Vanas son las esperanzas de los hombres
Flor de santos para la liviandad y desesperación del siglo como fue recogida por Santiago el Sarabaíta, es, según la advertencia en las primeras líneas de esta obra, su título original. Raúl Aníbal Sánchez se presenta solo como la persona que da a nuestro tiempo la versión de un texto medieval. Un libro de poemas y una colección de hagiografías, en el que el humor y la reflexión van de la mano para ahondar en la condición humana, la muerte y las pasiones que nos mueven. Nos reunimos con el autor para entablar una conversación a partir de esta obra.
Tierra Adentro:
¿Por qué elegir esta forma? Es decir, fuera de la iglesia católica Santiago de Vorágine y su Leyenda áurea apenas son leídos —otro tanto puede decirse de Gonzalo de Berceo, más cercano a nuestra tradición—.
Raúl Aníbal Sánchez:
Bueno, la Leyenda llegó a ser algo así como el Libro Vaquero de su época. Así como en los libros de caballería hasta había niveles. De todos esos géneros medievales que a veces se ven en las universidades, el único vigente es la hagiografía. Con un éxito de relativa significancia social que en la Edad Media, pero nada despreciable en número de lectores —y las mismas estructuras de hace mil años o más—, se siguen escribiendo todos los días vidas de santos. También a veces se escriben con las mismas intenciones: estabilizar un rumor alrededor de una figura señera, unificar un territorio alrededor de una parroquia, fundamentar un relato nacional, consolidar una corriente ideológica, mandar un mensaje político a algún estamento. Ahí están las recientes canonizaciones de diversos mártires cristeros en los últimos 30 años, muy independientes de las circunstancias en que se produjeron y que en México funcionaron hasta para crear una “Ruta Cristera” en Jalisco, patrocinada por parroquias y acaudalados regionales con el afán de atraer cierto turismo, y sin duda, medrar los dineros del estado. ¡Nuestro propio camino de Santiago! En ese sentido pocas cosas cambian y yo dudo que las vidas de santos sean poco leídas, habrá miles de personas que lean las vicisitudes de Santa Fulanita de Cualquierlado antes que a cualquiera de nosotros, escritores y escritoras de México. Para colmo, decir “fuera de la iglesia católica” en México es algo complicado, tanto ateos como protestantes nos atenemos a su influjo porque no suele haber de otra.
Sin embargo, pues tampoco es algo que importara mucho en la confección del libro, ni un público que estuviera buscando, se entiende. Hubo una serie de intelecciones peculiares que tienen que ver con las deudas estilísticas del libro en sí. Yo quería, sí, desde el principio, contar vidas de santos imaginarios. Siempre me sedujo la capacidad estructural de la hagiografía de contener lo heterogéneo. De algún modo lo que se contaba en esas páginas se libraba de juicios sociales rebuscados en épocas que nos han vendido como moralmente totalitarias en contraposición a la nuestra (la hipocresía moderna, vamos). En las vidas de santos yo encontré travestis de ambos géneros, dementes, vagabundos, mujeres solitarias como lobos, madres, soldados, mercaderes, pendencieros, gigantones paganos, adolescentes, protolesbianas, punks renacentistas, tuberculosas, anoréxicos, gente leprosa, asesinos y rateros, hijxs bastardos y hasta dandis. La santidad parecía subsumir la diferencia con pretexto de un relato común y resaltar la diferencia me pareció maravilloso, importante y, sobre todo (no vamos a mentir), muy entretenido. Me identificaba con lo diferente, aunque me extrañase la idea de santidad. A veces pareciera que la única forma social de no obliterar lo abyecto es convirtiéndolo en sagrado.
T.A.:
En los prolegómenos al libro los editores advierten que no eres el autor, que es una versión de un texto medieval, con lo que tu libro se inscribe en la larga tradición en la que los autores no son tales, como Cervantes en el Quijote que no es más que un traductor de Cide Hamete Benengeli. ¿Por qué un texto medieval?
R.A.S.:
Creo que en general por las mismas razones que cualquiera que haya utilizado el recurso. Me viene a la mente, después de Cervantes, Jan Potocki o Aloysius Bertrand. En general los novelistas siempre utilizan un recurso que solo causa escándalo en la poesía lírica, si aún vale de algo el término. Bram Stocker en Drácula tiene como 10 personas hablando en primera persona a través de toda clase de medios, pero Pessoa causa escándalo por un puñado de heterónimos. Al final, como con Cervantes, ocultarse detrás de una voz libera todas las demás voces.
El prólogo fue idea de mi editor, Héctor Rojo, para solventar algunos anacronismos que era complejo cambiar, aunque de igual forma el original tenía un prólogo anterior en formato de “manuscrito encontrado”. La solución: llevar el manuscrito al presente, me gustó mucho, sobre todo porque una de las cosas con las que me importaba dialogar era la idea de tradición, de construcción y reconstrucción de los relatos hasta volver indiscernible su originalidad y en donde ya solo queda el relato. El palimpsesto.
