Un acto de restauración
Titulo: Restauración
Autor: Ave Barrera
Editorial: Editorial Paraíso Perdido
Lugar y Año: México, 2018
La novela de Restauración es difícil de leer y lo es porque es hermosa, porque es dura, porque es aterradora. Restauración es complicada porque duele, porque funciona como un espejo para un tipo de masculinidad rancia y desquiciante. Restauración es una reescritura de Farabeuf. Pero no, Restauración no es una reescritura de Farabeuf. Tampoco debemos hacer caso al prejuicio del palimpsesto que sirve para que de él se creen obras magníficas (si no me creen, pregúntenle a Borges). Lo que aquí hace Ave Barrera es tomar como base a la novela/experimento/variaciones de un mismo tema de Salvador Elizondo y, a partir de ella, levantar un edificio narrativo de prosa triste, cadenciosa.
Como una arquitecta espléndida y ligeramente barroca, conforma los cimientos de dicha estructura principal de reminiscencias hacia una ciudad que se fue y nunca volverá, nacida en una época en que las cosas, todas las cosas, eran distintas pero igual de salvajes.
Ave Barrera, autora jovencísima de voz ya muy personal, pone su labor en la memoria de familias que cualquiera puede reconocer como suyas. Son familias y criaturas y seres que no hacen sino multiplicarse, abrirse, ser la imagen de un espejo que no es falso ni mera alucinación: de tanto repetirse y hacer los movimientos de siempre, su rutina conforma un edificio vivencial, está presente todo el tiempo; más que fantasmas, ellos están más “vivos” que los mismos vivos.
La novela inicia con la presencia de un personaje horrendo, “el villano”, si de una novela de aventuras se tratara, Zuri. Él es fotógrafo, un odioso fotógrafo (hay que dejarlo claro) que vive lleno de inseguridades, actitudes infantiles y una violencia enterrada que espera el momento de aparecer. Zuri es la representación de toda la violencia pasiva de los hombres que después encarnará, como los personajes (o el personaje, nunca se sabe) de Farabeuf, una agresividad latente y perturbadora, la cual hará mella en Min, la restauradora. Por suerte, la novela no trata en sí el enamoramiento “romántico” de Zuri y Min, sino de la relación desigual, violenta, desgarradora e injusta entre ellos. La voz guía es la de Min, quien en los mejores momentos de la novela decide sumirse en las profundidades de su comportamiento autodestructivo y leerse a ella misma sin compasión alguna.
La victimización y la debilidad violenta de algunos personajes masculinos lastiman a Min, quien no está en su mejor momento y por ello se dejará arrastrar, convirtiéndose en un reflejo de otro personaje que bien podría ser su antepasado, o ella misma en una época anterior: Gertrudis.
La casona es uno de los elementos principales de la historia y Ave Barrera no pierde la oportunidad de describirla a detalle. Le da calor a la piedra, suaviza la herrería y destapa los caños para dejar que el lector perciba la vetustez, la inmundicia, pero también los aromas del recuerdo, los detalles que en la novela de Elizondo eran tan visuales y que en Restauración son hasta sinestésicos. Min habita la casa que pertenece a la familia de Zuri, y ahí se entrega con todo su arte, con todas sus habilidades, con todos sus sentimientos.
La narradora quiere convencernos de que lo hace por amor, por entrega, pero en realidad lo hace por otra cosa. La historia retrata la enfermedad de aquel que se sacrifica por un amor no correspondido, pero también algo más profundo. No es que Min sea idiota, una víctima, una masoquista o una ilusa –ella puede percibir de manera activa, sensual y profunda, lo que vive ahí dentro de esa casa, en la cocina, junto a las ratas o en un hoyo donde ha de plantarse un árbol de aguacate. Restauración entonces abandona la violencia gótica del esclavizador que se aprovecha del desvalido para girar hacia un tono más cercano al de Shirley Jackson: una mujer fuerte que se sacrifica a cambio de conocerse, a cambio de convivir con fantasmas, con criaturas que aún viven en otras novelas, sombras chinescas y los ruidos lejanos de un gong o unas monedas cayendo sobre una mesa, mostrando un yin o un yang.
En esta novela las sorpresas son muchas. Durante la lectura brota la prosa de la autora jalisciense desplegándose como las alas de una mariposa o una palomilla de San Juan, apenas tenue, delicada, y al mismo tiempo, infinitamente hermosa. La voz de Min también se extiende hasta cubrir la novela con una textura especial e intimista. Se sufre con el personaje, con la voz, pero también se disfruta de la exploración del misterio, de la fotografía y la cirugía convertida en un acto de restauración. La casona es un castillo lleno de fantasmas, pero al contrario de los que existen en una novela de terror, estos acompañan con la calidez de la familia, de los ancestros que nunca se han ido, y rascan hasta que la narradora/restauradora pueda descubrir lo que yace adentro de su carne.
Restauración es un viaje difícil, doloroso, gozoso, hacia una época extinta, hacia otras ciudades que aún viven bajo las urbes modernas, pero principalmente es un lago-espejo en el que el lector puede asomarse y admirarse y horrorizarse con su propio reflejo.