Tierra Adentro

I

El amor parece llevarse muy bien con dos cosas: los chocolates y la pseudociencia. Nido de charlatanes, el estudio del afecto le ha dado de comer a generaciones enteras de escritores de autoayuda, terapeutas sin cédula y conferencistas con más labia que formación académica. 

De niño, hurgando en el escaso librero de mis padres, tuve mi primer encuentro con el delirio clínico del amor: el infame —espero que para todo el mundo— superventas de John Gray, Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus. Más de un gurú, pasadas las décadas y acumuladas las refutaciones, se aferra a seguir usando esta obra como el marco teórico que explica que la mayor parte de los conflictos en una relación heterosexual emana de las irreconciliables diferencias —más metafísicas que fisiológicas, hay que decirlo— entre el cerebro masculino y femenino. Científicos cognitivos, como la británica Gina Rippon, llevan buena parte de su carrera denunciando la neurobasura que divulgan Gray y su escuela de embusteros vestidos con saco sport. Incluso ella, tan brillante y comprometida con la investigación real, portadora de las credenciales pertinentes, ha sido atacada por columnistas genéricos y amantes del análisis FODA cada vez que ha procurado demostrar que las minucias de nuestra conducta afectiva no se reducen a binarismos, ni pueden concebirse desde contraposiciones que, más que útiles, resultan dañinas. 

Sin embargo, cada seis meses brota, como la levadura que gema de una célula progenitora, un nuevo gurú de las relaciones y las conquistas, que recicla el mismo discurso reduccionista alrededor del género y el amor. En buena medida, como desenfrenados devoradores de contenido además de fanáticos acríticos de todo lo que se hace pasar por terapia, nos hemos vuelto cómplices del surgimiento de los “Temach” o los “Andrew Tate”. Más los que vienen en camino. 

II

Coprofagia retórica. Convertimos en cotidiano el consumo de mierda predigerida, basura algorítmica que sale a chorros por las alcantarillas de TikTok e Instagram con insistencia pluvial. Siempre lo mismo: se presenta inocente, diluida entre el resto de los videos de formato corto. Basta caer en un rincón triste para toparse con creadores que teorizan, desde las limitantes de sus neuronas, el funcionamiento de los engranajes con los que la mente echa a andar las formas del cariño, los lazos de la amistad. Iniciada la década de los 20’s, se popularizó —revivió, acaso— la teoría de los lenguajes del amor. La divulgación de la psicología científica sufrió un retraso de medio siglo desde entonces. 

Es sencillo de explicar: los lenguajes del amor, como conjunto y propuesta teórica, carecen de evidencia empírica, ofrecen una visión limitada del afecto y deforman la construcción de acuerdos entre los amantes.1 Fue Gary Chapman, pastor bautista estadounidense, quien coló en la cultura popular la idea de que los humanos hablamos cinco —no cuatro, no seis, no doscientos— lenguajes del amor: palabras de afirmación, obsequios, actos de servicio, tiempo de calidad y contacto físico. Chapman plantea que las relaciones satisfactorias se logran cuando cada parte habla el lenguaje primario del amor de la otra. Las estadísticas, como suelen hacerlo con el resto de las patrañas del mundo, derrumban esta afirmación. Incluso suponiendo que sólo existan los cinco lenguajes del amor —¡O que existe tal cosa como los lenguajes del amor! — que se les antojaron a los beatos tanates del pastor Chapman, se ha demostrado que la gente no prepondera uno sobre el resto, sino que los valúa a todos de forma integral a la hora de amar y dejarse amar.2 Quién diría que los humanos, entidades biológicas complejas con una conducta igual de compleja, establecen dinámicas afectivas que no se entienden desde la creación de categorías arbitrarias, sino desde la pluralidad y la complementación. Tremenda, tremenda sorpresa. 

Habría que hurgar un poco en las consecuencias de perpetrar un discurso basado en un vacío de realidad. No sorprende que la primera de ellas, viniendo de una figura religiosa, sea una reafirmación de la heteronorma: Chapman, a la hora de dar consejos en su sitio web, ha escrito comentarios irracionales y llanamente homofóbicos.3 Cuando una madre le pidió ayuda para mostrarle amor a su hijo después de que este le revelara que era gay, él respondió: 

La decepción es una emoción común cuando un padre escucha a uno de sus hijos decir que es gay. Los hombres y las mujeres están hechos el uno para el otro: es el diseño de Dios. Cualquier otra cosa que no sea eso está fuera de ese diseño primario de Dios. […]

Entre otras cosas, desde sus días como consejero matrimonial, el discursillo de Chapman le ha sido útil para seguir dándole vueltas al esencialismo biológico del que hablé en los primeros párrafos de este texto. Dice, apenas iniciado el noveno capítulo de su famoso libro4

Para el hombre, el deseo sexual tiene una base física. Es decir, el deseo de tener relaciones sexuales es estimulado por la acumulación de espermatozoides y líquido seminal. Cuando las vesículas seminales están llenas, hay un impulso físico para liberarlas. […] Para la mujer, el deseo sexual tiene sus raíces en sus emociones, no en su fisiología. No hay nada que se acumule físicamente y la empuje a tener relaciones sexuales. Su deseo tiene una base emocional. Si se siente amada, admirada y apreciada por su marido, entonces desea tener intimidad física con él. Pero sin la cercanía emocional es posible que tenga poco deseo físico. 

