Te amo, Jimin
Llevo semanas viendo videos de Jimin, el idol coreano miembro de la banda de kpop BTS, en mis tiempos libres. Fancams, entrevistas, programas, videos musicales, lo que salga. Todo eso me relaja. Sus videos han conformado una rutina difícil de explicar en donde me acuesto cada noche, abro YouTube y veo sus reels hasta que me da sueño. Entonces duermo el mejor sueño que alguien con insomnio puede esperar y la rutina se repite y se repite al infinito.
Todo empezó por culpa de un reel de YouTube, una entrevista de Jimin sobre algo de lo que ya no me acuerdo. Hasta ese momento, todo lo que sabía de kpop lo sabía en contra de mi voluntad. Mis amigas, mis primos, mis compañeras de la universidad, las hermanas de mis amigos, todas parecían mucho más enteradas que yo sobre ese tema y les gustaba contarme cosas que yo no terminaba de entender. Iban a conciertos; se aprendían coreografías; tenían fotos en las fundas de sus celulares o en sus carteras de sus ídolos favoritos; se compraban peluches o lamparitas; formaban parte de grupos de Facebook e iban a convenciones. Todas veían, además, kdramas (series coreanas) o leían manhwas (cómics coreanos). Yo me sentía excluida; todo el asunto me daba un poco de fomo (fear of missing out), pero el mundo del placer por el entretenimiento coreano siempre me evadía y también, es cierto, yo lo evadía a él.
Empecé intentando ver kdramas. Una amiga me mandó una lista porque quería enseñarme sus favoritos; quería que, luego, cuando eventualmente fuera ganada por el mundo de lo coreano, los viéramos juntas, o platicáramos de ellos episodio por episodio. Me conmovió mucho eso, pero no llegué ni al tercer capítulo de la primera serie listada.
Me esforcé, de verdad lo hice, pero las actuaciones me parecían forzadas; los efectos de sonido, tontos. Intenté varios géneros: romance, sobrenatural, histórico, distópico, romance histórico, romance sobrenatural… De acuerdo, sobre todo intenté romances y fracasé. Más tarde logré ver una o dos series; sobre todo, seguía dejándolas inconclusas. Las células de Yumi, True Beauty, The Glory, Mr. Queen, Crash Course in Romance (esa sí la terminé), Mask Girl, Sell Your Haunted House, Mystic Pop-Up Bar (también terminé esta), Squid Game y muchas, muchas más; pero, después de todo, no era lo mío. Mi amiga sigue escribiéndome pidiendo que termine de ver, por lo menos, ¿Qué le ocurre a la secretaria Kim?
Después, intenté con los manhwas. Hubo mucho romance de nuevo, mucho isekai (esos donde alguien reencarna en otro mundo como la villana o el héroe con superpoderes o lo que sea), muchos duques del norte, emperatrices divorciadas; hubo de horror y policiales, slice of life, comedia, peleas, temáticas de videojuegos; manhwas sobre empresas con jefes guapos donde todos reciben su merecido y la gente duerme en la oficina. Duré más tiempo en los manwhas, pero pronto dejaron de llamarme la atención. Ese tiempo fue feliz; platicaba mucho con mis amigas del nuevo capítulo de tal o cual manhwa; leíamos juntas las novelas también y a veces me spoileaban, no importaba. El punto era compartir un interés y hablar de eso, hacer memes, especular y reírnos.
Intenté escuchar kpop entonces. No lo logré. Quería acompañar a mis amigas, pero había algo con el sonido de las bandas que me mostraron que no terminaba de resonar conmigo. Quizás la parte “pop” del kpop. Escuché Super Junior, Girls’ Generation, EXO, Stray Kids, aespa, NewJeans, Seventeen, Block B, SHINee, Twice, Black Pink, BIGBANG, y, desde luego, BTS; pero no lo lograba. Cada vez, regresaba el mensaje de “y?? te gustó??” con un resignadísimo “hmmmm no mucho”. Pero algo de ese tiempo de búsqueda empezó a jugar con mi algoritmo, porque me salían mucho más seguido reels y tiktoks de fancams, videos sobre los fandoms, sobre la industria detrás de los idols, entrevistas y noticias. Entonces llegó la puerta de entrada a Jimin: Oli London.
Ahora un católico ferviente, Oli London (nacido en Inglaterra en 1990) fue durante un largo tiempo el autodeclarado fan número uno (y esposo brevemente, aunque solo se casó con un Jimin de cartón del que luego se divorció) de Jimin. Durante un momento, también declaró identificarse como, literalmente, Jimin (así, un día dijo: “Me identifico como coreanx, específicamente como Jimin”), ser transracial, no binarix y, luego, mujer trans, y se sometió a una serie de operaciones para parecerse al idol que dieron como resultado un parecido muy muy lejano —como primos en tercer o cuarto grado de distintos contextos raciales—. ¿Puede uno asumir la identidad de alguien más como la propia?, ¿cómo llegaste, Oli London, hasta ahí?