Se menciona a Fitzgerald, recuerdo. Así leímos el Rubaiyat y las Mil y una Noches y el Genji Monogatari, atravesado por unos señorones victorianos que recreaban a gusto y manera sensibilidades complejas y ajenas. Nada de eso hace menos maravilloso el resultado. Y mientras los filólogos sufren, la tradición se esculpe sobre el aire y el sedimento. Creo que es un proceso general a todas las cosas, pero sigue existiendo una ilusión de que podemos conectar autores y textos. Por supuesto, mis ejemplos son sobre oriente y occidente y habrá algún resquemor respecto a el colonialismo que los permitió en un momento determinado. No es el argumento a destacar aquí, la idea principal es que ni este verso de Homero ni ese trazo de Murakami serán nunca indiscutibles y puros. Y en eso radica su valor general.
En fin, yo suelo tener una especie de visión histórica del presente, un escepticismo mediano ante lo que parece el fin del mundo que me recuerda que seguro ya por todo esto pasaron individuos que sin duda no eran peores que nosotros. El fin del mundo se profetiza desde que me acuerdo y me pareció que la Edad Media ponía varias de nuestras neurosis en perspectiva y se podía jugar con la idea de tradición y de texto como resultado de todo otro texto.
T.A.:
Las hagiografías que acompañan a los poemas aunque se ajustan al género, lejos están de ser tales, porque sus protagonistas no buscan la santidad, pero esta termina imponiéndoseles sin que siquiera se den cuenta. ¿Qué es la santidad para ti y por qué decidiste ahondar en ella y en sus contradicciones?
R.A.S.:
No soy religioso ni soy teólogo, pero pensando en tu pregunta me parece que en términos generales que, aunque buscar la santidad es válido, es una especie de soberbia a vencer. Uno de los tentadores de Pedro, eunuco (personaje del libro) le ofrece precisamente el martirio. Es una especie de poder por encima de todo ser humano que en un sentido de creyente podría ser deseable y deberías de rechazar. El relato sigue a T.S. Elliot, en Murder in the Cathedral, donde uno de los demonios que comparecen ante santo Tomás More le ofrece por fin estar a la derecha de Dios y tener la capacidad de atar y desatar las cosas que sucedan en la tierra. Me gustó mucho la contradicción entre la aspiración y su rechazo, donde se podía ver a la vez un llamado a la mesura. La aspiración a la santidad es un ideal, pero su consecución por cualquier medio mundano debería entenderse como una hibris. Pienso en Marcial Maciel y en cómo aún no moría cuando ya se le habían dedicado varias hagiografías. Su canonización era casi un hecho, empujada por la poderosa maquinaría económica de los Legionarios de Cristo. Si no hubiésemos conocido con detalle sus monstruosidades ahora mismo estaría brincoteando en la iglesia triunfante.
Para mí la santidad está atada a todos sus procesos sociales y su función de crear grandes narrativas culturales para cimentar hegemonías o identidades que al final resultan seculares. Sin embargo, rescato la idea principal: el cómo esa necesidad logra convertir lo heterogéneo en un modelo y seguramente fue refugio de toda clase de personas consideradas abyectas. La contradicción es siempre un tema literario y algo en lo que no puede uno más que fijarse con detenimiento, desde el margen donde se escribe.
T.A.:
En ‘Anotación a las Meditaciones de Marco Aurelio II’ dices:
Era buen poeta y de él decíamos
que brillaría con la luz de la Aurora.
Vanas son las esperanzas de los hombres.
Esa consideración atraviesa buena parte de Flor de santos, ¿no es una visión muy pesimista?
R.A.S.:
También es una visión liberadora. Si pensamos cómo se entendía la gloria en la antigüedad tardía, o cómo entendemos hoy en día las ideas del éxito comercial y el legado generacional, la puesta en lugar de esos tópicos en un marco temporal en el que todo tiende a desaparecer ofrece muchas libertades. Quien habla en esos versos que citas es, a final de cuentas, un converso primerizo, educado en la filosofía del Estado, que era precisamente el estoicismo y otras vainas. En el resto de los personajes, aunque la consideración es similar, está puesta sobre narraciones diferentes: el teatro del mundo o el juicio final, si se quiere. La inimportancia del individuo humano le protege de grandezas que luego terminan en carnicerías, aunque parezca paradójico.
T.A.:
Bueno, el disfrute y la vivencia están también en los poemas. En uno de ellos apuntas:
La experiencia de la naturaleza
es mejor que cualquier filosofía de la Naturaleza.
Así el olor del pan
es superior a la más plática descripción de un banquete.
