Tierra Adentro

Titulo: Curaçao: costa de cemento, pueblo de prisión

Autor: Christina Soto van der Plas

Editorial: Secretaría de Cultura / Dirección General de Publicaciones / Fondo Editorial Tierra Adentro

Lugar y Año: 2019

Curaçao. Costa de cemento, pueblo de prisión  (Tierra Adentro, 2019) es a la vez que un diario de viaje, un ensayo, una crónica y un testimonio a cuatro voces. El libro con el que Christina Soto van der Plas ganó en México el Premio Nacional de Crónica Joven 2019, cumple con cada uno de estos géneros textuales y con ninguno de ellos. Es otra cosa.

Las dos partes del libro (“Anécdotas de Curaçao” y “El viaje”) son de carácter distinto. En la primera, la más ensayística, la autora documenta diversas anécdotas sobre la misma isla que salen de las grietas de los grandes archivos y arrojan luz sobre todo aquello que se quedó al margen del gran relato. A través de pequeñas historietas contadas de manera ligera, se reconstruyen fragmentos de una macro-historia acerca del reparto de los poderes económicos que tuvo lugar desde el siglo XVI hasta el XX.

Un pasado lleno de guerras legales e ilegales entre las potencias europeas con el caribe como telón de fondo. Los conflictos y las negociaciones entre España, Holanda, Inglaterra y Portugal evidencian la mentalidad utilitaria con la que Europa llegó al otro lado del Atlántico. Y quizás el hecho de que Curaçao fuera una de esas islas etiquetadas como “inútiles” por Diego Colón nos deja ver más claro la perversidad con la que el modelo capitalista se puso a operar desde entonces. España no se mostró demasiado dolorida cuando aquella isla, supuestamente “inútil” y sin recursos, cayera en otras manos. Los holandeses, a su vez, empezaron a darle otra “utilidad”: la convirtieron en un centro de distribución regional de esclavos.

Como bien ilustra Soto van der Plas en su libro, la etiqueta inútil legitimó todo tipo de saqueo. Y  como sucede en toda isla “inútil”, donde lo mismo cabe la prisión que la utopía ―lo que explica la cantidad de desterrados y figuras excluidas de la economía política de la modernidad―, en esta isla encontraron refugio los delincuentes, los corsarios, los piratas, los locos, los judíos expulsados, etcétera. Soto deja traslucir también en todas las anécdotas que recorren su Curaçao…, cómo en el modelo holandés de colonización con productos y personas el Estado desaparece a favor de las empresas. Para los Países Bajos el S.XVII fue en realidad el siglo de oro del libre flujo del capital; capital que enriqueció una multinacional avant la lettre: “la Compañía de las Indias Occidentales”. Y es en ese contexto donde se escribe la historia de aquellas antillas.

Uno de los grandes méritos del libro de Soto es que el lector hispanohablante tenga por fin acceso a la peculiar historiografía de aquella parte del Caribe con pasado colonial holandés. ¿Cómo acceder a esa historia si en su mayor parte fue escrita en el idioma del colonizador? Tanto el holandés como el español construyen una versión de la historia desde una mirada colonial europea y en papiamentu ―que a lo largo de los años empezó a ser el idioma de las antillas holandesas― donde poco queda escrito sobre el tema.

Christina Soto van der Plas sugiere que la capital de Curaçao, Willemstad, que recibió el nombre en honor al príncipe Guillermo El Silencioso, heredó el silencio de este. Recorre las huellas de las omisiones detectando vacíos sobre las partes más difíciles de la historia antillana; vacíos o silencios que van nombrando los traumas. Sobre la trata de esclavos la autora sólo encuentra datos, notas de procedencia y números, pero las experiencias personales de aquellos que fueron víctimas no fueron narradas, “a los esclavos se les ha borrado de las anécdotas”, dice. “Aparecen únicamente en los documentos porque fueron productos y no personas”. Entre los comentarios sobre Curaçao y sus silencios se construye entonces un relato en el que se nombra la exclusión de la voz de aquellos que fueron esclavizados.

“Se habita una lengua como se habita un espacio. No hay naciones: solo lenguas”, comenta Soto señalando el papiamentu como “única arma en contra del silencio” de parte de los africanos hechos esclavos por los traficantes europeos. La autora observa además que “en el papiamentu, el holandés del colonizador es la única lengua que nunca se registró ni a nivel sintáctico ni de léxico”. A pesar de no coincidir del todo con su última observación, la idea de la lengua de la isla como creación de resistencia es ―creo― muy válida. Son en estas zonas semilegales y semisecretas de la resistencia cultural donde se desarrolla una lengua criolla que se opone a las rigideces burocráticas del idioma del colonizador.

