Tierra Adentro
Foto tomada del sitio de la Feria Internacional de Lectura Yucatán

En Apocalipsis 10:9, Juan se dirige al ángel para que éste le dé el libro que tiene en la mano. El ángel le dice: “Toma y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel”. Esta imagen resume, de manera asombrosamente sintética, lo que ocurre cuando leemos sobre temas difíciles, oscuros o complejos en la literatura dirigida a los niños. En la buena literatura infantil, temas como la muerte, el divorcio, el cáncer, el abuso sexual o la inmigración pueden, en efecto, amargarnos el vientre; pero su sabor, colocado en las palabras y en el tono del texto, es dulcemente poético. En esta entrevista, Martha Riva Palacio (Ciudad de México, 1975), autora de libros de literatura infantil que no le teme al desafío de un tema aparentemente tabú para los niños, habla de cómo abordar y enfrentar la oscuridad para devolverles las palabras a sus lectores.

Katia Escalante: Yo te conocí por un cuento llamado “Niña cuerpo de cometa”, que está en un libro coordinado por Kirén Miret. Es un cuento sobre el abuso sexual infantil, y la verdad es que cuando lo leí, me quedé asombrada, porque creo que es un tema que casi no se toca en la Literatura Infantil y Juvenil (lij), y sobre todo en la lij mexicana. Entonces, ¿cómo abordar temas difíciles en la literatura infantil y qué papel juega el elemento poético, sobre todo en tu obra?

Martha Riva Palacio: Yo estoy relacionada con este tema, con el que me he enfrentado mucho cuando voy a escuelas y la gente me dice: “Mis niñas no están pasando por eso”. Hay una visión muy discriminatoria al pensar que el abuso sexual pasa solamente en clases muy bajas; es una aberración decir eso, pero sucede. Hablar de temas difíciles en la lij es recordar que vivimos en el mismo mundo. Obviamente todos quisiéramos que realmente los niños no pasaran por situaciones difíciles, pero, por ejemplo, en nuestro país, los niños y los jóvenes se ven enfrentados a situaciones que, desde un canon muy tradicional de la lij, no les corresponden. Entonces, se crea una brecha en la que no tienen literatura, no hay palabras o lenguaje para que puedan nombrar lo que les está sucediendo, especialmente cuando son muy chicos. Es muy difícil abordar temas complejos porque, por un lado, tienes que investigar mucho y necesitas, también, hacer un trabajo muy fino en cuanto a la cuestión de la perspectiva; es decir, si yo voy a hablar de abuso sexual, por ejemplo, en “Niña cuerpo de cometa”, que es para niños de primaria, tengo que hacerlo de una forma en la cual los niños sientan que realmente les estoy devolviendo la mirada, que no es una voz por encima que llega e impone; se trata de recurrir al mismo lenguaje, a los mismos códigos que usan los chicos para hablar.

Lo difícil no es hablar de temas complejos, sino el cómo. Por ejemplo, sobre el tema de la muerte podemos hablar a diferentes edades con el álbum El pato y la muerte, que es bellísimo y que tiene diferentes lecturas, tanto la del niño chiquito que lo ve y lo puede comprender, como la de un adulto que tiene, en ese mismo álbum, una lectura diferente. Eso es lo que se va a buscar, y ahí entra el lenguaje poético; las metáforas son la red de seguridad que nos permite abordar estos temas sin que lastimen. A fin de cuentas, esto lo hacían los cuentos de hadas: hablan de temas terribles, pero no lastiman emocionalmente porque hay una red de seguridad.

Este proceso de devolverles las palabras a los niños para que ellos nombren lo que les pasa es algo que está presente en tu obra. Por ejemplo, en “Niña cuerpo de cometa”, la niña llama al abusador “el hombre de la coladera”. ¿Es así como funciona la metáfora en este caso, para que los niños nombren situaciones que no conocen, que muchas veces pueden resultar oscuras?
Es delicado, porque hay que dar la información pero sin que lastime. Yo estudié Psicología, y con esta formación puedo afirmar que los seres humanos somos seres metafóricos y narrativos. En terapia con niños se trabaja por medio del juego, del dibujo, del arte; se entra por el lado donde yo puedo hablar del agresor, aunque no pueda decir que es mi papá, mi mamá o mi tío, pero lo puedo nombrar a partir de una metáfora; y, justamente, lo que hace uno como terapeuta es desentrañar esa red narrativa de metáforas que va creando el niño a través de los dibujos, del juego; y también es lo que hace uno a través de la literatura.

