino que piensa en términos de lugar, de disposición, de aparición. Si la aritmética opera, la geometría sitúa. No es solo una ciencia de las formas, sino una manera de pensarlas como relación, como tensión en el espacio. Esa dimensión espacial me resulta cercana, casi literaria, porque sugiere que pensar no es solo contar o nombrar, sino también trazar, situar, configurar. La forma, más que la estructura de un contenido, es la inscripción de una idea en una topología, una manera de habitar, de estructurar lo real para que algo nuevo aparezca.

Para el filósofo francés Alain Badiou la forma no se opone a la materia o al contenido, sino que se acopla al real del acto. Contra el enfoque aristotélico, donde la forma da configuración a una esencia o materia subyacente, el extraño y trasnochado platonismo de Badiou entiende la forma como articulación puramente abstracta del ser sobre la base de axiomas. Donde para Aristóteles la creatividad es el poder de transformar continuamente la esencia, para Badiou la invención es el poder de autorizar modos de pensamiento nuevos y discontinuos: “el pensar es el pensar de formas, algo que [Platón] llamó ideas pero que también se llaman formas. Es la misma palabra, ίδέα”.1 La forma, entonces, no representa: interrumpe, inventa, inaugura. Es lo que permite pensar lo imposible, lo que vuelve pensable lo que aún no tiene lugar.

∗∗∗

Dentro de la historia de la teoría literaria, los llamados “formalistas rusos” que escribieron a principios del siglo XX fueron los primeros en pensar sistemáticamente qué es lo literario. Se llamaban a sí mismos “la estética del material” (así los llama Bajtín en sus primeros escritos) y después recibieron el nombre de “formalistas” por parte de sus enemigos. Para ellos, la materialidad misma de la literatura era la palabra, pero la palabra desviada, en cierto modo, de su uso cotidiano.Su idea de la “literaturidad” (lo que Jakobson llamaba literaturnost) surgió de su intento de separar a su objeto de estudio del de otras disciplinas aledañas. La literaturidad no es el texto, no es la literatura en su conjunto, sino el lugar en donde está encarnada la literatura. Hasta ese momento, la literatura se había estudiado a través de la biografía del autor, el panorama de la época o desde la historia, la psicología, la filosofía. La literatura no tenía un terreno, una forma específica. Como otros “científicos”, los formalistas querían definir y delimitar su objeto: lo que hay de propio en la literatura y que no está en ninguna otra parte, su especificidad.

Para los formalistas rusos, la literatura se relaciona con la sociedad por medio del lenguaje, materia prima de la literatura que es también la materia de otros discursos, como el del psicoanálisis. El psicoanálisis y otras formas terapéuticas tratan el lenguaje como una expresión del sujeto, o como lo que estructura su inconsciente. Pero la literatura es precisamente lo que llama la atención, distanciándose, de él, nos alerta sobre (la forma d)el lenguaje, sobre su materialidad que resulta no ser tan natural como imaginábamos. Los formalistas estaban obsesionados con el artificio, la técnica, que es precisamente que separa el uso literario del lenguaje de su uso cotidiano. 

El arte como artificio, el arte como técnica, es la desnaturalización de los procedimientos artísticos, de las convenciones, de las normas. La literatura hace visibles esos procedimientos que se han automatizado y exhibe las formas del lenguaje.

∗∗∗

Todo esto es un preámbulo que me permite llegar al punto central, algo que me da vueltas en la cabeza hace ya algunos meses. Si la forma, como vimos en Badiou, no es una envoltura sino un acto que autoriza la irrupción de un pensamiento nuevo, y si la literatura, como plantearon los formalistas, es lo que hace visible los procedimientos automatizados del lenguaje, entonces las formas literarias pueden ser también formas de escucha en los tratamientos analíticos y en la clínica.

La conexión no es arbitraria. Tanto en la literatura como en la clínica, el lenguaje es la materia prima, pero en ambos casos se trata de un lenguaje que se distancia de su uso cotidiano. En la sesión analítica, como en el texto literario, algo del orden de la forma interrumpe el flujo normal del discurso. El lapsus, la repetición, la interrupción o una pregunta, el silencio, la asociación libre: todos estos son procedimientos que, como los recursos literarios, desnaturalizan el lenguaje y hacen visible lo que estaba automatizado en el habla cotidiana.

Esta intuición me lleva a examinar más de cerca la base literaria de parte de las orientaciones clínicas que se practican hoy en día tanto en la psicología como en el psicoanálisis de las últimas décadas (aunque evidentemente estas dos formas, psicología y psicoanálisis, están irremediablemente enemistadas). No se trata solo de que la clínica use metáforas literarias o tome prestados algunos recursos narrativos. Se trata de algo más profundo: ciertas formas literarias constituyen el pensamiento clínico mismo. La escritura autobiográfica y epistolar de Freud, el uso de recursos de la estructura doble de los cuentos en la terapia narrativa, las ideas de Bajtín sobre el dialogismo dostoievskiano aplicadas al tratamiento sistémico de la psicosis: la forma literaria no ilustra la intervención clínica sino que la funda, la hace posible.

