Tierra Adentro
Erótica náhuatl, Miguel León-Portilla. Grabado de Joel Rendón.
Erótica náhuatl, Miguel León-Portilla. Grabado de Joel Rendón.

Cosmovisión sexual y erotismo tseltal

Xko’laj chakilvo’ ta te’tik li ak’obe,

ta sa’ jelavel sbe ta yut jchil;

xko’laj cha’kot choyetik li jchu’e,

xi’emik ta snak’ sbaik ta snabil nab.

Tus manos como lluvia en un bosque,

se abren paso bajo mi blusa;

mis pechos son dos peces,

tímidamente se esconden en lo profundo del lago. 

Angelina Suyul
Ja’ jkolemal li ak’obe/ tus manos son viento de libertad

I

El erotismo es, acaso, un ímpetu que enardece lo que encuentra a su paso. La llama que eriza los poros, el aliento, las sienes, el vientre. La vehemencia que circula en la sangre por la sensualidad, la excitación, el placer y deseo hacia el cuerpo de alguien y al propio. Una manifestación de la creatividad de nuestra forma de sentir, que “moviliza la vida interior”1. Una práctica que se expresa en cada cuerpo-persona, allí funda su singularidad. El erotismo distingue lo que somos, a través de él develamos nuestros deseos.

En toda cultura el erotismo existe, al tratarse de una condición humana: nunca es unívoco, sino infinito. Si bien no en todas las lenguas del mundo tiene una nominación, eso no compromete su existencia, pues el cuerpo en sí mismo es ya su enunciación. Cada cultura y, singularmente, cada cuerpo-persona tiene un modo en que el erotismo se desenvuelve. Podría ser desde el cruce de las miradas, el roce de las manos, el jugueteo de la lengua o con un baile cadencioso. “El encuentro erótico comienza con la visión del cuerpo deseado. Vestido o desnudo, el cuerpo es una presencia: una forma que, por un instante, es todas las formas del mundo”2.

El erotismo dirige su cauce al descubrimiento de la sexualidad, los sabores y placeres que aparecen como un paisaje inédito y que el cuerpo difícilmente verbaliza.  Pero éste no podría darse sin la presencia del afecto, sin el corazón. La práctica erótica proclama la unión del amor y el sexo, nunca su disociación: “no hay amor sin erotismo, ni erotismo sin sexualidad”3. Pero ¿Cómo reconocer si en los encuentros sexuales se manifiesta, si se asoma en cada acto de amor? El erotismo pertenece al orden de la intimidad: solo puede ser reconocido por quienes se entretejen en cada encuentro. Se trata, entonces, de un lenguaje delimitado.

II

Cuando la cultura y civilización maya apareció en el mundo, los ajawetik hicieron de la corporalidad humana una grafía. Ello puede leerse en las representaciones escritas en estelas, murales, vasijas y figuras. El cuerpo aparece al descubierto: sin pudor, sin censura ni morbosidad, develando la existencia de una cosmovisión sexual y de sexualidades ancestrales que no sólo los ajawetik conocían y practicaban, sino además fueron transmitidas a la humanidad. En distintos vestigios arqueológicos se aprecia la desnudez de hombres y mujeres: senos, penes, vulvas, vellos, ombligos; órganos sexuales que narran el sentido de la fecundidad, la virilidad y reproducción humana. También hay estatuillas explícitas que recrean encuentros sexuales como si no hubiera nada que ocultar. Es posible deducir que la sexualidad no era un tema tabú, sino algo cotidiano. De allí que el erotismo en las obras evidencia su existencia.   

La representación de los cuerpos sugiere que la manifestación del erotismo es siempre dual. No se es erótico por propia cuenta: siempre reclama la presencia de alguien dispuesto a ver, sentir, tocar, probar, descubrir. Los murales y monumentos lo sostienen. La dualidad son las energías masculinas y femeninas, y las intersticiales, las que surgen en el encuentro de ambas. Por ello no toda representación es fornicación y erotismo heterosexual, también cuentan con encuentros homosexuales. En la cosmovisión sexual de los pueblos mayas se reconocía y respetaba las alteridades sexogenéricas4. Lo que hoy en los pueblos tseltales se denomina antsil winik (mujer/hombre; hombre/mujer) y cha’kaj winik/cha’kaj ants (el hombre homosexual/ la mujer lesbiana), que también alude a los seres intersexuales, es decir, hermafroditas. 

