SIN MIEDO A LA LIBERTAD
1
Israel tiene cuarenta y pocos; una esposa, dos hijos en sus veintes y tres nietos pequeños. Lleva veinte años trabajando en el mismo lugar y se siente seguro de sus circunstancias. Comprende a la perfección que todas sus certezas se trasladan a quienes dependen de él. Además es optimista, y toma con buen ánimo todo lo que sucede en torno a su vida. Es observador, escucha y nunca pregunta de más. Está bien con su historia, con su presente y con lo que espera del futuro.
2
Los primeros tres artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se refieren al derecho a la libertad, y en este contexto se mencionan factores como la religión, la raza, el color, el sexo, el idioma, la opinión política, el origen, y otras condiciones que podrían poner en duda este derecho. En sus múltiples acepciones, la RAE define la libertad como aquella facultad inherente al hombre que no está obligado a un deber ser:
Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. | Estado o condición de quien no es esclavo. | Estado de quien no está preso. | Falta de sujeción y subordinación. | En los sistemas democráticos, derecho de valor superior que asegura la libre determinación de las personas. | Prerrogativa, privilegio, licencia. | Condición de las personas no obligadas por su estado al cumplimiento de ciertos deberes.
Israel recuerda vagamente este documento. No lo conoce a la perfección pero sabe lo básico: que de él se desprenden legislaciones que le confieren derechos y obligaciones en diferentes niveles de su existencia. Lo principal es que recibe un sueldo a cambio del tiempo que se compromete con la empresa para la cual ha trabajado tantos años. A veces se siente frustrado, sobre todo porque los horarios lo han obligado a perderse momentos importantes con su familia. Algunos cumpleaños, eventos escolares, celebraciones, acontecimientos significativos. Pero lo entienden. También saben que la seguridad de él se traduce en seguridad para ellos. Además, se respeta todo eso que la Declaración Universal de los Derechos Humanos garantiza en sus primeros tres artículos: aquello referido a su libertad.
3
En 1941, el psicólogo Erich Fromm publicó su libro El miedo a la libertad, un tratado cuya premisa central es la siguiente: para el individuo, la incertidumbre se elimina prescribiéndole qué pensar y cómo actuar. En este sentido, propone una distinción entre dos términos: libertad negativa y libertad positiva. En el segmento anterior se habla de la libertad negativa, es decir, todas aquellas restricciones implantadas por otras personas o por la sociedad. La libertad positiva, por el contrario, se refiere a las restricciones autoimpuestas por el individuo. Fromm plantea que, así como existe un deseo inherente de ser libre, en las personas también se desarrolla una necesidad de eliminar la incertidumbre. Por ello entra en distintos sistemas autoritarios. Para obtener la libertad negativa, históricamente se ha tenido que luchar; por lo tanto, este tipo de libertad, por sí misma, puede significar una fuerza destructiva. Sin embargo, si se cuenta con un elemento creativo, como es la libertad positiva, se puede acceder a un nivel de conexión más profundo con los otros; a su vez, esta conexión con los otros se encaminará hacia una conexión igual de profunda con el individuo mismo.
4
Un día, Israel se encontró con la publicidad para un curso de tatuaje. Leyó todo lo referente a la duración, el lugar donde se efectuaría y el precio. Escribió para pedir informes y le hicieron llegar un temario que le pareció interesante. Entre más lo pensó, más ganas le dieron de participar. Al final lo habló con su esposa y ella estuvo de acuerdo en que lo tomara.
Mientras comenzaba su formación como tatuador, Israel se sentía un poco como el adolescente de secundaria que dibujaba en las hojas finales de los cuadernos, veintitantos años atrás; y disfrutaba.
5
A la fecha, ha realizado al menos cien tatuajes. Agenda las citas en su tiempo libre, es decir, fuera del horario de trabajo, y como no tiene un estudio establecido, carga en la mochila todo el equipo que necesita. A veces cobra y a veces no. Y sabe que igual lo disfruta. Que mienta madres en silencio cuando, de último minuto, le avisan que tiene que quedarse tiempo extra o que le cambiarán el turno al día siguiente, porque así lo requiere la empresa. Pero que no importa si tarda siete horas continuas entintando la espalda de alguien que programó una cita hace un par de días recién. Le duele el cuerpo por la postura, le lloran un poco los ojos por el esfuerzo, pero no importa: lo disfruta. Poco sabe de libertad, de libertades; poco cuestiona los paradigmas que enmarcan su vida. Y pocos argumentos tendría para refutar al jefe en turno que le exige cancelar cualquier compromiso fuera, porque la empresa lo necesita y él firmó un contrato hace tanto. Pero muy en el fondo sabe que el sueldo que percibe lo intercambia por tiempo, invaluable e irrecuperable. Porque no podrá volver a los momentos en los que dejó su ausencia, pero se aferra a ese gusto que preserva desde joven. A estas alturas de la vida no se atrevería a renunciar. ¿Perder la antigüedad? ¿Empezar de cero en cualquier otro lugar? Tal vez diez años antes la idea hubiera sido menos apabullante. Por eso persiste; por el sueldo semanal, el bono a medio año, la prima vacacional y el aguinaldo. Porque su tiempo dejado ahí se traduce en certezas para su familia. Pero se aferra al tatuaje, al dibujo, a ese pequeño ejercicio artístico que le permite percibirse fuera del organigrama en el que ocupa un lugar y solo uno, al tiempo que le permite reconocerse como individuo más allá de esposo, padre y abuelo.
Quizá para Israel hay una lucha; una conquista de su propia libertad, que inicia con algo tan insignificante que no le produce miedo.