Freud es un ejemplo paradigmático de esta relación. La historia de la crítica literaria psicoanalítica es tan antigua como el psicoanálisis mismo, pero ha cambiado considerablemente desde las famosas lecturas freudianas de Hamlet, las novelas de Dostoievski y la historia de Moisés. La metodología que Freud introdujo y que adoptaron la mayoría de psicoanalistas durante gran parte del siglo XX se fundaba en la idea de que los escritores crean narrativas y personajes que reflejan su propia psicología inconsciente. El texto funcionaba como espejo de la mente inconsciente del escritor o su sublimación, de la misma manera que los sueños son creaciones del inconsciente que se disfrazan para escapar de la represión. Pero lo que me interesa no es esta lectura aplicativa, sino algo anterior: cómo las formas literarias estructuran el propio pensamiento clínico de Freud, cómo su escritura epistolar, autobiográfica, su construcción de casos, depende de procedimientos que son, en esencia, literarios.

Otro ejemplo a considerar es la terapia narrativa, desarrollada por David Epston y Michael White, que encuentra en las formas literarias no solo una herramienta terapéutica sino el fundamento mismo de su práctica clínica. La terapia narrativa parte de la premisa de que las personas construyen significado a través de las historias que cuentan sobre sus vidas, y que muchos problemas surgen cuando estas historias dominantes empobrecen la vida o se vuelven parte de una patología, por lo que la persona se siente atrapada en esa narartiva. La intervención terapéutica consiste en, como co-autor del proceso, ayudar al paciente a volver a escribir sus historias, a encontrar narrativas alternativas que le permitan experiencias más ricas y menos problemáticas. Esta aproximación encuentra un paralelo en la famosa tesis sobre el cuento de Ricardo Piglia: “un cuento siempre cuenta dos historias”. Para Piglia, el cuento clásico narra en primer plano la historia 1 y construye en secreto la historia 2, y el arte del cuentista consiste en saber cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1. En la terapia narrativa, la historia dominante sería la historia 1, visible y empobrecedora, mientras que la terapéutica consistiría en hacer emerger la historia 2, esa narrativa alternativa que estaba ahí, cifrada, esperando ser descubierta y recontada.

Una convergencia igualmente reveladora ocurre en el encuentro entre los conceptos de Mijaíl Bajtín y la práctica del diálogo abierto finlandés, donde las formas literarias de pensar trascienden sus disciplinas originales para fundamentar nuevas aproximaciones terapéuticas. Desarrollado en un hospital psiquiátrico de Laponia como respuesta creativa a la escasez de recursos, el diálogo abierto transforma radicalmente el tratamiento de la psicosis al materializar el concepto bajtiniano de polifonía: cada voz —paciente, familia, equipo médico— mantiene su autonomía mientras se entreteje con las demás, creando un espacio donde la comprensión emerge del intercambio perpetuo entre perspectivas distintas en lugar de la imposición unidireccional del saber clínico. Esta práctica encarna el dialogismo bajtiniano, donde el significado surge no de una síntesis final sino del diálogo vivo entre voces que coexisten y se tensionan mutuamente. Así, la literatura y la clínica no se reconcilian ni se subordinan, sino que sostienen un diálogo constante donde ambas disciplinas encuentran en la escucha radical y la tolerancia de la incertidumbre su fundamento compartido más fructífero.

∗∗∗

Pero el movimiento no es de una sola vía. Estas formas clínicas también nos ayudan a leer las formas literarias de manera diferente desde la crítica literaria. El diálogo abierto nos ofrece herramientas para escuchar la polifonía de las crónicas: pienso en la obra de Svetlana Alexiévich, donde múltiples voces testimoniales coexisten sin que ninguna narrativa dominante las subsuma completamente. La terapia narrativa nos permite identificar con mayor precisión las historias ocultas de un personaje, esas narrativas alternativas que se cifran en sus formaciones de compromiso, en sus síntomas, en lo que no dice tanto como en lo que dice. El psicoanálisis nos ofrece una manera nueva de leer, por ejemplo, un poema, el corte de verso y el ritmo sin sentido, esos procedimientos formales que interrumpen el flujo significante y hacen emerger dimensiones del lenguaje que exceden la comunicación. La clínica, entonces, no solo se nutre de las formas literarias: las devuelve transformadas, enriquecidas, como instrumentos de lectura más afinados.

∗∗∗

Las formas literarias y las formas clínicas, aunque comparten una materia prima y se conforman en paralelo, no se pueden tratar teóricamente de la misma manera. No se trata de hacerlas coincidir ni de traducir una en la otra, sino de sostener la tensión que las vincula y las separa. Contra los críticos que psicologizan a la literatura y encuentren en ella un ejemplo para enunciar su discurso inconsciente, hay que reconocer que los propios modelos clínicos, así como sus modelos explicativos, han sido, en muchos casos, anticipados y estructurados por formas literarias. La paradoja está en que, mientras la lectura psicologizante intenta desentrañar el sentido oculto del texto o del autor, la literatura lleva siglos anticipando y moldeando las formas mismas de esas interpretaciones. Por eso propongo no reconciliarlas ni oponerlas, sino leerlas en contradicción: escuchar en las formas clínicas su intuición literaria y en las formas literarias su potencia analítica. Ahí, en esa contradicción, es donde algo nuevo puede pensarse. 