El descubrimiento de las obras y arquitecturas fue visto con terror por los primeros colonizadores, que reaccionaron con repugnancia a la práctica sexual y su representación. El delito, el pecado, la moral religiosa fueron los fundamentos para rechazar toda práctica homoerótica. La sexualidad entre heterosexuales se moralizó y se prohibió si no era dentro del matrimonio. Lo que antes fue un tema cotidiano, de pronto se convirtió en algo inmoral, oculto e indebido. Pero lo que nunca se pudo colonizar, controlar ni disciplinar fue el corazón, la memoria encarnada en donde se resguardó la vitalidad de lo que hoy nombramos como erotismo. 

III

En los pueblos tseltales del presente prevalece la censura de la sexualidad. No es algo que se hable en la casa ni en la familia. Es, por mucho, un tema clausurado. Esto supondría que los cuerpos-personas son seres asexuales, que no tienen el deseo de la carne y la pasión, como si la práctica sexual solo existiera con un fin reproductivo, sin placer, ni goce. Sexo sin erotismo. Una secuela del colonialismo y la evangelización que censuró y estigmatizó el despliegue del cuerpo, la desnudez y la sexualidad. Por fortuna, la suposición es fácilmente refutada. El deseo, el erotismo y el amor pueden ser contenibles, pero no imposibles. 

En los pueblos, la desnudez es parte de la vida que se expresa en hábitos cotidianos: en los ríos mientras las mujeres conversan y lavan la ropa con el pecho descubierto. En las tardes cuando la familia se reúne en el temazcal para bañarse con el vapor de las piedras ardientes. En la casa de la curandera que palpa el vientre de la madre embarazada. En la infancia que juega y corre sin prenda. La desnudez sin injuria ni lascivia, que también “está ligada a un sentido espiritual/onírico como instrumento de acercamiento a las deidades o búsqueda de la curación”5. El cuerpo desnudo existe sin el componente erótico. 

Pero cuando la desnudez se dispone al encuentro sexual, ésta no se habla: se practica. Las manos se disponen al contacto. “En el sentido más profundo, el tacto es el verdadero lenguaje del sexo”6. Las personas buscan la manera de explorar con el cuerpo del otro, de la otra, de dejarse llevar por los ritmos acelerados del corazón y la respiración que desean sentir. Cualquier espacio sin testigos es adecuado para el encuentro. En el centro de la milpa, en medio de un bosque, en los adentros de una cueva, en una casa deshabitada. “Ya yak’oltesben ko’tan te li’ ayate. T’axan aba, jich ya xt’axanon ek. Me alegra el corazón que estés aquí. Desnúdate, que yo también voy a desnudarme”. “Buts’on kala me’; buts’on kala tat. Bésame, querida mujer; bésame, querido hombre”. El cuerpo se entrega a la desnudez, la boca a los besos, para averiguar los límites del erotismo. 

Así se descubre que la mano no sólo está hecha para trabajar la tierra, bordar las blusas, apilar la leña, también para desenrollar la faja y nagua, acariciar y sentir la humedad del sexo. La lengua para distinguir los sabores de la piel. Los ojos para recorrer las sombras de la desnudez. Eso es el erotismo: “implica contravenciones a los usos normativos del cuerpo: la boca con la que se habla y come, pero con la que también se besa”7

La gente tseltal considera que el deseo sexual comienza a manifestarse en la juventud, una etapa de vida en que “el antojo” es mayor. Las nominaciones en las distintas variantes lo develan: Sits’ te winike, “el hombre anda antojadizo”. Sits’uben te antse, “la mujer tiene antojo”. Chijuben te winike, “el hombre tiene antojo de sexo”. La vida sexual es sigilosa e insospechada, sobre todo cuando se da fuera del matrimonio, como sucede en el noviazgo, una forma en que la juventud se relaciona en el presente y que ha cobrado presencia en las comunidades.

Las generaciones de antaño eran más reservadas, pero no asexuales. El erotismo también tiene una temporalidad y es cambiante. Las de ahora, mucho más abiertas, producto de la kaxlanización de los afectos8. La juventud se ha apropiado de prácticas eróticas aprendidas en el mundo kaxlan, de las sociedades “modernas”, donde las manifestaciones sexoafectivas son diversas, y se muestran en distintos espacios y contenidos como en las películas, las telenovelas, en bares y antros, donde el contacto erótico es posible. Hombres y mujeres jóvenes expresan, la ya’yikix at, “ya tuvieron sexo”, a modo de broma, pero también de confesión. 

Cada pareja teje su propio erotismo en los lienzos de la piel. Allí se graba, se palpa y lee. Se funda un lenguaje y una geografía que solo la pareja descifra. Hay encuentros íntimos y memorables que las palabras no logran aprehender, aún cuando se diga: kich’o ta ko’tan, “lo tengo en mi corazón”. Alguna vez tuve una pareja tseltal, a quien solía depilarle los vellos de su sexo, mientras me contaba alguna anécdota. Alcanzamos un alto grado de intimidad, tanto que podría describir el mapa de su cuerpo. Eso es también la expresión del erotismo.

