Apuntes para una micropolítica fragmentaria
“La alquimia había funcionado.”
Lo dijo Jean-Pierre Muyard, quien presentó en 1969 a Deleuze y Guattari.
Hoy, el libro-bomba que empezó en El Anti-Edipo y acabó en Mil Mesetas sigue congregando al pensamiento.
Más importante aún: el libro que empezó con la amistad, sigue congregando a los amigos.
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“Estamos segmentarizados por todas partes y en todas direcciones.”
Todo, empezando por nosotros como subjetividad y cuerpo, está dividido, jerarquizado. Deleuze y Guattari inician así la meseta «Micropolítica y segmentaridad». Si lo pensamos como un dibujo, o mejor, como un calco, por todos lados nos brotan líneas que segmentan, que abrazan algo para marginar otra cosa: identidades, instituciones, arquitecturas, criterios morales, clases sociales. Haciendo un recorrido filosófico-antropológico, la segmentaridad aparece como fundamento de la organización occidental: de la historia del pensamiento a las constituciones sociales. Seres estar dividido.
Pero en Deleuze y Guattari no hay un estado de cosas. Hay pasajes de un estado a otro. El mundo habita en el entre. Es un asunto de percepción.
Dicen después: Todo individuo está atravesado por dos segmentaridades a la vez: una molar y otra molecular. Toda política es a la vez macropolítica y micropolítica.
Dentro de toda organización molar (digamos, formas establecidas que difícilmente pueden mutar) coexiste un mundo de micropercepciones, afectos y segmentaciones finas que captan otras cosas, con una vida independiente de lo macro. Existe una vitalidad micro operando siempre, más allá de lo visible y capaz de enunciarse. A la par de lo molar anida un universo molecular.
La molaridad y la molecularidad no se oponen, se nutren entre sí. Lo que sucede con la segmentaridad es que encauza los flujos moleculares. Traza y fija los caminos posibles, cuando en realidad las moléculas podrían vagabundear mientras inventan sus propios habitares.
Esta distinción entre lo macro y lo micro va más allá de las alusiones de tamaño. Con una metáfora físico-química, los autores explican que la diferencia está en la naturaleza de su masa: la micropolítica se define por flujos de cuantos, mientras que la macropolítica, por líneas y segmentos.
Lo que fluye en la micropolítica es el deseo.
El deseo es el flujo que sostiene y hace vibrar al mundo.
El deseo como producción, creación. No como una falta.
Desde el punto de vista de la micropolítica, una sociedad se define por sus líneas de fuga, que son moleculares. Siempre huye algo, escapa a las organizaciones binarias, al aparato de resonancia, a la máquina de sobrecodificación.
Podemos decir, entonces: cualquier forma de organización se compone de esas intensidades y flujos que, aun dentro de la retícula, son capaces de fugarse.
Flujos mutantes.
En la consistencia existencial de todo está lo que se fuga.
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Declaración de principios: no se abre un espacio porque se sabe, sino precisamente para saber. Escribo porque no sé.
Cuando las pantallas aparentan alumbrar, me pregunto por la posición de la mirada.
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Los manifestantes de Hong Kong apuntan con luces de láser a las cámaras de reconocimiento facial. Muy rápido, las armas de inteligencia artificial sucumben ante su esencia débil: la materialidad. En las imágenes de los enfrentamientos se ven objetos incendiados, policías torpes, insurrectos coordinando estrategias de ataque que parecen danzas, luces verdes y azules vibrando por doquier. Como una novela cyberpunk.
El año pasado, en medio de las protestas contra el proyecto legal que violentaba la libertad de expresión, el gobierno prohibió que cualquier ciudadano tuviera la cara tapada en la vía pública. En un lugar como Hong Kong, cuyo sistema de seguridad tiene una monstruosa base de datos con la biometría de sus habitantes, una medida legal como ésa haría sencillo identificar a los insurrectos. Pero la imagen siguiente fue aún más poderosa que manifestantes derribando torres de reconocimiento facial.
