El país devorado por gusanos: En qué piensan los gusanos cuando tienen hambre, de Julio Zatarian
Raymond Carver dijo que todo buen escritor elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad, el cual es consustancial al estilo propio. Ese estilo, es la firma indeleble e inimitable que pone en papel un escritor. Su creación literaria, su universo ficticio, será distinguible de otros autores. Esto ocurre con el escritor mazatleco Julio Zatarain (1990), en el libro de cuentos “En qué piensan los gusanos cuando tienen hambre”, precisamente título que hace alusión a Carver.
Publicado por la editorial universitaria de la UANL, este libro fue merecedor del Premio Nacional de Cuento José Alvarado 2021. En los siete cuentos que conforman la obra ganadora, Julio Zatarain crea un universo compacto en donde la violencia es una línea trazada que repercute en la vida de sus personajes. Una violencia perceptible en un Mazatlán que dista de la realidad que sus gobernantes venden concienzudamente en paquetes de all inclusive a los turistas que visitan la “Perla del Pacífico”. Un punto estratégico en el comercio de las drogas que fue mermado por una guerra y que, como diría en una crónica escrita por Julian Herbert: “También porque es la sede del narcomenudeo en Mazatlán, y la fama es que en sus inmediaciones se consigue la mejor cocaína de México”. En el Mazatlán periférico, el que es un animal vivo devorado por los gusanos. Ahí donde hay ceguera, están las historias que Zatarain narra con voz propia.
En “Flores Artificiales”, relato que inaugura el libro, un adolescente nos lleva al velorio de América, una niña obligada por su padre a vender flores y que un día aparece muerta. Como la vida misma, la ausencia es un aire petrificado en la joven conciencia del
protagonista. ¿Quién la asesino?, ¿en dónde estará en este momento?, ¿así es el amor?, ¿esto es ser un hombre? Miles de preguntas caen sobre su cabeza, pero ninguna respuesta trae consigo desahogo ni consuelo.
La bicicleta es un elemento constante en las historias de Zatarain. En cierto modo, juega como una especie de McGuffin (puede o no, tener repercusión en la historia, pero siempre está presente), pues en la bici los personajes avanzan, observan, buscan, huyen, se esconden, y es un objeto de deseo. En efecto, lo último sucede en “El diablo en bicicleta”, en donde Bruno Salamanca (otro joven narrador) relata que antes de salir de la secundaria sostuvo un pacto fáustico, por ello tiene que intercambiar a su Toribia para así vencer sus propios miedos: “Los miedos son organismos vivos que se expanden a la par del universo, me encantan, pero tú me caes bien, por eso vine a ayudarte”, le dice el diablo a Bruno. Este relato aborda el primer encuentro sexual, la vergüenza que surge a raíz del secreto a voces de una madre prostituta, la ausencia del padre por abandono, y la rivalidad que se origina en el barrio.
Los personajes de este conjunto de relatos deben sobrevivir a un entorno violento. El lector que se sumerge en sus historias, siente la necesidad de meter las manos dentro de la hoguera que arde en sus páginas para así tratar de rescatar a los personajes del peligro inminente. “La pirueta de la liebre”, es un claro ejemplo. Julio Zatarian nos hace conocer al Morrison, un vendedor de periódicos de un crucero que, despojado de su hogar, un día se enamora de una mujer que mendiga dinero en los semáforos. Por un momento, sentimos que hay esperanza en la vida de estos dos personajes que se entrelazan por el acaso. Se internan en un baldío a fumar mota, planean vivir juntos y escapar de la ciudad con un fajo de billetes. Sin embargo, la felicidad se escabulle a medida que avanza la historia, el mundo se va comprimiendo hasta reducirlos por completo.
Lo mismo sucede en “Personas a las que prendimos fuego”. En este cuento, una mujer relata a su tía el motivo por el cual mató a su pareja. “Me siento muy tranquila por haber matado a mi esposo, tía. La basura no se saca sola. Deberían agradecerme. Algunos periodistas dicen que lo maté porque no quiso ayudarme a fregar los platos. Qué tontería, ¿no? Cuando la gente muere, ellos hacen dinero”, así comienza un relato estremecedor que aborda la incapacidad de escapar de las atroces garras de la violencia doméstica. De algún modo, toda madre desea un mundo en donde su hija tenga una vida tranquila, pero el diablo está en todo hombre.
El diablo también está en la cabeza de Oscar, protagonista de “Día plástico”, un hombre que se trepa a una torre eléctrica de 30 metros de altura y amenaza por lanzarse al abismo si no le regresan a su hijo Beto. En este cuento Julio Zatarian muestra la destreza para intercalar varias voces, a través del correlato de historias superpuesta, sin que se presenten vericuetos. La crítica a la sociedad ante la inminente muerte transmitida en redes sociales, es una reflexión que causa resquemor.
Por su parte, “Nadar en tierra”, nos cuenta la historia de Camergan, un pescador veterano que atrapa un pez cerdo luminoso nunca antes visto, lleno de colores. Luego lo negocia por miles de dólares con Don Neto, el gran capo de la Monarquía Lizárraga. Cuando el pez no enciende, el mundo vuelve a su misma resonancia. A su vez, el deseo carnal que Camergan siente por Felipa, una mujer que, como muchos en este país, busca a su hijo desaparecido.
El libro cierra con “El hambre de los gusanos”, un cuento interconectado con el de Oscar, pues diez años después de su muerte, Beto su hijo, vive condenado a los grilletes del pasado paternal. Ahora, lleva en la frente escrita la palabra RATA. Beto ha sido despojado de todo: de su padre, de su infancia, de su dignidad. No le queda nada, tanto así que ni siquiera vale la pena cobrar una justa de cuentas a cambio de su vida.
Julio Zatarain percibe un mundo innegablemente violento, para después procesar la realidad y transformarla en historias entrañables a través de un lenguaje potente en el que expresa el dolor humano. Precisamente, cada uno de estos cuentos logran cambiar la mirada. Basta abrir los ojos para ver aquello que quizá muchos no pueden nombrar. El mismo Julio sabe de ello, pues el libro está dedicado para su primo Chive, un joven desaparecido que no regresó a casa con vida, igual que muchos hombres y mujeres de este país repleto de fosas. En este país que es un organismo vivo devorado por gusanos.