Tierra Adentro
Portada de "Ch’ayet k’inal / Las formas de la ausencia", Delmar Penka. Colección Tierra Adentro, FCE. 2024.
Portada de “Ch’ayet k’inal / Las formas de la ausencia”, Delmar Penka. Colección Tierra Adentro, FCE. 2024.

Delmar Penka es un joven escritor en lengua tseltal nacido en Tenejapa, Chiapas, 1990. Lo conocí cuando ambos fuimos becarios del FONCA, emisión 2017-2018, en donde él escribía su primer libro de ensayo titulado Te sututet ixtabil / El giro de la pelota, mismo que publicó en 2020 con el Coneculta, Chiapas. En la obra explora el tema del juego de basquetbol en los pueblos mayas y su relación con el juego de pelota maya prehispánico, con un dominio del lenguaje narrativo admirable. 

Escuchar y leer a Delmar Penka me hace notar que, aparte de ser un ávido lector y tener gusto por el cine, trae una propuesta literaria diferente de la que se escribía en Chiapas, con una voz fresca aborda un género nuevo tanto en el idioma tseltal como en el tsotsil: el ensayo literario. Esto no es nada menor; la poesía, el cuento, la novela, el teatro y los discursos orales como formas tradicionales eran los géneros dominantes en la literatura indígena contemporánea. Incluso, como afirma Carlos Montemayor, la monografía era lo que más escribían los intelectuales indígenas durante los años noventa y principios del siglo XXI en México.

Sobre dichos trabajos, Montemayor anota que el ensayo “entre los escritores indígenas es muy creativo en este momento por la diversidad de temas, por la imprecisión de sus diferencias con el cuento y por las numerosas ocasiones en que el ensayo se convierte en un arma de defensa cultural y política” (La literatura actual en las lenguas indígenas de México, México, Universidad Iberoamericana, 2001, p. 107). 

Llama la atención que Montemayor se refiera al ensayo por “la imprecisión de sus diferencias con el cuento” y de su uso como “arma de defensa cultural”. Más adelante, aclara que para separar los textos que recibía de los autores, tuvo que elaborar un criterio que le permitiera ubicar su posible género. De esta manera, “si una historia era autosuficiente en sí misma por sus motivos episódicos, objetuales o de personajes, pertenecía al género del cuento; si la historia requería una información suplementaria o elementos de investigación diversos a sus motivos narrativos, sería un ensayo o una crónica” (2001, p. 46, las cursivas son del autor).

Montemayor era consciente de que los escritores indígenas no acataban las reglas básicas de composición de los distintos géneros literarios que él conocía perfectamente. Esa imprecisión de sus diferencias entre la narrativa y el ensayo —esto debido a que la mayoría de los autores no tenían una formación profesional en la escritura literaria, principalmente se desempeñaban como maestros de primaria— obliga a Montemayor a meter los textos en una camisa de fuerzas, concebida desde el campo literario occidental, para definir si era cuento, ensayo o crónica, o incluso una monografía. Lo que era común en todos los textos era su función, independientemente de su género, como un arma de defensa cultural. Es decir, no había una preocupación literaria como tal sino su uso como una herramienta de lucha y de resistencia lingüística.

A dos décadas del siglo XXI la exploración de los géneros literarios por escritores en lenguas originarias es cada vez más consciente y profesional. La búsqueda literaria de Delmar Penka es comprometida, pues tres años después de su primera obra, y con el apoyo por segunda ocasión del FONCA, publica su segundo libro de ensayo titulado Ch’ayet k’inal / Las formas de la ausencia, ahora con el sello editorial del Fondo de Cultura Económica, de la colección Fondo Editorial Tierra Adentro. Delmar Penka es el segundo autor chiapaneco que publica en esta colección, en formato bilingüe tseltal-español, después de Susi Bentzulul con su poemario en tsotsil Tenbilal antsetik / Mujeres olvidadas (FCE/FETA, 2022). 

Las formas de la ausencia es una obra artística. En ella vemos que el fin estético y creativo de la escritura se entrelaza perfectamente con el proceso reflexivo del contenido. Esa “imprecisión de las diferencias con el cuento” de la que hablaba Montemayor, viéndolo desde el punto de vista estricto de la forma del ensayo literario actual, se vuelve su característica principal. Como bien lo dice Belén Hernández, “lo que confiere carácter literario a un ensayo no es su temática (…), que puede oscilar entre las reflexiones más graves y el apunte más frívolo, ni la finalidad ideológica de la obra; sino el tratamiento estético del texto, el uso de recursos lingüísticos con pretensión estética” (“El ensayo como ficción y pensamiento”, en El ensayo como género literario, España, Universidad de Murcia, 2005, p. 152).

