Patricia Highsmith: la imaginería del crimen y la desgracia
Leer a esta poeta de la aprehensión es una mezcla de risa y escalofríos.
Graham Greene
En un mundo tan impersonal como el nuestro hay solo dos formas genuinas de expresar la individualidad: el arte y el crimen. La obra de Patricia Highsmith concreta esa idea —frecuente en pensadores liberales tan dispares como Oscar Wilde y Charles Spurgeon1— que bien podría ser una extraña aspiración del influjo romántico del siglo XIX (el deseo frustrado de transgredir las convenciones), una evocación de los tiempos en que la multitud solo le prestaba atención a un individuo cuando lo veía en el patíbulo, segundos antes de su ejecución pública.
¿Qué une la creación artística y la consumación de un delito? ¿Cuáles son las cavilaciones que acompañan la mente criminal, pero, sobre todo, hasta qué punto el crimen caracteriza al individuo y lo distingue de su sociedad? Son preguntas que los libros de Patricia Highsmith recorren, delimitan y responden a su manera.
Aventuro un retrato de la escritora norteamericana donde el confinamiento es, también, el marco predilecto: veámosla encerrada en su casa, en la campiña de Tegne, una localidad al sureste de Suiza. A Patricia, solamente la acompañan ocasionalmente Martini, Gintonic y Oporto, tres gatos que adoptó para salvar del frío invernal y cuya asidua visita complace su mirada. El fuego de la chimenea calienta sus huesos, y sus facultades se mantienen vivas día a día gracias a algunas tazas de café; bastantes copas servidas desde el mediodía y muchos cigarrillos que fuma desesperadamente mientras ella trata de llegar a su ambiciosa cuota mínima de escritura: siete páginas al día.
Patricia, sale poco de su cómodo bastión, y lo hace exclusivamente para dar una vuelta por el bosque de pinos, para ver a su agente literario, o cuando debe presentarse a las pocas entrevistas que trata de evitar, pero asiste irremediablemente según dictaminen los editores de su último libro. Habla un francés torpe pero suficiente para ir a la panadería, al café o para aprovisionarse de enlatados, ginebra y tabaco. Cuando, Diane, su ama de llaves, está ausente.
Relatos de romances lésbicos y misoginia
Una de las situaciones más fascinantes de la vida literaria de Patricia Highsmith reside en una aparente contradicción: sus letras exploran tanto el culto de Lesbos como la misoginia lacerante y burlesca. Carol, su segunda novela, es un relato que explora el deseo lésbico desde una voz narrativa sensible y de un erotismo exquisito. Fue firmada con un pseudónimo debido al desfavor que suponía ser una escritora veinteañera en 1952 y escribir el romance de una protagonista lesbiana:
Carol se acercó a Teresa y le puso las manos sobre los hombros. Teresa podía ver las manos en su mente, fuertes y flexibles, con sus delicados tendones, sobresaliendo cuando los dedos le apretaban los hombros. Parecía que había pasado un siglo cuando las manos de Carol se deslizaron por su cuello, rozaron su barbilla, un siglo de alboroto tan intenso que borró el placer cuando, Carol inclinó la cara hacia atrás y le besó el borde del cabello. Teresa no sintió el beso.2
El libro, en su fecha de publicación, contó con una difusión discreta, pero se lee con gusto entre casi un millón de lectoras, pese a la mojigatería del lectorado de la época. Solo hasta 1989, Highsmith, reconocería su autoría y, convencida desde luego por la industria editorial, formaría parte en la promoción de un nuevo lanzamiento comercial. Por contraparte, en 1971 y con una carrera ampliamente reconocida en Europa — los estadounidenses no gustaban de las “historias de misterio” de su coterránea tejana —se publicó Pequeños cuentos de misoginia.
Dichos cuentos, fueron y seguirán siendo una de sus obras más leídas. Quizás el libro donde su maestría en el arte del short-story-telling alcanza su punto culminante y, nos recuerda la tradición campirana de contar historias jocosas, cortas y con un dejo de moralina para pasar el tiempo en medio del trabajo en las grandes plantaciones. Se trata de un compendio de historias donde se aborda múltiples existencias de lo femenino desde una mirada misógina, o que pretende serlo, en un jugueteo narrativo donde abundan las ambigüedades, las ironías macabras y los finales sorpresa.
Tal vez tres pequeñas degustaciones basten como ilustración: en La mano, un joven “pide la mano” insistentemente al padre de una mujer hasta que este decide amputársela y enviársela por el correo. La Coqueta, es una mujer que fascina terriblemente a todos los hombres que se cruzan en su camino, pero cuando un hombre se enamora lo suficiente como para no desprenderse, ella trata de manipular a otro de sus pretendientes para que asesine al primero, pero al final ambos se ven traicionados y confabulan para matarla a ella, de tal suerte que a pesar del juicio por el feminicidio ambos salen libres porque incluso el juez había sido víctima de la coquetería de dicha mujer.