El erotismo, es necesario decirlo, no se estimula con el consumo de pornografía ni de contenidos que fomentan la violencia sexual, la dominación y sumisión corporal de la persona. El erotismo exige libertad y consenso de quienes se encuentran. De allí la relevancia de la dualidad para que la fantasía, la pasión y el placer sean una experiencia compartida. Y no solo me refiero a experiencias heterosexuales, sino a todas aquellas que transgreden la heteronorma, como la experiencia de la juventud antsil winik que, pese a ser invisibilizados y sostener una vida recluida, buscan esas grietas y espacios para explorar con su sexualidad en la comunidad y en la ciudad a la que migran, donde se descubren en libertad. Nada ni nadie puede contener las pasiones del alma, del corazón y cuerpo.

IV

¿Una ficción o anhelo?

Ya jaxbet ak’ab k’alal xwaychijon, tulan ya jpetat. Ya jbuts’ acho

Ya achawan aba ta sti’ ko’tan, ya awa’y bit’il xtumton te ko’tane

Ya apeton. Ya ajunon sch’ixil ajk’ubal ja’to k’alal swijk’ jsite.

Te acaricio la mano cuando sueño, te abrazo fuerte. Beso tus mejillas. 

Te recuestas en mi pecho, escuchas cómo late mi corazón. 

Me abrazas. Me acompañas toda la noche hasta despertar.

El erotismo encuentra un momento singular en que puede prescindir la presencia física de la otra persona, es decir, cuando se sueña. Los mundos oníricos que se crean al soñar hacen que el ch’ulel tenga sus encuentros y que los placeres sean vívidos, al punto de alcanzar un grado de excitación y tener un “sueño húmedo” que, algunas personas en tseltal la denominan como la schux snal, “orinó su esperma [semen]”9. 

Pero más allá de la dimensión erótica que ciertos sueños ofrecen, también a través de ellos se expresan los deseos más profundos. Acaso como una manera de apelar a la esperanza de algo que anhelamos sea real. En los últimos días he tenido un sueño recurrente. “Una imagen victoriosa” se aparece en un campo extenso de girasoles. Al principio es una sombra gigante y, mientras avanza hacia donde estoy, se convierte en una tenue luz, pero distingo su rostro. Se acerca y me susurra una canción: “yo volaré sobre tu piel, no sé adónde llegaré…”10. Luego me abraza y se funda en mí, sus labios muerden mi oreja y mi piel se eriza. Al tratar asirla en mis manos, se disipa. Su luz se extingue al compás en que mis párpados se abren. Al despertar siento convulsiones en mi cuerpo, un frenesí me desborda. Me tomo unos minutos para asimilar el sueño. No sé si su ch’ulel busca al mío, si acaso intenta decirme algo que yo debo descifrar o si se trata de un deseo frustrado, una vida que no es “real”. Tal vez en ese mundo onírico, la “imagen victoriosa” amanece conmigo, nos soñamos juntos y descubrimos nuevas formas eróticas del amor, el sexo y la libertad.

  1.  Bataille, George, El erotismo, Barcelona, Tusquets, 1997, p. 20.
  2. Paz, Octavio, La llama doble. Amor y erotismo, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1997, p. 197.
  3. Barrantes Rodríguez, Iveth y Araya Vega, Eval Antonio “Apuntes sobre sexualidad, erotismo y amor”, Inter Sedes: Revista de las Sedes Regionales, vol. III, núm. 4, 2002, pp. 80.
  4. Uso este concepto con el afán de no reducir todas las alteridades, por el contrario, las que existen en cada cultura y que no necesariamente responden a los ordenamientos hegemónicos del sexo, la sexualidad y el género.
  5. PH Joel y Abraham Gómez, “T’anal. Desnudez y arte erótico en la mirada maya/zoque”, exposición colectiva, Galería de arte “La Muy”, San Cristóbal de las Casas, marzo de 2024.
  6. Montagu, Ashley, El tacto. La importancia de la piel en las relaciones humanas, Barcelona, Paidós, 2004, p.109.
  7. Parrini, Rodrigo, Deseografías. Una antropología del deseo, México, UAM, CRIM, 2018, p. 273.
  8. Véase Penka, Delmar, “La kaxlanización de los afectos”, en Tierra Adentro, https://tierraadentro.fondodeculturaeconomica.com/la-kaxlanizacion-de-los-afectos/
  9. Esta afirmación únicamente alude a la eyaculación masculina.
  10. Belanova, Mariposas, Sueño electro, México, Universal Music, 2011.