10 años sin terminar la novela: en memoria de Gerardo Arana 1987-2012
Espero, Copy, que un día me perdones. Ya tienes tu primera novela. Era lo que más querías en esta vida. Espero que alguien se digne a publicarla. Está hecha con tus cuentos.
Los cuentos que escribías cuando eras joven. Cuando creías. Cuando escribías.
-André Gaspar. 2012
“Frank Kermode, es importante decirlo, considera la ficción como una imagen temporal del mundo ordenado conforme a la proximidad de un final. Este “Final” presupone un “principio” que lo determina. La relación entre el “principio” y el “final” dota de un lugar y sentido a los acontecimientos que se ubican entre ambos. El escritor de tradición apocalíptica desarrolla de esta forma un discurso de autorreferencialidad. Dejemos que Frank nos explique. “Frank: el Apocalipsis depende de la concordancia entre el pasado imaginativamente registrado y el futuro imaginativamente predicho, alcanzando a nombre de nosotros, los que permanecemos en medio.” Con estas reflexiones terminan las páginas de la obra impresa Meth-Z (Tierra Adentro, 2013) de Gerardo Arana Villarreal. Lo que propician estas ideas de Kermode es una falsa temporalidad, una falsa causalidad, una aparente relación entre dos puntos de sentido.
El 26 de abril de 2012 falleció el hermetropolitanx, hijo de familia, amigo, poeta, narrador, novelista, productor, esposo, maestro Gerardo Arana Villarreal, al poco tiempo de terminar de escribir su primera novela. Todo fue tan rápido, se pudo imaginar tantos futuros alternativos de su obra, otras potencias, mil millones de cuartillas más y diversas publicaciones. Pero su muerte fue el principio de su rápida consolidación en la tradición de la escritura ¿búlgara?, ¿mexicana? y de Ciudad Hermes. La obra apocalíptica de raigambre autorreferencial se expandió en microsegundos tras el fallecimiento de su autor. Su obra se habría publicado ineluctablemente, habría sido un bestseller si tan sólo la hubiese concluido y publicado años más tarde en internet. Las fugas de la imaginación son aplastadas por los sinsabores de la vida.
No diré que no siento un poco de síndrome del impostor al escribir este texto en homenaje luctuoso, pues no conocí a Gerardo Arana, pero como dijo alguna vez Canek Zapata “Pero es gracias a él que he conocido a muchxs de mis mejores amigxs. Creo que ese es un gran legado”. Hay un doble movimiento de cercanía y distancia que atraviesa este obituario. Gerardo Arana, nombre de una serie de afectos generacionales que mueven pasiones, que producen encuentros, que motivan diálogos, que crean un entramado de relaciones desde el amor entre ideas y cuerpos. Se rumora que si vas a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM con un libro de Gerardo alguien se te va a acercar a preguntarte medio en reto por qué conoces a Arana o por qué tienes el libro o si quieres hablar de lo increíble que es. Háganlo, siempre pasa, es una experiencia particular. No conocí al autor, pero Pegaso Zorokin me cambió la vida.
Debo a la conjunción de un espejo y de una antología de poesía joven el descubrimiento del flaco. El hecho se produjo hará unos ocho años. Andrés Paniagua cenó conmigo esa noche, nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, donde el narrador omitiera o desfigurara los hechos para incurrir en diversas contradicciones que permitieran a unos pocos lectores -a muy pocos lectores- la adivinación de una realidad atroz o banal.
Tiempo después comencé una investigación sobre una novela imposible y viajé a Querétaro porque Cristina Rivera Garza sospechaba que algo tenía el agua de Querétaro, algo que propició la escritura de Gerardo Arana y la editorial Herring Publisher. Tenía que descubrirlo. Al llegar a la ciudad fui a la librería La Comezón, donde se rumoraba estaban los últimos ejemplares de La máquina de hacer pájaros (2008) y Bulgaria Mexicali (2011). Entré con sigilo y comencé a ver la disposición: una mesa grande al centro con libros y más libros al rededor. Encontrar libros pequeños con más de diez años iba a ser difícil. Me acerqué y pregunté sin esperanza si tenían algún libro de Gerardo Arana, me voltearon a ver con extrañeza, como si supiera algo que no debería de saber. Me dijeron -la novela está agotada, por ahí están los otros. Tengo la novela, ahí comenzó todo. Okey, okey. Me acercaron la nueva edición de Herring Publisher de Bulgaria Mexicali, La máquina de hacer pájaros y Bonus track. También me dijeron donde estaba la colección de Letras de Querétaro pero que no sabían qué quedaba. Me encontré el último ejemplar de la primera edición de La máquina y otro libro que me sonaba conocido, de un tal Horacio Lozano, les pregunté que qué tal estaba y quién era él, me dijeron con una risa entre dientes que era Horacio Warpola. Se abrió el espejo. Horacio Warpola es un poeta experimental muy querido por amigos del extinto DF y según entendía amigo de Arana. Compré todo. Con ese pacto me dijeron que al día siguiente habría una presentación editorial, que quizá venía Oliver Herring y que se iba a poner chido. En ese viaje fui a muchos lugares, conocí a gente increíble, escuché poemas alucinantes y perseguía a un fantasma del que todos hablaban y nadie sabía todo.