Delmar Penka consigue en su segunda obra una finalidad literaria desde lo íntimo y subjetivo. En Las formas de la ausencia esa finalidad estética está en el tratamiento poético que le da al lenguaje. Definir la ausencia, su tema central, es acorde al problema de la definición del género en que está escrito. La maleabilidad de la forma conecta con la imprecisión del contenido. La ausencia muta de significados, es experiencia íntima y su expresión es única, subjetiva. 

Delmar Penka esboza siete rutas de reflexión y las encarna con acontecimientos ocurridos desde su experiencia personal o con amigos íntimos. En este sentido, como en El giro de la pelota, en Las formas de la ausencia existe una fuerte carga autobiográfica que le sirve al autor como estrategia literaria de reflexión en primera persona, un “yo” que se piensa mediante la introspección, tal como lo define al inicio de la obra: “Introspección: acción de mirar al interior del corazón. Se define como una forma de aprendizaje para cambiar lo que hemos sido, para ordenar el caos que tenemos” (p. 17, la cursiva es del autor).

El uso de la memoria individual, como se conoce en el trascurso de los siete apartados que componen la obra —“Ch’aybil biluketik (Cosas perdidas)”, “Te stsaltomba o’tanil (El duelo)”, “K’ubul ay te jna (Lejos de casas)”, “Sch’ata jbajtik ta patil (Reencuentros postergados)”, “Pojbil ch’ulel (Alma despojada)”, “Tup’en k’ajk’ (Fuegos extintos)” y “Jeltesel ta o’tan (Resurgir adentro)”— tiene un peso importante en la literatura en lengua tseltal que se escribe con nuevas búsquedas tanto en su carácter temático como formal. Es decir, la noción de colectividad o de la memoria colectiva en la obra literaria como una característica de la literatura en lenguas originarias del siglo XX se rompe. 

La idea anterior la confirma el ensayista y poeta chiapaneco Ignacio Ruiz- Pérez, cuando dice que los ensayos recientes chiapanecos “basan su efecto de sentido en la construcción de subjetividades liminales que se convierten en máscaras que negocian sus múltiples identidades en entornos fragmentarios, destotalizados, carentes de una narrativa lineal y estrechamente vinculados a la otredad” (Apuntes sobre el ensayo reciente en Chiapas”, en La palabra y el hombre. Revista de la Universidad Veracruzana (52), México, Universidad Veracruzana, 2021, p. 34). En particular, Ruiz-Pérez observa en el primer ensayo de Delmar Penka un juego con la subjetividad en sus reflexiones: “Penka alterna y yuxtapone la imagen de un grupo de jóvenes jugando basquetbol con la icónica práctica del rito mesoamericano tal como se relata en el Popol Vuh, acontecimientos que sirven de pretexto al ensayista para reflexionar sobre la relación entre distintas temporalidades y circunstancias —culturales y sociales— que conviven en su propia subjetividad” (p. 35). 

La voz que enuncia en Las formas de la ausencia bosqueja varias ideas de la ausencia como la de su perro Fluppy, una reflexión detonada a partir de la observación de las formas de las nubes, a modo de un ejercicio de memoria visual; o la ausencia de Venancia, la abuela del autor, quien murió hacía algunos años. Estas dos muertes las contrapone con el sentido de la presencia del recuerdo, o de sus huellas en la vida cotidiana, por lo que “La ausencia es un lugar extraño donde muda todo lo que ya no está con nosotros: las cosas, las personas, la compañía, las caricias, las palabras” (p. 26); más adelante nos dice que “Así las ausencias se transforman en fantasmas y dioses, tormentas y paraísos” (p. 26).

Su relación íntima con estas ausencias lo hace sentirse obligado a comprender, a revivir en la escritura quién fue y cómo a partir de estas pérdidas y su presencia fantasmagórica lo han cambiado, lo han hecho quien es hoy. La escritura se vuelve también un lugar de ordenación de esa vivencia caótica de uno mismo, de los recuerdos que con el tiempo se van difuminando o transformando con los que ya no están. Así, escribir sobre uno mismo, a decir de Sylvia Molloy, “sería ese esfuerzo, siempre renovado y siempre fallido, de dar voz a aquello que no habla, de dar vida a lo muerto, dotándolo de una máscara textual” (“Ficciones de la autobiografía”, en la revista Vuelta (253), diciembre de 1997, p. 66). 

La ausencia también se experimenta en el alejamiento de uno mismo del hogar, de los familiares. Eso lo reflexiona el autor al rememorar lo que le sucedió a un amigo suyo al viajar a los Estados Unidos, y durante su ausencia ocurre la pérdida de su abuelo, persona que le había enseñado muchas estrategias de trabajo en el campo, en la montaña; asimismo, la ausencia sucede en la salida de la tía Delia de su paraje y quien desapareció por más de veinte años, tanto que afectó la vida cotidiana de su madre y familiares. El autor no olvida estos acontecimientos, aunque los haya vivido desde muy pequeño. Incluso con esa inocencia infantil cuando sucedieron las cosas cree que la escritura haya hecho posible que la tía Delia regresara con vida a su paraje. Con la escritura se busca a los seres ausentes para hacerlos presentes, incluso dándose cuenta que uno mismo puede ser el ausente para alguien: “Somos la metamorfosis de una caricia, una voz, un aliento, algo que ya no vuelve, pero que pervive en alguna parte de nosotros” (p. 73).

