Zoológico humano, Occidente y las potencias coloniales
La doctrina racialista, que será aquí nuestra preocupación fundamental, se puede presentar como un conjunto coherente de proposiciones […]. Estas proposiciones pueden ser reagrupadas en cinco: […] 1. La existencia de razas […] […] 2. La continuidad entre lo físico y lo moral […] 3. La acción del grupo sobre el individuo […] 4. Jerarquía única de valores […] 5. Política fundada en el saber.
Nosotros y los otros, Tzvetan Todorov
Bilan du monde pour un monde plus humaine —“Evaluación del mundo por un mundo más humano”— fue el lema de la Exposición Universal de 1958. Luego de trece años del fin de la Segunda Guerra Mundial y de la detonación de la primera bomba atómica, esperaban mostrar un mundo más humano. Ahí, en los diferentes pabellones, era posible admirar los últimos avances de la ciencia —los estadounidenses, por ejemplo, mostraban un estudio de televisión—, no por nada el símbolo de la Expo 58 —y que sigue en pie, a pesar de que solo se proyectó para la exposición— fue el Atomium, una estructura de 102 metros de altura que representa un cristal de hierro y que se ha convertido en un punto de referencia de la capital belga.
Una de las exhibiciones con las que los organizadores de la exposición querían mostrar lo humanitario del régimen belga era la villa indígena, una instalación preparada por el Ministerio de las colonias de Bélgica en la que se construyeron cabañas y se añadieron piezas que evocaran el arte africano; el ministerio descartó la utilización de piezas congoleñas, ruandesas o borundenses por considerar que esos pueblos no eran suficientemente autóctonos.
Se buscaban dos objetivos: mostrar las condiciones de los africanos —sobre todo, las condiciones anteriores al proceso de colonización y lo beneficioso que para ellos había sido ese proceso— y contrastar la vida de las personas del Congo, Ruanda y Borundi —todas presentadas de forma indiferenciada— con la vida de los observadores, sobre todo, europeos.
No era la primera vez que se hacían ese tipo de exhibiciones. Los zoológicos humanos tenían para ese momento una tradición de casi un siglo. Una tradición que ni siquiera comenzó en la década de 1870, cuando Carl Hegenbeck comenzó sus exhibiciones en zoológicos europeos de lapones, sino que tiene sus orígenes siglos atrás. Lo novedoso del zoológico humano fue la forma en la que se utilizó el discurso científico para justificar la exhibición de seres humanos que se consideraban diferentes —inferiores, enfatizarían los darwinistas sociales del siglo XIX y principios del XX—.
1. La existencia de razas. La primera tesis consiste, evidentemente, en afirmar la real existencia de las razas, es decir, de agrupamientos humanos cuyos miembros poseen características físicas comunes: o más bien —puesto que las diferencias mismas dan la evidencia— en afirmar la pertinencia y la importancia del concepto de raza. […] En segundo lugar, en el interior mismo de cada uno de los grupos así constituidos se observa mayor distancia entre individuos que la que existe entre los grupos. Por esas razones, la biología contemporánea, en tanto que no deja de estudiar las variaciones entre los seres humanos que viven en la superficie del planeta, ya no recurre a la noción de raza.
Nosotros y los otros, Tzvetan Todorov
Desde finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX se desarrollaron una serie de teorías para explicar las diferencias raciales —explicación a través de la cual, además, pretendían demostrar la superioridad de un grupo, la autodenominada raza blanca—. Esa mirada que, en nombre de la ciencia, analizaba la alteridad se manifestó, por ejemplo, sobre Sara Baartman, una mujer khoikhoi que fue llevada a Europa en la primera década del siglo XIX como parte de espectáculos circenses. En ellos, se le hacía bailar y mostrarse casi desnuda; los encargados del espectáculo hacían énfasis en su esteatopigia. En Inglaterra, su exhibición causó escándalo, tanto que hubo un proceso en tribunales, por lo que su promotor la llevó a exhibirla en París. En Francia, Sara Baartman murió en diciembre de 1815. El zoólogo Georges Cuvier publicó las notas en Memoires du Museum d’Histoire Naturelle de la autopsia realizada por el anatomista Henri Marie Ducrotay de Blainville. Cuvier, asimismo, preservó el cerebro, el esqueleto y los genitales y los exhibió en el Museo de Historia Natural de Angers, hasta que, en 1937, se inauguró el Museo del Hombre, a donde sus restos fueron trasladados para su exhibición; en los 1970 fueron retirados de las vitrinas, pero conservados en el museo. En 1994, Nelson Mandela negoció su repatriación a Sudáfrica.