∗∗∗

La forma importa, pero no es una armadura, es una práctica. Comprendí esto antes de poder nombrarlo. Lo registré, en alguna parte de mí, cuando mi analista me leía y yo, sin decir nada, escuchaba. Cuando veía y delineaba el cuadro de Kandinsky en su consultorio. Cuando me obsesioné con el hueco al centro de su florero. Pero estaba presente, estaba ahí. En la simple escena de lectura y de silencio no había una interpretación explícita, sino un modo de estar-con, de sostener un ritmo, de abrazar, una cadencia, una respiración. Y a partir de ahí, comenzar a apalabrar. Las formas (literarias y clínicas) son modos de relación, topologías que vinculan, y a veces modos de supervivencia.


Autores
(Ciudad de México, 1989), doctora en literatura latinoamericana por Cornell University. Psicoanalista en formación. Ha publicado múltiples textos académicos y crónicas en revistas nacionales e internacionales. Su libro Curaçao: costa de cemento pueblo de prisión (FETA: 2019) fue ganador del Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay 2019.
Fotografía de Will Powell, recuperada de Flickr. CC BY-SA 2.0
Fotografía de Will Powell, recuperada de Flickr. CC BY-SA 2.0

IV Notas sobre la audición y recepción de la nueva versión de la obra ante un grupo de escuchas 

La grabación de mi interpretación en vivo de la versión hija de la Piano Sonata fue puesta a consideración de media docena de especialistas del Centro de Poética del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM en un encuentro realizado a finales del mes de noviembre de 2024.1 Los participantes fueron invitados a la escucha de la mencionada pieza y a intervenir después en una sesión de comentarios sobre sus experiencias personales en la recepción de la misma. Esta experiencia posibilitó el conocimiento de las opiniones, impresiones y asociaciones de los diferentes integrantes de esta pequeña audiencia —compuesta por personas de una gran cultura artística y literaria, pero no especializadas en música— sobre la nueva versión de esta obra y su interpretación musical. 

Dadas las lógicas diferencias en las vivencias, sensibilidades y entramados culturales propios de cada escucha, las imágenes, emociones y sensaciones que resonaron en este auditorio no fueron idénticas. Sin embargo, aunque las representaciones y sensaciones fueron desiguales, muchas coincidían con relacionarlas con el elemento agua y sus fluidos, con la lluvia y la humedad, así como con las sensaciones táctiles de estos elementos. Otros imaginaban el correr de los niños entre los charcos, y algunos vieron, imaginaron o sintieron el mar (en particular, la evocación del mar desde América) con los ritmos y flujos de sus corrientes, y la maravilla de formas marinas como las caracolas.

Ciertas consideraciones son ilustrativas respecto a la combinación de este tipo de imágenes y la fuerza emotiva de la pieza: “Me venían palabras como lluvia y humedad, pero la sonata fue cambiando y evolucionando, introdujo nuevos ritmos y en algunos momentos recordé a [Erick] Satie, no porque se asemejara sino porque es la antítesis de Satie, en esta pieza hay énfasis y pasión, mientras que Satie repite de manera voluble”. Otras acotaciones señalaron la impresión de algo metálico, y también, en algunas partes de una pianola mecánica dada la repetición y las características de las figuraciones rítmicas. En contraposición a esto, los cambios de ritmos en diferentes trozos de la pieza fueron percibidos como un discurso travieso y lúdico.

Otras recepciones de la obra se centraron en las sensaciones y los movimientos corporales, conformando en la mente un solo de danza contemporánea: “Vi el bailarín hombre, con un leotardo terracota en la escena oscura con un poco de luz tenue que no contrastaba tanto con la oscuridad del escenario, sino que solo dejaba vislumbrar el movimiento, sin más sonidos ni más cosas que el movimiento del cuerpo”.

También fue visualizada como un film de cine mudo en blanco y negro, por los cambios y las pausas en el discurso musical que semejaban una concatenación de escenas. Fue comparada con un viaje de diversas imágenes a través de la música y la sensación de desplazamientos que les evocaba caminatas y la sensación de bajar y subir escaleras, a veces interrumpida por la búsqueda de la salida de un laberinto. A esto se añade el chocar con las paredes, así como la aparición repentina de sombras en medio de esta confusión y embrollo. 

En las partes rápidas percibieron sensaciones de trance y la homologaron a la frase quo vadis (dónde vas); es decir, recibieron un sentimiento de incertidumbre, a veces angustiosa, las contradicciones acerca de qué vía tomar y finalmente la esperanza que surge al divisar o descubrir la luz dando la opción de varios caminos como salida:

[…] vi y sentí desesperación, partes que brindaban caminos u oportunidades a seguir por las escalas repetitivas que interpreté como recuerdos (son como recuerdos de desesperación) de ver el camino como un laberinto. Hay partes que parecen las visiones de una turbulencia; sin embargo, sigue el camino lento y reflexivo. Se me hizo como una película.

