Tierra Adentro
Edición Almadía, Furia de Clyo Mendoza

Se podría comenzar diciendo que en el imaginario de Clyo Mendoza los relatos son materiales, tan corporales como la piel, la sangre y el propio peso. Materia que se hereda. Esas historias son trasmitidas como pasiones y fantasmas: una disposición de la libido. Los fantasmas y los deseos no resueltos suelen aparecer como trauma en las personas, en las familias y en la sociedad. Lo interesante y escalofriante aquí es que el cuerpo del deseo no es sólo humano: es también perro, árbol, desierto. Objetos que toman agencia de desear. Son la materia que soporta lo real.

Ahora retrocedamos un poco. Furia (2021) es un libro escrito por la poeta Clyo Mendoza (Oaxaca, 1993). Etiquetado como novela en el sello Almadía, pero como mucha de la escritura contemporánea, tambalea su género. Es una novela si se concibe como cierta unidad de prosa narrativa pero nada más y ese es el problema al que se enfrenta esta reseña. Diegéticamente no es resumible, se puede intuir, pero el libro no se deja ceñir por su trama principal sino por los ecos de todos sus relatos. Podría decir que hace mucho tiempo nació un señor de nombre Vicente Barrera. Conoció a una mujer, cogieron y ella se embarazó. De eso surgió una familia; un error, ¡terrible error! Él se dedicó a vender hilos y que como era la costumbre de la época era un mujeriego que hirió a su familia de varias formas, pero como era también la costumbre fue sacralizado en la familia por ser hombre y viejo. En esa familia hubo quienes se fueron a la guerra, los que se quedaron, también hubo incesto, abuso sexual, infidelidad, violencia y silencios. Pero esa no es la novela, otra cosa sería.

Las historias comienzan con dos soldados, Lázaro y Juan, que han olvidado su propia vida, han matado tanto que se han asesinado a sí mismo. En el umbral entre la pérdida de identidad, el asedio de fantasmas y un paisaje con una temporalidad mítica los soldados se agarran cariño. Después Lázaro muere y Juan al ver sus cosas se encuentra una serie de fotos que no sabe si vale le pana ver. En ellas se da cuenta que Lázaro y él comparten padre y le promete a su difunto amante que matará al padre de amos que tanto daño les causó.

En el paso de las fotografías por los dedos del soldado, Mendoza despliega una espectrología familiar. Teje la genealogía de una familia que podría ser la tuya, la suya, la nuestra. En un desierto mítico sin tiempo lineal, donde el deseo es cabrón y también el peso de la herencia. Además de las fotografías como detonadores narrativos, aparece un mercader que podría ser el diablo por saber la verdad y contar buenas historias.

Entre el mito del mercader, las furias y los arquetipos yace la idea de que la realidad es interpretación. Aunque son figuras que se mantienen en el tiempo y se repiten en la historia literaria, la forma de ser narradas es lo que crea lo real de la novela en su variación.

La realidad de los relatos de Clyo tiene una forma de sabiduría mágica que se trasmite desde la forma de la oralidad de los pueblos y la suposición de que se entiende que hay cosas inexplicables, pero son aún así reales. Los relatos se sostienen en una forma cíclica del tiempo en que las historias se repiten (arquetipos) y que el pasado es eterno o sin tiempo (mitos). Entre esos dos esquemas los personajes quedan encerrados en su propia miseria.

La lectura del texto es una experiencia encaminada al extrañamiento epistémico. Aunque hay algunos relatos más mundanos como el de los soldados, hay otros, como el del viejo convertido en perro encerrado para que no haga daño, el embalsamador que queda en un triángulo amoroso con un cadáver o el señor que lleno de deseo sexual amaneció con su miembro dentro de un árbol porque creía que era una perra o una cabra o una mujer que desajustan nuestras certezas. El libro no tiene un piso sólido de realidad como el que nosotros creemos tener. Dentro de los relatos se habita el umbral de los muertos, los sueños, los traumas y los fantasmas propios, ajenos e impuestos. Como dice Mendoza: “cuando están dormidos también se convierten en lo que sueñas”.

Furia es el saldo de cuentas de una escritora que se las ve al tú por tú con el diablo y la locura. Clyo Mendoza escribe su genealogía familiar y afectiva desde lo que cree como lo más verdadero: la muerte y el deseo. En el primero es en lo que lo vivo se encuentra y lo segundo es el motor de lo existente. Desde una especie de cartografía personal y meta ficcional escribe una historia intrincada que intenta desentrañar a sus ancestros para entenderse, a la vez, ella. De los desvíos, las formas de nombrar lo real o la locura según la latitud y la creencia en la fuerza de la oralidad, Mendoza escribe una constelación fantasmal y afectiva que quiebra nuestro entendimiento de la sexualidad binaria y la locura como un mero estar fuera de sí.

Leyendo Furia pienso que la autora en verdad cree en otras formas de existir y experimentar el cuerpo. Algunas en donde uno no tiene certeza de quién es, ni si en verdad es el relato que le contaron, su nombre ni como se debe desear. En esa búsqueda no todo se puede sanar. Si la novela es una forma de saldar y redimir algo con el pasado, entonces es un conjuro para desear con, no sin, nuestros fantasmas, territorios y miedos. No es el objetivo, pero en la novela yace una fuerza más allá de lo humano que se lee en las pasiones exóticas de personas malsanas y su erotismo mítico.


Autores
M.S.Yániz. Crítico y ensayista especulativo. Cursa estudios de filosofía crítica en The New Centre for Research & Practice. Escribe sobre formas discursivas tanto materiales como poéticas que tensionen lo político. Textos suyos han aparecido en FILME, Terremoto Contemporary Art in the Americas, FalsoRecord (colombia), PICS del Centro de la imagen, entre otras. Coeditó los Ensayos Completos de Tomás Segovia en Ediciones sin Nombre. Tradujo el libro inédito de Mark Fisher, Comunismo ácido publicado en Herring Publisher con ilustraciones de Diana Cantarey.