Décadas después de Sara Baartman, una mexicana sufrió una suerte muy similar. Julia Pastrana nació en agosto de 1834 en Sinaloa y tenía hipertricosis. Participó en varios espectáculos en Estados Unidos y Europa —llegó a ser invitada al Palacio de Buckingham para que la conociera la reina Victoria—. Charles Darwin llegó a conocerla y escribió en Variación de los animales y las plantas bajo domesticación:
Julia Pastrana, una bailarina española, era una mujer extraordinariamente fina, pero tenía una gruesa barba y frente velluda. Fue fotografiada y su piel puesta en exhibición. Pero lo que nos concierne es que tenía en ambas quijadas, superior e inferior, una irregular doble hilera de dientes. Una hilera colocada dentro de la otra, de lo cual el doctor Purland tomó una muestra. Debido al exceso de dientes, su boca se proyectaba y su cara tenía la apariencia de la de un gorila.
Theodor Lent, el agente de Julia, la llevó a Alemania y a Austria, donde se casó con ella. En marzo de 1860, en Moscú, Julia dio a luz a un hijo que apenas sobrevivió un día y medio al parto, mientras que ella murió menos de una semana después. Lent negoció con el profesor Sukolov de la Universidad de Moscú para que le comprara los cuerpos y los embalsamara. Con técnicas tanto de la taxidermia como del embalsamado, madre e hijo fueron preservados para su exhibición. Dicha exhibición continuó por décadas, en Rusia y en Inglaterra y otras partes de Europa; para 1921, formaban parte de una cámara de horrores en la que estuvo hasta la Segunda Guerra Mundial. En postguerra siguió exhibiéndose e incluso tuvo una gira por los Estados Unidos en 1971. Al año siguiente, en Suecia, hubo protestas contra su exhibición y los cuerpos fueron ocultados. El sitio en el que se resguardaron fue vandalizado en 1976; los vándalos destruyeron el cuerpo del hijo de Julia. En 2013 el cuerpo de Julia Pastrana se repatrió y se le sepultó en Sinaloa.
A Julia Pastrana y a Sara Baartman se les exhibió, pero ambas en vida fueron presentadas en espectáculos y, aunque el discurso cientificista sobre sus cuerpos se desarrolló sobre todo post mortem, no dejó de estar presente en sus exhibiciones en vida. Pero ellas se presentaban sobre todo en teatros, con espectáculos diseñados para ellas. Su alteridad, aunque explicada por los científicos, era percibida por los públicos en términos de espectáculo —el mismo que configuró, por ejemplo, la idea de circo moderno o los espectáculos de carpas—, mientras que el discurso cientificista para explicar su alteridad se desarrolló sobre sus cuerpos y, sobre todo, una vez que ellas habían muerto. Si para inicios del siglo XIX la biología y otras ciencias naturales apenas estaban surgiendo como campos del conocimiento, para el momento en el que Julia Pastrana murió, eran ciencias con profundos avances en el entendimiento del mundo —piénsese que para 1858 se publicó, por ejemplo, El origen de las especies de Darwin, lo cual, por sí solo, significó una revolución—. Se pasó de una explicación divina, de acuerdo con la Biblia, de los seres vivos y el mundo —que, de acuerdo con esa explicación, no pasaba de seis mil años de antigüedad— a uno basado en el estudio de los organismos y las evidencias geológicas —la historia del mundo y de la vida no se contaba ya por milenios sino por millones de años—. El descubrimiento de otras formas de vida extintas, como las bestias del pleistoceno o los dinosaurios, fueron solo algunos de los múltiples cambios que en materia de pensamiento se dieron en el medio siglo entre la muerte de Sara Baartman y la de Julia Pastrana.