La idea de un contexto laberíntico fue otra de las imágenes más recurrentes entre los presentes, así como la de la lucha y el conflicto desesperado contra los sentimientos de debilidad o dulzura, como una necesidad de deshumanizar la música: “es una música enojada que lucha con lo cantábile, con los problemas del compositor”, apuntaron algunos. Se señala también que la experiencia de esta resistencia pasa por distintos procesos, pues son percibidos algunos contados intentos de fluidez, de encontrar una salida de los conflictos. Sin embargo, también ciertas opiniones reconocen la existencia de sonoridades diferentes que luchan por entrar y estas circunstancias convierten la música en una especie de geometría en el espacio, pues la música se desdobla, y en esta duplicación o desdoblamiento, no encuentra la salida convirtiéndose en una lucha obsesiva: “No es que hayan como si fueran dos pianos en disputa o controversia, sino que representan la experiencia de la resistencia y la tenacidad, inclusive en contra lo que puede estar esperando el escucha”. 

En los fragmentos de aire lento y en contraste con lo anterior, se recepcionó un estado meditativo y reflexivo, con detención en los silencios que figuraba como una especie de búsqueda ensimismada. Sin embargo, hubo participantes que solo percibieron en la música el antagonismo y la lucha entre dos partes (una muy cargada y grandilocuente y la otra ligera, rápida y alegre) que se oponían, de manera similar a una batalla entre personalidades contrarias que al final logran equilibrarse.

Unos asistentes no crearon imágenes, sino experimentaron sensaciones: no figuraron la lluvia, sino la sintieron y más que la creación de una imagen tuvieron sensaciones táctiles y auditivas. En un principio uno de los escuchas experimentó ciertas dificultades para concentrarse y reacciones fisiológicas como dolores corporales, un tipo de reflejo que también tiene que ver con la posible resonancia de la música y sus características particulares como la transmisión de fuertes emociones y conflictos.

Algunas observaciones puntualizan que la Piano Sonata nace de una psique particular, de un estado psicológico y emocional y de todas las imposibilidades (impedimentos, dificultades, oposiciones, contradicciones, contrariedades, traumas inclusive) de ese estado de ánimo, y consideran la música de esta pieza como una historia de imposibilidades “que a veces parece minimalista, otras barroca, pero que se enoja (se encoleriza) y de repente se vuelve negativa, como una oposición o resistencia”. Otros señalamientos consideraron la Piano Sonata como una muestra de rebelión muy profunda que devela no solo la presencia del ethos barroco, una estrategia que acepta las leyes de la circulación mercantil, pero que al mismo tiempo es inconforme con ellas, sometiéndolas a un juego de transgresiones que las refuncionaliza,2 y que consideran presente en esta creación musical y el uso de la misma, es decir en el valor de uso y la alienación (o enajenación) de esta pieza, pues Orbón escribe una obra antipianística que además oculta y es una obra intocable en términos simbólicos para él. 

En este encuentro se patentizó además el problema de hablar de lo poético de la música, pues se tiende hacer una especie de narración, y a veces imaginar una historia o determinada escena, porque de esa manera se posibilita la entrada a la obra musical. Pues para determinar o aproximarnos a qué tipo de mundo poético genera una pieza de música es difícil no traducir con metáforas cuando se habla de sensaciones, porque la metáfora es una manera de hacer resonar un arte en otro. 

Aunque los escuchas recibieron de diferentes formas la propuesta interpretativa —construida durante el proceso de decodificación, asimilación y reinterpretación de la obra, y a expensas de las sensibilidades sugeridas por el compositor—, la recepción de la misma coincidió en muchos aspectos con la poética musical de la obra; es decir, con las experiencias que hemos tratado de expresar con palabras, de manera verbal en la “Tabla Retórica-gesto-poética” que se encuentra como el Anexo I al final de este escrito.3 La audiencia también concordó en reconocer la gran fuerza emocional de la música y aceptar la pieza como una valiosa obra artística, digna de ser conocida no solo por los expertos en música, sino por el público amante de este último arte: “sería una lástima que los melómanos no tuvieran acceso a esta obra”.4

Algunas transformaciones realizadas en la cocreación de la pieza, dirigidas a la búsqueda de mayor contraste y sosiego,5 fueron notadas y consideradas necesarias y gratificantes para la comprensión y el disfrute de la obra. Los escuchas destacaron, por ejemplo, la gran importancia de los cambios de toques y de los silencios que anteceden y remarcan la llegada a momentos graves, de gran fuerza emotiva, en los que participa también la gestualidad del cuerpo: “es una obra que por su intensidad implica la energía y la fuerza corporal, por esta última es que el discurso fluye”.

La interpretación de la nueva versión de la pieza en conjunto con sus gestualidades, construidas en el proceso de la asimilación y recreación del mensaje y las emociones del compositor, así como tamizada por nuestra subjetividad, logró impactar en los oyentes y consiguió que los sonidos trascendieran a una dimensión íntima y personal consiguiendo la ensoñación de la mayoría de los escuchas. 

V Conclusiones

Durante la indagación teórico-práctica de desciframiento y recreación de la Piano Sonata, penetré desde el enfoque de sólidos basamentos teóricos, así como de manera consciente e intuitiva a la vez en los rasgos particulares de la poética musical de esta obra, entrando en ella y habitándola. La experiencia de montar esta obra y entenderla sin plantearme qué significa o inventarle una narrativa, sino ubicándome en la obra misma y razonando cómo me hace pensar y qué me hace presentir esta música, fue el primer paso para atesorar los espacios, las sensaciones y los sentimientos que la música generaba. Esta constituye la experiencia en una pieza musical que se habita, y esto que se habita es la poética. 