En cambio, en La Recatada cree que lo único que una mujer puede ofrecer a un hombre es su virginidad prematrimonial y así lo hace con su marido, pero su convicción deriva en un aberrante fanatismo que siembra el odio y rompe el débil lazo que la unía a sus tres hijas, quienes llevan una vida sexual “libertina” y las desprecia por no haber repetido su “respetable existencia” hasta el punto de enloquecer y culminar sus días pontificando desde su lecho de muerte. Resulta inevitable evocar a Sade tras leer estas páginas, joviales, ácidas y placenteras, como el buen vino que tanto veneró la escritora. Así pues, los Pequeños cuentos misóginos responden a un esquema fabulesco bajo el cual la mujer encarna un defecto, una condición o un pecado capital que la lleva a herir a otros, o a una inevitable autodestrucción. Las protagonistas suelen ser malévolas e “histéricas” y de alguna forma responsables de las desgracias que les suceden.
De esta manera, con su novela y sus cuentos, Highsmith toca los puntos neurálgicos de la estructura patriarcal sin someter su escritura de ficción a ningún artefacto ideológico. Actúa desde la ficción misma, de una forma natural, si es que lo natural puede existir en las invenciones del ser humano. Además, el telón de fondo es el mismo. En ambas obras desfilan las aberraciones del american way of life y del modelo familiar enaltecido por el liberalismo económico: la vida como una ronda de Monopoly, las familias prósperas, las perfectas amas de casa, los juicios morales entre vecinos, el escarnio público y la miseria, un universo literario que comparte con escritores como Raymond Carver, Tennessee Williams o Arthur Miller.
Desde luego, la cuestión autobiográfica emerge para reforzar la leyenda, sobre todo en el caso de Patricia Highsmith, cuya vida parece una obra escrita por ella misma. Creció con su madre, que se separó de su padre nueve días antes de su nacimiento y con quien tuvo una problemática relación que rozaba en lo incestuoso. En su juventud la escritora tuvo numerosas relaciones amorosas heterosexuales cortas, intensas y efímeras. De hecho, estuvo a punto de casarse, pero reconoció en ella una “extraña proclividad” hacia el deseo lésbico, razón por la cual decidió seguir el consejo de su terapeuta, que le recomendó un “tratamiento” para “curar” su homosexualidad. Sin embargo, en la primera reunión, según revela en su diario, pensó que “al ver tantas mujeres hermosas con deseos, debería divertirme seduciendo a más de una”3
Según los testimonios4, tenía una particular obsesión con las mujeres rubias como su madre y justificaba su alcoholismo bajo la idea determinista de que su madre había bebido mucho cuando estaba embarazada, aunque escribiera en sus diarios de 1940 que el alcohol era necesario para todo artista porque le permitía “ver la verdad, la simplicidad, y las emociones primitivas nuevamente”5.
Una literatura de película: Patricia y el cine
Highsmith, tiene una extraordinaria destreza para escribir obras que inspiran adaptaciones cinematográficas. Su poética del suspenso y la composición narrativa hacen de ella un prodigio en el diseño del leitmotiv, las estructuras, los telones de fondo, y la psicología de personajes prototípicos que en seguida se vuelven el caldo de cultivo de guionistas y realizadores. Desde su primer trabajo en el mundo de los medios se podía entrever su relación con el arte visual.
Fungió como guionista de tiras cómicas entre 1942 y 1950, en lo que sería “el único trabajo de tiempo completo que tuvo durante años en su vida”. Colaboró con Fawcett Comics escribiendo episodios de Captain Marvel, un superhéroe de un éxito impresionante en la década de los cuarenta que desapareció tras un pleito legal con D.C. Comics por su similitud a Superman. De la escritura gráfica de las viñetas, a la tejana le quedó el imaginario rocambolesco (la acción precipitada o locuaz) y la intención pintoresca de los personajes, que muchas veces parecen arquetipos salidos de una novela gráfica.
Mientras ejercía ese oficio, que le daba lo suficiente para vivir en México por varios meses, escribió sus primeros cuentos y parte de lo que muchos consideran su gran obra: Extraños en un tren, publicada y difundida en Europa en 1950. Un año más tarde aparecería la primera muestra de su larga correspondencia cinematográfica; con tan solo 27 años, Alfred Hitchcock le pidió asesoría para adaptar su novela al guion cinematográfico de lo que sería un éxito comercial y entre la crítica festivalera.
