Tierra Adentro

El primer fanzine del que tuve noticia fue un pequeño libro de dibujos e historias que fabriqué de niña con ayuda de mi tía. Ella dobló las hojas para formar un cuadernito, numeró las páginas, estructuró más o menos la alucinada historia de princesas, sapos, matrimonios y divorcios que le dicté, me dio unas crayolas, transcribió abajo de cada dibujo las frases que les correspondían, y, una vez terminado todo, procedió a coserlo cuidadosamente. Todavía lo guardo con enorme cariño. ¿Qué diría mi tía si supiera que implantó el germen de un espíritu punk en mi interior?

Saliendo de la carrera, empecé a trabajar en distintas editoriales. Regresando del trabajo, pensaba que debía haber algo más que los interminables ires y venires en metro, las correcciones de estilo, las planas, las acartonadas presentaciones de libros. Una manera de saltarse la fila, de tomar una ruta alterna. Finalmente, la vida me llevó, no sé muy bien cómo, a un taller de fanzines que organizaba el colectivo Cráter Invertido, que en ese entonces estaba a unas cuadras del metro San Antonio Abad, en la Obrera. Ahí aprendí que el término fanzine viene de fan magazine (revista de fans, para fans), y que nació en el ámbito de la Ciencia Ficción, en los años cuarenta, en Estados Unidos. Al principio, los fanzines eran publicaciones amateur de pequeño tiraje, con una función semejante a la que hoy día cumplen los blogs, las listas de correos o los grupos de WhatsApp: compartir información. Algo así como una plática entre amigos, con mayor alcance. No estaban pensados para un gran público, sino para uso interno. Solían ser gratuitos, y el trabajo de aquéllos que lo fabricaban no era remunerado.

Durante las sesiones del taller, pude entrever el sentimiento poético que se oculta detrás de una máquina fotocopiadora, y llena de entusiasmo escuché hablar durante horas acerca de Walter Benjamin y La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Hallé así las bases de un arte político, que busca salirse del marco meramente artístico para restituir su vínculo con la vida y con la sociedad —vínculo que la llegada de la modernidad había roto—. También me di cuenta de la delgada línea que separa al espíritu punk, anti-institucional, y la academia. A pesar de la voluntad fanzinera de compartir información entre la banda, desde abajo, muchos de los escritos acerca del fanzine son absolutamente incomprensibles para aquéllos que no están familiarizados con la filosofía y la teoría literaria. Como en todo, las cosas son más complejas de lo que parecen.

Poco a poco empecé a ver revistas y fanzines por todos lados, como aquellas mujeres que, al embarazarse, notan que la calle está llena de mujeres embarazadas. La ciudad estaba rebosante de pequeños folletitos llenos de letras y dibujos. El café de la esquina vendía una revista barrial, el señor del puesto de periódicos fabricaba un pequeño periódico con sus vecinos, y la tienda de ropa y artesanías de la otra cuadra vendía libros cartoneros. Mis amigos me empezaron a regalar las revistas estudiantiles en las que habían participado, les compré sus fanzines a los del café zapatista, y hasta me puse a hojear con nuevos ojos el Machetearte. Los cuadernillos de los discos me parecieron fanzines, los programas de los conciertos en la sala Neza me parecieron fanzines, los libros de Material de lectura me parecieron fanzines. Sentía que el mundo entero cabía en un cuadernillo de hojas engrapadas.

 

Los fanzines y la contracultura

Los fanzines no poseen inherentemente un carácter político. Sin embargo, en la década de los sesenta, se volvieron un medio de expresión contracultural importante. A partir de entonces, distintos grupos contraculturales —anarquistas, feministas, queer, ecologistas, etc.— adoptaron esta forma de publicación por tener características con las que se podían identificar y que podían usar a su favor. La primera de ellas es, por supuesto, su carácter práctico y económico. El bajo costo de producción del fanzine lo volvió ideal para llegar a grupos sociales marginados: podían ser repartidos gratuitamente, vendidos por casi nada, intercambiados por algún otro producto u ofrecidos a cambio de una “cooperación solidaria” indefinida, es decir: dame lo que puedas. Las siglas diydo it yourself/hazlo tú mismo— resumen la forma en que los punks, al apropiarse de los medios de producción —comprando una fotocopiadora, usando las impresiones gratuitas de alguna oficina, haciéndose amigos del chavo de la papelería, o usando la impresora de sus vecinos—, pudieron saltarse las distintas etapas burocráticas que requiere una publicación —la corrección de estilo, la corrección de galeras, la corrección ortotipográfica, las pruebas finas, etc… — para llegar directamente a la médula de la cuestión: el intercambio de toda clase de contenidos, fueran artísticos, políticos, informativos o de cualquier otra índole. De esta manera, el fanzine ofrecía —y sigue ofreciendo— una alternativa frente a las grandes editoriales, cuya producción masiva está sometida a valores económicos, y donde no suelen estar representadas las voces del margen. Existen fanzines consagrados al desmadre, pero también existen fanzines hechos por colectivos involucrados en luchas sociales concretas, como el fanzine penitenciario Leelatú, hecho por mujeres de Santa Martha Acatitla, que busca darles voz a las presas.