En este conocimiento un elemento que me aportó mucho fue la realización de una bitácora de trabajo, en la que realizaba una serie de apuntes cada vez que iba a tocar la pieza…, registraba cómo me sentía, si había dormido bien, cuál era mi estado emocional y qué sentimientos y emociones me generaba la música cada vez que me enfrentaba al estudio y montaje de la obra. Esto también me posibilitó aprender sobre mí misma, acerca de las características de mi subjetividad, mis sentimientos y emociones y los estados que me provocaba los diferentes fragmentos de la obra. 

Aunque las creaciones de la música de concierto tienen grandes limitaciones en cuanto a lo que en ellas puede poner el intérprete de sí mismo (porque siempre está presente el compositor, como un ente sagrado), mi participación en esta obra orboniana fue diferente por la nueva versión que realicé. Para esta cocreación la bitácora de trabajo también fue fundamental. El ejercicio y esfuerzo de hacer la versión hija de la Piano Sonata hizo que conociera más la obra, y esta formara parte de mí a la vez que mi cuerpo y mente también constituían la pieza. Esta experiencia también contribuyó a que habitara la obra y comprendiera la poética de su música al residir en ella. 

El enfoque del presente proyecto me ha permitido construir por primera vez una interpretación musical en la que he habitado de manera consciente y sutil las sensaciones y los sentimientos generados por los rasgos temperamentales, el estado emocional y la psique del compositor en el momento concreto de creación de la obra. La investigación además ha abierto un mundo desconocido por mí evidenciándome que aún me quedan muchas cosas por aprender no solo sobre mi persona y psique, sino como intérprete. También constituye una experiencia enriquecedora que me llevará a revisitar las interpretaciones no solo de las obras orbonianas para piano, sino también redescubrir la poética musical de una buena parte del resto de las composiciones de distintos estilos y épocas de mi repertorio pianístico. 

Confirmé así mismo que las decisiones interpretativas generan acontecimientos que pueden estar implícitos o no en la composición musical y resultan de la construcción subjetiva y dinámica del intérprete; así como que la actualización permanente de la obra musical reside en la capacidad del intérprete de realizar interpretaciones vivas, tamizadas por su subjetividad, que recreen la música escrita ante diferentes audiencias y en diversos contextos culturales y de época.

Anexo I

Tabla Retórica-gesto-poética 

Movimientos y partesRetóricaGesto Poética
I Allegro Moderato – Introducción (cc. 1-8)Pasaje en el grave con las figuras retóricas de las 4tas, 5tas y 8vas paralelas conformando acordes que se mueven a través de las figuras retóricas de los intervalos de 3ra menor y 2da mayor, característicos de la melodía del canto gregoriano (e/ 300-1000), tópico religioso, perteneciente a la música litúrgica de la iglesia católica. Diseño melódico que apunta a la antífona mariana Ave Regina Caelorum (Salve, Reina de los cielos) que data al menos del siglo XII).
Polifonía primigenia, empleada en el organum estricto y compuesto, a tres voces a distancias de 5tas y 8vas paralelas (e/ 850-1000): tópico religioso (música de la liturgia católica). Figura retórica de los seisillos repetidos: tópico de varias especies de la música folclórica hispanoamericana (el zapateo y punto cubanos, el galerón el joropo venezolano-colombiano, diversas manifestaciones del flamenco y la música folclórica hispana).
Movimientos suaves y a la vez calmados y pesados de los brazos, con la inclinación del cuerpo hacia el piano. Gestos de profundidad y descanso vertical sobre las teclas. Atmósfera mística. Sensación de profundidad intelectual, de graves y oscuras reflexiones.
I Allegro Moderato  (cc. 9-46).– Melodía en la voz superior con acentuaciones, dinámica f, y crescendo molto al ff, esforzandos.  Figuras retóricas del seisillo de semicorcheas articuladas en grupos de dos y tres (tópico de diversas manifestaciones de la música folclórica española y latinoamericana como el punto cubano, el joropo y el galerón).
– Disonancias, inestabilidad tonal y métrica. Acentuaciones y clímax con acordes (cc. 23-24) que dan paso a una escala con octavas.
– Ataques fuertes, con ayuda de todo el cuerpo y los brazos. Inclinación del cuerpo hacia delante con cierto estaticismo del mismo, cierta tensión física. – Una marcha, fuego, euforia, una persecución (alguien me sigue o persigo algo dice en la voz superior), es una travesía quizás trasatlántica. 

– Dudas o temores, pero también intrepidez, bravura, euforia, esplendor. 
I Allegro Moderato  (cc. 47-89).– Acentos y toques marcados, en un discurso en sentido ascendente;  c. 47: métrica 5/8, tópico de la música folclórica flamenca.


– Grandes acordes y seisillos, marcados siempre, y el repentino – Piano súbito con acentuaciones (cc-55-56), contrastando con el siguiente crescendo hasta fff junto con grandes saltos en la M. I. (cc. 58-59).




– C. 61: acorde en ambas manos en ff en el centro del teclado (desde el grave al agudo).