Lo cual no deja de tener su punto de contradicción, ¿no? Es decir, un llamado a buscar la experiencia y no solo su descripción, ¿no es acaso la dicotomía entre la vida y el arte?
R.A.S.:
Hay paradojas, sin duda, pero a la vez en un examen detallado no son tales. La dicotomía entre la vida y el arte solo es posible cuando se ponen en lugares contrapuestos, pero esa compulsión antigua nunca ha sido mutuamente excluyente. Para empezar, tal vez el arte es cualquier cosa puesta en lugar del arte, de esta manera podrías poner en contradicción la vida o la carpintería, la vida o la rayuela, la vida o la pintura, la escritura, el deporte, la bolsa de valores, etc. Esta clase de cosas se dicen cuando una actividad es tan acuciante en el sujeto que pueden destruirle, pero en ese sentido no son ni diferentes ni apartadas de la vida. Serán cosas que se viven, a final de cuentas. Toda actividad humana puede, lentamente o a grandes saltos, elevarse a ese altar de polisemia del arte.
Si acaso hay una crítica es a alguna pretensión formal de la razón como supletoria de lo vivo. La razón y la fe, y el Estado, su hijo jorobado y omnipresente, son las únicas narrativas que a grandes rasgos pueden o presumen prescindir de la experiencia vital y la naturaleza. Pueden llamarse a sí mismas a existir sin ningún asidero en el mundo, o eso dicen.
T.A.:
Llegas a predicar —permite que se utilice este verbo para continuar con los juegos que tú mismo estableces en Flor de Santos— a favor del silencio. Aunque, más acertado sería decir que es el silencio la respuesta a nuestras interrogantes:
¿El dolor es una muralla o un camino? ¿Es la muerte un mal o un bien? Y ante las preguntas que surgían como de un bolso repleto de hierbas amargas, la respuesta era siempre muda.
Ante esas interrogantes no se obtiene más que el silencio —como en la obra homónima de Shusaku Endo—, ¿no es paradójico escribir a sabiendas de que las respuestas que se buscan son apenas algo que parece a punto de articularse pero no alcanza completa existencia?
R.A.S.:
Creo que en general es difícil predicar cuestiones negativas: lo que “no es”, es difícil de anunciar. Tengo una verdadera fe en la inutilidad de nombrar las cosas, por lo menos en un sentido en que ese nombrar nos entregue algún tipo de “verdad”, perenemente consecuente o de estabilidad epistemológica. Lo digo con calma anti irracional y anti oscurantista, solo como quien contempla el mundo y lo ve ya sea como efectivo o defectuoso. Yo me tomo un paracetamol y desaparece la fiebre y el dolor, pero puedo entender la falibilidad del lenguaje y del signo y de su construcción histórica. Nuestra representación de la acetamida y la etanamida es un nombre inestable que no funda verdades perenes y cuando escucho que 2 + 2 son 4, a veces me conmuevo de estos animales que inventamos el número y la cifra que, en teoría, debería representar todas las cosas pares del universo y todas las cosas cuádruples del universo.
Dicho de otro modo, cuando las aspiraciones humanas son la totalidad, hay que callar un poco. También sonreír tantito. Probablemente el nombre verdadero de las cosas se quedó en la punta de nuestras lenguas y dijimos cualquier otra tontería parecida. Luego tomamos esa palabra y dijimos que era perfecta. Ya se sabe, la vieja e insalvable distancia entre las palabras y las cosas. El silencio de Munegunda es una especie de sabiduría ante el parloteo de las definiciones y el paso del tiempo. La idea de que Dios creo al mundo con palabras le podría resultar correcta, pero entonces la eternidad, lo que “no es el mundo”, tenía que estar fuera de lo relatable. Toda ciencia trascendiendo, diría Juan de la Cruz.
T.A.:
En los poemas y las prosas que componen Flor de santos logras poner en diálogo no solo la tradición escolástica y el pensamiento medieval, sino también la tradición literaria, que tiene sus raíces, sí, en el medioevo, pero llega hasta nosotros. Pienso en Mirolad Pavić y su Diccionario Jázaro o en el cuento de Los teólogos de Borges; pero Praejecto y Lodegario son hombres mucho más vitales que los pensadores borgeanos, ahí está ‘De Praejecto a la muerte de Lodegario’:
Y aunque la victoria es mía,
vivo, medro, engullo buena carne y bebo vino,
y pude (como dije que lo haría)
orinar sobre tu tumba,
me ha tomado tanto tiempo
y un inmenso dolor
conseguir que el chorro al fin saliera,
que a veces me pregunto
si acaso no estás mejor
tú allá abajo
que yo acá arriba.