Un momento crucial del libro es cuando aborda sobre la noción del ch’ulel, un elemento cultural y metafísico del pensamiento tseltal y tsotsil. El alma, piensa el autor, “es sustancia intangible, fuerza interior del ser que propicia el primero de todos los latidos y el último que liberamos al morir. Nuestro aire sagrado” (p. 168). Esta noción se desarrolla en dos apartados del libro sobre la idea de que hay lugares no habitables porque seres sobrenaturales, incluyendo a los dioses, lo impiden por su presencia en ese lugar. Quienes confrontan esta creencia lo pueden pagar con la vida misma o la de sus familiares. Este acontecimiento lo padecen los niños Florencia y Josué, los primos del autor, quienes de manera inexplicable comienzan a enfermarse hasta perder la vida como si una epidemia o un hechizo los atacara. 

La enfermedad del ch’ulel se desplaza en el difícil momento en que una persona, un joven, decide quitarse la vida. El autor habla del suicidio como un problema social ocasionado por la migración y el alcoholismo; también es algo personal ocasionado por los estados de ánimo como una enfermedad: la depresión. Cuando se tiene la oportunidad de salvación, dentro de la cultura tseltal existen personas preparadas para llamar el alma de donde se ha extraviado o ha sido atacada por otro espíritu. De esa manera, “La palabra es el conjuro del alma” (Penka, p. 182), la palabra que se reza, que se canta, que se escribe. 

Delmar Penka cierra el libro con una reflexión sobre la pérdida de la pareja no por la muerte sino por la separación. Esta experiencia, nos advierte el autor, son subjetivas y únicas. Cada quien enfrenta y supera el duelo, la nostalgia, o la separación. En este nivel del documento, la ausencia recobra mayor significado en el ensayo pues el mismo autor no intenta justificar los hechos sino comprender ese sentimiento encarnado en su propia vida. 

La lectura de esta obra no solamente nos lleva a conocer el terreno cultural del cual pertenece el autor o las expresiones propias de su cultura con relación a ciertas formas de pensamiento, definitivamente el lector queda tocado por las palabras usadas atinadamente para materializar su experiencia de vida, su dolor, su duelo, su anhelo. 

Como lo expresa Cesia Ziona, “De naturaleza reflexiva e interpretativa, [el ensayo] es también flexible, subjetivo y donde existe muy especialmente la participación del lector, sobre todo por su intimidad” (“El ensayo literario en Hispanoamérica. Su expresión en Venezuela”, en Actas XIII Congreso AIH (Tomo 3), Universidad Central de Venezuela). La intimidad en el ensayo de Delmar Penka es parte subjetiva de su composición. La muerte, la huida, el suicidio, la separación son formas en que se han ido las personas más queridas por él, incluyendo la mascota. El lector no puede pasar desapercibido frente a ese tono nostálgico, anhelante de encontrar un rostro o los rostros difuminados en el tiempo y con el tiempo. La escritura, más allá de su forma ensayística y autobiográfica, se vuelve un lugar de encuentros de voces y de máscaras que configuran la idea del (no) ser y del (no) estar. 

La obra, sin lugar a dudas, tendrá un alcance grande en su difusión y con ella presenta también un nuevo rostro de la literatura chiapaneca y mexicana. Delmar Penka es un autor que coloca la literatura en lenguas mayas en una escena literaria con una expresión cultural y literaria desde la diversidad. La belleza de su escritura no dejará indiferente el gusto y el corazón de cada lector.

Portada de "Ch’ayet k’inal / Las formas de la ausencia", Delmar Penka. Colección Tierra Adentro, FCE. 2024.
Portada de “Ch’ayet k’inal / Las formas de la ausencia”, Delmar Penka. Colección Tierra Adentro, FCE. 2024.

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Autores
(Chiapas, México, 1985) posee la maestría en Literatura Hispanoamericana Contemporánea y la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana. Es autor del libro de cuentos Los hijos errantes (2014); coautor del poemario Ts’unun, Los sueños del colibrí (2017) y Luna Ardiente (2009); ha sido antologado en la edición trilingüe Chiapas maya awakening (2017), El cuento en Chiapas (1913-2015) (2017), I Antología de narrativa chiapaneca (2017) y Silencio sin frontera (2011). Ha publicado en el suplemento "Ojarasca" de La Jornada; en las revistas Documentos Lingüísticos y Literarios (2018), Punto de Partida (2016) y Diáspora (No. 3). Fue becario en la categoría de Jóvenes Creadores del PECDA (Chiapas, 2016) y del FONCA (2010-2011 y 2017-2018).
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