El peso de la memoria
“Una de las cosas que me fascina es determinar cuándo es mejor recordar y cuándo es mejor olvidar.”
Kazuo Ishiguro
Es el día más importante de su vida. Viste camisa blanca y saco negro. Mira un salón reluciente, pero solo piensa en los cómics y revistas que mes con mes llegaban de Japón. Oye la voz de sus padres en algún lugar de la sala. Piensa en el parvulario y la parada del tranvía en Nagasaki. Imagina que oye sonar en el aire de la tarde voces singulares de otro siglo, el rechinido de la silla del barbero y aquel perro feroz que aún vive junto al puente. Se abre una puerta lateral. Un público pulcramente vestido lo recibe con aplausos. Avanza, aunque en su mente permanece sentado en el umbral de su casa, esperando que alguien más corra en los caminos del recuerdo.
He decidido empezar con este escenario para honrar uno de los momentos claves del poeta de la memoria. El siete de octubre se cumplen seis años de que ganó el Premio Nobel de Literatura. La memoria es un tema central en la literatura de Kazuo Ishiguro. Impregna todas sus novelas y parece ser un sello distintivo de su escritura. De hecho, la frase de apertura de su discurso de victoria del 2017 comienza con las palabras “Yo recuerdo”.
Leer al autor japonés es adentrarse en la nostalgia. Tiene muchos éxitos, pero Nunca me abandones es una joya dentro de su colección, una elegía audaz que, aunque la cuestiona con fuerza, no deja de cantarle a la vida. Muchos de los personajes de Ishiguro quieren volver al pasado y reconstruirlo como un rompecabezas, quizá en un intento por descubrir la pieza perdida que les permita entender el presente.
Aunque también hay algunos que intentan reprimir ciertos recuerdos, lo que determina las rutas que van a tomar hacia el pasado, a través de los corredores de la memoria. Siempre procurando evitar ese recuerdo que les duele para tratar de esconderlo de sí mismos.
En Pálida luz de las colinas (2004), Etsuko intenta superar los aspectos dolorosos de su pasado de postguerra e insiste en que es muy probable que su memoria no sea exacta y que las cosas no hayan sucedido del modo como ella las recuerda, y si bien recuerda mucho, confiesa en algún momento un profundo deseo de que no la hagan recordar el pasado, porque está suprimiendo hechos de un momento doloroso.
¿Por qué Ishiguro escribe sobre la memoria?
En diversas entrevistas, el escritor ha comentado tres razones por las que le gusta trabajar con ella: “Ventajas técnicas, la textura y la naturaleza temáticamente interesante”.
En cuanto a técnica, la memoria le permite al escritor escapar de los límites de una historia lineal. Tiene un halo de neblina al no ser del todo confiable. Puede ser manipulada por cada persona. Quizá no lo parezca, pero a menudo, al igual que Etsuko, alteramos las imágenes del pasado para hacerlas congruentes con nuestro esquema de percepción.
En cuanto a la naturaleza temáticamente interesante, puede que sea el más ambiguo de los tres puntos, pero quizá la sexta novela de Ishiguro, Nunca me abandones, nos ayude a esclarecerlo, ya que, en la obra, se ve la relación de la memoria con la identidad, la muerte y la existencia humana.
En esta novela, el pasado no regresa como un fantasma que los atormenta, sino como un intento de recuperar algo perdido y de construir una identidad. Además, en contraste con Banks, el protagonista de Cuando fuimos huérfanos, que trae sus memorias al presente y mira hacia el futuro, Kathy no tiene un futuro hacia donde mirar.
Nunca me abandones es una obra dolorosamente conmovedora, inquietante y cautivadora sobre tres clones (Kathy, Ruth y Tommy). No tienen padres biológicos y buscan cumplir la misión que ha sido impuesta para ellos. Está ambientada en una versión alternativa de Londres a finales de la década de 1990. Los avances en ingeniería genética han evolucionado tanto la medicina que muchas enfermedades son exitosamente tratadas después de recurrir al trasplante de órganos provenientes de los clones.
Sin embargo, a pesar de su utilidad, los clones han sido excluidos de la sociedad. Los consideran un mal necesario para poder prolongar sus vidas y la sociedad prefiere no mirarlos. Les permiten vivir sus vidas por las sombras y conducir por las “oscuras carreteras del país” hasta que realicen el último sacrificio de entregar sus cuerpos para la extracción de órganos.
La memoria y la identidad
A lo largo de la novela tenemos dos fuerzas opuestas: el deseo de la nación de negar la existencia de los clones, por un lado, y el deseo de los clones de aferrarse a sus recuerdos, por el otro. En otras palabras, uno es un deseo de olvidar; el otro, de recordar.
El recuento de las memorias de Kathy mediante flashbacks se vislumbra como un intento de hacer una historia de sí misma y de otros clones como ella. Poder compartir los recuerdos y sentimientos de sus días en Hailsham, un centro educativo exclusivo, es una forma de afirmar su vida: son nuestros allegados los que aprueban nuestra existencia y, en reciprocidad, nosotros aprobamos la suya.
