Cristo cuatro veces frente al espejo.
I.
En el origen, Carlos Oswall,
pensó en Cristo
sosteniendo al mundo
en una mano,
y en la otra,
las cuatro estaciones de madera.
No sabemos cuál mano
contuvo qué.
No importa mucho.
Ambos símbolos.
Aún en boceto
pesaban por igual.
Como si de una Temis brasileña se tratara.
En el segundo principio,
Paul Landowski decidió dejar a Jesús
con los brazos abiertos.
Lo amamantaron de hormigón en Francia.
Un pesebre francés
con un buey francés,
y un caballo francés.
El vientre de María
tardó cinco años en amasar
la divinidad del niño
que nació de complexión treintañera
(el verdadero milagro)
en octubre de 1931.
En ese año Brasil
también cantaba lullabies
a los infantes de la poesía concreta.
Y en las calles
aún el polvo
de una Revolución
apenas terminada.
II.
Hay sobre la montaña un hombre.
Y arriba del hombre un cielo.
Y adentro de ese cielo está Lêdo Ivo
repitiendo una letanía
que es tan vieja como la sangre.
Ahora no recuerdo la oración completa.
Tenía que ver, por supuesto,
con el tiempo,
con las olas,
y con esa pulsión
en medio
que procura
que dos sustancias
irreconocibles,
irreconciliables,
concedan tregua
por un momento.
III.
Nunca he estado en Brasil.
No sé nada de sus aves,
ni de cómo se robaron,
así, pequeñas diosas,
todo el color del mundo.
Tampoco sé nada del río de Brasil,
o de su canto,
o del veneno que habita
debajo de sus piedras.
De su lengua solo intuyo,
torpemente,
una manera de nombrar
que es hermana de mi manera.
Y así, cuando mi Español calla,
la otra lengua,
decide entonces,
regalarme el sonido
de las cosas que no tengo.
Y así, cuando Carlos Drummond de Andrade
me invita a renunciar al llanto.
(Vamos, não chores / A infância está perdida.)
Yo solo pregunto,
¿cuál llanto?
IV.
…también esa noche supe que el diablo es hijo de Dios.
Facundo Cabral
Gheorghe Leonida
recibió la visita del diablo una noche.
Y el diablo, siendo tan impecable vendedor
como siempre lo ha sido
desde que les puso precio a las manzanas,
le ofreció al rumano
la posibilidad de conocer a Dios
a cambio de poner sus palmas
sobre carbón encendido.
Leonida no hizo ningún gesto.
Y acarició el lomo del carnero
que ocupaba casi todo el cuarto.
Sintió la brasa pegarse a los dedos
como si fuera jalea.
No sintió calor.
No sintió eso
que le pasa al papel
cuando reniega de los símbolos.
Y comenzó a moldear
la pasta púrpura
hasta que consiguió
una silueta de dos patas.
Semanas más tarde,
Gheorghe conoce a Paul Landowski
en el París de 1925.
Ambos platican sobre un sueño
donde una bestia aparecía
al lado de la cama
enseñándoles la forma incompleta de Dios.
Paul dijo, yo tengo el cuerpo y la carne.
Leonida dijo, yo tengo el rostro y los cabellos.
Se sabe que ninguno de los dos
se dio la mano,
sino hasta el Brasil de 1931.