Tierra Adentro
Portada "Humanomáquina" de Diego Casas Fernández. Fondo Editorial Tierra Adentro.
Portada “Humanomáquina” de Diego Casas Fernández. Fondo Editorial Tierra Adentro.

No soy tan humano como parezco.

Casas Fernández

Si me concentro lo suficiente, podría tararear el ruido en el dial-up que provocaba la ToditoCard al intervenir la línea telefónica de mi casa, evocaría el display de la PC familiar con Windows 98 y probablemente la página de Internet Explorer seguiría cargando… Mi primer nickname online fue “JoOrGee” y lo utilicé durante años en Metroflog y Messenger, creo que también en Ares y 4Chan. No he olvidado ese arroba: es mi correo electrónico en Facebook, Instagram y Twitter, ciberespacios en los que, por cierto, soy conocido como @lagunauta, un apodo que incluso me gusta y hasta me representa mejor que los que me pusieron mis amigos en la secundaria. Nacimos a mediados de los noventa, así que todavía nos enseñaron a descodificar las manecillas del reloj y a cambio nos inocularon el Y2K cuando aprendimos a leer.

Fuimos nativos digitales desde el principio, eso nos dijeron los adultos, y así fue como vimos el mundo por primera vez algunos de nosotros: online / offline. En Humanomáquina, el libro con el que Diego Casas Fernández obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2021, el escritor mexicano ensaya a partir de la fisura analógica-digital que experimenta una generación que fue niñx cuando el mundo se acababa a cada rato, por lo menos desde el 2000, pero nunca pasaba nada. Los ensayos de Casas Fernández están programados a partir de un dislocamiento espaciotemporal: en «Venir de afuera» y «Quedarse adentro», el par de secciones que configuran Humanomáquina, el ensayista narra una biopic contemporánea, íntima y, en ciertos momentos, hasta confesional.

Desde “Genes virtuales”, el primer ensayo de «Venir de afuera», la búsqueda de la identidad en Internet se confronta con un captcha, la prueba diseñada en 2003 por Luis von Ahn para diferenciar entre personas y robots que navegan por el ciberespacio. El test no solo permite cuestionar lo humano, sino también el grado de inmersión que tiene la IA en la nueva aldea global. Cualquiera podría estar ahí dentro, hecho de unos y ceros, para participar del juego de la imitación. (Re)escribir entonces para sentirnos menos solos, como en “El pensamiento programado”, que explora la sutil relación entre el deseo de convertirse en máquina y la sensación de soledad. Este ser amalgamado aparece en “Cibersexuales” como un cíborg, personaje que ha excedido el relato de la scifi para cuestionar los lindes entre lo virtual y lo real. Su búsqueda es orgánica: nickname, género, historia. Un anecdotario sórdido de quienes vieron por primera vez a otro ser humano de carne y hueso desnudo pero en pixeles.

Precisamente porque en la web no hay secreto que se resista, en “Hikikomori” el cíborg se aísla en su habitación sin dar explicaciones, con la esperanza de que tarde o temprano suceda algo del otro lado de la pantalla. Las posibilidades de la Surface Web se potencializan con el algoritmo libre de la Deep Web y los tratos, muchas veces, suelen ser perversos. En el ciberespacio, para variar, el cibersexo también está heteronormado y reproduce en esa nueva intimidad una sexualidad monolítica. “Más hombres que humanos” presenta a un integrante polémico del submundo digital: los incels [Involuntary Celibates]. Una forma retorcida de ejercer la masculinidad, varones solteros “hartos” del maltrato de una sociedad que aspira a ser igualitaria y no los promueve al lugar que ellos creen que merecen en el nuevo orden mundial.

«Quedarse adentro», la segunda sección de Humanomáquina, comienza con “De máquinas poetas” y se centra en la robopoética, ese concepto que pensó Stanislaw Lem como literatura bítica y que se refiere a los textos escritos por inteligencias artificiales mediante un proceso en el que no interviene el ojo humano y que, no obstante, participa de lenguaje. ¿Acaso no puede ser literario un enunciado producido por un bot? Un cuestionamiento similar surge en “Lorem Ipsum” con el papel del copywriter, escritor fantasma de la precarización, quien parte también de un texto espécimen para crear uno diferente pero que, como cualquier otro anterior y posterior, proviene del copypaste. El freelancer millennial evoca la materialidad del lenguaje a partir de la propia experiencia del cuerpo en el tecnocapitalismo.

“Las palabras, un virus humano”, “Solo se apagó y eso es todo” y “¿Desea guardar los cambios?”, los últimos ensayos de Humanomáquina, parten precisamente de la corporalización de lo digital —y viceversa— para exponer los casos en que la memoria y el cuerpo se enfrentan a las nuevas tecnologías y la obsolescencia programada. El primero de ellos es una suerte de relato pandémico en el que la escritura, como variante del virus oral, expresa lo que atraviesa al cuerpo durante el contagio y cómo el lenguaje podría relacionarse con la identidad genética y la individual. El segundo dialoga con la muerte en un sistema en el que el cuerpo es el protagonista de una narrativa tecnopolítica despiadada, en donde el transhumanismo promueve la superación de nuestras restricciones como especie y los límites de lo corpóreo. El último ensayo de Humanomáquina problematiza la memoria a partir del binomio hardware/software y cómo es que la siliconización del presente provoca la obsolescencia de los cuerpos y las tecnologías.

Con sus ensayos en Humanomáquina, Diego Casas Fernández entra en el foro y chatea con @yosotr10100110s, su álter ego bot que tuitea paradojas futuristas. Entre ellos se parafrasean, copian y reescriben el archivo, dispersan el link de origen para plagiar la realidad en cada lado del espejo negro. Como el cíborg que aprendió a reconciliar su naturaleza humana con la tecnología para sostenerse en el capitalismo, Casas Fernández navega el algoritmo al margen de una trama cypherpunk. Mientras que el futuro permanezca incierto, humanos y máquinas seguirán alterando el código fuente, creando hipervínculos, actualizaciones y dispositivos para configurar avatares cada vez más indistinguibles uno de otro. ¿Qué pasaría si te dijera que un robot escribió este artículo?

¿Te asustarías, humano?