Cohen considera que la característica principal de la memoria autobiográfica es “su relación con el yo”, y afirma que los acontecimientos personales que uno puede recordar son “los bloques de construcción a partir de los cuales se construye el yo”. Por lo que, a través de estos “bloques” se puede lograr una mayor comprensión y consciencia de uno mismo. Esto reafirma que la distancia temporal que nos separa del pasado no es un intervalo muerto, sino una transición generadora de sentido.
Kathy reflexiona con frecuencia sobre su pasado y los recuerdos que la han convertido en quien es. Recuerda un momento de su infancia en el que ella y sus amigos jugaban a ser personajes diferentes de sus libros favoritos. Años más adelante, Kathy analiza el significado de ese recuerdo y afirma que “era el tipo de cosas que permanecían contigo, mucho después de que habías olvidado a las personas o los acontecimientos reales involucrados”.1 Esta cita ilustra la idea de que los recuerdos tienen el poder de moldear la identidad e influir en la forma en que vemos el mundo que nos rodea.
La memoria es como una red, dice Ishiguro —quizá no sea el primero en decirlo—. Un par de semanas después de la muerte de Tommy, Kathy detiene su auto frente a una vista interminable de campos llanos. Se encuentra ante hectáreas de tierra arada rodeada por una alambrada en la que ha quedado atrapada “todo tipo de basura” por el viento.
Pensé en todos aquellos desperdicios, en los plásticos que se agitaban entre las ramas, en la interminable ristra de materias extrañas enganchadas entre los alambres de la valla, y entrecerré los ojos e imaginé que era el punto a donde todas las cosas que había ido perdiendo desde la infancia habían arribado con el viento y ahora estaba ante ellas.2
Declaración que deja de manifiesto lo interesante de cómo el deseo de inmortalidad ha impulsado el crecimiento de la civilización. Dice Cave que existen cuatro “narrativas de la inmortalidad”: preservar el cuerpo físico, esperar la resurrección y dejar un legado en forma de obras culturales o descendencia biológica.
El amor y el arte
Los clones de la novela de Ishiguro no pueden mantener su cuerpo físico intacto. Además, al vivir en un mundo cerrado que no los contempla dentro de la dimensión religiosa, tampoco tienen la posibilidad de pensar en un alma. Los clones no están diseñados para tener descendencia biológica, pero creen en el amor y la creatividad, y Kathy intenta dejar un legado más allá de sus órganos, construyendo una identidad a través de la narración de su experiencia y sus recuerdos.
Esto del amor también es relevante. En novelas distópicas como 1984 y Un Mundo Feliz el amor es una fuerza subversiva que amenaza la estabilidad del sistema. En la distopía de Ishiguro, el amor no solo no genera ningún desafío al sistema, sino que se convierte en cierta medida en un elemento clave que les ayuda a los graduados de Hailsham a reconciliarse con su situación.
El hecho de que el amor y el arte no puedan añadir algunos años más en la vida de Kathy y Tommy no impide que ayuden a que su existencia sea más plena y significativa. Lo que queda de manifiesto con las siguientes palabras de Kathy: “Me educaron para pensar que no importaba: el amor, la amistad, la música, el mar, las montañas, el cielo”,3 posteriormente caer en la cuenta de que eso es lo que le ha dado sentido a su vida.
Memoria y nostalgia
En una plática con Kenzaburo Oe, Ishiguro dijo: “escribir fue un acto de preservar la memoria y las ideas de ese paisaje que yo llamaba Japón”. Para Ishiguro hubo una necesidad urgente de plasmar en papel esta mezcla de memoria, especulación e imaginación antes de que desapareciera de su mente. Algo similar sucede con Kathy. Quiere preservar sus recuerdos y está en una carrera contra el tiempo, si no quiere que se pierdan en la niebla de olvido que los rodea.
Ishiguro nos presenta una novela centrada en el deseo de no olvidar y de recuperar los lugares que nos han hecho quienes somos.
Además, seamos sinceros, estos recuerdos son de las pocas posesiones reales que tienen los clones. Aunque, en general, Ishiguro parece defender que hay ciertos objetos que llevan consigo los recuerdos y las historias de algunas vidas que han desaparecido, objetos como el casete de Katy donde aparece la canción que da nombre al libro, y que termina por convertirse en una red que retiene varios recuerdos. Metáfora entrañable de la historia.
El premio Nobel no siempre deja contentos a todos. Sin embargo, creo que no solo leemos Ishiguro por haber ganado el Nobel, sino por ser un autor lúcido, cuyas letras nos hacen pensar más allá de nuestras fronteras y forman una contribución única para entender temas como los quiebres emocionales, la memoria, la identidad y la existencia humana.
Referencias:
Ishiguro, Kazuo, Nunca me abandones, Anagrama, México, 2021.
Cave, Stephen, Inmortalidad: la búsqueda de vivir para siempre y cómo impulsa la civilización, Crown Publishers, Nueva York, 2012.
Cohen, Gillian, Memoria en el mundo real, Psychology Press, Reino Unido, 2007.