Dejando de lado su erróneo entendimiento de la función testicular, ¿hace falta explicar lo peligroso que es entender el sexo como un imperativo fisiológico necesario para salvaguardar el bienestar de los hombres? ¿Hace falta señalar los estereotipos misóginos detrás de sus aseveraciones sobre el deseo sexual de las mujeres?  

Sin saberlo, los adolescentes tiktokeros que editan videítos sobre los lenguajes del amor ocupan buena parte de su tiempo en la divulgación de ideas nocivas y carentes de respaldo que, irónicamente, refuerzan conductas que van en contra de su propio entendimiento del mundo.   

Tremenda, tremenda sorpresa.

III

Incluso el conocimiento científico —aquel que, por su metodología de obtención, falsabilidad y rigurosidad estructural, merece ser llamado así— puede ser víctima de los malentendidos y las negligencias. Son tan tristes como comunes los casos de conceptos que terminan por ser deformados en pro de su uso común. El de la teoría del apego es uno de ellos. 

Cindy Hazan y Phil Shaver, en un artículo de 1987 publicado en la revista Journal of Personality and Social Psychology, fueron los primeros psicólogos sociales en incorporar el uso de la teoría del apego para entender las relaciones sexoafectivas en los adultos.5 En su aproximación fundacional, procuraron explicar cómo es que los vínculos afectivos de la infancia se traducen en diferentes dinámicas amorosas durante la madurez, de modo que los tres estilos principales de apego fuesen el seguro, ansioso y evitativo. Hazam y Shaver partieron de las bases teóricas establecidas por el psiquiatra John Bowlby y la psicóloga del desarrollo Mary Ainsworth, quienes, en suma, describieron cómo es que los primeros años de crianza de un infante son decisivos en la formación de lazos con su cuidador. Si bien el cuerpo de trabajo de Bowlby y Ainsworth ha ganado respaldo etológico, evolutivo y psicológico, no lo exime de pasar ante la lupa del pensamiento crítico.  

Entre las objeciones principales que se les impusieron a los primeros estudios sobre la teoría del apego infantil se encuentra el hecho de que estaba centrada fuertemente en la relación con la madre, dejando de lado factores contextuales como el ambiente de formación e incluso el desarrollo de vínculos posteriores con otras personas; además, hace falta notar que la teoría (que le da tanto peso a los patrones de la crianza temprana) se popularizó después de la segunda guerra mundial, periodo especialmente hostil hacia a las maternidades alternativas, pues se temía que las mujeres abandonaran el cuidado de la casa en pro de formar parte del mercado laboral. 

¿Existe un problema en divulgar teorías que aún se encuentran abiertas al debate y la revisión? Para nada: bienvenido el diálogo. El punto de quiebre de la estupidez colectiva de las plataformas de contenido ocurre cuando estos conceptos son arrancados de su contexto y, en un secuestro semántico, son usados para ejercer el gran vicio de la generación zeta: el diagnóstico y la patologización.  ¿Tardas en contestar los mensajes de texto de tu pareja y tus amigos? Tienes, claramente, apego evitativo (y no una jornada laboral sin descansos, por ejemplo). ¿Procuras a menudo la proximidad física de tu pareja? Está claro que tienes apego ansioso. ¿Dejaste de contestarle a tu ligue de Tinder con el que hablaste por día y medio? Estás proyectando una herida de rechazo debido a que en la infancia tuviste una figura de apego ausente. Etcétera. 

Limitar ciertas microconductas a la condición de etiquetas incuestionables nos vuelve, en conjunto, vulnerables a entender otros aspectos de la personalidad y la vida íntima desde una sencillez descerebrada. Valdría la pena desempolvar los usos y costumbres del pensamiento crítico para evitar convertirnos en las víctimas de un terrible daltonismo: a los charlatanes les encanta la gente que sólo puede ver el mundo en dos colores. 

Referencias

  1. Impett, E. A., Park, H. G., & Muise, A. (2024). Popular Psychology Through a Scientific Lens: Evaluating Love Languages From a Relationship Science Perspective. Current Directions in Psychological Science. https://doi.org/10.1177/09637214231217663. 
  2. Cook, M. et al. (2013). Construct Validation of the Five Love Languages. Journal of Psychological Inquiry. 18 (2), 50-6. 
  3. The Creator Of The 5 Love Languages Is A Homophobe And This Is Why We Can’t Have Nice Things. (2021). Consultado en marzo de 2024, en Scary Mommy website: https://www.scarymommy.com/creator-5-love-languages-homophobe
  4. Chapman, G. (2004). The Five Love Languages. How to Express Heartfelt Commitment to Your Mate. Northfield Publishing, p.110-111.
  5. Hazan, C., & Shaver, P. (1987). Romantic love conceptualized as an attachment process. Journal of Personality and Social Psychology, 52(3), 511–524. https://doi.org/10.1037/0022-3514.52.3.511


Autores
Nació el 16 de octubre de 2000, en Guadalajara. Es narrador, ensayista y divulgador científico. Ha sido ganador de los concursos “Creadores Literarios FIL Joven” (en las categorías de cuento y microcuento), “Luvina Joven” (en las categorías de cuento y ensayo) y del Premio Nacional de Ensayo Carlos Fuentes, que otorga la Universidad Veracruzana. Algunos de sus textos han sido publicados en las revistas Luvina, Punto de Partida, Pirocromo, Vaivén, Catálisis y GATA QUE LADRA.