2. La continuidad entre lo físico y lo moral. Pero las razas no son simplemente agrupamientos de individuos con aspecto semejante (si tal fuera el caso, lo que estaría en juego sería bien poco). El racialista postula, en segundo lugar, la correspondencia entre características físicas y morales.
Nosotros y los otros, Tzvetan Todorov.
En ese periodo, estuvieron en pugna varias teorías, como, por ejemplo, las que indagaban en los orígenes del ser humano, la antropogénesis. Había dos planteamientos en disputa: por una parte, el origen monogenético planteaba un solo origen, en sintonía con las enseñanzas bíblicas —todas las personas descendían de Adán y Eva—; por el otro, el poligenismo, múltiples orígenes para las múltiples razas. Esta última surgió en el siglo XVIII, dado que muchos pensadores consideraron imposible que, dada la edad de la creación, los seres humanos hubiesen llegado a multiplicarse al grado que lo hicieron para poblar los cinco continentes. Esta teoría sirvió, por ejemplo, para que Louis Agassiz justificara la esclavitud de personas africanas en Estados Unidos. Sin embargo, con Darwin y la teoría de la evolución, el poligenismo fue descartado. No así el uso de la ciencia para justificar la diferencia entre poblaciones y la primacía de unas sobre otras. Así, la selección natural fue pronto utilizada para explicar las diferencias que el poligenismo explicaba, pero, en lugar de que cada población tuviera su propio origen, cada población ocupaba el lugar que ocupaba porque así había evolucionado: había seres humanos más evolucionados que otros; el darwinismo social había nacido.
Un primo de Darwin, Francis Galton, fue uno de los impulsores de esta visión; tanto, que desarrolló la disciplina de la eugenesia, considerada hoy una pseudociencia, pero que, entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, tuvo muchos adeptos e impactó en políticas públicas, afectando a millones de personas —la Alemania nazi es el caso más extremo, pero esta tomó como modelo las políticas eugenésicas implementadas en Estados Unidos; esas políticas fueron implementadas en mayor o menor medida en la mayoría de Europa; incluso en México hubo ligas eugenésicas y esterilización forzada de mujeres indígenas—.
Es en ese ambiente en el que el zoológico humano surge, la exhibición de los otros no se hace solo como un divertimento, sino con fines científicos para que el público en general vea eslabones inferiores en la cadena evolutiva. De hecho, el zoológico moderno como un espacio de conservación y de apreciación de la naturaleza surgió al mismo tiempo; uno de sus precursores fue también el precursor de las exposiciones antropológicas: Carl Hegenbeck.
Con el darwinismo social, se concretan una serie de ideas que ya se habían ido desarrollando desde antes. Para empezar, la idea de que existen razas humanas. Hay diferencias fenotípicas entre poblaciones, pero esas diferencias son superficiales y la convención dentro de áreas como la genética es que las razas entre los seres humanos no existen; lo que existe son procesos de racialización: a los otros se les considera una raza diferente a la propia. Sobre ese punto, Todorov apunta en Nosotros y los otros: “El hecho de que las ‘razas’ existan o no para los científicos no influye en nada en la percepción de un individuo cualquiera, que comprueba perfectamente que las diferencias están ahí”.
Si se utilizaban argumentos científicos para justificar la esclavitud de personas africanas sustentados con el poligenismo, al descartar esa teoría en favor de la teoría de la evolución —con la selección natural como el mecanismo natural en el que se sustenta—, la idea de razas no se desecha; en cambio, tiene un nuevo sustento. Y, para demostrarlo, estaban las personas que eran consideradas pertenecientes a otras razas. Así comenzó, en la segunda mitad del siglo XIX, la exhibición de personas en los zoológicos, como si de otro animal se tratara —no nos llamemos a engaño, no se veía al ser humano como un animal más entre los animales, sino que a grupos específicos de seres humanos, de poblaciones no blancas, se les veía más cercanos, sino es que iguales, a los animales—.