Nadie puede saber todo de una persona, menos de una tan fuerte y con tanto como Gerardo Arana. De todos los lugares a los que fui, cada persona con la que hablé tenía algo que decir de él. Quienes lo conocieron contaban historias y, quienes no, hacían crecer el mito. Lo cierto es que no se podía hacer caso omiso de su existencia. En Juriquilla, frente a una barbacoa, concluimos que Querétaro se dividía en tres: quienes conocieron a Gerardo, aquellas que lo habían leído y sabían cosas y las que tras oír breves comentarios sentían una curiosidad insaciable por leerlo y adentrarse en su lectura.
Meth-Z tiene como personaje principal a Pegaso Zorokin, Maria Eugenia; luego a André Gaspar, Copy & Hack. Pegaso Zorokin, como lo conocemos sus amigos y lectores, nació un día del siglo XX, o tal vez del XXI o XIX en Ciudad Hermes, lugar de residencia de los Neónidas, escritores de un blog y una serie de fiestas paganas, entre sus miembros está Madamme Barbarella, Horacio Warpola, Antonio Tamez y José Velasco. Ubicada al sur de los Estados Unidos entre Santa Teresa y Bulgaria. Para los derechos de sus escritos, el joven Gerardo Arana Villarreal (1987–2012) le encargó a Daniel Malpica y a Oliver Herring los manuscritos. Pegaso Zorokin siempre quiso escribir una novela, pero en su lugar se enamoró de María Eugenia y se drogaba mucho. Es un escritor bastante incómodo en la profesionalización neoliberal del escritor en este país, pues sólo tiene la intención de escribir una novela, algunas notas sobre las drogas, crónicas laborales, cartas de amor y esquemas de inventos. Él era muy tímido, pero de haber gozado de fama sin duda habría sido incluido en Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas.
Pegaso Zorokin pertenece a ese espectro de autores que teniendo las ideas pudieron escribir una gran obra literaria, pero prefieren no. I prefer not to. Kafka se dijo a sí mismo que sólo se podía escribir sobre la imposibilidad esencial de la escritura. Zorokin se habría llevado bien con el praguense. Habrían no escrito muchas aventuras juntos.
El hermetropolitanx se llegó a ganar la vida como psicólogo, como vaquero exitoso en películas westerns, como botarga de anime y como practicante de hechicería, para todo ello utilizó la literatura como método. Ordenemos la narración. Ordenemos la vida. Ordenemos pensamientos. Problema suficiente para una novela, para un libro de ensayos o para un cuento. Cuando los personajes son ideas y la estructura de la narración está inspirada en la personalidad de un drogadicto, de un amante, todo indica un desastre.
Meth-Z es una modulación de un libro imposible. “La idea es armar un libro. Hacer un libro. Aquí lo interesante es que el proyecto es hacer un libro y una película acerca de un hombre que es un libro. Tomamos un pdf con toda mi obra completa, o séase todos mis trabajos de la universidad, todos mis cuentos. Ni siquiera los voy a editar, es tanto que nadie los va a leer”, dijo mientras caminaba Gerardo Arana.
El libro, si ahora existe, no es más que el mismo Pegaso Zorokin; Meth-Z la droga-virus mediante la cual Zorokin se fue apoderando poco a poco de la mente de los jóvenes. Narrador abducido.
Para cuando salió se volvió un bestseller de culto inmediato. Las librerías Educal, desconcertadas, no sabían por qué hordas de personas llegaban pidiendo ese libro. Desconociendo, naturalmente, que Pegaso se había apoderado de la mente de todos ellos. Rápidamente se agotó y volvió a ser un secreto a voces. Sólo reconocible al inhalar la piedra.
