Tierra Adentro
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George Walker Bush, el presidente número 43 de los Estados Unidos (2001-2009), forma parte de la más rancia aristocracia de la política estadounidense. Podemos decir que los Bush representan en los republicanos lo que los Kennedy fueron para los demócratas por mucho tiempo. Su bisabuelo Bush, Samuel Prescott Bush pertenecía, a finales del siglo XIX, a la élite WASP (blancos, anglosajones y protestantes) de Nueva Jersey y tenía negocios en la industria ferrocarrilera de la mano de los Rockefeller.

Su abuelo, Prescott Bush, se graduó en Yale donde fue miembro de la entonces sociedad secreta de los Skulls & Bones, ahora ya parte de la cultura popular gracias a menciones que están  desde la novela El gran Gatsby  (1925) de F. Scott Fitzgerald hasta algún capítulo de los Simpson o las teorías conspirativas que nunca pasan de moda.

Después de ganar algunos millones de dólares extra en Wall Street y de haber trabajado como banquero del acerero alemán pro nazi, Fritz Thyssen, Prescott Bush decidió que estaba listo para la política. Fue senador por Connecticut durante la Guerra Fría (1952-1963) y un entusiasta de las diversas candidaturas de Richard Nixon; lo que garantizó que su hijo George H. W. Bush obtuviera el puesto de embajador de Estados Unidos ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) durante su administración.

George W.H. Bush tiene una biografía ampliamente conocida, pues a su posición como embajador le siguió la dirección de la CIA, la Vicepresidencia en la administración de Ronald Reagan (1981-1989) y finalmente, ser el presidente número 41 de los Estados Unidos (1989-1993). Eran los años dorados de los republicanos.

El hijo de Prescott hizo otro movimiento interesante para el clan Bush: invirtió la mayoría del dinero que la familia había obtenido por décadas en Wall Street en el desierto texano y sus campos petroleros en los años cincuenta. La primera compañía fundada por la familia Bush fue la Zapata Petroleum Corporation, nombrada así no por el líder revolucionario mexicano, sino por una devoción hacia la figura de Marlon Brando.

La mudanza de esta aristocracia de New Haven a los campos petroleros de Dallas y Houston con los rancheros texanos le trajo a los Bush todavía mayor prosperidad económica.

Para los años setenta, la familia Bush ya era una mezcla de los Rockefeller con los Kennedy; pero con un asunto sureño y posiciones cada vez más conservadoras en cuanto al núcleo familiar, la propiedad privada y el Estado. En ese tiempo, George W. Bush o George Junior, como rápidamente se le conoció, era un estudiante mediocre pero sus buenas conexiones fueron suficientes para ser la tercera generación en graduarse de Yale.

Durante la guerra de Vietnam, a pesar de tener conocimientos como piloto de combate, nunca fue movilizado al país asiático y se mantuvo haciendo prácticas en los hangares como miembro de la Guardia Nacional Aérea de Texas. Después de esta “aventura” militar, George W. Bush fue a Harvard para obtener un diploma en administración de empresas y ya con el papelito en la mano, mostró el mismo “emprendedurismo” que su padre y constituyó en 1978 la empresa de Bush Energy.

La mediocridad que Bush Junior había mostrado como estudiante o como piloto contrasta con la carrera meteórica que hizo como empresario y político, que comenzó siendo asesor de su padre en Washington en 1986 y en su campaña presidencial en 1988. Después regresó a Texas e incursionó en otro tipo de negocios, que le daban mayor notoriedad que los energéticos como fue el caso de la compraventa del equipo local de béisbol los Rangers de Texas.

Con una popularidad en ascenso y grandes donaciones del sector petrolero que vivía una bonanza debido a la Guerra del Golfo (1990), misma que llevó a cabo Bush padre, el audaz George W. Bush decidió que era momento de ir por la gubernatura de Texas en 1994.

Pese a que la historia jugaba en contra de los republicanos con solo dos gobernadores desde 1870, Bush Junior ganó la contienda. Como gobernador, tuvo un mandato con gran aceptación, enfocándose en combatir el crimen con medidas fuertemente punitivas que se conjugaron con inesperados apoyos al sector educativo. Todo esto le valió la reelección en 1998 y le pavimentó el camino para buscar la presidencia de los Estados Unidos en el 2000.

