Tierra Adentro
Concilio de Nicea, 325. Fresco en el Salón Sixtino, Vaticano. 1590. Por Giovanni Guerra (1544-1618), Cesare Nebbia (1534-1614) y ayudantes. Obra de dominio público
Concilio de Nicea, 325. Fresco en el Salón Sixtino, Vaticano. 1590. Por Giovanni Guerra (1544-1618), Cesare Nebbia (1534-1614) y ayudantes. Obra de dominio público

Apenas despuntaba la comunidad cristiana en las principales ciudades del imperio romano cuando las diferencias doctrinales se hicieron a tal punto enconadas que fue necesaria la intervención de los apóstoles. La disputa más importante, según narra el capítulo XV de los Hechos de los Apóstoles, fue la supuesta obligatoriedad de que los nuevos conversos cumplieran con ciertas prescripciones mosaicas, como el rito de la circuncisión. Dejando de lado la discusión sobre la verosimilitud de la reunión, se considera en los manuales de historia de la Iglesia como el primer concilio del cristianismo, esto es, la primera reunión oficial de creyentes —apóstoles, presbíteros y fieles— para deliberar una doctrina. 

Al Concilio de Jerusalén le sucedieron otros de igual proporción: los llamados concilios prenicenos (Roma, Cartago, Elvira y Galia), que se limitaron a deliberar problemas locales sin tocar por ello cuestiones doctrinales de relevancia universal. Fue hasta la conversión del emperador Constantino, en octubre del año 312, que se comenzó a discutir en las comunidades cristianas la necesidad de convocar a un concilio que estableciera un corpus doctrinal sobre el cual estructurar la Iglesia. 

Osio de Córdoba, santo que luego fue descanonizado y que actualmente se encuentra de nuevo en proceso de canonización, en su calidad de consejero de Constantino, convocó para el 20 de mayo del año 325 un concilio en la ciudad de Nicea, al noroeste de lo que hoy es Turquía. Este acontecimiento, promovido activamente por el mismo emperador, marca un punto de inflexión en la historia del cristianismo y de la civilización occidental. Es el primero de los siete concilios ecuménicos (del lat. œcumenicus, “universal”) que reconocen las principales confesiones cristianas: las Iglesias ortodoxa, luterana, anglicana y católica. Se trata del momento en que el cristianismo comenzó un largo proceso de consolidación bajo el amparo del Imperio Romano. Su impacto no se limitó al ámbito teológico, sino que alcanzó dimensiones políticas, culturales y sociales que delinearon los siguientes siglos en Europa. 

Además de una obvia necesidad política, el detonante teológico del Concilio de Nicea fue la controversia arriana, que cuestionaba la divinidad de Cristo. Arrio, un presbítero de Alejandría, sostenía que el Hijo era una criatura creada por el Padre y, por tanto, no coeterno ni consustancial con Él. Esta postura dividió profundamente a las comunidades cristianas, generando un conflicto que amenazaba la unidad eclesiástica, y por tanto, la estabilidad del imperio. La polarización era tal, que algunas narraciones cuentan que el obispo de Bari, san Nicolás, apenas se encontró con Arrio le soltó una bofetada. La anécdota es inverosímil, pues no hay evidencia de que la figura originaria de Santa Claus haya participado en el concilio, pero refleja bien el ambiente que se vivía entonces. 

El resultado más significativo del concilio fue la formulación del Credo niceno (también llamado Credo nicenoconstantinopolitano): una declaración de fe que afirmaba la consustancialidad del Hijo con el Padre. La palabra clave, “homoousios”, significaba que Cristo no era una criatura subordinada, sino de la misma naturaleza de Dios. Este término, aunque ausente en la Escritura, se convirtió en la piedra angular de la ortodoxia cristiana. 

Más allá de su contenido teológico, Nicea estableció un precedente en la relación entre la Iglesia y el Estado. La convocatoria del concilio por parte de Constantino sentó las bases para la futura interferencia imperial en los asuntos eclesiásticos, un modelo que se repetiría a lo largo de la historia medieval y moderna en la cristiandad occidental y oriental. Además de la cuestión cristológica, el concilio abordó otras problemáticas de organización eclesiástica: cánones sobre la disciplina clerical, la fecha de la Pascua y la estructura jerárquica de la Iglesia fueron fundamentales para la consolidación de un cristianismo institucionalizado, con una autoridad cada vez más centralizada en la figura del papa. 

La formulación del Credo niceno proporcionó un lenguaje común para la fe cristiana, lo que repercutió casi de inmediato en la liturgia, la catequesis y la teología posterior. En un mundo donde la escritura y la oralidad coexistían, la repetición de este credo en las comunidades cristianas reforzó la identidad doctrinal y las cohesionó, pero también contribuyó a la marginación de ciertas comunidades disidentes. Nicea no sólo definió la ortodoxia trinitaria, sino que también estableció la metodología de los futuros concilios ecuménicos. Así, la noción de una asamblea de obispos con autoridad para definir la doctrina se convirtió en un principio rector del cristianismo, especialmente en la tradición católica y ortodoxa. 

En términos políticos, Nicea anticipó el modelo de cristiandad que dominaría la Edad Media. Con la creciente influencia del cristianismo en el aparato estatal, se sentaron las bases para la fusión entre la Iglesia y el poder civil, lo que eventualmente llevaría a conflictos entre el papado y los monarcas europeos en la lucha por la supremacía. Consolidar al cristianismo como religión imperial llevó a la progresiva marginación del paganismo. Si bien Nicea no decretó oficialmente la persecución de las religiones tradicionales, su impacto en la política religiosa posterior fue innegable. A medida que el cristianismo se afirmaba como culto y cultura hegemónicos, las antiguas prácticas religiosas fueron condenadas y erradicadas. 

Finalmente, la formulación del dogma trinitario exigió un refinamiento conceptual que llevó a los teólogos a emplear categorías filosóficas griegas, como la esencia y la persona.

Este diálogo entre cristianismo y filosofía sería crucial en las discusiones sobre la epistemología de la fe, que se detallaron durante la escolástica. Más que un evento teológico, Nicea fue un momento fundacional en la historia del cristianismo y del mundo occidental. Sus decisiones moldearon la identidad cristiana, determinaron la relación entre religión y poder, entre fe y razón, y establecieron un modelo de organización eclesiástica que persiste hasta el día de hoy.