La siguiente movilización fue un carnaval. Esta vez sus asistentes no se cubrieron la cara con pasamontañas o cualquier prenda de ropa amarrada a la nariz, como lo habían hecho antes. Esta vez portaron máscaras multicolores. Disfraces de cuerpo entero. Botargas. La marcha se convirtió en una fiesta satírica de personajes de anime, políticos caricaturizados, superhéroes, la cara de Guy Fawkes, memes, tapabocas pintados a mano y bolsas improvisadas con hoyos. Incluso los niños portaban, orgullosos, las caras de sus dibujos animados preferidos.
Conspirar a través del humor es una estrategia para avivar la potencia sensitiva. Para enfrentar la crisis más importante de nuestro tiempo: la de la imaginación.
De pronto deja de importar tanto si se impidió la aprobación de la ley. Los cuerpos se encontraron, la molecularidad se activó y con ella, la posibilidad de huir a las segmentaridades.
El carnaval como subversión a la tiranía de la mirada:
un gesto micropolítico.
Sigo tirando del hilo, como dice Vivian Abenshushan para continuar una idea que se está construyendo en colectivo.
“Como cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos.” Rizoma, la introducción de Mil Mesetas.
Luis, con una sonrisa indefectible, recupera la cita en sus clases para explicar una distinción vital que plantean Deleuze y Guattari: singularidad en vez de sujeto. La singularidad se rige por múltiples procesos de subjetivación, mientras que el sujeto se encuentra sometido a determinaciones clausuradas, como las características de identidad.
(Recordé a Marina Garcés, quien lleva el hilo crítico de la metafísica hacia la construcción de un mundo común: “Liberarse del yo es la condición para conquistar la propia vida”).
La importancia del cuerpo para imaginar lo político, la platiqué con Luis. Él lo explica bellamente al hablar de Franco «Bifo» Berardi, el pensador por el cual nos hicimos amigos: “una política que sea una estética, pero también una erótica.”
Como en Chile: “¡El que baila, pasa!”
En ese país, el alza al costo del transporte público fue motivo para que multitudinariamente las personas salieran a protestar a las calles, en nombre de años de abusos neoliberales. Pero eso es macropolítica.
(Por cierto: las imágenes de las insurrecciones en Hong Kong y Chile me las compartió Al-Dabi, con quien solo he tenido intercambios a través de Twitter).
“¡El que baila, pasa!” fue un juego que surgió entre los manifestantes, aquel que pretendía atravesar en su auto por una calle tomada, tenía que bajarse a bailar. Y así lo hicieron.
Los cuerpos se activan.
Los afectos son los que pasan.
Micropolítica: ver lo político en los gestos.
“Es político todo lo que guarda relación con el encuentro, el roce o el conflicto entre formas de vida, entre regímenes de percepción, entre sensibilidades, entre mundos, en cuanto dicho contacto alcanza cierto umbral de intensidad”. Escribe el Comité invisible en Ahora.
Micropolítica es cantar juntas “Un violador en tu camino”. Esa conflagración deseante de cuerpos que no busca cambiar legislaciones. Cuerpos que anhelan el encuentro, invocan los afectos, ponen en variación las moléculas. Y que en su esencial búsqueda de lo inútil abren un espacio para pensar: cuerpos danzantes que cambian el mundo.
Frente a la saturación y sobrecodificación, los cuerpos pueden respirar a partir de la música.
El deseo baila a la par que los cuerpos.
No importa para qué, mucho menos hacia dónde. En todo caso, cómo, la pregunta por el tejido del ahora. Pensamiento estratégico, no teleológico. Pensamiento de las políticas del instante. Sin plan. Cada situación requiere ser pensada desde su singularidad. No hay una forma de hacer la revolución. Lo leí en Tiqqun, el colectivo que una vez leyó a Deleuze y Guattari.
Sublevar la mirada de lo que tiene finalidad.
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Micropolítica es lo que hizo Javier —editor de Tinta Limón— al regalarle un libro a una chica muy joven que llevaba varios días pasando por el stand de la editorial, hojeando el mismo título sobre feminismo, sin tener suficiente dinero para comprarlo. Eran los últimos días de la feria. “Necesito regalárselo”, dijo él. Y corrió tras ella.
Tal vez con ese libro una existencia se trastocó para siempre.
Fue un gesto.
Un gesto fuera de la lógica del capital.