3. La acción del grupo sobre el individuo. El mismo principio determinista actúa también en otro sentido: el comportamiento del individuo depende, en muy gran medida, del grupo racial o cultural (o “étnico”) al que pertenece. Esta proposición no siempre se hace explícita, ya que cae por su propio peso: ¿de qué serviría distinguir a las razas y las culturas, si al mismo tiempo se piensa que los individuos son moralmente indeterminados, que obran en función del ejercicio de su libre albedrío, y no en función de su pertenencia sobre la cual no pueden ejercer ninguna influencia? Así, pues, el racialismo es una doctrina de psicología colectiva y, por naturaleza, es hostil a la ideología individual.
Nosotros y los otros, Tzvetan Todorov.
Carl Hegenbeck pobló diversos circos y zoológicos europeos con animales para ser exhibidos. Su formación como domador, que su padre le heredó, le fue de gran ayuda. Además de la venta de animales salvajes, tuvo su propia exhibición de animales, que era itinerante, a la cual, en la década de 1870, agregó un grupo de inuits, con quienes recorrió Alemania, Francia e Inglaterra, y quienes murieron al contraer la viruela. Aunque sus exhibiciones todavía tenían elementos de los espectáculos, había mayor énfasis en los elementos etnográficos; se asistía a ellos no para divertirse, sino para adquirir conocimientos.
El modelo de exhibición de seres humanos en los zoológicos o en espacios similares pronto fue replicado. Pronto se llevaron a seres humanos de algunas de las colonias francesas al Jardín de Aclimatación de París para que los parisinos pudieran conocer a los seres humanos que Francia estaba civilizando. En 1881, por ejemplo, once fueguinos fueron raptados de la costa del Estrecho de Magallanes para el Jardín de Aclimatación.
En la Conferencia de Berlín, realizada entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885, las potencias europeas —Inglaterra, Francia y el Imperio alemán, Bélgica, Italia, Rusia, los Países Bajos, el Imperio austrohúngaro y Rusia— negociaron la colonización de África, la división de los territorios que cada potencia habría de colonizar y que estos fuesen respetados por el resto de las potencias. Esto se tradujo en la rápida expansión sobre dichos territorios y la explotación de sus recursos.
El caso del Congo belga, un territorio bajo dominio directo del rey Leopoldo II, es uno de los extremos de ese proceso de colonización. Un sobreviviente de la violencia colonizadora ejercida por la force publique, Ota Benga, fue capturado en 1903 y llevado a la Exposición Mundial de San Luis de 1904, en la que hubo exhibiciones humanas. No solo el joven batwa fue exhibido, también ainus de Japón y grupos indígenas de los Estados Unidos —entre ellos el jefe militar apache bajo custodia de las fuerzas estadounidenses—. Dos años después, a Ota Benga se le acondicionó un espacio en el zoológico del Bronx, en el área de los simios —se le exhibía al lado de un orangután—, donde mostraba cómo lanzaba sus flechas. Sin embargo, las protestas no se hicieron esperar. El clérigo James H. Gordon de la Iglesia afroamericana baptista inició una serie de protestas que tuvieron repercusión y la exhibición de Ota Benga terminó.
4. Jerarquía única de los valores. El racialista no se contenta con afirmar que las razas son diferentes; cree también que son superiores o inferiores, unas de las otras, lo que implica que dispone de una jerarquía única de valores, de un cuadro evaluativo conforme al cual puede emitir juicios universales. […] En el plano de las cualidades físicas, el juicio preferido toma fácilmente la forma de una apreciación estética: mi raza es bella, las otras son más o menos feas. En el del espíritu, el juicio se refiere a cualidades, tanto intelectuales (unos son tontos, los otros inteligentes), como morales (unos son nobles, los otros bestias).
