Una multitud de canicas
Abro el poemario Tríptico de turbiedades y contemplo el universo; el creador ha rasgado sin querer, con el filo de su pluma, la bolsa donde guarda las canicas que se dispersan como una eterna búsqueda. Las esferas brillan y revelan los temas dispersos en cada poema como si fueran estrellas, esas que dice el poeta “pueden andar en todas las manos”; la soledad, el tiempo, el amor, los retazos de la infancia, la existencia, el todo, la nada. Todas estas canicas son puestas en el suelo, como un juego y se espera que alguien haga el primer lanzamiento. Voy a comenzar yo, con una pregunta, como la primera canica que rueda entre mis manos: ¿Qué es la eternidad? ¿Esa anciana de manos congeladas, a la que alude el poeta en sus primeros versos? Quizá se refiere a ese universo viejo, primitivo, de constelaciones corrugadas. El poeta Gerardo Robles incrusta en su primer poema el elemento del fuego, haciendo alusión a la eternidad que nos quema un poco y solo logra estremecernos la piel, nuestro lado fugaz. El tiempo toma forma de bestia en el universo del poeta, del creador y nos recuerda que somos terrenales, escabulléndonos en esta obra teatral, pasando desapercibidos, llevando la utilería de las experiencias como un tramoyista más, que se aleja —como él lo menciona— “sin que nadie lo note”.
En el poema “Atenuar la penumbra”, Gerardo dice que “No somos de ningún lugar y todo lo desconocemos”. Creo que este verso es la respuesta a todas las preguntas existenciales. Me lleva a recordar mi infancia, me regresa a la edad de cinco años, cuando le pregunté a mi padre, mientras recorríamos una inmensa carretera: ¿Qué pasará después de que termine este cuento? ¿Existe dios? ¿Quién es dios? ¿Quién nos hizo? ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Y retumba una multitud de preguntas en forma de canicas, hoy han encendido su brillo en mi cabeza, en mis recuerdos. Comprendo que la respuesta es como una larga carretera, una duda. Es aquí cuando retorno a la sabiduría de este tríptico: “Claridad es una estación que ninguno conocerá”. “Es poco en verdad lo que se puede entender de la vida”. “No voy hacia ninguna parte”. Sigo en la inmensa carretera que es este poema que atenúa la penumbra de mis dudas.
Gerardo aborda la soledad y la refleja en los siguientes versos: “niño mordiéndose los/ dientes para engañar la ausencia”, y “Hombre dentadura que se encarna en lo que mantenemos escaso/ uniéndose a la avidez –a la tristeza– ”. “Hasta tocar la soledad sin un rostro definido”. Es interesante cómo utiliza el elemento de los dientes para referirse a este estado de ausencia. Sin embargo, también podemos descubrir el otro extremo, el polo opuesto de estar solo: “Cuando estemos de aquel lado de los dientes/ en la multitud”. El poeta nos hace comprender que, por la noche, cuando estamos solos, apretamos la mandíbula, como metáfora de la tensión, de lo que nos duele, como una metáfora de encontrarnos solos. “La soledad en la vejez podría influir en una mayor y veloz pérdida dentaria”, dice el encabezado de una nota de odontología. Desde la infancia, vamos rechinando nuestra existencia calcárea, en un desgaste continuo, esperando que las respuestas, las palabras sean empujadas por los dientes, pero Gerardo dice que “Todo es olvido, detenidamente/ la sal que arrastra algunas palabras”. En la biblia, en el versículo de Mateo, “el crujir de dientes” expresa desilusión y agonía de espíritu, hace referencia a una atmósfera rodeada de tinieblas, que sume al ser en una sensación de angustia, en una sensación de miedo. Pero Gerardo nos alienta y nos menciona que “Debemos tener miedo/ porque el miedo es la reacción más inmediata a lo que no existe,/ tal vez la única manera de hacer visible la eternidad”. Regreso nuevamente a la soledad y me pregunto ¿Qué es este sentimiento? Entre el tríptico y la turbiedad de este oráculo, intuyo la respuesta: la soledad es “el agujero en los huesos de esta pesadilla”, “son los insectos; tienen que serlo”, sí, la ausencia “impacta sus corazas”.
A lo largo del poemario aparece una metáfora: ¿Quién nos enseña la resignación de esperar unos muslos como dentellada de ángel? Aquí sólo puedo pensar en Sartre, no sé si esté bien, o mal, al final todo lo desconocemos. Pero en la obra del filósofo, La náusea, el escritor hace una reflexión en torno al erotismo, al amor: “El amor es una gran cosa poética que es preciso no espantar, van varias veces por semana a los bailes y a los restaurantes a ofrecer el espectáculo de sus pequeñas danzas rituales y mecánicas… Después de todo, hay que matar el tiempo. Son jóvenes y robustos, todavía tienen para unos treinta años. Entonces no se dan prisa, se demoran y no están equivocados. Cuando se hayan acostado juntos, habrá que buscar otra cosa para ocultar el enorme absurdo de la existencia. Con todo… ¿es absolutamente necesario engañarse?” ¿Es la celebración de la vida, la pasión, los muslos que envuelven, la dentellada de ángel, lo que nos hace olvidar el tiempo, la existencia que nos perturba? Sin embargo, el poeta ha de decir que los muslos son “La voz última que reanima el jardín interno” y continúa diciendo que “se pierden las razones de la enamorada virgen”. Y si seguimos hablando de la celebración de la vida, el amor es este sentimiento que el autor compara con “un juego al que se puede entrar con zapatos/ y sin precaución” “Amar es el deseo de lo que no podemos tocar, es la transgresión y es también el fuego que menciona desde el inicio de sus versos: “y el fuego/ tan húmedo/ se vuelve temblor en la piel desnuda/ como quien duerme a la/ orilla/ del infierno”.
Al leer este libro sé que todas las cosas grandes que no comprendemos hacen ruido: las estrellas cuando se revientan, la existencia, la soledad, el tiempo y también las dudas a los cinco años; así como la creación del universo, el big bang, las palabras que pelean, las letras como hormigas que pasan en hileras, y hacen ruido. Me imagino que es el caos el que pasa, el que origina el estruendo; pero el poeta nos dice “se feliz”, y yo lo interpreto como volver a la calma, al primer verso con el que inicia la turbulencia de su creación: “Las palabras, en su prodigio, manifiestan, entre otras cosas, el silencio”. Y es en este momento cuando descubro que el poeta al final lo que busca es unir, que vuelvan las canicas a la bolsa, que las palabras se reconcilien, que las hormigas retornen al hormiguero, esa herida en la tierra, y que las palabras manifiesten el silencio, porque el poeta es tinta silenciosa que corre por las venas, en la palabra. Sí. Yo, al igual que el poeta: “También voy de paso/ pero no hago ruido”… “Y luego lo entiendo”.