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Me gusta el pensamiento deleuze-guattariano porque es lo más alejado a una comprensión moral. Frente a las dinámicas excluyentes ellos proponen la multiplicidad, lo que tambalea, lo indeterminado, lo viviente. La filosofía como una máquina creadora de conceptos que no impone formas, sino que las hace florecer. Ellos labraron la tierra para abrir una fisura: en la misma página rizomática, germinó el mundo natural y el humano. Inventaron un espacio de consagración amistosa entre diferentes disciplinas, un no-lugar donde fluyen libres las moléculas pensantes.
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— De pronto el coyote se puso alegre.
— ¿Por qué? ¿Qué está viendo?
— Apareció su amigo tejón. Van a ir a cazar juntos.
“Amistad quiere decir comunidad provisoria, que no se funda sobre ningún origen común, sobre ningún destino escrito, sobre ninguna necesidad histórica. Quiere decir amor por las mismas situaciones, persecución del mismo objetivo provisorio, placer de realizar juntos el mismo recorrido, o de fracasar juntos y caer”. Escribe «Bifo» en el libro que dedica al pensamiento y vida de su amigo Félix.
Micropolítica es, por supuesto, la amistad.
Comunidad del deseo, no de la identidad.
“Es Guattari quien trae un lenguaje de químico, de alquimista, de farmacólogo, de hidráulico y de electricista, además de, naturalmente, activista”. Lo dice «Bifo».
“Deleuze, que casi no salía de su casa pero era un nómada del pensamiento, es quien trae el lenguaje del filósofo”. Lo escuché de mi amigo Jorge. Él se ha sumergido de cuerpo completo en las potencias de este dúo-multiplicidad.
Me contó: Micropolítica es una ecología de las fuerzas humanas y no humanas.
(Esta vez evoqué a Mónica Nepote. Ella habla de personas no humanas. La historia del lobo que convivió con una pequeña comunidad en Alaska, la motivó a reunir voces que construyeran lejos del antropocentrismo. La naturaleza: ese otro mundo que es éste).
Sigo: Micropolítica es una ecología de los afectos. Su lugar es el contagio: como los virus. El problema micropolítico es estético: de afectos y creación. De composición, ritmos y sensibilidad.
Como Deleuze y Guattari, Jorge habla el lenguaje de las células, las abejas y las flores.
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Micropolítica también es la enemistad. Situar la enemistad hace circular afectos. Permite dar cuenta de lo que conecta (y no) con nuestra propia potencia. Es la prueba de que las relaciones no preexisten, sino que deben ser elaboradas. La política es un juego de distancias. Lo escribe Tiqqun.
Con Sonia aprendí el amor por estos temas. Cuando me develó que la sensación y el pensamiento pueden ser uno solo, para mí se abrió el mundo. Fue ella quien me enseñó la micropolítica.
Seguramente nunca leerá este texto. No logré ser su amiga.
“Nunca pensamos solos”, decía siempre.
No lo olvido.
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Vuelvo para ir hacia otro lado:
En la micropolítica fluye el deseo.
El deseo produce efectos. El deseo crea formas.
— ¿Y si el deseo es fascista?
— Sigue siendo deseo. Es el deseo que quiere su propia represión.
Hay otro gran tema en «Micropolítica y segmentaridad»: los fascismos macro y micro.
Deleuze y Guattari advierten: el fascismo es peligroso porque es molecular. Opera en los brotes de deseo e imaginación. Se instala en cada agujero.
El fascismo es el odio hacia todo lo que vagabundea, escribe Amador Fernández-Savater. El odio a la anomalía, a lo que se fuga, a las fallas.
El fascismo no es una aparición súbita. La micropolítica permite ver que el fascismo siempre ha estado ahí.
A veces los afectos fascistas se asientan y erigen segmentaridades con rostros visibles: crean Estados, movimientos sociales, partidos políticos. Hasta se pueden afianzar en la ilusión democrática, como hoy en tantos países. Sin embargo, no siempre se pueden identificar de inmediato: en ocasiones prevalecen en forma de gestos. Y esos gestos también demandan otra atención.
“Pero el fascismo es todavía más peligroso a causa de sus microfascismos.”