– Un compás de silencio  



– C. 64 M. D. melodía cantable con la figura retórica de los seisillos de semicorcheas en grupos de tres, pero con las dinámicas f, mf y p.


– Cc. 71-89 Nuevos elementos rítmicos se abandonan los valores irregulares (seisillos de semicorcheas), empleándose las cuatro semicorcheas propias de la subdivisión de cada tiempo, en dinámica ff.
– Factura acordal: amplios acordes en ambas manos, en los registros extremos del teclado, dinámica fff, muy sonoros.







– Ataques fuertes, con ayuda de todo el cuerpo y los brazos. – Relajación de los brazos y el cuerpo, movimientos del torso acercándose al teclado y moviéndose con ciertas inclinaciones de izquierda a derecha favoreciendo el movimiento de la M. I. por el teclado.
– C. 61: Movimiento pesados de brazos y con impulso del torso hacia delante, gesto de profundidad y reposo sobre el teclado.

– Torso hacia atrás movimientos de elevación de ambas manos hacia arriba hasta descender sobre el teclado con peso 
– C. 64: gestos suaves y a la vez calmados, y relajados y pesados de los brazos, con la inclinación del cuerpo hacia el piano.

– Cc 71-89. Cuerpo no tan encimado en el piano, brazos llevando con direccionalidad vertical las manos al teclado. 
Ataques fuertes, con ayuda de todo el cuerpo y los brazos. Después separaciónde las manos del teclado con movimientos de los brazos hacia arriba para preparar la nueva caída en el teclado
– Reposo, pensamientos positivos que llegan a un carácter festivo, alegre, de pasión y fuego consumados. – Estados agónico y de euforia y una sorpresiva inestabilidad psíquica, ansiedades, recuerdos traumáticos.


– Sentimiento de seguridad y confianza 

-Expectativa 


– C. 64 comienza con sentimientos positivos y de templanza, confianza, contención y  seguridad que llega de nuevo a la euforia. – Cc. 71-89 perseverancias, euforia, firmeza con tranquilidad, confianza y cierta quietud.
– Contundencia, seguridad, plenitud, optimismo, control confianza, realización, triunfo.
I Allegro Moderato  (cc. 90-112). Poco meno mosso– Cc. 90-112 Predominio del discurso melódico. Cambio de aire. Empleo de ritardando, acelerando y a tempo; dinámicas que inician en pp… aunque llegan a ff
– Compleja textura polifónico contrapuntística a varias voces.


– Cc. 102-104: Grandes acordes con disonancias e intervalos de 9nas y 10mas 
Movimientos suaves y delicados de los brazos y cierto balanceo del cuerpo.


Más cercanía del cuerpo con el instrumento, atención al teclado movimientos rápidos un tanto desesperados.
– Encimarse sobre el piano, caída del peso del cuerpo y los brazos con profundidad sobre las teclas 
– Cc. 90-112 Sensación de tranquilidad, éxtasis, amor pleno y apasionado.
-Sentimientos de inseguridad. Dudas y angustia.

– Cc. 102-104 Un amor imposible o prohibido (quizás pecaminoso); final de ese amor.
I Allegro Moderato  (cc. 113-140).– Cc. 113-138: seisillos marcados siempre, dinámica ff y mf, grandes crescendos. Pasajes de secuenciasde que cubren los registros: medio-sobreagudo; grave-medio y grave-contragrave con acentuaciones en todas las subdivisiones rítmicas y la indicación de molto articulato en ff y crescendo de ff a fff
– Cc. 139-140. Compás 2/4 tresillos de corcheas, registro medio y grave, dinámica ff que termina con un acorde de tres sonidos conformado por las dos grandes disonancias de la 9na menor y 5ta  aumentada, distribuidos entre los registros grave y medio, en ff.
– C. 141 Un compás de dos tiempos de silencio.
– Cc. 113-138: ataques con fuerza y peso sobre el teclado con la ayuda del cuerpo hacia delante y los brazos.




Cc. 139-140 ataques con fuerza y peso sobre el teclado con la ayuda del cuerpo hacia delante y los brazos. Retirada de las manos del piano tras el último acorde 
– C. 141: respiración con las manos, al mover los brazos hacia arriba suavemente y separar las manos del teclado.
– Cc. 113-140: Euforia, alegría, pasión desmedida.




Cc. 139-140: suspenso



– C. 141: suspenso, expectativa, esperanza.
I. Fantasía-Passacaglia Andante (cc. 142-216).– Inicio acéfalo del compás (con un silencio), cambio súbito de dinámica: matices p, mf y pp, empleo de grandes acordes. Reiteración del tema en el registro medio, el agudo y regreso al medio. – Tópico de la passacaglia (forma de las variaciones de origen popular-español del siglo XVII, del estilo barroco).  Explotación de los recursos melódicos a varias voces, textura polifónico contrapuntística entre los acordes. Ritmos lentos. Dinámica p, crescendo y f
– C. 153 inicio de las variaciones en matiz f, prosigue p y llega a ff.
Caída suave pero firme de las manos sobre el teclado, hacia el segundo acorde con la inclinación del cuerpo hacia delante. Suavidad de movimientos como ondas en los brazos de acuerdo al dibujo melódico.