Tres años más tarde aparece su novela The Blundered (traducida extrañamente como El Cuchillo) que se adaptó al cine francés; obteniendo un amplio reconocimiento. No obstante, fue hasta 1977 que el trabajo de Wim Wenders marcó la cumbre de las películas basadas en la obra de Highsmith con The American Friend, un extraordinario trasvase de la novela Ripley’s Game. En la cinta, Dennis Hopper despliega todo el poder de su loco histrionismo y su genio creativo para interpretar el cinismo y la profunda maldad de Tom Ripley, ese pérfido estafador, usurpador y asesino a sangre fría que viaja por el mundo y se codea con la alta sociedad como rico heredero, consejero de subastas experto en pintura, o coleccionista según le convenga.
¿Pero quién diablos es el talentoso Tom Ripley?
La naturaleza insaciable del deseo hace que el ser humano aspire siempre a algo más. Tan pronto alcanza un anhelo, de este se desprende otro más grande y luego otro más, y así ad infinitum. En su carrera vertiginosa por colmar sus apetencias el individuo toma decisiones que lo transforman e inevitablemente les hacen daño a otros.
¿Quién no ha soñado alguna vez cambiar de profesión, de ciudad, de vida y dejarlo todo para siempre sin importar a quién afecte su resolución? Es más, ¿quién no se ha imaginado por un momento deshacerse de una persona que se interpone en su camino hacia la felicidad?
Tom Ripley es el antihéroe que encarna esos devaneos del deseo y la pulsión de muerte inherente a cualquier persona. El protagonista de más de cinco libros de Patricia Highsmith es, de alguna forma, una proyección fantasmática de la escritora; así como Nick Adams lo fue para Hemingway o K. para Franz Kafka. Originario de una familia disfuncional, Ripley es un joven y apuesto norteamericano de una gran sensibilidad artística y un extraordinario talento para asesinar a sangre fría, estafar y suplantar a otros, cual camaleón. Además, es sujeto de una sutil tendencia homoerótica que, como muchos detalles tácitos, nunca se confirma, pero siempre se sugiere en la narrativa de Highsmith. Su mayor miedo reside en que alguien, incluso sus allegados, descubra su verdadera identidad.
Otro detalle revelador: bebedor irremediable; Ripley, es un gran coctelero y usa la bebida para olvidar la paranoia y el delirio de persecución que lo embargan constantemente:
Tom no sabía quién lo atacaría si lo atacaban. No imaginaba a la policía, necesariamente. Tenía miedo de las cosas sin nombre y sin forma que acechaban su cerebro como las Furias. Solo podía atravesar San Spiridione cómodamente cuando unos cócteles habían eliminado su miedo. Luego caminaba pavoneándose y silbando.6
Así recorre Ripley las novelas y películas como un protagónico villano y uno de los inevitables ancestros de personajes fundamentales en el imaginario cultural contemporáneo como Tony Soprano o Walter White. En su retorcido esquema moral, que evoluciona entre una novela y otra, Ripley no solo desprecia la sociedad humana, sino que juega a ser dios ante sus víctimas, los juzga, decide dónde mueren, cuándo y por qué. Su accionar recuerda el comportamiento sociópata de villanos como el Guasón, cuya psicología se gesta en los cómics de los años treinta, pero que florece después de los sesenta en la literatura de terror, los thrillers y el cine negro; baste pensar en los antagonistas de adaptaciones cinematográficas tan dispares como No Country for Old Men o cualquier versión de la saga terrorífica de Saw.
La literatura de Highsmith, un género aparte
La versatilidad temática y narrativa de Highsmith hace que su obra sea irreductible a un solo género. Incluso el apelativo de “literatura criminal” se queda corto, pues su paso por el erotismo y los cuentos cortos sobrepasan esa esfera. A diferencia de Agatha Christie, Conan Doyle o Edgar Allan Poe, en las historias de la tejana los detectives nunca protagonizan el relato. Además, no tiene ninguna intención racional de explicar o “resolver” los crímenes que cometen sus personajes. De hecho, muchas veces quedan impunes o cuando la justicia aparece, el asunto prácticamente carece de importancia. Más que despiadados villanos, sus protagonistas son amorales y encantadores, recuerdan al Dorian Gray de Oscar Wilde, pero su crueldad e ingenio colinda con la mente criminal.