La micropolítica puede escrudiñar a los movimientos que se asumen como libertarios pero en realidad están fundados en afectos fascistas. Difícilmente se lee en las consignas. Un movimiento se puede autonombrar “ecologista”, “antipatriarcal”, “anarco” y caer en procesos de opresión, degradación, marginación. Lo que fluye ahí son microfascismos travestidos.
“Es muy fácil ser antifascista al nivel molar, sin ver el fascista que uno mismo es, que uno cultiva y alimenta, mima, con moléculas personales y colectivas.”
¿De qué serviría poblar otro planeta o tener una Renta Básica Universal para t-o-d-x-s, si la vida seguiría sosteniéndose en un deseo depredador, consumista, cargado de microfascismos? (Otra idea de Amador).
Poco caso tiene atacar molaridades fascistas sin revisar sus molecularidades.
Micropolítica es hacer una revisión de los afectos.
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Me pregunto: ¿si escribo en fragmento realmente escribo?
Una vez Blanchot —genio del fragmento pensante— me arrancó la palabra escrita. Leí La escritura del desastre y sentí que no tenía nada que mereciera ser dicho. Pensé: bienvenido el silencio. “Quisiera contentarme con una sola palabra, mantenida pura y viva en su ausencia, si, mediante ella, no tuviera que portar todo el infinito de todas las lenguas”. Entonces callé. Prolongar el silencio: antesala de las formas.
Deleuze leyó a Blanchot. Ni Deleuze ni Guattari escribieron en fragmento.
Si algo comparten estos pensadores es su relación absoluta con la vida. Se les puede leer. Entender, incluso. Pero es hasta que sus conceptos se experiencian en el cuerpo, en la vibración de la vida, que realmente se intuye su dimensión verdadera.
Tres años después de Mil Mesetas, Blanchot publicó La comunidad inconfesable. Escribe:
“Allí donde se forma una comunidad episódica entre dos seres que están hechos, o que no lo están, el uno para el otro, se constituye una máquina de guerra o, mejor dicho, una posibilidad de desastre que lleva en sí, aunque fuere en una dosis infinitesimal, la amenaza de la aniquilación universal.”
¿Acaso hay gesto más político que amar, cuidar o tener un amigo?
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Entre la avispa y la orquídea
hay una historia de amor.
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¿Se puede congregar la historia del mundo en una mirada?
Una mirada altera el curso del tiempo.
¿Y si el tiempo del amor es el único tiempo verdadero?
“Hay que salir de nuestra casa, ir al encuentro”. Lo leí en el Comité invisible ese día por la mañana. No miento.
Los encuentros son acontecimientos micropolíticos.
El acontecimiento libera flujos de cuantos donde algo nuevo puede producirse. No espera: transgrede. Abre campos de lo (im)posible.
Los encuentros aumentan nuestra potencia de existencia. Nos vuelven más aptos para percibir cosas. Los encuentros nos hacen ver.
Es el concepto de afectos en Deleuze. Yo creo que también se refiere al amor.
En medio de esta ciudad:
una falla.
Como si brotaran las palabras del Comité invisible, ese día, una mirada me atravesó. Eso: atravesar. La historia del cosmos se congregaba en ese instante.
Diego.
Fue un encuentro. En la lengua ateológica de Bataille: el milagro del encuentro.
Con Diego entendí la comunidad de Blanchot.
La comunidad de los amantes.
Fue una noche, a punto de cruzar la calle.
Desde entonces, sigo buscando una sola palabra, mantenida pura y viva en su ausencia.
Es inútil:
Es nuestro secreto.
*
En un tiempo prestigioso
entre los ritmos abismados del mundo
nació Camila.
Ella sabe de alquimia.
También de la plenitud del fuego.
Su tribu es los Asra:
los que mueren cuando aman.
Sí:
Camila es mi amiga.
(De nuevo un paso (no) más allá con Blanchot).
No puedo hablar de ella.
Sólo puedo hablarle.
En ese intervalo que al separarnos, nos une, cabe toda la sencillez de la vida.
¿Hay algo más grande que tener un amigo?
*
Un día Deleuze y Guattari se hicieron amigos.
Ni siquiera ellos podrían haber imaginado lo que originaría esa amistad inmemorial.
Y es que nadie, nadie sabe lo que puede un encuentro.