– C. 153 oscilación entre la suavidad de los movimientos como ondas relajadas en los brazos con los gestos de gran peso y fuerza suelta, sobre el teclado con la ayuda del cuerpo tenso hacia delante.
– Resignación, paz, ensoñación, añoranza y sentimientos de cierta tristeza. Atmósfera de calidez, recogimiento y elevación espiritual. Recuerda el elemento agua. –



– Atmósfera de expectativa. – Dolor, profunda tristeza.
I Tempo primo (cc. 217-287).Regreso a la parte rítmica y acentuada del inicio del movimiento. Figura retórica del seisillo de semicorcheas en grupos de tres, acentuaciones, dinámica ff – Uso de amplios acordes y dinámica ff.  – Acordes en tresillos. – Trozo de amplios acordes (abarcan el sobreagudo y el grave), con síncopas, acentuaciones, matiz ff con indicación de pesante que concluyen en acordes de sonidos largos, acentuados y con el acorde final con calderón. -Ataques con fuerza suelta y peso sobre el teclado con la ayuda del cuerpo hacia delante y los brazos. 



– Movimientos con peso sobre el teclado de los brazos, inclinación del torso hacia delante. Acorde final  ligero impulso del cuerpo hacia delante con apoyo de los pies e impulso y peso del cuerpo, separando algo los glúteos de la banqueta del piano. 
– Una marcha, fuego, alegría, euforia.





– Atmósfera eufórica, concluyente y triunfal.
II Movimiento  Scherzo con Trío Allegro rítmico (cc. 1-39).– 8vas y acordes en ambas manos. Alternancia de las semicorcheas con las corcheas, en pregunta y respuesta, brinda un carácter danzable indiscutible durante toda la extensión del movimiento. Varias métricas, todas de subdivisión ternaria.  Carácter danzario, como el tópico de las danzas cortesanas barrocas del siglo XVIII. 
– C. 37-39 Pasaje de un solo compás, que se desplaza desde el sobreagudo al grave con dinámicas mf y crescendo hasta ff acentuaciones en las subdivisiones(c. 37), hasta llegar al amplio y largo acorde final acentuado (c. 39).
– Esforzandos fortísimos, acentuaciones, disonancias y legato de dos notas de final femenino (apoyo en el primer sonido-suelto, suave y delicado, el segundo sonido), inestabilidad tonal, desplazamientos por saltos desde el registro medio al sobreagudo.
-.Alternancia de los dos brazos y manos con intencionalidad de acuerdo a las preguntas y respuestas de la melodía. Especie de juego de vaivenes suaves entre las manos. 




– C. 37-39 Paulatina inclinación del torso hacia el teclado. Ataques con fuerza suelta y peso sobre el teclado con la ayuda del cuerpo hacia delante y los brazos

– Sucesión de movimientos de manos, de apoyo y soltar en ambas manos.  – Ataques rápidos e incisivos de los brazos y las manos sobre el teclado.
– Atmósfera cortesana, ligera, juguetona y agradable Sentimientos de alegría y seguridad. 


– C. 37-39 Sugiere el inminente tránsito hacia una ambiente diferente.



– Atmósfera sombría y dramática.
Trío (cc. 40-78).– Empleo del Scherzo con trío, una estructura formal característica del clasicismo, así como el recurso de la doble barra de repetición con los arcos de1ra y 2da vez. (Esta parte junto a la anterior –el Allegro rítmico– se repite por el uso de la barra de repetición con arcos de primera y segunda vez).
– Inestabilidad métrica, disonancias abundantes, amplitud en el movimiento melódico con saltos de amplios intervalos y cambios súbitos de registros. Acentuaciones, dinámica ff, indicación de martellato sobre 8 vas y acordes, sforzandos colocados sobre el acorde que inicia el fragmento final (coda) y en el último acorde del Trío. 
 





– Movimientos con peso de los brazos relajados hacia el teclado, respiración de las manos con rápidos gestos ascendentes y descendentes, de acercamiento y alejamiento del cuerpo, continuados en dependencia de las distancias de los intervalos y del uso de los dos registros extremos del piano.







– Atmósfera dramática, conflictos, antagonismos y violencia. (Recuerda la transformación emocional del scherzo desde su origen en el s. XVII a los dramáticos creados por Beethoven a inicios del XIX).
III Movimiento Adagio mesto y pesante  (cc. 1-76).Figuraciones rápidas en tempo lento, lenguaje expresivo y marcado, acentuaciones, melodía de carácter lírico compuesta por intervalos conjuntos y secuencias, en dinámica p y pp, indicaciones de molto expresivo, marcato y denso Variaciones y secuencias. Uso de amplios acordes.  Empleo de la atonalidad por algunos momentos, pasajes cromáticos. Polifonía-contrapuntística muy compleja a 4 y 5 voces.
Cc 7-9: trozo de sólo 3 compases iniciado con matiz pp que continúa crescendo a mf, crescendo intenso y crescendo molto hasta un amplio acorde en ff con sforzando (c. 10).