El vencimiento resulta vano y su formulación recuerda otra tradición, la de los enfrentamientos entre poetas, siendo Quevedo y Góngora los casos más emblemáticos, como en el poema ‘Conversación registrada en los anales de la historia de los santos padres Lodegario y Praejecto donde se demuestra su infinita paciencia y sabiduría ultraterrena’. ¿Cuál o, mejor dicho, cuáles son las tradiciones de las que eres heredero y las que, en última instancia, te permitieron construir esta Flor de santos?
R.A.S:
La idea de tradición me gusta mucho, no como corsé formal, sino como hermenéutica, en el sentido de que debilita casi todas las verdades que parecen inmutables y todas las ocurrencias que parecen fundacionales. No quiere decir que no hiciera mi lucha y que no sé si estaba consciente al momento de redactar los borradores de Flor de Santos, si debía algunas cosas a alguien, pero en retrospectiva siempre fue un diálogo importante con algunos autores con los que crecí con gusto.
Para hacer el libro hubo muchas deudas temáticas y estilísticas que lo fueron marcando. Mencionas a Pavić y sin duda está ahí, sobre todo en el humor medio oblicuo y en el personaje de Gervasio, el demonio que termina en el santoral sin querer, como casi todos. Las Vidas de Plutarco y sobre todo las de Marcel Schwob, sirvieron para la construcción de biografías más que cualquier otro santoral, aunque el reverendo Butler dio las estructuras. Hay un poema que contesta cada libro de las confesiones de Agustín de Hipona, y Jacobo de la Vorágine, como mencionaste al principio, me dio elementos para despreocuparme de todo lo fantástico. Hay huellas de Maimónides, San Juan, Marco Aurelio, Hildegarda von Bingen, Eusebio de Cesárea, etc. Menciono a François Villon en el epígrafe y un poema de María Panero donde, básicamente, lo imita, para que se vea que el ejercicio tampoco es el descubrimiento del agua hervida. Así sin pudor deben ser los homenajes. En general es un collage para avergonzarse o sentirse orgulloso a escondidas.
T.A.:
Umberto Eco en las Aspotillas al Nombre de la rosa y Marguerite Yourcenar en las Notas a Memorias de Adriano hacen hincapié en la búsqueda del pensamiento del periodo en el que sus ficciones históricas se desarrollan y aquello que de su tiempo les pueda ayudar a llegar a ese pensamiento. Digo, tus poemas son de nuestro tiempo, pero logras transmitir la sensación de que fueron construidos hace mil años, ahí está ‘Testamento de Juan de Moerbeke dictado a una de sus concubinas’:
—Que el hombre (sin querer contradecir las Santas Enseñanzas)
es apenas nada,
algo como un clavo, una tachuela,
en el viejo ensamblado de las cosas
¿Te fue difícil alcanzar ese pensamiento, partiendo del hombre nacido a finales del siglo XX para llegar a las concepciones de hombres que tienen siglos en la paz de los sepulcros?
R.A.S.:
Creo que nuestra época es igual de nihilista que la anterior y que la anterior y que la anterior. También igual de entusiasta. Ahora parece evidente que hay ciertas teleologías que se agotan, como la razón y el progreso, pero son parte de un entramado lejano en el que el sentido de la vida igualmente se fundaba en esperanzas metanarrativas que fueron perdiendo vigor. El reinado del Espíritu Santo, la segunda venida de Cristo, Roma que duraría mil años, la eternidad de Nabucodonosor, y de Egipto, y de Gilgamesh, que era dos terceras partes un dios. Todos protegidos por sus dioses tutelares ahora son parte del polvo. Ese pensamiento que mencionas es muy cristiano, relativamente místico, y tiene sus siglos sin cambiar de idea desde Kempis o Epicteto, con diferentes consolaciones, pero a la vez creo que es algo que no abandona a la especie humana mientras construye grandes arquitecturas culturales. Si hay diez yendo a una guerra o levantando una catedral o una pirámide, tres de esos diez saben que no sirve para nada de lo que les están contando. ¿Batallar por sentir la apatía existencial de un personaje medieval europeo en el México contemporáneo? Pues no se batalla. Que aviente la primera piedra quien se sienta parte de un todo integrador y de un sentido trascendente. Pero tal vez la respuesta no estará en el sentido sino en el desprendimiento y la acción. Yo no soy místico, por si no insistí demasiado en la idea en esta entrevista, pero creo que también no formar parte de un todo te acerca más que nada a lo total. La divergencia sobre una narrativa general no es un don, ni te hace especial, pero configura posibilidades estéticas. Tal vez el término evitado todo el tiempo aquí fue goliardismo: dentro de la locura general de las narrativas hegemónicas había hombres y mujeres un poco más chaladas, más libres, ciertamente se la pasaban mejor. Esa es la estirpe crítica desde donde a veces se cuentan las mejores maravillas, porque cimentar el poder suele ser solemne y aburrido.