¿Cómo encuentra salida tu formación como psicóloga en tu obra? Además del entendimiento del ser humano como ser metafórico.
Bueno, uno estudia cosas y luego busca cómo integrar todo lo que hace. Por ejemplo, todo lo que tiene que ver con metáforas y con simbolizar sale en los temas que elijo. Aunque yo nunca di Psicología clínica, las prácticas que tuve a lo largo de la carrera me alimentaron mucho, y están ahí al momento de escribir sobre ciertas cosas; por ejemplo, en Buenas noches, Laika, que es el tema del suicidio, o en “Niña cuerpo de cometa”, que es abuso, yo tenía toda esta información extra que me ayudó a saber por dónde entrar, cómo es que a veces las chicas o los chicos hablan de lo que les sucede, de cómo sienten el cuerpo después de haber sido víctimas de un abuso. El cuerpo se vuelve una metáfora, a veces, de lo que no pueden verbalizar. Por otra parte, mi formación como psicóloga está también con Jung y toda la cuestión de los símbolos, el viaje del héroe, la estructura mítica y la forma en que uno va creando sus propios mitos en torno a su vida personal. Me alimento de todos esos elementos.

¿Eso lo podemos encontrar en tu más reciente novela, Orfeo? ¿Un mito muy antiguo para nombrar cosas en la actualidad?
Sí, es hablar del mito de Orfeo, pero haciendo otro análisis sobre cómo resuena ese mito. Por ejemplo, en mí, en mis experiencias, en los temas que me interesan, y cómo Orfeo se vuelve la proyección de mi propia voz. Yo imagino los mitos como algo muy orgánico que está ahí, en nosotros. Las mismas estructuras que llevaron a los primeros seres humanos a crear estos mitos están en nosotros; los niños, cuando son pequeños y crean sus propios mitos sobre la creación —cómo es que yo llegué aquí, de dónde vienen los bebés—, antes de que empiece a haber información, crean sus propias versiones de la creación del mundo; para los niños muy pequeños no hay distinción entre el adentro y el afuera: el primer mundo son ellos y su cuerpo, luego se extiende a la familia, luego a la casa, y se va ampliando.

En el caso de Orfeo encuentras inspiración en ese mito, pero en el caso de Buenas noches, Laika, ¿el hecho histórico de la Guerra fría funciona como un mito, como un pretexto para tirar del hilo y empezar a hacer una historia?
Sí, precisamente. La dimensión de este gran tema, la Guerra fría, toda la amenaza de la carrera espacial y la bomba nuclear —a fin de cuentas, siempre está el leitmotiv—, se vuelve una metáfora muy poderosa. Yo imagino a las metáforas como un iceberg, donde tienes una punta, pero empiezas a escarbar, escarbar y escarbar hasta llegar a un plano muy concreto o a una dimensión totalmente mítica. En cuestión de registro, puedes ir explorando esas dimensiones. Con mi editora, platicábamos acerca de que Laika es un personaje trágico a la manera de las tragedias griegas, y si uno lo ve desde esa perspectiva, de lo que implicó ese aislamiento —además, haciendo el ejercicio de verla como un igual—, resulta que es un personaje trágico que nos está reflejando una verdad muy profunda de la naturaleza humana. Muchas veces, nosotros nos hemos sentido como Laika, o hay alguien que se siente así.

Estamos hablando con rodeos de tu proceso creativo. ¿Cómo es realmente?
Tengo la inquietud, a veces, de hablar de un tema, y entonces es cuando empieza la parte del cómo. La primera parte de mi proceso creativo es leer mucho, escuchar música, ver cine, ir a exposiciones, alimentarme de todo. Con Buenas noches, Laika, por ejemplo, aunque yo no hice el diseño ni la ilustración, sino que la hizo David Lara, sí veía toda la estética de la carrera espacial, y sobre todo los posters de los soviéticos, que son impresionantes por todo el diseño que hay detrás. También me alimentaba de eso, de las películas de la época, y de muchas cosas por el estilo. Según el tema, voy alimentándome de ahí, y luego empiezo a escribir lo que se me va ocurriendo; tengo mi libreta donde vacío las cosas que pienso, y así voy escribiendo, escribiendo, escribiendo, y después empiezo, en este caos, a dar estructura e ir trabajando en la voz narrativa. A veces ahí es donde me topo con pared y tengo que echarme para atrás y volver a empezar, volver a buscar otras formas de escribir.

Y todas estas disciplinas, como el cine, la pintura u otras cosas que no son literatura, ¿de qué manera nutren tu obra?
A mí me ayudan muchísimo esas disciplinas. Neil Gaiman decía que si tú quieres hablar de astronautas, ve películas de cowboys; es decir, a veces es necesario salirte de tu zona de confort, de lo que ya conoces. A mí me ayuda porque es entrarle a otro tipo de lenguajes, a otro tipo de narrativas. A veces siento que si vas a hablar, por ejemplo, de Orfeo y te quedas sólo con la parte de la literatura —que sí es una parte de la investigación—, de repente te pierdes la otra parte, que son todos esos lenguajes, otras formas de abordar sensaciones, atmósferas. Si vas viendo la pintura, la ópera o el cine, en el caso de Orfeo, con Jean Cocteau, eso te expande muchísimo el panorama. Yo lo veo como una imagen que puedo expresar mejor diciendo “amplías tu vocabulario”.