El trabajo amateur cuestiona la división del trabajo: todos los implicados en hacer un fanzine suelen hacerle a todo, idealmente sin jerarquías, aunque en la práctica esa parte sigue siendo complicada. En ese sentido, se trata también de una actividad sumamente pedagógica, en el sentido que Ivan Illich le da al término: se forma un conocimiento a partir de la práctica y el intercambio libre del saber, sin necesidad de diplomas, títulos o demás formas institucionales de acumular y privatizar la información. En los años ochenta, la aparición de la licencia copyleft, para propiciar el libre uso y distribución de una obra —en contraposición al copyright, restrictivo, generalmente en beneficio del editor—, abonó a este impulso, y en muchos fanzines actualmente se puede encontrar el signo de una C invertida en un círculo —del Copyleft—, o los signos de la licencia Creative Commons —“algunos derechos reservados” — que surgió en el 2001. Cuestionar la noción de propiedad en el terreno de la información condujo también a discutir nociones como la autoría; por lo que muchos fanzines son anónimos, usan pseudónimos o identidades colectivas. Las ferias de fanzines se vuelven espacios para intercambiar ideas, saberes, formas distintas de ver y hacer las cosas, donde el dinero pasa a segundo plano. La colaboración solidaria es también una forma de re-pensar las relaciones humanas.

Todo esto es, por supuesto, la teoría. A la hora de poner en práctica la utopía del fanzine, suceden cosas tan absurdas y desgastantes como discutir durante horas si la tipografía de los textos debe llevar o no serifas (patitas); si la bebida que se ofrecerá en la presentación del fanzine debe ser cerveza artesanal o un tipo de fermentado de jamaica colado en calcetín; si imprimir el precio en la contraportada en cucs —pesos cubanos convertibles— es o no capitalista. Uno se encuentra, en el camino, a toda clase de personajes, desde los más idealistas y románticos —entre los que, hasta cierto punto, me incluyo— hasta los más estrafalarios, pasando por los decididamente solemnes. Los egos y los orgullos no tienen ideología, y tomar decisiones en asamblea no es tan fácil como parece. Y después de esfuerzos descomunales por juntar el varo —porque al fin de cuentas, no queremos que nuestro fanzine se vea taaan rupestre—, apenas alcanza para un tiraje de doscientos ejemplares que, en vez de penetrar las grietas del sistema, y la consciencia de los trabajadores, acaban en manos de nuestras tías y nuestras abuelitas. No importa. Tal vez no cambiamos al mundo, pero conseguimos un montón de experiencias valiosas, y amistades chingonas. El fanzine, al fin de cuentas, es simplemente una manera de seguir viviendo y caminando.

 

Impresión

La enorme diversidad en el terreno de los fanzines no se relaciona únicamente con la variedad de contenidos o con las perspectivas ideológicas. El abanico de técnicas de impresión se ha vuelto también muy amplio. Algunos fanzineros rescatan máquinas análogas, mecánicas, que han sido hechas a un lado por la impresión digital. De esta forma le dan la vuelta a la obsolescencia programada: los objetos estaban mejor hechos antes, tanto así que siguen dando batalla las hermosas impresoras alemanas offset de la Obrera y la Doctores. Aquellos editores interesados en cuestiones plásticas han explorado alternativas de impresión que puedan renovar la estética de las publicaciones. La serigrafía, el esténcil, el mimeógrafo y más recientemente la impresora risográfica —que es una especie de mezcla entre la serigrafía y las fotocopias— han abierto las puertas a la experimentación visual. Por supuesto, esta exploración no es exclusiva del fanzine; también ha dado frutos en otros tipos de publicaciones independientes mexicanas, como los bellísimos libros hechos con tipos móviles de Juan Pascoe. La experimentación y la vanguardia suelen abrevar del pasado mucho más de lo que solemos darnos cuenta.

 

Distribución

El fanzine pone en cuestión todas las etapas editoriales: el contenido, la edición, la impresión, y por supuesto la distribución. Los circuitos de difusión de este tipo de publicaciones son muy variados, pero suelen diferir del circuito comercial. Difícilmente encontraremos fanzines en Gandhi o en el Sótano. Es posible que encontremos algún tipo de fanzine sofisticado en el Péndulo, pero también es poco probable. Generalmente se distribuyen de mano en mano; también suelen hallarse en librerías alternativas, ferias del libro independientes, prepas y universidades, festivales de poesía alternativos, conciertos de rock, etcétera. Por supuesto, dependiendo del lugar, y de la concurrencia, el tipo de fanzines cambia.

