Anfibio Odisea (fragmentos)
[Nota previa al viaje:
En el planeta que fundaremos, los hombres serán imperfectos como los siete barbudos de resina. Con los ojos sellados por la negligencia de su creador. Llorarán carne líquida que se secará sobre sus caras como una rebaba orgánica. Mas nada de esto les afectará: amarán los accidentes, lo no controlado, lo imperfecto. Ellos jamás serán como nosotros, que nos hemos olvidado por completo de quien nos diseñó].
I
Raderia
el universo crece mientras nos perdemos.
Lo hemos visto crepitar, rendirse, estirar
sus membranas en lo alto. Por todo ello,
podemos decir que se expande el universo.
¿O es este gran crujido
porque se está encogiendo con nosotros dentro?
En lo que hablamos, unas estrellas nacen y otras se extinguen
en un final maravilloso que es triste perderse.
Tú y yo Raderia. Agarrados a las raíces de tu exquisita piel.
Prendidos de la medula que atraviesa tu cuerpo. Aún giramos
sobre este trozo de piedra que se está enfriando.
No es posible sentirlo, pero escucha:
este planeta vuela de un lugar a otro sin parar.
Vamos aquí en su inmenso lomo de ballena,
navegando el silencio
en el que estrellas soberanas y otros monstruos se devoran.
A donde sea que vaya, iremos. Es cierto
que el envión nos pone como locos con su vértigo,
pero ¿por cuánto tiempo seguiremos siendo eternos?
Se apaga el cielo y a rugir mientras se acaba el día.
Estamos esperando. Durmiendo. Haciéndonos pequeños,
¿en todas direcciones? Empezamos hoy.
II
6 de agosto de 1945.
Nada. La lluvia gris que oímos galopar
sobre el océano que nos rodea.
¿En qué planeta estamos Raderia?
¿A dónde me trajiste con tu voz?
Dentro de 12 años nacerá mi padre,
dos días después de que su padre cumpla 33.
Y aquí no ocurre nada. No sabemos siquiera
por qué los árboles que transportamos están tristes
dentro de los cristales que los ven crecer?
Nos pasamos las tardes mirando este paisaje
de aguas inmensas y de tierras y astros extraños.
Y quiero visitarlos: si viven fieras en aquellos montes,
quiero ir a ahogarme en sus entrañas negras.
Quiero sentir un último terror de despedida
y recordar lo que dejamos para siempre en nuestro hogar.
(En las pequeñas noches del planeta,
sueño el clamor de lo que tiene vida. Pero cada día
Raderia está más adaptada al latido artificial de aquí.
—Extraño que pusieras pan en tu ventana
para escuchar los pájaros bajar
hasta el balcón. —No existen
los pájaros —me dice ella.
—Sólo son griegos desnudos que no han parado
de cantar con su lengua incandescente).
Pero ¿en algún momento hubo griegos aquí
Raderia, en este planeta que no sabemos si está
en la palma de la mano de dios
o en el canútulo intestinal de arcángel?
Allá en mi horrible hogar, con mi familia,
mi padre apagaría sus velas una y otra vez
durante siglos. Y yo, resoplando amargura
como un aliento alcohólico de días,
le rezaría cada mañana a tu constelación Raderia,
para que estés al fin en paz.
III
Silencio, un ángel se acerca.
¿Cuánto de lo que hay iba a ser nuestro algún día? ¿O algún tiro nos
comió en cadena de humos y vapores, de basura eléctrica rodando
por el firmamento de allá abajo? ¿Cuánto? Quizá sólo una décima espinosa
o carnívora. Quizá inclusive menos de un pedazo de esta tierra.
Un ángel se acerca, y se alimenta de la historia.
¿Cuándo reconquistaremos el espacio?
Oímos decir que el mundo se acaba.
Que el hombre y la mujer se acaban. Que los niños
por más niños más se acaban. Pero una sola sombra muévese en sentido,
y es por ello que estamos ya quebrando hundiendo en síndrome de olas,
ya una mitad de cielo conquistada. Una, una y otra vez. Por el amor de dios
que es el espacio demasiado negro para respirar. Pero nos colma de aventuras,
espectrículos helados para que anuncie cambio y rueda y larga barba:
nos acercamos a su condición mientras se logre una felicidad en el espacio.
[Nota posterior al viaje:
A 2 meses de haber llegado al nuevo planeta, Raderia crece, pero se queda quieta en mitad de la cama, sentada con las piernas cruzadas y la mirada metida en la pared. Recuerdo la voz de madre como ninguna otra voz. ¿Será ella la persona que más me ha hablado en la vida? ¿Serán de ella la mayor parte de las palabras que he escuchado y, por lo tanto, que hablo? En este planeta vivimos sin oír nada más que nuestros corazones moverse, los líquidos bajar por el esófago y volver a subir por donde mismo, los huesos de las manos tronar, las rodillas tronar, los pensamientos ir y venir y, al final, tronar también. Como un tambor cósmico roto].