Una balada para recordar a McCullers
Titulo: La balada del café triste
Autor: Carson McCullers
Editorial: Seix Barral
Lugar y Año: México, 2017
2017 es un año redondo para la memoria de la escritora Carson McCullers. En febrero se cumplió un siglo de su nacimiento y este septiembre se cumplirá media centuria de haber perdido la vida. Aunque la muerte de la autora estadounidense resultó prematura, ello no le impidió desarrollar, desde temprana edad, su estilo práctico y contundente. Estas cualidades se cumplen en La balada del café triste (1943), pieza clave de su narrativa.
La balada del café triste es una novela corta incluida en el libro de relatos del mismo nombre, cuya edición conmemorativa fue publicada por Seix Barral este año. En ella, McCullers aborda un triángulo amoroso en el cual fluyen recíprocamente sentimientos no correspondidos; los personajes de esta tríada son, cada uno a su tiempo, amantes desairados y amados inalcanzables.
La historia transcurre en el melancólico pueblo de Cheehaw, al sur de Estados Unidos, escenario que sirve para que el narrador concentre su atención en una casa y en su dueña, Amelia Evans, una mujer fantasmal, «asexuada, pálida, de ojos bizcos». Maleta en mano, el jorobado Lymon se presenta ante Amelia como su primo lejano. Aun cuando la expectativa de los pobladores hace suponer lo contrario, Amelia, con gran vitalidad y atributos hombrunos, lo recibe en su casa y cuida de él. En ese entonces, la mujer abre un café en su propiedad. El lugar se convierte pronto en un establecimiento alegre, atiborrado de gente hasta que el regreso de Marvin Macy, exesposo de Amelia, a Cheehaw, amenaza con desestabilizar las cosas. A partir de entonces, el narrador guiará la trama por diversas situaciones hasta confluir en el tiempo de partida de la novela.
De la misma forma que una balada, con suaves y lentas notas, pero también como las composiciones poéticas que relataban sucesos populares en la Europa medieval, McCullers propone un encuentro con las partituras del corazón a través de las experiencias de sus personajes.
Desde que publicó su primera novela, El corazón es un cazador solitario (1940), con sólo veintitrés años de edad, McCullers daba aviso —lo mismo con escenarios nostálgicos y personajes que colindan con lo excepcional— de lo que con el paso del tiempo se convertiría en el núcleo genérico de su obra: la reflexión acerca del amor.
«Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante», dice el narrador de La balada del café triste, publicada tres años después de aquella ópera prima. Dichas líneas parecen las de un razonamiento sencillo, pero enseguida encuentran otra dimensión, al revelar, de manera más aguda, los problemas de los personajes: «La mayoría preferimos amar a ser amados». Para abonar a esta complejidad, la escritora da a sus personajes trazos abominables, como si tratara de condenarlos, en función de los estigmas sociales, a vivir en el aislamiento y la incomprensión total.
Carson McCullers es considerada, junto a tres escritoras del sur de Estados Unidos (Katherine Anne Porter, Eudora Welty, Flannery O’Connor), exponente del «gótico sureño», subgénero literario cuyos rasgos Paulina Flores ha definido como «lo grotesco, lo macabro o lo fantástico de los incidentes», en el prólogo a esta edición conmemorativa.
Pese a ello, la novela no apela a la sensiblería ni a la lamentación. Las pinceladas «monstruosas» de los personajes, vistas en el contexto opresivo y marginal del sur de la nación norteamericana, en la primera mitad del siglo XX, simbolizan más bien cierta resistencia en contra de las aberraciones sociales y la opresión del ser humano. Pareciera que entre más repelente es el aspecto físico de sus personajes, más nos conectamos con sus emociones y virtudes, aunque también reconocemos sus defectos internos, porque, a fin de cuentas, como sugiere la autora, sin claroscuros no hay individuos. Por eso es común encontrar en la novela seres tiernos, inocentes y sinceros, pero que, presentados en otras partes de la misma resultan fríos, traidores, mentirosos.
Amelia, Lymon y Marvin son todas esas y otras posibilidades ontológicas dentro de los mundos de significación de la novela. La sombra del rechazo social sirve de ingrediente para configurar su personalidad; sin embargo, no es esto lo que condena a los personajes al aislamiento. Vivir en soledad será, en todo caso, el costo de asumirse tal como son, irreconciliables con su entorno.