Se pueden encontrar fanzines de artista en librerías como Aeromoto o Wiser Books. La diferencia entre un fanzine y una plaquette de poesía puede llegar a ser muy delgada en ese terreno. En el extremo opuesto, he visto fanzines sumamente “rústicos” en el Foro Alicia, en el mercado del Chopo, y en la Facultad de Filosofía y Letras, entre otros espacios. Estos fanzines, aunque también son muy variados, suelen darle más peso a la difusión de información alternativa que al objeto impreso mismo, aunque por supuesto, dentro de esta “rusticidad”, también existe una propuesta estética que puede ser igual de interesante que la de los “fanzines de arte”, por llamarles de alguna manera. Algunos espacios con perspectiva y personalidad propias son la Cafeleería, que tiene un enfoque barrial, y donde se pueden encontrar fanzines de distintas índoles; la Casa del hijo del Ahuizote, centro cultural anarquista, en cuyos eventos se pueden encontrar libros y fanzines que apuestan por la calidad y que a la vez tienen una perspectiva política; el espacio cultural feminista Punto Gozadera; o la librería El Merendero de Papel que está en la Casa de Ondas, en Santa María la Ribera, uno de los pocos espacios en donde se pueden encontrar propuestas de publicación alternativa de otras partes del mundo. Finalmente, una forma importante de difusión fanzinera son los festivales y bazares itinerantes, como la Feria de libros y publicaciones anarquistas, el Autogestival, el ZinFuturo (de Guadalajara), o el Encuentro de libros, artistas e impresores en el museo Carrillo Gil. Además, por supuesto, de todos los espacios y bazares que no conozco, pues casi es imposible seguirles el paso. Si en la Feria del Maíz de Topilejo pude encontrar fanzines, es posible encontrarlos en los lugares más inesperados.

La escena fanzinera es tan viva y variada como efímera. Sin embargo, existen espacios con un carácter de preservación, puesto que, pasado el tiempo, estas publicaciones trazan una historia de nuestra contracultura, que puede ser de gran utilidad para estudiosos del tema, así como para los propios editores. El fanzine, siendo una propuesta de vanguardia, tiende a pensarse a sí misma como un género sin precedentes, como una ruptura total; sin embargo, tiene ya una tradición y un recorrido en nuestro país que vale la pena conocer. De entre los lugares que preservan fanzines, el más destacado es la Fanzinoteca del Museo Universitario del Chopo, cuyo catálogo es extenso e interesante. La Librería Social Reconstruir cuenta asimismo con excelente colección de fanzines mexicanos. En mi opinión, hacen falta más espacios como estos, que nos permitan conocer con mayor profundidad el lado B de la historia de las publicaciones impresas en nuestro país.

 

Conclusión

La cultura del fanzine puede ser abordada desde el punto de vista de los medios libres, desde la historia del rock y del punk, desde la gráfica y la literatura, desde la historia de los movimientos sociales, desde la historia de las publicaciones independientes, e incluso desde la historia de las técnicas de impresión. Su carácter anti-institucional y anti-sistémico los vuelve un bastión de resistencia cultural; sin embargo, la cultura “under” y la cultura “mainstream” se permean una a la otra más de lo que solemos admitir, al grado que se dan fenómenos como la revista El Fanzine, que sinceramente tiene muy poco de fanzinero. Pero, más allá de lo histórico y lo social, me parece que la libertad que ofrece el fanzine es semejante a la que siente un niño frente a una hoja blanca y unas crayolas. Se trata de la posibilidad del acto gratuito: escribir, dibujar, editar, por el puro placer de hacerlo, sin presiones sociales, intelectuales o económicas, sin pretensiones de demostrar nada. Un espacio donde nos podemos vaciar de todo, para reencontrarnos con nuestros propios rayones interiores.


Autores
(Ciudad de México, 1989). Poeta, editora y traductora. Ha editado los fanzines Fricciones urbanas; En esta esquina fanzine; Cuaderno de vuelo y Lluvia periférica. En 2013 publicó la plaquette de poesía Agua sucia (Editorial Veme), en 2014 el cómic Antojitos (edición autogestiva), y en 2016 el poemario Pies en la tierra (Editorial Literal). Ha publicado poemas en el suplemento cultural Confabulario y las revistas Punto de partida, Punto en línea y Tercera Vía. Cursó la maestría de Letras Latinoamericanas en la UNAM. Actualmente es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía.