Nostalgia de la existencia
Lograr una voz característica es un rasgo que todo escritor siempre debe de buscar. Diferenciarse del resto de los creadores literarios es algo difícil, que se logra con el tiempo y luego de varias lecturas. En el caso de Imanol Martínez González, parece que lo encontró muy pronto en su carrera porque cuando uno se acerca a su literatura, se encuentra con una narrativa sofisticada, pulida y con frases pensadas.
En Desahucio, su más reciente novela, ganadora del Premio Nacional de Novela Joven José Revueltas 2021, nos entrega la historia de un par de amigos que deben enfrentar el mundo adulto, un sitio lleno de enfermedades, de tristezas, de trabajo y de nostalgias. En toda la novela se respira un tono de melancolía por algo perdido, aunque más allá “del desahucio” que sucede en la novela, es como si los protagonistas vivieran su vida siempre esperando lo peor.
Los encontramos cansados de la existencia, pese a ser jóvenes exitosos, están carcomidos por un sopor eterno, por una melancolía de la que no pueden escaparse. Uno de ellos, por ejemplo, dice: Mi mujer se fue hace tiempo, demasiado pronto. Y yo, aquí, solo encontré refugio en pocas cosas. Mis manos se volvieron inútiles. Quizá eso me hubiera gustado: poder tener más tiempo para trabajar sin sentirme tan cansado.
Uno es un arquitecto exitoso, el otro un chef dueño de un prestigioso restaurante. Sin embargo, pese al lujo y a la sofisticación de su mundo, viven en un sin sentido.
¿Conoces esas épocas en que te golpea fuerte la vida? Bueno, pues yo estuve perdido por un tiempo. Por entonces daba tumbos en casi todo. Hasta que conocí a una mujer. Por un buen rato pareció como si huyendo fuéramos felices. Una noche, mirando al techo, me preguntó si habría otra forma de vida para nosotros. Me quedé mirando una grieta sin saber qué decirle. Intenté decirle la verdad. Luego nos separamos.
La historia se centra en una amistad, en uno de esos afectos masculinos que en realidad siguen la lógica de una pareja amorosa, claro, sin sexo. Las charlas entre ellos reflejan un mundo donde los fogones y las teorías de construcción se entremezclan con las reflexiones sobre la vida, sobre las relaciones humanas y sobre lo que significan el duelo y el recuerdo.
Es esto, la nostalgia por la vida pasada, por querer hacer algo que ya no se hizo, que permea toda la novela. La cuidada y culterana prosa de Martínez González, nos enfrasca en reflexiones interesantes cada ciertos párrafos; de esta manera, a veces detiene el relato para regalarnos algunas de sus ideas, pero creo, que el siguiente extracto define perfectamente gran parte del sentido de la obra.
Memorial es un término cuyo uso es desaconsejado en nuestra lengua, se prefiere el de monumento conmemorativo: la memoria o el recuerdo de alguien o algo. La huella visible del pasado, la piedra oscura del dolor. Edificaciones simbólicas en todo caso porque la única forma de mirar al horror es desde la periferia, habitándolo desde los suburbios; porque está ahí, porque nos duele, porque nos ciega. No hay lugar para mirarlo de frente, en un cara a cara que nos deja a tajo abierto; no hay forma de verbalizarlo ni edificarlo a no ser en el terreno de las asociaciones ocultas dentro de uno, capaces de producir emociones cuando se trastocan, el territorio del símbolo… Son, finalmente, espacios para no ser habitados, sitios para recordar a todos que aquí se escribió un verso más para el canto de los perdedores, el único canto posible —acaso un murmullo— entre las ruinas. ¿Cómo se proyecta el silencio que borra a la rabia?
Imanol Martínez González muestra, además, cómo las amistades muchas veces acaban convirtiéndose en relaciones paternofiliales. Constantemente los amigos, toman el rol de padre uno del otro, apoyándose y acompañándose.
Hoy en día que las masculinidades están cambiando es refrescante encontrarse con un libro que habla sobre una compleja y satisfactoria amistad.