Cc. 10- 35: legatto de dos, tres y cuatro sonidos con terminaciones femeninas (suaves, al aire) con intervalos disjuntos de grandes saltos en la M. I. desde el registro contragrave hasta el central, 8vas paralelas, se recorre todo el teclado, mientras la M. D. conduce una melodía combinando amplísimos acordes, sonidos sueltos y 8vas paralelas. – Cc. 36-49: trozo en p, con súbitos mf, f y ff que concluye en acorde amplio con calderón. – Cc. 50-76: dinámica in crescendo con partes ff, fff, sforzandos compases asimétricos (5/4), inestabilidad métrica (muchos cambios de compás). Textura polifónica contrapuntística compleja (que lleva al uso de tres pentagramas). Agrupaciones rítmicas irregulares, abundantes acentuaciones en la subdivisión de los tiempos.
– Movimientos con peso de los brazos hacia el teclado, respiración de las manos con rápidos movimientos ascendentes y descendentes, oscilación de acercamiento y alejamiento del torso.




Cc 7-9: oscilaciones discretas de los brazos en las partes de dinámica p, manos pegadas al teclado, con movimientos de brazo con peso e inclinación del cuerpo sobre el teclado para los súbitos contrastes con las dinámicas más fuertes. Cc. 10- 35: ataques con fuerza y peso sobre el teclado con la ayuda del cuerpo hacia delante y los brazos. -.Movimientos que alternan las manos, con intencionalidad entre los dos brazos y manos de acuerdo a las preguntas y respuestas de la melodía. Especie de juego de vaivenes entre las manos con máxima potencia. 

– Ligera oscilación de la cabeza hacia el lado  izquierdo (duda) y movimiento del mentón hacia abajo (conflictos).
– Atmósfera meditativa. Densidad y complejidad de pensamientos, sentimiento de amor y pasión. 




Atmósfera de confusión e inconvenientes. Un proceso de evolución que desemboca en un conflicto antagónico.









– Dudas y problemas sin solución. – Atmósfera de ansiedad, inquietud, tensiones y pasión.
IV Finale. Vivace. (cc. 77-347).– Figura retórica integrada por dos intervalos de 2da mayor (uno ascendente y el otro descendente) con acentuaciones, marcato, incisivo, ff, y síncopa. Tópico de la música folclórica española Ritmos rápidos y marcados de gran fuerza rítmica. Abundancia de acentuaciones y síncopas. Tópicos del flamenco y otros bailes folclóricos españoles.  – Figuras retóricas de ritmos sincopados: tópico de la música folclórica cubana (el son, y  guaguancó), con matiz 4 f (ffff), y acentuaciones. – Coda con ritmos irregulares, grandes disonancias, desplazamientos por todo el teclado, ff, acorde final con calderón.– Ataques con fuerza y peso sobre el teclado con la ayuda del cuerpo hacia delante y los brazos.




– Ataques con fuerza y peso y profundidad sobre el teclado con la ayuda del torso hacia delante y los brazos.
– Sentimientos de euforia, júbilo y alegría, así como una atmósfera dramática.






– Ambiente de confrontaciones violentas.
– Atmósfera apocalíptica de grandiosidad, euforia y triunfo.

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“Piano Sonata, Aaron Copland”, La Phil, https://es.laphil.com/musicdb/pieces/5525/piano-sonata [Consultado, 18 de octubre de 2024].

Salmo bíblico 25, “David implora dirección, perdón y protección. Salmo de David”, La Santa Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento. Revisión de 1960, México, Sociedades Bíblicas en América Latina, 1991.

Villanueva, Mariana, “Julián Orbón: un retorno a los orígenes”, Tesis de doctorado, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, Ciudad de México, 2004.

Vitier, Cintio, Lo cubano en la poesía, La Habana, Instituto del Libro, 1970.

Yedra, Velia, Julian Orbón: A Biographical and Critical Essay, Research Institute of Cuban Studies, University of Miami, Coral Gables, Florida, 1990.

Programas de mano

Programa de mano. “Concierto de piano, por el eminente artista Benjamín Orbón”, Teatro de la Comedia, Madrid, 17 de octubre de 1919.

Partituras

Ave Regina Caelorum, Antiphonae B. Mariae Virginis. In Cantu Simplici. (Ex libris Solesmensibus)”, Liber Usualis Oficii, (Roma, Tornaci: Impreso por Vict. Durez, Vic. Gen., 1913).

Bach, J. S. “6 Chor, Nach dir, Herr, verlanget mich,BWV 150, 219.

Brahms, Johannes. Sinfonía no. 4, en mi menor, Op. 98,Berlín: N. Simrock, 1896.

Orbón, Julián. Piano Sonata, partitura autógrafa (no publicada), La Habana, 1947. Fondos de la Jacobs School of Music, Universidad de Indiana.

―. Libro de Cantares, para voz y piano (New York- Hamburg: Peermusic clasical, 1987).


Autores
(Cuba-México) es pianista. Graduada de maestría y doctorado con mención honorífica en la UNAM. Ha obtenido diversos premios en certámenes nacionales e internacionales. Ha realizado numerosos recitales y conciertos en Cuba, Estados Unidos, Canadá y México. Ha sido becaria del Belgais Center for Arts con Maria Joao Pires, en Castellón Branco, Portugal y de la OAcademy (2022), con la pianista venezolana Gabriela Montero. Funge como coordinadora institucional del sitio Zona Paz y es candidata al posdoctorado en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.