Esta es una novela y estoy consciente de que las novelas necesitan un conflicto. Recapitulemos entonces. El problema de esta novela es que Pegaso es un drogadicto. Pero utiliza la droga como método para escribir. Consciente del peligro, Gerardo Arana le facilitó a Zorokin las drogas y el material para escribir. El problema es que, además, estaba enamorado. Nada más peligroso que escribir drogado y enamorado. Del romanticismo tardío parece que aprendieron todo. Sus hazañas son relatadas en Meth-Z, Met Zodiaco y Pegaso Zorokin. No, no, no. Todos ellos nombres comerciales. El texto es el texto es una rosa es una rosa el texto.
En ese espíritu postromántico wherteriano, Gerardo Arana comenzó a escribir el libro con el apartado Anarcosentimentalismo. Escrito después de unas cervezas entre amigos, una noche sin dormir. Posiblemente un viernes 17 o sábado 18 de julio en el marco del curso-taller de la fundación para las letras mexicanas en Xalapa que se llevó a cabo del 13 al 25 de julio de 2009.
Ese mismo día, durante su paseo por la ciudad, Gerardo Arana y Daniel Malpica se subieron a un monumento, la obra del escultor Barremo; un busto fundido en bronce de Manuel Maples Arce al que ambos escritores en ciernes se subieron y comenzaron a recitar el poema “Tabaquería” de Álvaro de Campos. A veces me gusta imaginar que ahí, en ese monumento destruido que ya no tenía ni el rostro del poeta, con ese hechizo anti-nacionalista poético nació Pegaso Zorokin. Como si la posibilidad de refundar estridentópolis fuera puesta en práctica. Había en ese gesto de reapropiación, la posibilidad de escribir una novela desde una tradición en decadencia. Había que fundar nuevamente la literatura, una cama, nuestro país.
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.
el universo
se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza
y el Dueño de la tabaquería sonríe. (De Campos)
Meth-Z es un texto cuyo núcleo temático es la creación de la escritura. ¿Cómo escribir?, ¿para qué escribir?, ¿de dónde proviene el impulso de escribir?, ¿cómo el sujeto se enfrenta a la invención? Todas estas preguntas parecen llevarnos a terrenos especulativos de la psique humana, los orígenes del lenguaje y otros terrenos poco seguros de explorar. Pero Arana, desde la ficción, responde que uno escribe por cualquier cosa y todo el tiempo. La máquina de hacer pájaros es el gesto radical de la creación literaria: una ensoñación de Zorokin sobre la creación de su droga. La droga como recurso narrativo dentro del libro permite seguir narrando, la vida de los personajes se mezcla con la de Arana y éstas con las referencias literarias y ensueños de los tres, porque, aunque ya no es una máquina literalmente, la droga permite procesar las subjetividades: sueños, recuerdos y lecturas. Se pierde el piso de realidad y el libro funciona como una serie de relatos interconectados. El objetivo de intrincar relatos a través de la pérdida del sentido de realidad de los personajes por medio del elemento de las drogas es representar los procesos de un hipertexto: un todo literario donde lo mismo se escribe el libro en el que se lleva a Ítalo Calvino a Howarts o se rentan películas en un Blockbuster.
Ricardo Piglia decía que lo que más rescata de Roberto Arlt era que en un campo cultural que tenía como referencia a Jorge Luis Borges estaba diciendo que cualquiera podía escribir. Eso impulsó a muchos a hacerlo. Desacralizó la escritura. En cierto sentido Meth-Z dice a los jóvenes escritores que la literatura está en contar historias, en los viajes en ácidos, en las películas que ves, en los videojuegos que juegas, en los chats con tu novia, en todas las lecturas revueltas de la educación básica, en fin, en el acto de escribir. A lo largo del libro distintos personajes avisan 49 veces de distintas maneras que van a empezar a escribir un libro. Sitúa al plano de realidad del siglo XXI como un plano de inmanencia lleno de experiencia que vale la pena ser narrada. Es ahí, en ese vuelco, que la novela importa y excede su diégesis, es la fuerza de los sueños de varias generaciones sacralizada dentro de los estándares de la literatura nacional que, al devolverse al lector, le dice: tú también puedes comenzar a escribir el libro.