Aunque se habla poco de ello, desde joven la escritora estuvo fascinada por las teorías de la psicología social. Se sumergió en los análisis de temas como el mal, su evolución en la historia, los traumas infantiles, su incidencia en la criminalidad, y en general se concentró con entusiasmo en la conducta social criminalística. Su lectura de The Human Mind (1930), escrita por Karl Menninger, el padre de la psiquiatría moderna nutrió sus ideas sobre estos tópicos y fue tan fascinante que le sirvió de asidero, incluso de referencia directa con sus múltiples casos clínicos de desviaciones mentales, para la construcción de sus obsesivos personajes. En el estudio de Menninger aparecen casos como “la esposa fastidiosa”, “los suegros que odian cualquier hombre” o “el hombre que se burla de todos”, pues a su juicio la raíz de las enfermedades de la mente abundan en la vida cotidiana:
Cuando ascienden a un hombre en su nuevo trabajo y se preocupa tanto que termina renunciando; cuando una mujer se casa, se encuentra a sí misma insatisfecha por la vida matrimonial y se deprime; cuando un estudiante va a la universidad con grandes esperanzas, pero fracasa en la mitad de sus materias (…) 7
Asimismo, los relatos de Highsmith siguen un orden lógico, una casuística, y están contados de tal manera que siempre dan la sensación de que el narrador está tratando de probar una idea o un punto en particular. “Las obsesiones son lo único que me importa. Lo que más me interesa es la perversión, que es el mal que me guía”, habría de escribir en sus diarios íntimos8¿Se reconocía Highsmith en la maldad de sus personajes? Es bastante probable. El alcoholismo, la misantropía y la soledad son ingredientes indefectibles en la mayoría de sus tramas. En su teoría de la fijación, Menninger establece que la personalidad del ser humano está marcada por la “monomanía”, que suele dirigirse hacia una persona por quien se siente excesiva admiración, repudio o un extrañamiento especial que pone en evidencia una semejanza entre ambos.
De la misma manera, en Extraños en un tren, Bruno se obsesiona con Guy a tal punto que incluso cuando ha accedido a perpetrar el asesinato que lo forzó a cometer ya no puede deslindarse de él y dejarlo tranquilo. Su obsesión se ha transformado en una fuerza autodestructiva, como lo advierte Menniger en su estudio de la maldad. Quizás esto nos arroja una pista sobre la originalidad de Highsmith, cuya narrativa rebasa los consabidos patrones del género negro (que suele apartarse de la “ficción literaria” y tal vez explica su nominación al premio nobel en 1991, cuatro años antes de su muerte): en sus libros la vida humana, más que un problema con solución, parece una trampa en la cual las situaciones están dispuestas de tal manera que el individuo no tiene escapatoria, no puede librarse del laberinto de sus propias obsesiones.
- “El crimen y el arte son quizás las únicas dos formas de individualismo en el mundo moderno”. En Wilde, Oscar, El alma del hombre bajo el socialismo y notas periodísticas, Colección biblioteca pensamiento crítico, Editorial Biblioteca Nueva, S.L., 2010, p. 36.
- “Carol walked over to Thérèse and put her hands on her shoulders. Therese could see the hands on her mind, strong and flexible, with their delicate tendons, sticking out when his fingers squeezed her shoulders. It seemed like a century had passed when Carol’s hands slid down her neck, brushed her chin, a century of fuss so intense it erased the pleasure as Carol leaned her face back and kissed the edge of her hair. Thérèse did not feel the Kiss”. En Highsmith, Patricia, Carol (The Price of salt), 1989, p. 61.
- “Perhaps I shall amuse myself by seducing a couple of them” en Forbidden Love, disponible en inglés en: https://www.newyorker.com/magazine/2015/11/30/forbidden-love
- https://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20200203/473280260406/patricia-highsmith-literatura-novela-negra-mujeres.html
- “see the truth, the simplicity, and the primitive emotions once more”. Consultado el 11 de enero y disponible en línea en: https://www.theguardian.com/books/2014/jun/13/alcoholic-female-women-writers-marguerite-duras-jean-rhys
- “Tom did not know who would attack him, if he were attacked. He did not imagine police, necessarily. He was afraid of nameless, formless things that haunted his brain like the Furies. He could go through San Spiridione comfortably only when a few cocktails had knocked out his fear. Then he walked through swaggering and whistling”. En Higsmith, Patricia, The talented Mr. Ripley, con algunos fragmentos disponibles en: https://www.litcharts.com/lit/the-talented-mr-ripley/characters/tom-ripley
- “When a man is promoted to a new job and it worries him so much that he has to quit it; when a woman gets married, finds herself unfitted for married life, and becomes depressed; when a student goes to college with high hopes but fails in half his subjects (…)”, Menninger, Karl, The human mind, p. 18. Consultado el 10 de enero de 2021 y disponible en línea en: https://archive.org/details/in.ernet.dli.2015.218476/page/n19/mode/2up
- Fragmento mencionado en el artículo “Patricia Highsmith, la racista depresiva”:https://www.larazon.es/historico/6323-highsmith-la-racista-depresiva-SLLA_RAZON_350501/.