Clímax o la orgía de una danza macabra
Las imágenes más bellas son absurdas en un espejo cóncavo
Ramón del Valle Inclán
Clímax. Francia. 1h 35 mins. 2018.
Una deformación sistemática de la realidad que resalta sus rasgos grotescos y absurdos; la metáfora de un espejo cóncavo y otro convexo que distorsionan las figuras de todo aquello que les pasa enfrente. Esta es la definición del Esperpento, la poética del dramaturgo español Ramón del Valle Inclán, pero también podría aplicarse a la producción cinematográfica de Gaspar Noé, y en especial a su más reciente largometraje, Clímax (Francia, 95 min, 2018).
Basado en la historia real de una tropa de bailarines que accidentalmente tomó LSD durante su fiesta de clausura, la cinta del director franco argentino, este reconocido enfant terrible, vuelve sobre varios de sus leitmotiv más recurrentes: una narrativa fragmentaria e inorgánica —flashback, flashforward, planos cenitales a contrapicado que nos impiden escapar de lo grotesco—muchos lances gratuitos de violencia, sensualidad y sexualidad —la contigüidad de Eros y Thanatos, tan bien resumida por Joyce al afirmar que la reproducción es el comienzo de la muerte—y el planteamiento de encrucijadas sociales y temas tabú altamente provocadores —el incesto, el infanticidio, el desprecio de la maternidad, etc.
En un rodaje que duró apenas dos semanas, con la facilidad que supone una sola locación y la dificultad que conllevan sus prolongados planos secuencias, el director francoargentino nos muestra el cenit de una festividad y su estruendosa explosión. Primero somos testigo del nivel de presión, estrés y traumas individuales que habitan esta paleta de bailarines y representan la diversidad racial, sexual e identitaria de una Francia, árabe, negra y europea. Por supuesto, el estallido no se hace esperar y salen a flote los brotes más retorcidos de una imaginación delirante. Además, la presentación de este gran delirio colectivo fluctúa en el dulce letargo que induce la música de Daft Punk y Erik Satie, y se intercala con frases misteriosas y evocadoras como: Vivir es una imposibilidad colectiva o nacer es una oportunidad única.
De hecho, abusando un poco de la homología inicial de este texto, podría decirse que Clímax es la versión esperpéntica —mejorada sin duda— de una dance movie clásica y virtuosa como La La Land. De alguna manera, es como si Gaspar Noé hubiera puesto en su caleidoscopio la noción melodramática de su compatriota Damien Chazelle, y poco a poco fuera transformando su atmósfera en la de una película de horror, en un universo fracturado y nauseabundo que avisa tragedia. Así pues, no es casual que en la secuencia inicial de la historia aparezcan las referencias literarias y cinematográficas que dominan la estética de la cinta: Dario Argento, Franz Kafka, Pier Paolo Passolini y Émile Cioran, entre otros.
A diferencia de sus demás películas (Irreversible, Love o Carne), hay un elemento hipnótico, central en la fuerza del lenguaje audovisual de Clímax, que es la danza, una danza macabra y orgiástica que hipnotiza a cualquier público. Sin embargo, la espontaneidad de las secuencias violentas y sensuales —esos puntos de fuga que teoriza Gilles Deleuze al filosofar sobre cine e historia— ejercen el efecto inverso. Espectadores que salen a mitad del filme o gritan con frenesí en las escenas más mórbidas, comentarios radicales que reflejan la vivencia audiovisual del dolor. El cine de Noé se arroga el atributo primigenio del arte dramático: un pathos que provoca la katarsis colectiva.