Oli London —que desde entonces se ha disculpado con Jimin, BTS y los fans, y ahora vuelve a identificarse como hombre cis y milita en contra de la ideología de género— apareció en mis reels una noche y abrió una puerta surreal hacia el mundo del amor enfermizo hacia los idols. Vi su aparición en Dr. Phil, el programa de entrevistas; lo vi en Botched, el reality de cirugías plásticas donde a veces salen adictos a las cirugías como él; vi a youtubers hablando de él y de sus escándalos; me sentía extrañamente fascinada por su fascinación de una forma que uno solo puede hacer en internet. Caí en un agujero sin fondo y cada video me hundía más y más.
Hablé mucho de Oli London en esa época, sobre todo con mis amigas ARMY (las que pertenecen al fandom de BTS). Todas estaban más o menos enteradas de cada nuevo paso de Oli y era una conversación fácil, divertida, de esas que da gusto tener; pero pronto se agotó un poco el tema; se redujo a un chiste local y volví a sentirme un poco en la periferia de sus conversaciones.
Entonces vi documentales sobre kpop. No me gustaba la música, no lograba entrar al mundo de las series ni los manhwas, pero siempre he amado los documentales y videoensayos de lo que sea y eso sí que no me costó trabajo. Vi algunos sobre los estándares de belleza en la industria, sobre el proceso de entrenamiento para convertirse en idol (a veces más de diez años donde, si no logras debutar, algunas compañías te cobran hasta el aire que respiraste), sobre las peleas entre fandoms, sobre las ARMY (que recaudaron, por cierto, más de un millón de dólares para el movimiento Black Lives Matter) y, eventualmente, un día, llegué a ver entrevistas de los miembros de las bandas que les gustaban a mis amigas. Quizás porque me acordaba de Oli London o porque eran más populares entre ellas, terminé viendo más de BTS.
Y así, un día de insomnio, después de haber visto un videoensayo o alguna entrevista en YouTube, me empezaron a salir los reels de Jimin y los vi. Vi un montón, así como solo se puede en ese formato de videos. Había empezado todo esto para estar más cerca de mis amigas, de la gente que quiero. Sé que ellas me quieren, pero a veces no puedo evitar pensar que me querrían más si supiera cosas de lo que les gusta; si me gustara lo que les gusta y pudiéramos compartirlo. Pero ahí, acostada en la cama, de pronto todo eso parecía tonto.
Ahí estaba yo, esforzándome por algo realmente necio: entrar en un mundo que no termina de conectar conmigo para ser más querida y fallando completamente en el intento. Y ahí estaba él, dándolo todo en la entrevista, dándolo todo bailando, dándolo todo cantando. En ese momento, no se me hizo difícil querer a Jimin.
Jimin de pelo rubio, Jimin de pelo rosa, Jimin de pelo gris, Jimin sonriendo, Jimin serio; Jimin, que tuvo a alguien tan obsesionado con él que intentó apropiarse su rostro, su nombre y su esencia; Jimin, que es idealizado día y noche; Jimin, que, encima de ser miembro de la banda de kpop más famosa del mundo, todavía sacó tiempo para estudiar y empezar una maestría; Jimin, de quien se especula todo siempre; Jimin, que no tiene permiso de tener pareja abiertamente porque, si no, sus fans se enfurecerían; Jimin, que tiene que ser guapo siempre, encantador siempre, amigable siempre; Jimin, que trabajó toda su vida para llegar a la cima del mundo y darse cuenta de que el trabajo sigue y sigue y sigue; Jimin, que seguro a veces no quiere hablar con nadie; Jimin, que no tiene permitido tener secretos aunque los tenga; Jimin, que es amado por miles de personas en el mundo que tienen memorizado su cumpleaños, su color favorito, su signo zodiacal, su tipo de sangre, su comida favorita, su biografía entera; Jimin, que ahora cumple su servicio militar lejos de todo y descansa de una vida vivida bajo los reflectores.
Me di cuenta de que esos reels, o ese lado de TikTok, el lado Jimin de las cosas, me relaja. Hay un trance particular en ver a alguien existir a lo largo de un montón de videos cortos vistos cada noche; hay algo de eso que te lleva al autodistanciamiento y, de pronto, ya no piensas en Jimin y sus coreografías perfectas; piensas en ti y en tus traumas respecto a la amistad; piensas en que es necesario cambiar; en que tú quieres a tus amigas por quienes son, no por lo que hagan y, quizás, ellas a ti igual; en esa idea de que todo tiene que ganarse siempre y no hay afectos que solo son porque sí, como ese afecto que aprendiste a tenerle a alguien que no conoces, alguien a quien estás bien si no conoces nunca, pero a quien le deseas felicidad porque baila y canta y te ayuda a dormir.