Nosotros y los otros, Tzvetan Todorov.
La exhibición de seres humanos no era exclusiva de la Europa decimonónica; en otras áreas y en otras épocas se tienen registros de ella. Pero lo que sí era novedoso era cómo se utilizaban para sustentar un discurso de superioridad. La alteridad había servido para justificar el dominio de unos sobre otros desde finales de la Edad Media; los esclavos blancos se compraban en el occidente de Europa porque, aunque eran cristianos, eran ortodoxos; las diferencias religiosas justificaban la esclavitud. Con el inicio del proceso de colonización —por una parte, con Castilla conquistando las Canarias y, por otra, con Portugal expandiéndose sobre el litoral africano—, la diferencia ya no solo se daba en términos religiosos, sino de apariencia —aunque el racismo como se entiende hoy todavía se habría de configurar con el paso de los siglos—.
Colón, a su vuelta del primer viaje, llevó consigo —y exhibió— a un grupo de caribes que presentó ante la corte de los Reyes Católicos —quienes todavía no recibían tal nombre del papa Alejandro VI—. En las cortes europeas de los siglos XVI y XVII, se tuvo a personas con malformaciones o discapacidades evidentes para entretenimiento de los nobles; los enanos son el grupo más conocido, pero no el único que conformó la llamada gente de placer o sabandijas de palacio.
5. Política fundada en el saber. […] Una vez establecidos los “hechos”, el racialista extrae de ellos un juicio moral y un ideal político. Así, el sometimiento de las razas inferiores, o incluso su eliminación, se pueden justificar gracias al saber acumulado en materia de razas. Es aquí donde el racialismo se reúne con el racismo: la teoría da lugar a la práctica.
Nosotros y los otros, Tzvetan Todorov
Para 1958, cuando se llevó a cabo la Exposición Universal de Bruselas, la exhibición de seres humanos no gozaba de la aceptación que había tenido medio siglo antes —la Segunda Guerra Mundial, que terminó solo trece años antes, y la Alemania nazi cambiaron mucho la aceptación de los discursos de darwinismo social y de la forma en que se veía y entendía la alteridad—. Sin embargo, ahí tenían su villa, con la exhibición de seres humanos, para mostrar las bondades del colonialismo —que estaba por culminar; en la siguiente década, la mayoría de los países africanos se independizaron, incluidos el Congo, Ruanda y Borundi; para ese momento, la guerra de independencia de Argelia llevaba ya cuatro años, por ejemplo—.
Ya no se exhiben seres humanos en zoológicos como si pertenecieran a una clase distinta de ser humano, más cercano a los animales que el que observa, pero la violencia contra los otros continúa. Las potencias coloniales siguen ejerciendo poder sobre sus excolonias, mientras movimientos de ultraderecha siguen utilizando argumentos de más de un siglo para justificar las diferencias que permitían a las potencias su dominio.
Referencias
Deep Racism: The Forgotten History of Human Zoos: https://popularresistance.org/deep-racism-the-forgotten-history-of-human-zoos/ Febrero 2014, consultado 9 de marzo de 2024.
Joana Kakisis. Where ‘Human Zoos’ Once Stood, A Belgian Museum Now Faces Its Colonial Past: https://www.npr.org/2018/09/26/649600217/where-human-zoos-once-stood-a-belgian-museum-now-faces-its-colonial-past. Septiembre de 2018, consultado el 8 de marzo de 2024.
Matthew Stanard. ‘Bilan du monde pour un monde plus déshumanisé’: The 1958 Brussels World’s Fair and Belgian Perceptions of the Congo. European History Quarterly 35. Abril, 2005.
Stephen Jay Gould. La falsa medida del hombre. Trad. Antonio Desmonts, Joandomènec Ros, Ricardo Pochtar. Editorial Crítica. 2010.
Tzvetan Todorov. Nosotros y los otros. Trad. Martí Mur Ubasart. Siglo XXI editores, 2013.