El papiamentu inicialmente estaba prohibido en las plantaciones y en las escuelas, y el primer registro escrito en él también se asocia a algo ilegítimo: es una carta de amor prohibido entre dos amantes que, por adulterio, más tarde serán expulsados de la comunidad sefardí de la isla. No es hasta 2007 que el papiamentu se declara ―aparte del holandés e inglés― idioma oficial de la isla.

Hasta aquí la parte ensayística del libro de Soto, enriquecedora, informativa y construida a partir de cartas, crónicas y documentos coloniales. Aparte de la abundancia en anécdotas (que van de la piratería en el siglo XVI hasta la creación del  Blue Curaçao y Grand Marnier en el siglo XIX) hay una riqueza también en su juego con el género literario. A medida que avanza el texto, este se abre cada vez más a asociaciones y a la inclusión de poemas, fragmentos textuales u otras voces o fugas. En la segunda parte del libro se documenta un viaje que hicieron Geraldine Monterroso, Eduardo Lalo, Grisell Reyes y Christine Soto van der Plas a la isla. El resultado es una especie de crónica de viaje donde los cuatro intercambian ideas y experiencias.

A lo largo de Curaçao…, Soto anota y reflexiona sobre el poder de las palabras. El poder de crear una visión de mundo, de instalar órdenes sociales o políticas y de excluir a otros y otras. Su mirada es la de una extranjería productiva y flotante que se encuentra tanto en la voz propia como en la de distintos compañeros de viaje que se fusionan entre sí. A la misma vez que se habla sobre nacimientos en Cuba, Puerto Rico, México, Guatemala, sobre padres o abuelos caribeños, centroamericanos, “indígenas”, “asturianos”, “holandeses”, estos mismos “orígenes” son borrados al no pertenecer solo a un individuo. Forman parte de un espacio dialógico y de la lengua. Es como si estos (co)autores puertorriqueños, mexicanos, guatemaltecos, con sus genealogías diversas buscaran en Curaçao un espacio común, el símbolo de un territorio con origen artificial. Un espacio donde se entrecruzan lenguas y nacionalidades diversas y donde la voz de algunos y los silencios de otros están en continua guerra; donde en el diálogo se lucha y negocia la pertenencia a una comunidad lingüística.

Este relato híbrido es a la vez una reflexión metapoética sobre los distintos modos de “habitar el lenguaje”.  Habitar los idiomas que nos rodean puede ser uno de los  modos de buscar nuestra pertenencia, raíces o lugar en el mundo. En el prefacio del libro la autora explica que el proyecto nació del deseo de pensar “las historias del origen (familiar y nacional) para enunciar y denunciar la ficción de la identidad latinoamericana a través de la forma de la anécdota”. La forma anecdótica del libro sugiere el posible potencial de armar otros puzles que desmonten las ficciones esencialistas. El viaje se convierte así en otro modo de “deshabitar el espacio de la identidad”.

Esta nueva crónica de viaje es también una crónica de conquista. La conquista de un espacio de escritura donde se borran las fronteras identitarias hasta el punto de hacer desaparecer las fronteras del yo. Las cuatro voces se intercalan y atraviesan los cuerpos. Sin ánimos de reconstruir la genealogía de un individuo o nación en particular, surge la idea de una comunidad que se centra menos en la ficción identitaria y mucho más en el intercambio e invención de códigos. La escritura es una creación de un espacio relacional y Curaçao, su utopía. Una utopía que consiste en crear un hábitat en territorios lingüísticos inclusivos y dinámicos; una construcción donde el intercambio real y la escucha sí resultarían posibles y donde no se repitan los mismos silencios o exclusiones.

La reflexión acerca de la cultura caribeña tejida por Christina Soto van der Plas a través del juego literario, por lo tanto, toma la escritura como espacio de invitación. Aceptar esta invitación implica acceder al placer de una excelente obra, original y única. Implica formar parte de una fiesta. Pertenecer. Ahora solo me queda invitar a otros a que formen parte de la Curaçao de Soto van der Plas: una máquina que vincula lazos sociales y poéticos, devoradora; una máquina que, al igual que el papiamentu, establece conexiones inesperadas y todo lo convierte en poema.