La campaña electoral de Bush Junior se llenó de viejos rostros de la administración Reagan, amigos de su padre. Conforme pasaron los días, el candidato republicano tomaba posiciones cada vez más conservadoras con un estilo de predicador, heredado probablemente de su relación con el pastor Billy Graham, quien lo había ayudado a superar su alcoholismo años atrás.

Además de eso, Bush Junior era frecuentemente la burla de los analistas políticos que resaltaban su pobreza intelectual y su nulo conocimiento de política internacional. Fue puesto en evidencia con errores garrafales como confundir Eslovenia con Eslovaquia y otras cuestiones de índole similar. Definitivamente no era un candidato brillante.

A pesar de todo lo anterior se perfilaba como una opción competitiva. El nombre, la popularidad de la familia y sus conexiones tanto en el mundo financiero como en la industria petrolera y armamentista lo hacía un candidato perfecto para las élites.

A la par, con la figura del ranchero sencillo cargado de religiosidad, atraía a al electorado blanco de las clases medias y menos sofisticadas. Gran parte de los votantes lo percibía como una persona común a pesar de los cientos de millones de dólares y la añeja aristocracia de su familia.

Y como no podía ser de otra manera, la familia Bush jugó un papel esencial para la puesta en escena final. George Senior fue difuminando su presencia a lo largo de la campaña, de esa forma evitaba hacerle sombra a su hijo y pretendía que por fin este dejara el apelativo de George Junior para convertirse finalmente en alguien con nombre propio, en George W. Bush.

La función más importante la tuvo Jeb Bush, hermano menor del candidato, quien gobernó Florida del 5 de enero de 1999 hasta el 2 de enero de 2007. El papel determinante de Jeb comenzó en una elección reñida donde el candidato demócrata, Al Gore obtuvo más de medio millón de votos de ventaja sobre George W. Bush; pero el texano logró una victoria mínima en los colegios electorales gracias a Florida.

La diferencia de apenas unos centenares de votos dio pasó a la exhibición del fraude electoral que se llevó a cabo en el estado gobernado por Jeb Bush. Votos mal contados, tarjetas invalidadas, problemas en los votos por computadora y más cuestiones fueron el preámbulo para la victoria de George Junior que se decidió en los tribunales1.

La administración de George W. Bush será recordada internacionalmente por los sucesos del 9/11 y la declaración de guerra contra el terrorismo que se exportó a Afganistán e Irak, con el pretexto de la búsqueda de Osama bin Laden. En realidad, era una nueva versión de la Guerra del Golfo que llevó a cabo su padre una década antes y con los mismos objetivos: revitalizar la economía de guerra de la que depende Estados Unidos en general y en particular la familia Bush. En esta ocasión, la manzana tampoco cayó lejos del árbol.

Cuando uno observa una semblanza como la de George W. Bush y su familia, la primera pregunta que aparece por sentido común es si de este modelo de democracia se sienten orgullosos muchos estadounidenses (y no pocos analistas políticos extranjeros); si es el que pretenden exportar a base de invasiones y sangre a otros países del orbe.

¿Es una democracia, cuando familias aristocráticas de más de cien años se mantienen en la cima gracias a redes de poder exclusivas y ligadas a Wall Street o las grandes corporaciones petroleras? ¿Cuándo padres, hijos y hermanos pocos calificados deciden el destino de una nación mediante fraudes electorales? Eso es una falsa democracia.

Cada vez que pensemos que la política actual es una excepción en la historia de la democracia estadounidense, bien haríamos en recordar que antes hubo personajes como George W. Bush que eran bastante similares en lo esencial a Donald Trump.

La realidad es que hay un sistema sin democracia en la política estadounidense que engendra familias como el clan Bush o personajes como Trump. Ambos son distintas ramas del mismo árbol. Ambos provienen de la misma matriz antidemocrática que lleva instalada más de un siglo en Estados Unidos y que no ha cambiado con la llegada de Joe Biden, un político de la vieja guardia y con un hijo ampliamente conocido por cobrar cientos de miles de dólares como cabildero de empresas del sector energético.

  1. Andrew Gumbel. “Election Fraud and the Myths of American Democracy.” Social Research, vol. 75, no. 4, 2008, pp. 1109–1134.