Autoteoría o el estado de la cuestión
[Supongamos que buscas una respuesta a una pregunta que desde hace tiempo te haces con desesperación. Una pregunta que no sabes cómo formular. No te interesa ensayar una respuesta a través de un ejercicio de escritura creativa; tu trabajo siempre ha sido el estudio de la escritura de otres. Imagina, pues, que continuamente buscas objetos de estudio. Pero supongamos que esta vez no hay texto. No hay personaje ni experimentación formal que pueda responder a la pregunta que te obsesiona. Tampoco hay pregunta. Hay fechas, fórmulas químicas, folletos farmacéuticos, pedazos de memoria y el desesperado impulso por hacer una pregunta que no te atreves a formular sin la seguridad del pretendido objeto de estudio. Supongamos que tienes depresión crónica y un bote de pastillas impresas con LO15 en el escritorio. Tienes muchas jeringas y un botecito de vidrio con E2V en la puerta del refrigerador que temes romper por accidente. Supongamos que la farmacia es otra vez tu casa. Supongamos que buscas enfrentar el escombro personal con métodos cualitativos y el tedioso close reading. Imaginemos que quieres salir del yo a través de pestañas de colores en OneNote, que saltan del hipervínculo a las citas textuales que has recolectado meticulosamente a través de los años. Supongamos que el yo nunca ha sido un yo, sino un tú atrapado en capas sobre capas de memoria colectiva.]
“The history of feminism is, in a sense, a history of autotheory.”1
La autoteoría es una forma de escritura que analiza sistemáticamente la experiencia personal de quien escribe, para elucidar fenómenos culturales. Describe una manera de trabajar que excede los géneros preestablecidos y es, fundamentalmente, una actividad transdisciplinaria que puede combinar métodos cuantitativos y cualitativos de investigación con creación y performance. Si bien la autoteoría se ha puesto de moda en los últimos años, esta tiene una larga tradición desde la emergencia de los movimientos sociales por los derechos civiles hasta la historia de los feminismos y el pensamiento negro. Escritoras como Gloria Anzaldúa y Audre Lorde han usado la autoteoría porque es una forma de escritura que presenta una crítica a las instituciones de poder que determinan quién y cómo se puede pensar, o bien, dictaminan qué es y qué no es teoría. En Borderlands / La Frontera: la nueva mestiza, Anzaldúa entreteje sus experiencias de vida en la frontera con su jotería, para desarrollar conceptos que expliquen el fenómeno de habitar un espacio (físico y anímico) entre múltiples pliegues culturales. Hoy en día es imposible imaginar una clase sobre teorías feministas sin la mención de Anzaldúa, pero en sus inicios hubo quienes leyeron el libro y lo calificaron como un ensayo personal sin rigor teórico.
El término autoteoría aparece por primera vez en español en Testo Yonqui de Paul B. Preciado. Publicado en el 2008, Preciado define su libro como un “ensayo corporal”, “una ficción autopolítica” o “una autoteoría”. En este libro, Preciado escribe sobre el proceso de administrarse voluntariamente Testogel (testosterona en gel) y los comienzos de su relación afectiva con Virginie Despentes. La confesión autobiográfica se combina con reflexiones filosóficas sobre el capitalismo tardío y la entrada a una nueva era histórica que él llama farmacopornográfica, donde el panóptico que todo lo vigila de Michel Foucault se ve reemplazado por una píldora comestible y la regularización de los cuerpos ya no está supeditada exclusivamente al discurso científico, sino a la industria pornográfica. Playboy tiene mayor influencia que el DSM-IV.
Para Preciado, por ejemplo, la píldora anticonceptiva modifica la producción de identidades y corporalidades desde dentro del régimen farmacopornográfico, sin que necesariamente se entienda como una forma deliberada de rearticular los cuerpos (al menos no en términos transfeministas, cuir o performativos). Por ello, la ingesta de testosterona autoadministrada puede ser una forma de experimentación política que busque hackear dicho régimen, jugando abiertamente con la maleabilidad del género. El punto es que Preciado experimenta con su propio cuerpo, narra dicha investigación en relación con otros episodios autobiográficos y al mismo tiempo dialoga con la historia de la sexualidad, para desarrollar conceptos teóricos que van más allá de su persona. Su cuerpo funciona como un conductor relacional —de pronto su historia de amor es la historia del capitalismo tardío y ésta es, a su vez, un episodio determinante para la subjetividad trans, que también forma parte de la historia de amor de Preciado—.
A diferencia de otros géneros literarios que se le parecen como la crónica o el ensayo, lo que me gusta de la autoteoría es que quien escribe asume una posición ética ante los demás —¿de quién o por quién soy responsable cuando escribo?—. Hace unos días una amiga que escribió una novela con tintes autobiográficos me contaba que se sentía preocupaba por la reacción de su padre. Se puede decir que el género biográfico tiene un compromiso (imaginario o real) con la gente que rodea a quien escribe, porque tienen un rol en la narración que no pueden controlar. Si bien con la autoteoría puede existir este compromiso, la responsabilidad mayor es hacia aquelles que no están inmediatamente inscritos en el círculo personal de quien escribe. De hecho, un buen ejercicio de autoteoría logra moverse desde lo individual a lo estructural y de regreso, con la finalidad de trazar un mapa de relacionalidades que evidencie las interconexiones que nos hacen seres sintientes. En The Argonauts (2015), Maggie Nelson se desliza desde su maternidad y sus relaciones afectivas hasta las restricciones del lenguaje, el deseo y la sexualidad, mientras que dialoga con Gilles Delueze y Sara Ahmed y tiene sexo con su pareja.
A mí me interesa la autoteoría como un método de investigación especialmente útil cuando no hay un objeto de estudio tangible, cuando hay una pregunta que no sabemos muy bien cómo hacer o cuando las respuestas son tantas que es necesario seguirse haciendo la misma pregunta una y otra vez. Para mí, la escritura autobiográfica combinada con la investigación académica puede narrar una historia sobre las experiencias de las disidencias sexogenéricas en México, especialmente cuando la heteronorma se ha empeñado en borrar dichas experiencias. Lo personal es político. Pero ¿puede lo personal convertirse en un archivo histórico? ¿Puede movilizar conceptos teóricos que materializan experiencias vividas y no vividas? ¿Puede producir memoria para dejar de ser una historia del yo?
[Supongamos que tú naces en la frontera justo en los años de una pandemia que se siente incontrolable. Tú creces en el tiempo endémico cuando el uso del condón está más o menos normalizado. Supongamos que cuando juegas a las muñecas lo haces entre cajas de Vilona y ampolletas. Tú vives en una farmacia y es el auge de los esteroides anabólicos. Supongamos que no eres heterosexual (y tampoco normal). Ahora imaginemos que tú creces y tu trabajo es desenterrar objetos culturales que dan cuenta de las experiencias de la disidencia. Pero esta vez no hay un hay objeto, una pandemia lo destruye y la homofobia lo desintegra en químicos. Hay recetas médicas, recortes de periódico, los testimonios de la tía. Supongamos que quieres narrar esta historia, pero no hay novela que la cuente. Tu búsqueda, de repente, se ve interrumpida porque tu refri se llena de E2V y ya no sabes qué hacer con las botellitas de plástico anaranjado que contienen 30 capsulas de progesterona y 90 de bupropión. Supongamos que la teoría deja de ser teoría y ahora te la desayunas y la hueles todos los días. Supongamos que este es tu proyecto de investigación. ¿De quién o por quién eres responsable?]